Balún Canán

Balún Canán Resumen y Análisis Tercera parte, Capítulos I-XXIV

Resumen

Tercera parte, Capítulo I

La hija de Zoraida y César vuelve a ser la voz narradora de la historia. La familia llega a Palo María y los atiende un indio que los deja esperando mientras va a buscar a Francisca, la prima de César. Esta los recibe en la puerta, sin invitarlos a entrar, y cuando le comienzan a contar de la desaparición de su hermana Matilde, los interrumpe para decirles que se la ha llevado el dzulúm. Luego amonesta a su primo por abandonar Chactajal y dice que los Argüello no abandonan nunca sus propiedades. Al final de la breve charla, Francisca da a entender que ella custodia el arma con la que un indio mató a Ernesto. Sin acreditar la actitud de su prima, César ordena a su familia que abandonen Palo María y sigan hacia Comitán.

Tercera parte, Capítulo II

Una vez en Comitán, César se entrevista con Jaime Rovelo, quien odia abiertamente a los indios y le echa la culpa de todo al presidente Cárdenas. César le dice que pretende luchar para recuperar Chactajal, pero dentro del marco de legal que se le impone. Sabe que ello implica perder la mayor parte de sus propiedades y tener que contratar trabajadores en la época de cosecha, tal como Rovelo se lo recuerda, pero también comprende que es la única manera de no perder su rancho, y él no quiere dedicarse a nada más que a ser ranchero. Finalmente, logra convencer a Rovelo de que lo acompañe a Tuxtla a pedir la intercesión del Gobernador.

Tercera parte, Capítulo III

Acompañada por sus hijos, Zoraida se presenta vestida de negro en la casa de doña Nati, la madre ciega de Ernesto. Una vecina que ayuda a la mujer los recibe, los hace pasar y busca una banqueta para Zoraida. Una vez instalada, doña Nati comienza a hablar de lo bueno que es su hijo y de lo orgullosa que está de que lleve la sangre de los Argüello, aunque sea un bastardo. Zoraida no consigue darle las malas noticias, y escucha a la madre, que alaba la bondad y la honra de su hijo. Cuando la mujer termina, Zoraida le dice que Ernesto sufrió un accidente en el camino a Ocosingo y se encuentra delicado, pero entonces la vecina interviene y le revela a la ciega que su interlocutora está vestida de luto. Doña Nati comprende entonces que su hijo ha muerto y comienza a producir unos alaridos desgarradores.

Tercera parte, Capítulo IV

Mientras Zoraida se arregla, después de bañarse, su hija la sigue por todo su cuarto y observa con atención cómo se maquilla y la ropa que elije. Sin aviso, entra la nana y se larga a llorar, triste porque en la casa no hay varón. Cuando Zoraida le dice que César volverá pronto, la nana le contesta que no es eso a lo que se refiere, sino a la próxima muerte de Mario, el hijo de los patrones. Tal como ha escuchado, los indios brujos de Chactajal quieren terminar con la descendencia de los Argüello, y por eso ya han comenzado a tejer sus conjuros para destruir a Mario. Zoraida no da crédito a las palabras de la nana; enfurecida, la pone de rodillas y comienza a golpearla con la base de una peineta hasta que la mujer se desploma sobre el suelo, donde la deja mientras se sienta en el tocador para calmarse y seguir arreglándose.

Tercera parte, Capítulo V

Jaime Rovelo regresa a Comitán y le entrega a Zoraida una carta de César. En ella, su marido le cuenta que han estado esperando, día tras día, ser atendidos por el gobernador, pero sin éxito. Muchos otros patrones están en la misma situación, pierden las esperanzas re reunirse con el funcionario y abandonan la ciudad habiendo fracasado. César, sin embargo, no está dispuesto a renunciar a la posesión de Chactajal, por lo que decide quedarse hasta ser atendido. Rovelo le dice a Zoraida que las intenciones de su marido no darán ningún resultado, pero que César es muy obcecado y no da el brazo a torcer. Zoraida entonces le manifiesta sus preocupaciones por su hijo, Mario, y las amenazas recibidas por medio de su nana. Rovelo, cuyo hijo abogado ha tomado la causa de los indios, no consuela a la mujer de su amigo y antes de irse le dice que a los hijos es mejor perderlos de chiquitos.

Tercera parte, Capítulo VI

La narradora recupera del cuarto de su nana las piedras que le había traído de Chactajal y las esconde en su regazo. Luego se dirige a la sala en la que su madre charla con Romelia, la hermana de Francisca y de Matilde que hace poco se instaló en la casa de César. Romelia asegura que Francisa fue hechizada por los brujos para permanecer en Palo María y dedicarse ella misma a la brujería. Zoraida, por el contrario, cree que Francisca se hace pasar por hechicera porque de esa forma mantiene el respeto de los indios y no debe abandonar su rancho. Al fin y al cabo, es la única de todos los patrones de la región que no ha tenido que irse de sus tierras. Zoraida también le pregunta a Romelia, quien cree en la brujería, si los hechizos de los indios podrían alcanzar a un niño blanco, a lo que la mujer responde que sí, con toda seguridad.

Tercera parte, Capítulo VII

Zoraida lleva sus hijos a ver a la tullida que cuida en el barrio pobre. Luego de sentarla y peinarla, le pide que le lea las cartas. La tullida nunca ha hecho una cosa así y quiere negarse, pero Zoraida le explica que lo único que tiene que hacer es prestarle una mano para que ella la mueva y elija las cartas. Totalmente excitada y febril, Zoraida usa este método para sacar la primera carta, que es una espada, signo de penas y dolores que se avecinan. Furiosa, vuelve a mezclar, repite el proceso y saca otra vez una espada. Moviéndose violentamente, Zoraida empuja la mesa y muchas cartas caen al piso: son todas espadas. Entonces, la mujer comienza a gritarle a la tullida, aunque pronto se da cuenta de lo que está haciendo y le pide perdón. La tullida comienza a mover los ojos y a gemir, como si le estuviera dando un ataque, y Zoraida se precipita para ayudar, pero la narradora indica que llega demasiado tarde y la pobre mujer ya los ha abandonado.

Tercera parte, Capítulo VIII

La narradora menciona una pradera en la que piensa volver a encontrarse con la nana, en medio de miles de barriletes que vuelan a ras del suelo, salvo uno, que se eleva hacia el cielo y es el barrilete de su hermano, Mario. Luego recuerda el circo y a la nana que le explica de dónde viene cada persona que ella nunca ha visto. Finalmente, el viento se apodera de la pradera y borra todas las presencias salvo las suyas. La narradora se queda entonces sentada en el prado, dándole la mano para siempre a su nana.

Tercera parte, Capítulo IX

Por la noche, Zoraida lleva a sus hijos a casa de Amalia, donde muchas personas del pueblo están reunidas y esperan la llegada del cura. Como el culto público está prohibido, Amalia presta su casa para encuentros regulares y furtivos con el antiguo párroco de Comitán. Tal como la dueña de casa prometió, cuando el cura llega, alrededor de las diez de la noche, Zoraida es la primera en entrevistarse con él. El cura no la reconoce, puesto que Zoraida no es una feligresa habitual de su comunidad, y cuando esta le explica que viene a pedir su ayuda porque los brujos indios van a comerse a su hijo, el sacerdote entra en un arrebato de cólera y comienza a quejarse de la gente pecadora. Aunque Zoraida trata de apaciguarlo y le dice que no quiso ofenderlo, el cura continúa amonestándola y tratándola de pecadora. Tal como dice, está harto de la gente que hace las cosas por apariencia o por conveniencia, y es evidente que Zoraida se acerca a la religión solo con el objetivo de tranquilizar sus miedos, aunque no le interese realmente el cristianismo. Enojada por la actitud del cura, Zoraida se lleva a sus hijos y regresa a su casa a llanto tendido.

Tercera parte, Capítulo X

X. Después del encuentro con el cura, Amalia convence a Zoraida de que le lleve a sus hijos para que ella los prepare para tomar la primera comunión. Como dice la señora, es necesario confiarse a la Divina Providencia, como hace ella cada vez que recibe en su casa a gente de todas partes, entre las que podría tranquilamente haber un espía del gobierno para acusarla de practicar el culto religioso prohibido. Zoraida acepta la propuesta, y envía a sus hijos con Amalia. En la primera reunión, la catequista les habla del infierno y de todas las torturas que se practican allí a los pecadores. Los niños están aterrados, aunque se tranquilizan un poco cuando Amalia enumera los pecados que no deben comentarse y ellos se dan cuenta de que, en general, no tienen ocasión de cometer ninguno.

Tercera parte, Capítulo XI

Mario y la narradora están jugando con dos muchachas que son sus nuevas niñeras. Cuando termina el juego de las fronteras, la niña propone el juego de los colores, pero una de las niñeras le dice que ese es un juego de pecadores, y luego le cuenta la historia de un niño que, al jugarlo, se encuentra con el demonio y este lo aprisiona y lo obliga a obedecerlo. En la historia, el demonio envía al niño a hacer el catecismo, al mismo tiempo que lo hace cometer todo tipo de travesuras. Así, cuando el niño llega a comulgar, no está libre de pecados. Al recibir la hostia, esta se convierte en plomo dentro de su boca y lo ahoga. Después de la tétrica historia, Mario se niega rotundamente a tomar la comunión.

Tercera parte, Capítulo XII

Se acerca la fecha en la que los niños realizarán la primera comunión. Después de hacerle travesuras al jardinero, los dos entran a la casa y se dirigen al oratorio, donde las criadas están colocando el mantel que su madre acaba de bordar, sola, puesto que Romelia regresó finalmente a la casa de su esposo. Después de colocar el mantel, la madre cierra las ventanas y ordena que se cierre la puerta del oratorio con dos vueltas de llave, así nadie puede entrar hasta el día de la comunión. La narradora, de pronto, y sin pensarlo demasiado, roba la llave que las criadas dejan en la puerta y la esconden en el cofre de las pertenencias de su nana, junto a las piedritas que le trajo de regalo de Chactajal.

Tercera parte, Capítulo XIII

Amalia les enseña el catecismo a los niños y a Mario le cuesta comprender cómo Dios puede estar en todas partes y observar todo lo que sucede al mismo tiempo. Al regresar a su casa, ninguno de los dos desea cenar y terminan acostándose sin haber probado bocado. En su cuarto, Mario les pide a Vicenta y a Rosalía, las nuevas criadas, que dejen una luz prendida, porque le tiene miedo a la oscuridad. Durante la noche, la narradora se despierta en un momento y ve a su madre, que contempla el sueño de Mario desde el vano de la puerta. Más tarde, el grito de Mario despierta a toda la casa. El niño parece estar sufriendo profundamente, y entre sueños habla de la llave que robaron y que tienen que devolver para que no los castigue Catashaná, una representación del diablo.

Tercera parte, Capítulo XIV

El doctor Mazariegos, conocido y amigo de la familia, llega para revisar a Mario, quien yace postrado en la cama de la madre. Aunque el niño no tiene fiebre ni se queja de ningún dolor particular, es evidente que algo lo está consumiendo. Mazariegos solo recomienda a la madre esperar y administrarle quinina, un compuesto que se utiliza para tratar el paludismo. Zoraida está desesperada y no puede concebir que el médico no quiera tratar a su hijo con nada más, por lo que manifiesta su intención de llevarlo a la Ciudad de México. Sin embargo, esto es imposible, ya que el viaje lleva cinco días, y un esfuerzo tan grande sería contraproducente para Mario. El niño, mientras tanto, delira sobre una llave que tiene que conseguir y devolver, y el médico le recomienda a Zoraida que, si sabe a qué se refiere su hijo, lo complazca, puesto que eso puede ayudar a calmar su delirio. Lamentablemente, Zoraida no comprende de qué habla Mario, y no puede hacer nada al respecto.

Tercera parte, Capítulo XV

Tío David se presenta en la casa, llamado por Zoraida para que ahuyente los malos espíritus. Mientras habla con Zoraida, esta prepara una infusión en la que ha colocado un escapulario de la virgen. Se la da a beber a Mario, con la esperanza de que el objeto bendito opere un milagro sobre él. Mientras tanto, Tío David sienta a la narradora en su regazo y le dice que se vaya con él al corazón de Balún-Canán, el lugar donde viven los Nueve Guardianas, y así evitar estar presentes en la caída definitiva de la casa de los Argüello. Pero a la niña aquel hombre le genera asco, por lo que le dice que no puede marcharse con él, puesto que debe quedarse en la casa para entregar una llave.

Tercera parte, Capítulo XVI

César envía una carta a Zoraida en la que le cuenta que durante una barbacoa pudo hablar con el Gobernador y este le dio cita para el día siguiente. Sin embargo, cuando se presentó en el Palacio Municipal, le informaron que el Gobernador había tenido que partir ese mismo día a solucionar un problema con el Presidente. A pesar de ello, César se muestra optimista y piensa que, al regresar, el Gobernador va a recibirlo y solucionarle los problemas. Sobre la enfermedad de Mario, le dice a su mujer que si el médico afirmó que no hay que preocuparse, deben hacerle caso. Seguro es algo pasajero, y el niño se repondrá.

Desesperada por la respuesta de su marido, Zoraida acepta que Amalia traiga al cura, y espera que este pueda interceder y obrar un milagro sobre su hijo. Cuando la narradora escucha que el cura va a venir a la casa, se pone a gritar desesperada para que no lo dejen entrar, porque va a castigar a Mario por pecador.

Tercera parte, Capítulo XVII

Como la narradora sigue llorando y gritando, Amalia se la lleva a su casa y allí la deja con Vicenta, una de las criadas de Zoraida. La niña está desconsolada; piensa que Mario está enfermo porque ella lo ha traicionado y lo ha abandonado para que sufra solo. También piensa que no puede hacer nada, porque si confesara que ella robó la llave, entonces Catanashá, el demonio, se la llevaría a ella y nadie la defendería, puesto que a su madre solo le interesa el bienestar del hijo varón. En un momento, la niña escucha que la anciana madre de Amalia, en sus sollozos, no para de mencionar que desea escapar a Guatemala, y recuerda entonces que Pastora le dijo a su madre que podía venderle el secreto de un cruce seguro para abandonar el país. Con esto en mente, la narradora quiere escaparse de la casa, encontrar a Pastora y cambiarle su secreto por las piedras que trajo de Chactajal para su nana. Sin embargo, cuando intenta salir de la casa Vicenta la retiene, por lo que tiene que abandonar su empeño.

Tercera parte, Capítulo XVIII

Amalia despierta a la niña y le informa que su hermano, Mario, ha muerto. Luego le pone su vestido de luto y la lleva de regreso a su casa, donde la gente ya se ha reunido en el velorio. Allí, Jaime Rovelo la toma en sus brazos y le dice que ahora su padre, César, ya no debe luchar más por la familia, porque su único hijo varón, el que importa, ha muerto. Cuando la llevan frente al cajón de su hermano, la narradora se niega a mirarlo por última vez.

Tercera parte, Capítulo XIX

La narradora no deja de escuchar la conversación de las criadas, quienes interpretan que la muerte de Mario fue un castigo del cielo para la familia Argüello y todos los males que hizo a la comunidad a lo largo de la historia. Cuando Rosalía dice que sabe quién es el culpable de todo, la narradora sale corriendo de la sala, pues tiene miedo de que pronuncien su nombre.

Tercera parte, Capítulo XX

Mientras la vida alrededor vuelve a la normalidad, Zoraida no puede contener su pena y se la pasa encerrada, llorando en su cama.

Tercera parte, Capítulo XXI

Amalia les cuenta a Rosalía y a Vicenta que ella quería ser monja, pero su madre se enfermó justo antes de que ella pudiera tomar los hábitos. De esa situación, aprendió a ofrecerle a Dios los sacrificios que una tiene que hacer en vida, y recomienda que Zoraida actúe igual.

Tercera parte, Capítulo XXII

Llega noviembre y el día de la comida en el panteón. Todas las personas conocidas de Comitán se congregan en el cementerio para compartir, ceremonialmente, la comida con sus difuntos. Zoraida no quiere participar del ritual, pero envía a su hija junto a Amalia. Al llegar a la bóveda de los Argüello, Amalia acepta la petición de la narradora y desciende junto a ella a la cripta, donde la niña puede observar los ataúdes de la estirpe Argüello y un ataúd nuevo, que aun no tiene nombre, en el que descansa su hermano. Al salir de la cripta, la niña pide a sus antepasados que acompañen y cuiden a su hermanito, porque ahora que ha aprendido lo que es estar sola, no quiere que Mario también lo sufra.

Tercera parte, Capítulo XXIII

Al regresar del cementerio, una vez terminada la ceremonia, la niña se cruza con su antigua señorita Silvina, que ahora da clases particulares para los nuevos ricos, y con Tío David, que anda arrastrando su guitarra por la calle. Luego, se topa con una india y corre a abrazarla pensando que es su nana, pero se detiene a medio camino al comprender que se ha confundido, y se queda allí, paralizada, hasta que Amalia la toma en sus manos y la lleva a su casa.

Tercera parte, Capítulo XXIV

Al llegar a su casa, la narradora toma un lápiz y comienza a escribir el nombre de su hermano por todas partes, pensando que Mario ahora está muy lejos y que ella desearía poder pedirle perdón.

Análisis

La tercera parte de la novela regresa a la narración en primera persona que realiza la hija de César y Zoraida, y se concentra en la situación de la familia tras la pérdida de la hacienda y en la muerte de Mario, el hijo varón.

Tras el incendio que destruye Chactajal y obliga a los Argüello a regresar a la ciudad, César intenta recuperar, por medios legales, sus tierras de las posesión de los indios. Para ello, se dirige a Tuxtla y se instala allí, junto a uno de sus amigos terratenientes, que se encuentra en la misma posición que él: Jaime Rovelo. En los capítulos siguientes, mientras en Comitán Mario enferma y muere, César espera pacientemente ser atendido por el gobernador de Ocosingo, sin perder la esperanza de que este hombre, a quien los oligarcas prestaron su apoyo para colocarlo en el poder, recuerde los viejos favores e interceda por él. Tal como lo manifiestan en sus conversaciones, Chiapas es un Estado dentro de México que ha quedado en gran medida aislado del resto del país, marginado por la distancia y la falta de conexiones rápidas con la capital, por lo que las políticas progresistas del cardenismo no se han aplicado con la misma velocidad que en otras regiones, ni con la misma efectividad.

Para Rovelo, el aislamiento de las haciendas de Comitán es un problema, puesto que, dado su carácter periférico y poco importante para la economía del país, el gobernador nunca se preocupará por ellas y no comprometerá su figura política para ayudarlos. Sin embargo, César, en su ingenuidad, se empeña en resaltar el aspecto positivo de estar en la periferia: justamente, como no forman parte del sistema central, cree que al gobierno no le importará que algunas haciendas sometan a los indios y no apliquen las leyes impulsadas por el presidente. Si el gobernador es uno de ellos, comprenderá que en la región es necesario sostener el sistema de patronazgo y hará lo que pueda por devolverles el poder sobre sus tierras. Como se comprueba en los últimos capítulos, es Rovelo quien tiene razón: el gobernador ni siquiera les otorga una entrevista, lo que pone en evidencia que el tiempo de la oligarquía como principal fuerza de influenza en las decisiones del país ha terminado definitivamente, y el panorama socioeconómico es totalmente distinto.

César no puede aceptar el cambio. Al final de la novela, sigue esperando una respuesta del gobernador mientras que en Comitán muere su hijo varón, heredero del nombre Argüello. Con esta muerte y con la derrota política y social del padre de familia, la familia queda destruida, tal como los indios de Chactajal deseaban.

Mientras César está en Tuxtla, en la casa de Comitán se precipitan los eventos que concluirán con la muerte de Mario. En el Capítulo IV, la narradora observa cómo su madre se arregla para salir. Mientras la escucha hablar sola, la niña tiene que permanecer en silencio y moverse sigilosamente para poder espiarla sin que la eche de su cuarto: "Sé que no habla conmigo; que si yo le respondiera se disgustaría, porque alguien ha entendido sus palabras (…). Por eso yo apenas me muevo para que no advierta que estoy aquí y me destierre” (p. 224). Tal es la posición periférica que la narradora ocupa en la familia que, para poder participar de los ritos domésticos, tiene que hacerse invisible.

En este episodio queda claro nuevamente que las relaciones de la niña con sus padres son inexistentes. No hay diálogo entre ellos en ningún momento del texto, no hay referencias a ninguna actividad que hagan juntos (salvo bañarse con su madre en el río en Chactajal), y tampoco hay contacto físico, ni besos, ni abrazos, ni siquiera caricias. Más adelante, cuando Mario enferma, Zoraida manifiesta frente a su hija la poca importancia que esta tiene para ella. En la entrevista con el cura, ante la posibilidad de perder un hijo, ruega que no sea el varón: “Si Dios quiere cebarse en mis hijos… ¡Pero no en el varón! ¡No en el varón!” (p. 246). Criada en este contexto, la protagonista carga desde su tierna infancia con la enseñanza del poco valor que tienen las mujeres en la sociedad y el rol periférico que le corresponde a ella misma en su familia.

Ante la imposibilidad de disfrutar del amor maternal, la niña acude a su nana, y es allí donde se produce la hibridación de creencias y de valores ya mencionada en la primera sección de este análisis: para suplir la vacancia de afecto que le genera su familia, la protagonista adopta la cosmovisión indígena de su nana. La expulsión de la nana de la familia tras presagiar la muerte de Mario no solo es un duro golpe para la niña, que queda desamparada y comienza a perder la conexión que sostenía con un mundo simbólico en el que podía hallar amor y contención, sino que representa también el rechazo definitivo de la familia Argüello de todo el grupo indígena que la está despojando del poder.

Tras el aviso de que los brujos de Chactajal matarán a su hijo, Zoraida no sabe cómo protegerlo y accede entrevistarse con el cura que visita furtivamente la casa de Amalia para presar apoyo espiritual a los feligreses de Comitán. La charla que el sacerdote sostiene con Zoraida pone de manifiesto una vez más la hibridación entre las culturas indígenas y la cultura blanca. Aunque desprecia a los indios, Zoraida teme que los brujos tengan realmente la potencia de matar a su hijo a la distancia; cuando se lo cuenta al cura, este rechaza esa visión mágica y arremete contra la mujer: “Debí figurármelo. Brujerías, supersticiones. Me traen a las criaturas para que yo las bautice, no porque quieran hacerlas cristianas, pues nadie jamás piensa en Cristo, sino por aquello del agua bendita que sirve para ahuyentar a los nahuales y 105 malos espíritus” (p. 244). La actitud autoritaria y violenta que adopta el sacerdote remite a una visión de la religión católica basada en el miedo y en el dolor antes que en el amor y en la piedad. Esto mismo se había podido observar antes, en la primera parte del libro, cuando en el Capítulo XIII la niña acompaña a su madre a limpiar la iglesia y expresa que la imagen de Cristo crucificado le recuerda el cuerpo macheteado del indio que tantas pesadillas le causaba.

La concepción de la Iglesia Católica como una institución de control social y moral se consolida luego cuando los niños son enviados con Amalia para aprender el catecismo y esta los abruma con relatos cruentos sobre cómo se castigan los pecados y cómo el diablo tienta a los niños para condenarlos al infierno: “Con una lentitud casi imperceptible fuimos arrimando nuestras sillas de tal modo que, cuando Amalia nos participó que en el infierno bailaban los demonios bajo la dirección de Lucifer, pudimos cogernos, sin dificultad, de la mano. Estaban sudorosas y frías de miedo” (p. 250). Desde ese día, los niños empiezan a pensar cada cosa que hacen en función de qué tan pecaminosa puede ser, para evitar los castigos que la religión promete, y tal es el miedo de Mario que se niega a tomar la comunión. Este último hecho es el que impulsa a la niña a robarse la llave del oratorio; así no pueden ingresar el día que les toca comulgar.

Para la narradora, tomar la comunión implicaría pasar a pertenecer totalmente al mundo blanco de sus padres, un mundo desamorado que ella rechaza. Por eso, cuando roba la llave, decide guardarla entre los objetos que su nana dejó en la casa, como si se tratase de una forma de aferrarse simbólicamente a su cosmovisión. Sin embargo, este gesto le termina jugando en contra, puesto que su hermano, en las pesadillas que sufre, le reclama la devolución de la llave, y la niña comienza a sentir el castigo inminente de su transgresión. Ante el dilema que se le plantea —elegir entre devolver la llave y comulgar, o mantener la llave escondida y que muera su hermanito— la niña quiere escapar y recuerda que la contrabandista que negocia con su madre dijo que tenía el secreto para el cruce de la frontera. Por supuesto, esta idea escapa a toda posibilidad real de la niña, quien desde su posición carece absolutamente de autonomía. Finalmente, la protagonista no hace nada y su hermano termina muriendo. A nivel micro, la muerte de Mario implica la decadencia definitiva de una de las familias más poderosas de Comitán, mientras que a nivel macro puede ser leída como un indicio de la disolución de la familia patriarcal como estructura social.

Esta pérdida es el evento en torno al cual la narradora termina de organizar sus memorias y concluye su narración. En su nueva situación, la niña queda desamparada, sumida en la soledad y en la culpa, puesto que, en su relato, ella es la responsable de la muerte de Mario. La crisis individual de este personaje, que se mueve en medio de la coyuntura histórica, puede ser leído como un signo de época, puesto que sus causas y su desenlace están estrechamente vinculados a los profundos cambios sociales que están sucediendo en las estructuras sociales de la región de Chiapas, algo que la niña, con sus siete años, no alcanza a ver ni a comprender, pero de los que da inocente testimonio. Una vez muerto Mario y perdida la hacienda de Chactajal, la única herencia que le queda a los Argüello es la memoria familiar, que desde su lugar periférico recibe y comparte la hija anónima.

En la última escena, la narradora toma un lápiz y comienza a escribir el nombre de su hermanito muerto por toda la casa. Así, la historia que comenzó con el relato oral se cierra circularmente sobre el descubrimiento de la escritura, que le permite resguardar y actualizar la memoria.