Resumen
Primera Parte, Capítulo XI
Junto a su hermano, la narradora acompaña a su madre a visitar a Amalia, la amiga soltera cuyo cabello está encaneciendo. Al llegar, la casa llama la atención de la niña, quien contempla los adornos de cerámica y los cuadros de hombres ya muertos colgados en las paredes. Amalia vive junto a su madre, una viejecita que descansa en una silla junto a la ventana y que no parece percatarse de las visitas. Mientras come dulces, la narradora escucha la conversación de las dos mujeres adultas, que hablan sobre la llegada de la reforma agraría y el peligro que eso implica para las haciendas. Amalia le pregunta a Zoraida, la madre de la narradora, por la muerte reciente de un indio a mano de los alzados, pero esta niega que toda esa situación tenga que ver con la reforma y miente que aquello se produjo debido a un festejo que derivó en una pelea de borrachos. Incluso para la niña se hace evidente que la madre está mintiéndole a su amiga. Al irse de la casa, Amalia dice que los niños ya están en edad de tomar la primera comunión, y le recomienda a su amiga que los envíe a su casa y ella los preparará.
Primera Parte, Capítulo XII
La narradora recuerda una feria de San Caralampio muy particular, en la que la iglesia del pueblo permaneció cerrada por orden del gobierno. A pesar de esa anomalía, todos los mercaderes armaron sus puestos y la feria se realizó normalmente. Después de jugar a la lotería y ganar gracias a la intervención de su nana, la narradora se dirige a la nueva atracción, traída directamente de la capital: la rueda de la fortuna. Mientras hacen la cola para subir, notan que un indio también está por comprar su boleto, y son testigos luego de cómo las personas a su alrededor se burlan de él porque habla español —lengua reservada a los blancos— y quiere subir como si tuviera los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. A pesar de las burlas, el indio monta una de las canastillas, y detrás de él, en otra, se colocan la nana y la narradora. Cuando la rueda comienza a girar y eleva las canastillas, la barra de seguridad del indio se abre y este queda colgando. Tras detener la maquinaria, el indio puede acomodarse y bajar. Al descender de la rueda, la narradora escucha al indio decir que fue él quien destrabó la barra, porque le gusta andar de esa forma, y exige que le den otro boleto para poder subirse como quiera, algo por lo que la gente comienza a insultarlo. La niña quiere hacerle preguntas a su nana, pero observa que esta llora, y entonces decide guardar silencio.
Primera Parte, Capítulo XIII
Tras la prohibición gubernamental del acceso a las iglesias, en la parroquia del Calvario las familias consiguen un permiso para entrar una vez al mes a limpiar el templo. Cuando le toca a la familia de la narradora, esta es llevada por su madre para que ayude en las tareas. En un momento, su madre quita el paño que cubre a la figura de Cristo crucificado y la narradora, al ver el cuerpo ensangrentado, huye despavorida y quiere salir del recinto. Su madre le da una cachetada para hacerla entrar en razón, y entonces la niña dice que Cristo es igual a aquel indio macheteado que llevaron a su casa.
Primera Parte, Capítulo XIV
Durante la temporada de lluvias, las comunicaciones de la capital con Comitán quedan casi interrumpidas. Un día, llega a la finca Jaime Rovelo, un amigo de la familia de la narradora, con noticias que le envia su hijo. Por disposición del presidente Cárdenas, los hacendados que tengan más de cinco familias de indios a su servicio tienen la obligación de establecer una escuela y pagarle a un maestro rural que se encargue de la educación de los niños. Zoraida, la madre de la narradora, está totalmente indignada y demuestra todo su odio a los indios, llamándolos, entre otras cosas, "sucios", "haraganes", "falsos" y "borrachos". Su marido, sin embargo, no está tan preocupado por la disposición, y le dice a Rovelo que ya encontrarán la manera de no cumplirla, o de torcerla a su favor, como hicieron cuando se dispuso que debían pagar un salario a los peones trabajadores de la estancia. Algo que preocupa a Rovelo es que su hijo, enviado a la capital a estudiar derecho, dice que la disposición de Cárdenas es justa y busca el progreso del país. Como su madre no para de gritar improperios sobre los indios, la narradora se escapa de la habitación junto a Mario y busca a su nana para asegurarse de que no pueda escuchar esa conversación.
Primera Parte, Capítulo XV
Doña Pastora, una señora que se encarga de contrabandear mercancías por la frontera con Guatemala, se presenta en la casa de la narradora y muestra lo que le ha traído a Zoraida. La dueña de casa queda maravillada con las telas y las joyas, pero son muy pocas cosas las que puede comprar, puesto que no hay dinero en la hacienda y su marido, César, le ha indicado que no pueden incurrir en gastos. Antes de irse, un tanto ofendida, Doña Pastora le dice a Zoraida que tiene información que le puede vender a su marido: por el precio correcto, le puede indicar a César cuál es el lugar de la frontera por el que se puede cruzar sin ser descubierto. Zoraida se lo toma a broma y le dice a la vendedora que su marido no le va a quitar su trabajo de contrabandista, pero ella le retruca que no es información para dedicarse al contrabando, sino para poder huir del país, llegado el caso.
Primera Parte, Capítulo XVI
Un inspector de la educación pública llega a la escuela en la que estudia la narradora. Antes de recibirlo, la maestra esconde la imagen de San Caralampio que tiene en el salón. El inspector revisa, con enojo evidente, los ridículos planes de estudio de la señorita y le pregunta cuánto les cobra a las niñas por asistir. Luego de indicarles que la educación es gratuita, indaga sobre las condiciones del edificio. La maestra, exasperada, le dice que es evidente que se trata de una casa viejísima que en cualquier momento se puede venir abajo. El inspector entonces les pregunta a las estudiantes si rezan, y una de ellas, que está en la escuela hace muchos años y que nunca se recibe, dice que rezan el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria, y los sábados el rosario entero. Con esta información, el inspector se marcha y promete que clausurará la escuela. La maestra se queda llorando, y las niñas obligan a la estudiante que habló a disculparse por lo que dijo. Ella, que no entiende, se acerca a la maestra, y cuando esta le pregunta por qué le dijo esas cosas al inspector, la niña le responde con inocencia que ella les enseñó a decir verdad.
Primera Parte, Capítulo XVII
Cuando Ernesto, el diarero, llega a casa de la narradora, César lo detiene y le propone que se convierta en el maestro rural de su hacienda en Chactajal. Ernesto es hijo bastardo del hermano de César y debe hacerse cargo de su madre, que quedó ciega mientras trabajaba. Para ello, el trabajo como repartidor de diario apenas le alcanza, por lo que la propuesta de su tío seduce al muchacho. Como le dice a César, el no sabe hablar tzeltal, la lengua de los indios de la región, pero para el hacendado esto no es ningún problema, y basta con que el muchacho sepa leer y escribir. Como sueldo, César le dice que le dará casa, comida y vestimenta, y que se encargará del cuiado de su madre ciega. Si Ernesto acepta, puede salir con ellos hacia la finca la semana siguiente.
Primera Parte, Capítulo XVIII
Aburrida por estar siempre en la casa desde que cerró la escuela, la narradora se pone a revisar los papeles en el escritorio del padre y encuentra un cuaderno en el que está escrita la crónica de la colonización del pueblo indigena de Chactajal. El primero en llegar fue Abelardo Argüello, que sometió al pueblo pacífico y lo obligó a construir su enorme casa. Su hijo, José Domingo, ensanchó las posesiones y comenzó la cría de animales. Luego, su hija, Josefa, instauró los castigos físicos para los indios poco trabajadores y taló los bosques para hacerse los muebles de la casa. Como ella no tuvo hijos, la hacienda pasó a manos de Rodolfo Argüello, quien delegó su administración a un tirano feroz. Luego, la hacienda pasó a manos de Otilia, una huérfana recogida por la familia que evangelizó a los indios y les dio nombres cristianos. Luego la hacienda se repartió entre sus hijos, y así el pueblo indígena quedó definitivamente dispersado. Cuando está leyendo esto, la narradora es descubierta por su madre, quien le quita el cuaderno y le dice que aquello no es para ella, sino que es herencia del hijo varón, es decir, de su hermano, Mario.
Primera Parte, Capítulo XIX
En la casa se realizan todos los preparativos para salir hacia Chactajal. La nana no irá con la familia, puesto que le tiene miedo a los brujos de la finca. Ernesto, por su parte, se suma a la familia para convertirse en maestro de la hacienda. Mientras se realizan todos los preparativos, la madre de la narradora siente la necesidad de dar órdenes a los indios, por el simple hecho de que no tolera verlos sin nada que hacer.
Primera Parte, Capítulo XX
Antes de partir, la nana lleva aparte a la narradora y realiza una extensa oración pidiéndole a Dios que la cuide y la proteja, ahora que ella no estará a su lado. Al despedirse de su nana, la narradora llora desconsoladamente.
Primera Parte, Capítulo XXI
La familia parte rumbo a Chactajal. César cabalga junto a Ernesto, y detrás avanzan los indios, llevando al hombro las sillas sobre las que viajan Zoraida y sus hijos, la narradora y Mario. Durante el día, el cielo se nubla y se larga una fina lluvia, que luego va aumentando en intensidad. Llegados a una población de indios, el padre de familia habla con ellos para solicitar refugio, pero estos niegan con la cabeza y no aceptan las monedas que les ofrecen, por lo que el grupo debe seguir avanzando. Al anochecer llegan a Bajucú, y se detienen en la casa grande. Sin embargo, la casera no les puede dar asilo en las habitaciones, puesto que su padre está en Comitán y se llevó las llaves. Finalmente, se quedan a dormir bajo el techo de la galería.
Primera Parte, Capítulo XXII
Al día siguiente el grupo continúa camino. Debido a las lluvias, el río viene crecido y arrastra troncos y ganado muerto. Sin embargo, César indica que deben cruzarlo aunque sea arriesgado, y es el primero en hacerlo, empujando su caballo al agua y llevando consigo a la narradora. Una vez que todos han cruzado, la familia se detiene a almorzar y luego a dormir la siesta. Al despertar, un cervato aparece cerca del grupo, y Ernesto lo caza con un disparo certero. Esta es la primera vez que la narradora tiene conciencia de que se puede morir tan repentinamente. Los indios abren los ojos del cervato muerto, contemplan su interior y luego se separan del grupo mientras murmuran viejas supersticiones. César, entonces, manda a todos a levantar el campamento y seguir viaje. Ernesto le pregunta qué harán con el cervato, y el patrón contesta, enojado, que lo dejarán ahí. Desde ese episodio, los indios llaman a ese lugar “donde se pudre nuestra sombra” (p. 67).
Primera Parte, Capítulo XXIII
El grupo se detiene en Palo María, una finca perteneciente a tres primas hermanas de César. Después de recibirlos, Tía Matilde se propone tocar un vals en el piano, mientras que Tía Romelia indica que no soporta la música, porque automáticamente le causa jaqueca. Después de la cena, Tía Francisa le pregunta a César por qué lleva a toda la familia a Chactajal, algo que no suele hacer y que le parece una imprudencia, ya que en todos los ranchos están sucediendo cosas graves. Luego, Francisca le cuenta que pretende enviar a sus hermanas a la ciudad de México, mientras que ella se quedará allí, puesto que su lugar está en aquel rancho.
Primera Parte, Capítulo XXIV
La familia llega finalmente a Chactajal y es recibida por un grupo de indios que le entrega gallinas y huevos a modo de recibimiento. Tras dirigirse a la ermita a agradecer por haber llegado sin problemas, participan en el ritual del atole: una india les sirve la bebida en un cuenco y todos se la pasan de mano en mano y le dan un sorbo. Al atardecer comienza una fiesta alrededor de la fogata, y la narradora escucha la música, que le suena más apta para un funeral que para un festejo. Cuando ya se hace tarde, la madre acuesta a la narradora en su nuevo cuarto, donde ella sigue escuchando los ruidos de la fiesta hasta quedarse dormida. En algún momento de la noche, la despiertan los ruidos de animales afuera y comprueba que una mujer india, cuyo rostro no alcanza a ver, está sentada al lado de su cama. La mujer le dice que ella estará siempre cerca y acudirá a su llamada cuando la necesite. Luego le indica que descanse y que sueñe con que posee toda aquella tierra, pero que se cuide de no despertar con el pie en el cepo o la mano clavada en la puerta por haber soñado con maldades.
Análisis
En estos capítulos de la primera parte de la novela comienza a abordarse el panorama político y social que dará lugar al conflicto principal del relato: la pérdida de Chactajal y la liberación de su población indígena del yugo del patrón.
Al respecto, cabe destacar que la Balún Canán ha sido considerada por muchos críticos como una memoria autobiográfica. En este sentido, el contenido autobiográfico es fácilmente identificable: el padre de la autora se llamaba César, como el de la narradora, y era patrón de una hacienda en Comitán que perdió durante la reforma agraria impulsada por el presidente Lázaro Cárdenas (que sirve como trasfondo a la novela). A su vez, al igual que la narradora en la última parte de la novela, Rosario Castellanos también perdió a un hermano varón menor que ella, razón por la cual sus padres quedaron desolados.
Sin embargo, no hay que confundir la ficción narrada en la novela con un testimonio directo de la vida de la autora, sino que la memoria autobiográfica funciona como una reconstrucción —desde la ficción— de las estructuras de poder que organizaban las relaciones sociales de una época y un lugar determinados: la región de Chiapas durante la reforma agraria impulsada por Cárdenas entre 1934 y 1940. Así, las anécdotas de los personajes funcionan como un eje para articular y reconstruir la memoria de una determinada historia local.
Si bien desde los primeros capítulos hay referencias a una situación social turbulenta, es recién en el Capítulo XI que se menciona la reforma agraria, cuando Zoraida, la madre de la protagonista, visita a su amiga soltera, Amalia, y esta le cuenta lo que está sucediendo en las propiedades de muchos terratenientes. Es interesante notar que la respuesta de Zoraida es minimizar el problema y no reconocer abiertamente que el conflicto entre indios y patrones también alcanzó a su familia.
La época de la presidencia de Lázaro Cárdenas, llamada el cardenismo, tuvo como principal proyecto político la integración nacional de la República Federal de México, lo que implicaba la continuación de las metas propuestas por los gobiernos surgidos tras la Revolución de México que tuvo lugar entre 1910 y 1917, pero cuya repercusión en la organización social de la nación duró hasta 1940. Durante los primeros años de la revolución, las fuerzas revolucionarias se sublevaron contra el general Huertas, quien había tomado el poder tras el asesinado del presidente Madero. Sin embargo, la revolución pronto derivó en una lucha de caudillos que no lograban unificar sus intereses y luchaban por el control del país. Como consecuencia, muchos caudillos dividieron las tierras bajo su control entre lugartenientes y hombres de confianza, lo que en muchas regiones derivó en la concentración de tierras en manos de una nueva oligarquía nacida durante este proceso. La idea del proyecto cardenista era redistribuir las tierras entre los diversos actores sociales y construir una sociedad culturalmente más homogénea, sin las grandes disparidades entre los hacendados y los pueblos indígenas. Mientras que la reforma agraria pugnaba por la distribución entre el pueblo de las tierras pertenecientes a una pequeña oligarquía y el mestizaje de la población india con la población blanca, se desarrolló también una fuerte expansión del sistema educativo nacional con el objetivo se consolidar una base sobre la que asentar la nueva sociedad de consumo en pleno desarrollo. Las características de este proyecto, como es fácil de observar, chocaban contra los intereses de la oligarquía terrateniente, que de pronto perdía sus privilegios históricos y veía amenazado su poderío.
En Chiapas, una región marcada históricamente por la segmentación social entre poblaciones indígenas y terratenientes blancos, el conflicto de intereses fue de una crudeza particular. El poder político y de decisión estuvo históricamente en manos de familias con estructuras patriarcales —es decir, compuestas por una familia nucleada en torno a la figura del padre/patrón, a la que se anexaban los empleados con sus respectivas familias— que además se encargaban de la protección y el sustento de los grupos humanos que habitaban sus tierras y trabajaban para ellos. Antes de la Revolución, los indígenas de la región habían sido desposeídos de sus tierras y sometidos a la servidumbre de estos patrones blancos.
Durante la presidencia de Cárdenas, el gobierno progresista se propuso terminar con este sistema de haciendas en manos de los pater familias y redistribuir la tierra a favor de los indígenas para darles a estos mayor representatividad como actores sociales. Las reformas, liberales y laicas, pretendían darles a estas poblaciones las herramientas necesarias para mejorar sus condiciones de vida y correrse de su rol social de subordinados al hombre blanco. El ambicioso plan implicaba la ruptura con el sistema colonial que dividía a los sujetos en términos de bárbaros y civilizados, europeos e indígenas, hablantes de español y de tzeltal, con el objetivo de lograr una sociedad más igualitaria.
Jaime Rovelo, otro hacendado, es quien trae las noticias a la familia Argüello sobre las nuevas disposiciones del gobierno y las reformas: ahora, las haciendas que tengan más de cinco familias de indios a su cargo deben proveerles un maestro que les dicte clases y los alfabetice en español. César, representando a su familia, se queja de la inutilidad de dicha disposición y da rienda suelta a su racismo, que es compartido con mayor virulencia por su esposa: para ambos, los indios son incapaces de aprender a leer y escribir y solo sirven para cumplir las órdenes de los blancos, raza superior que debe guiarlos como si se tratase de niños descarriados e incorregibles.
Hay dos episodios más que marcan el avance de las medidas políticas, sociales y culturales emprendidas por el cardenismo: el cierre de la iglesia y el de la escuela de Comitán. La mirada inocente de la narradora registra el cierre de la iglesia y la prohibición de culto como un evento aislado, que no se articula o integra al resto de cambios que están sucediendo, pero que impacta sobre la vida familiar, puesto que su madre, Zoraida, se ofrece para limpiar el templo cerrado una vez al mes. El objetivo del gobierno, que no puede observarse ni comprenderse desde la mirada de la niña, era quitar poder al catolicismo que imperaba en México y que promovía las estructuras conservadoras en las que la oligarquía ejercía el poder. El cierre de la escuela, que deja a la niña aburrida en su casa, es también observado en su dimensión anecdótica, sin expresarse como parte del proyecto cardenista de unificar los contenidos de la educación laica y gratuita para toda la población.
En este contexto, la familia de la narradora piensa instalarse en su hacienda de Chactajal para organizar la cosecha de caña y controlar a la población india de posibles sublevaciones. Geográficamente, la familia se traslada desde Comitán hasta la finca de Chactajal, pasando por San Cristóbal y Palo María, todo ello dentro del Estado de Chiapas, una de las regiones de México que ha ostentado históricamente los mayores índices de pobreza y que, a su vez, posee una riqueza pluriétnica destacable, tal como se verá en la segunda parte de la novela. Comitán pertenece a los Altos, una región en la que el grupo étnico que predomina desciende de los mayas, y su lengua es el tzeltal.
Antes de partir hacia Chactajal, en el Capítulo XVIII, la narradora encuentra entre los papeles de su padre un cuaderno en el que está escrito una especie de relato fundacional de la familia Argüello y que de alguna manera se combina con el relato oral de la creación de los hombres que le cuenta su nana. El documento escrito emula los antiguos textos de origen indígena y narra el origen de Chactajal, la finca de los Arguello: “Yo soy el hermano mayor de mi tribu. Su memoria. Estuve con los fundadores de las ciudades ceremoniales y sagradas. Estoy con los que partieron sin volver el rostro (...). Aquí, en el lugar llamado Chactajal, levantamos nuestras chozas. Aquí tejimos la tela de nuestros vestidos; aquí moldeamos el barro para servirnos de él" (p. 55).
La estructura del relato, que se inicia con la fundación y termina en la generación anterior a la de César Argüello, padre de la niña, emula la de los relatos cosmogónicos de las culturas orales y de los textos épicos: las estructuras de repetición (Estuve/estoy, aquí/aquí/aquí) Son propias de los relatos de transmisión oral, dan cadencia a la enunciación y sirven como estructura mnemotécnica. El relato se presenta también desde una concepción cíclica del tiempo que emula el epígrafe de esta primera parte de la novela: “Y es aquí, hermanos míos menores, donde nos volvemos a congregar. En estas palabras volvemos a estar juntos, como en el principio, como en el tronco de la ceiba sus muchas ramas” (p. 68).
En los relatos fundacionales, la palabra es el lugar de encuentro y de comunión entre generaciones. En este caso, la imitación de un relato cosmogónico por los terratenientes blancos implica una forma de apropiarse no solo de la tierra, sino de la historia y del acervo simbólico asociado a una tierra. Al inscribirse en los relatos fundantes, los Argüello reclaman la tierra como si les perteneciera legítimamente. Esta función fundante y legitimizadora de los relatos se verá luego cuando Felipe escriba la fundación de la escuela.