Balún Canán

Balún Canán Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos I-IX

Resumen

Segunda parte, Capítulo I

César sale a recorrer su finca para mostrársela a Ernesto. Cuando pasan por un chiquero en el que unos niños indios juegan en el barro, César le pregunta a Ernesto cuándo habrá un hijo suyo mestizo jugando con ellos. Esto escandaliza a Ernesto, pero cuando César le cuenta que él tiene mucho hijos con las indias de su hacienda y que es derecho de los señores acostarse con cuanta india deseen, el joven bastardo parece tranquilizarse.

Momentos después, César dice que su hermano, Ernesto, se suicidó porque había gastado toda la plata recibida como herencia y tenía muchas deudas. Como su esposa, una mujer rica de Chiapas, no le dio dinero, el hombre optó por quitarse la vida. Ernesto hijo se muestra decepcionado al conocer la historia, y se pregunta por qué su padre no lo mencionaba en la carta que dejó al matarse. César entonces le dice, parcamente, que no puede esperar algo diferente siendo un hijo bastardo. Para sus padres, los bastardos no valen nada.

Los dos hombres llegan a los corrales que guardan el mejor ganado. Allí, un vaquero enlaza a un novillo para curarle una herida que tiene en una pata. El olor de la creolina utilizada como desinfectante, al mezclarse con el estiércol del corral, asquea a Ernesto, y César se burla de lo poco adecuado que parece ser el muchacho para la vida campestre. Mientras regresan a la casa, Ernesto piensa que la vida de su tío no es la vida de ricos que había imaginado; la familia no tiene ni un palacio, ni servidores vestidos de librea ni se dan grandes banquetes a diario. Más bien, es todo lo contrario: los Argüello viven en una casa vieja, comen comida propia de rancho y son atendidos por criados indios mal vestidos. Así, Ernesto siente que, al fin y al cabo, él está mucho más próximo a formar parte de la familia que si su tío fuera un gran señor refinado. Sin embargo, al llegar a la casa, César se enoja cuando el joven no baja de inmediato a abrir la tranquera y se lo hace saber. Así, con tan solo un gesto, vuelve a quedar claro el lugar subordinado que ocupa Ernesto.

Segunda parte, Capítulo II

Este capítulo está narrado en primera persona por Zoraida, la esposa de César Argüello. Zoraida se queja de que su marido no quiere cambiar los muebles de la casa y recuerda entonces su infancia, marcada por la pobreza. Su madre no paraba de contraer deudas con la promesa de pagarlas cuanto antes, pero nunca lograba reunir el dinero para poder cumplir con su palabra. Durante unas ferias, Zoraida recuerda que consiguió que su madrina le diera cinco pesos para comprar unos choclos (un tipo de zapato) y los usó tanto luego que su amiga, Amalia, se burlaba de ella y le decía que la enterrarían con ellos puestos. Por eso, la niña rezaba a Santa Rita para que cada tanto le convirtiera los choclos en unas botitas, y así poder engañar a sus amigas. Un día, unos hombres llegaron a su casa y embargaron todas sus pertenencias, incluidos los zapatos.

Tiempo después, César Argüello se presentó en la casa de Zoraida y la pidió en matrimonio. La madre de la joven aceptó, contenta de poder casarla con un señor hacendado, y Zoraida fue feliz de poder unirse a un Argüello, aunque la familia de su marido se burlara siempre de su trasfondo humilde. Junto a César, la joven pudo darle una vida digna a su madre y ella también pudo darse muchos lujos. Sin embargo, en el presente la suerte ha cambiado, y su marido ya no le deja gastar más dinero, porque la cosa no está fácil. Zoraida se queja también del trato duro y circunspecto que recibe de César, quien ya no la quiere y sigue con ella solo porque es la madre de sus hijos. Si no fuera por ello, Zoraida está segura de que su marido la habría abandonado. Por eso agradece haber tenido a sus hijos, que son la alegría de su casa, y especialmente a Mario, el hijo varón que asegura la supervivencia del apellido.

Segunda parte, Capítulo III

La familia está congregada en el comedor de la casa grande. César recibe a un grupo de indios a los que les convida cigarros y con los que habla en tzeltal. La relación que parece mantener con ellos es, a la vez, la de un patrón despótico y la de un padre severo pero justo. Esa misma noche, durante la cena, un indio se presenta a la mesa y, sin hacer el saludo correspondiente ante sus patrones, se dirige a ellos en español, lengua que los indios tienen prohibida. El indio se llama Felipe Carranza Pech y viene como representante de su comunidad a preguntar si Ernesto es el maestro que el patrón ha traído de Comitán. César identifica a Felipe; se trata de un indio que abandonó su finca y se fue a trabajar a Tapachula. A él le dice que, efectivamente, Ernesto es el maestro, pero que él no está obligado a poner la escuela, que de eso, si quieren, se encarguen los indios. Felipe le responde que lo hablará con sus camaradas y luego le dará una respuesta, pero que desea que se cumpla la ley y los indios reciban educación.

Una vez que Felipe se marcha, Ernesto se enfrenta a César y le dice que él no piensa darles clases a los indios, que no sabe cómo y que ya en Comitán le dijo que no lo haría. Sin embargo, César no le presta atención y le dice que hará lo que él le diga y punto.

Segunda parte, Capítulo IV

Felipe se reúne con otros indios de su comunidad y los pone al tanto de la situación. Sus camaradas se pasan el cuenco de atole para organizar los turnos de habla y plantean sus dudas y sus miedos: no comprenden bien quién es el presidente y qué poder tiene sobre los patrones de las fincas. Por más que haya una ley que los obligue a poner un maestro y una escuela, ellos saben que el poder de los patrones, mucho más concreto y más próximo, puede imponerse sobre los designios de ese presidente que tanto nombra Felipe. Sin embargo, este último no da el brazo a torcer y termina convenciendo a sus compañeros de construir la escuela. Tata Domingo, que en su juventud supo mucho de construcción, ya está viejo como para hacerse cargo de la obra, y como sus hijos están aliados con el patrón y enemistados con él, Felipe termina proponiendo que en los próximos días saldrá él a conseguir en las fincas vecinas un constructor que los pueda guiar. Luego de aceptar el plan del Felipe, quien se convierte en el líder, los indios beben de la misma botella de aguardiente en señal de compromiso.

La historia luego se concentra en Felipe y en su mujer, Juana, quien ve qué tan cambiado ha regresado su marido después de pasar un tiempo en Tapachula, donde ha aprendido a leer y a escribir y ha conocido a Lázaro Cárdenas, el presidente impulsor de la reforma agraria. Juana no puede tener hijos, algo que le ha ganado el desprecio de su comunidad. Sin embargo, su marido nunca pensó en dejarla por otra esposa que sí pudiera concebir. A pesar de este lazo que los vincula de una forma particular, después del último viaje Juana ve en su marido a un desconocido inflamado por unas ideas que no puede comprender, y muy en su fuero interno desea que la próxima vez que se vaya no regrese más.

Segunda parte, Capítulo V

Zoraida sale con el resto de mujeres de la casa grande a recibir a los custitaleros, los famosos vendedores ambulantes oriundos de Custitali, un barrio de la ciudad de San Cristóbal. Junto a ellos viaja Matilde, la prima de César, que se ha escapado de la casa. Tal como le cuenta a Zoarida, su hermana, Francisca ha enloquecido y se ha convertido en una bruja que realiza hechizos y predice el futuro. Su hermana, Romelia, fue enviada a la ciudad de México, mientras que Matilde decidió quedarse en la finca y fue testigo de la progresión de la locura de Francisca.

En un paréntesis de la narración principal, la voz narradora cuenta que Matilde fue criada por Francisca, ya que la madre de las hermanas murió muy joven. Como Matilde siempre amó incondicionalmente a su hermana, Zoraida comprende hasta qué punto Francisca debe haber perdido el juicio como para alejarla de su lado. Según el relato de Matilde, ahora Francisca vive encerrada en la finca, sin vaqueros que se encarguen de los animales, con la casa toda tapizada de negro y durmiendo en un ataúd. Los indios creen que ha obtenido poderes tras hacer un pacto con un dzulúm, y se presentan en su casa para consultarle sobre el futuro. Cuando Matilde termina de contarle todo esto a Zoraida, las dos mujeres salen de la habitación y se encuentran con Ernesto, que estuvo espiándolas. Esta actitud no sorprende a Zoraida, quien desconfía del hombre por su naturaleza bastarda.

Segunda parte, Capítulo VI

Matilde se suma a la vida de la casa grande, pero trata de no interferir en la vida familiar de su primo. De naturaleza perezosa, la recién llegada se esfuerza por ser de utilidad en la casa y se encarga de administrar el hogar, mientras Zoraida se dedica a otras cosas. En verdad, Matilde tiene miedo de ser un problema para la familia de su primo y ser expulsada de la finca de Chactajal, y por eso trata de pasar desapercibida.

Un día, tras la recomendación de las criadas, Matilde se anima a hablar con César sobre el lugar que está ocupando en la casa. Para hacerlo, le entrega a su primo una botella de aguardiente. Este toma un enorme sorbo en su boca y luego lo escupe sobre el rostro de su prima, una señal ritual de que la acepta como parte de su familia íntima y de que le permite vivir con ellos.

Luego de este episodio, Matilde se integra a la vida familiar junto a sus primos y ya no pasa todo el tiempo con las criadas. Un día, al hacer la cama de Ernesto, le coloca unas hierbas que ha traido consigo debajo de la almohada. Ernesto, que la está espiando, aparece en escena y le dice que ella es una mentirosa y que ha inventado la locura de su hermana Francisca para poder fugarse de su casa y venir a Chactajal, pero que él sabe que en realidad ha venido porque está enamorada de él. Matilde se indigna ante esta idea y le replica que ella jamás se enamoraría de un bastardo. Ernesto queda dolido por esta respuesta y le expresa lo difícil que ha sido su vida de bastardo, despreciado siempre por la sociedad y relegado como un paria. Sin embargo, él está orgulloso de ser quien es, y sabe que ella lo ama. Matilde sigue negándose, y alega también que ella es demasiado vieja, que bien podría ser su madre. Sin embargo, antes de abandonar la pieza, Ernesto se acerca a ella y ambos comienzan a besarse.

Segunda parte, Capítulo VII

El capítulo recoge la escritura poética con la que Felipe narra el inicio de la construcción de la escuela: se trata de una obra que realiza toda la comunidad y comienza con el buen augurio de la tierra en la que se construye.

Segunda parte, Capítulo VIII

El día de Nuestra Señora de la Salud, patrona de Chactajal, los indios se reúnen para festejarlo en la ermita, como dicta una tradición milenaria fusionada con los ritos cristianos después de la conquista. Allí, las mujeres se postran ante las imágenes de santos, lloran y suplican a grito pelado, mientras que los hombres, ebrios de alcohol, se derrumban y lloran hasta quedar inconscientes. Desde la casa grande, la familia de César escucha los llantos y los gritos de la ermita y Zoraida se revuelve, furiosa de que su marido permita aquellos festejos paganos. Sin embargo, como trata de explicarle César, no tiene sentido que prohíba aquel ritual, y mucho menos ante una situación tan delicada con los indios. En ese momento, Ernesto interviene y provoca al dueño de casa, quien le contesta que los indios han construido una escuela y que él pronto tendrá que dedicarse a darles clase, que para eso lo trajo a su finca. Ernesto, furioso, le contesta que él no dará clases a nadie y se va de la mesa.

Poco tiempo después, un jinete llega hasta la casa. Se trata de Gonzalo Utrillo, ahijado de César que ahora trabaja para el gobierno, como inspector agrario. César se lamenta porque nunca trató bien a su ahijado, hasta el punto de que este dejó de visitarlo. Ahora, Gonzalo llega a Chactajal para cerciorarse de que se respetan los derechos recién adquiridos por los indios, y se dirige solo a la ermita, para hablar con ellos en privado. César entonces manda a Zoraida a que busque a Matilde y la envíe allí con una limonada para Gonzalo, con el fin de que su prima escuche la conversación privada. Zoraida, orgullosa, no comprende la intención de su marido y piensa que este la manda a buscar una limonada para humillarla. En ese momento, Matilde llega corriendo y gritando hasta la casa. Agitada, le cuenta a César que estaba en la ermita cuando Gonzalo les dijo a los indios que ahora son libres y que ya no tienen que responder a ningún patrón. Los indios le contaron que estaban levantando una escuela y le preguntaron si podían exigirle al patrón que el maestro comience las clases, a lo que el inspector respondió afirmativamente, aunque les sugirió que no hablaran con el patrón estando ebrios, por lo que mejor esperar al día siguiente. En la casa, César envía a las mujeres a encerrarse y toma sus pistolas, por si los indios llegan sublevados. Al entrar a la casa, Zoraida le pregunta a Matilde qué estaba haciendo en la ermita, pero ella escapa con excusas y rehusa la presencia de la dueña de casa.

Segunda parte, Capítulo IX

Matilde despierta cada día abatida por el sufrimiento y debe enfrentarse a una relaida que solo le produce dolor. Un día, abrumada, sale a caminar por el monte mientras fantasea con la idea de no regresar a la casa grande y morir devorada por algún animal o perderse y ser consumida por el hambre. Mientras anda, su dolor se mezcla confusamente con el deseo de vengarse de Ernesto, quien la ha humillado al poseerla aquel día en que puso las hierbas bajo su almohada. Cuando ya parece haber decidido no regresar, Matilde encuentra a la hija de Zoraida, que llora desconsoladamente contra un árbol, porque quiere regresar a Comitán y estar junto a su nana. Matilde, entonces, no tiene más remedio que regresar a la casa grande —algo que en su fuero interno deseaba, pero que no se atrevía a ejecutar por cobardía— para devolver a la niña.

En la casa grande, la familia Argüello desayuna y César le hace preguntas a Ernesto sobre la escuela, quien las responde con evasivas. Ernesto sabe que su relación con César es la de un subordinado frente a su patrón, y esa asimetría lo llena de rabia. Cuando César le indica, burlón, que debe aguantar hasta que los indios se aburran de la novedad y dejen de ir a la escuela, Zoraida contempla con desdén a su marido y se lamenta de que la familia Argüello haya perdido su antiguo poder y ahora deba andar tratando a los indios con concesiones.

Análisis

En la primera sección se ha dicho que Balún Canán es una novela polifónica, y a partir de la segunda parte esto queda muy claro: los capítulos que componen esta sección presentan varias voces narrativas que se complementan, se corrigen e incluso se contradicen entre sí. Si bien en toda la segunda parte predomina el narrador en tercera persona, existen capítulos enteros narrados por otras voces, como el Capítulo II, que contiene un monólogo de Zoraida, o el VII, que recoge la narración de la fundación de la escuela, hecha por el indio Felipe.

A través de una multiplicidad de voces, la segunda parte de la novela desarrolla los aspectos sociopolíticos que comenzaron a presentarse en la sección anterior: la desigualdad social generada por el ejercicio del poder en diversos niveles —de raza, de clase, de género y de edad—. En el Capítulo 1, las jerarquías sociales de acuerdo a la raza y la clase se hacen evidentes, mientras que en el Capítulo 2, por ejemplo, las desigualdades se abordan desde el género y, más adelante, desde la edad de los personajes. Desde este abordaje, puede afirmarse que las funciones que cumplen las desigualdades en el sistema social y de producción y control de recursos son el elemento clave que organiza todas las anécdotas de la novela.

La figura de César se construye en profundidad en esta segunda parte, y destaca como un verdadero pater familias de la sociedad patriarcal. En las zonas rurales de México a mitad del siglo XX, la sociedad seguía estando organizada mayoritariamente bajo la estructura de la familia señorial-patriarcal, un tipo de familia compuesto, como se ha mencionado anteriormente, en torno a la figura de un padre de familia (el pater familias), que nucleaba a un entorno de parientes a los criados, a los empleados pagos y a los trabajadores impagos, es decir, los indígenas sometidos. Además, a ese núcleo muchas veces también se sumaban los hijos bastardos que los varones tenían con las mujeres de su entorno y que cumplían diversas funciones subordinadas.

En esa estructura familiar, las funciones que cumplía cada miembro estaban determinadas por su grado de simpatía y de proximidad con el pater familias. La jerarquía interna era piramidal: el pater familias y sus valores morales se ubicaban en la punta, mientras que los trabajadores impagos —con todo su universo de valores— se colocaban en la base. La mujer, en estas estructuras, siempre estaba subordinada al hombre, fuera cual fuese el nivel que ocupaba en la pirámide. Así se observa, por ejemplo, en la relación de César con su esposa, Zoraida, pero también en la de Felipe, el indio, y Juana, su mujer, quien además de encontrarse en lo más bajo de la pirámide debe responder de forma sumisa a los mandatos de su marido. La etnia también era una variable fundamental para establecer jerarquías en estas pirámides, ubicándose los llamados blancos siempre sobre los mestizos, los nativos o la gente de color, algo que se observa, por ejemplo, con el bastardo blanco Ernesto, que se ubica sobre otros bastardos mestizos.

En el Capítulo 1, mientras Ernesto pasea con César, estas estructuras de dominación y sometimiento se manifiestan de formas diversas. En primer lugar, César señala a los niños indígenas que juegan en el lodo y bromea con Ernesto, preguntándole cuándo habrá hijos suyos mestizos haciendo lo mismo. Ante el escándalo de Ernesto, César expresa: “¿Qué te extraña? Yo. Todos. Tengo hijos regados entre ellas” (p. 78), y luego el narrador agrega: “Les había hecho un favor. Las indias eran más codiciadas después. Podían casarse a su gusto. El indio siempre veía en la mujer la virtud que le había gustado al patrón. Y los hijos eran de los que se apegaban a la casa grande y de los que servían con fidelidad” (p. 78). Así, la violación de mujeres subordinadas a la casa grande, al patrón, no solo está naturalizada, sino que se observa como algo positivo, que eleva el valor de la mujer indígena ante los ojos de otros indios. Esta forma de ejercer el poder da cuenta del racismo profundamente enraizado en la sociedad y del nivel de sometimiento que sufren los indios, quienes tras tantas generaciones sirviendo a un patrón blanco terminan por hacer propio el discurso y las posiciones morales de los opresores. Esto queda claro, por ejemplo, en la forma de pensar de Ernesto, quien “se enorgullecía de la sangre Argüello. Los señores tenían derecho a plantar su raza donde quisieran. El rudimentario, el oscuro sentido de justicia que Ernesto pudiera tener, quedaba sofocado por la costumbre, por la abundancia de estos ejemplos que ninguna conciencia encontraba reprochables” (p. 78).

Ernesto es un bastardo, hijo del hermano de César y de una mujer del pueblo. Como su madre no es de ascendencia indígena, siente orgullo de pertenecer a los blancos, algo que le facilita una posición superior en la jerarquía familiar. Sin embargo, el no ser un hijo legítimo es una mancha que lo atormenta profundamente, pues él desea a toda costa pertenecer a la casta de señores, como César, su tío, con quien sostiene una relación tensa y problemática.

César, por su parte, adopta a Ernesto dentro de su casa, pero lo ubica siempre en el lugar periférico de un sobrino bastardo y le niega la igualdad en la posición social y en el ejercicio del poder dentro de Chactajal. Si no fuera por su origen, Ernesto podría compartir con César la herencia de la familia. En el caso de los hijos bastardos, son las desigualdades impuestas y sostenidas por la moral religiosa las que superan a las desigualdades de clase, etnia o género. Incluso Matilde, la prima de Ernesto, ostenta una posición superior dentro de la familia, aunque se trate de una mujer y sea tan solo la prima de César. Como ella le hace ver, la mancha de ser bastardo no puede borrarse, y será uno de los factores que termine conduciendo a Ernesto a su propia muerte.

Contrapuesto al lugar que ocupa Ernesto en la jerarquía familiar, el Capítulo II contiene un monólogo de Zoraida en el que la mujer se queja de los tratos recibidos por su marido. Zoraida se ubica, junto a su esposo, en la punta de la pirámide. Sin embargo, al ser mujer, está subordinada a la figura masculina y en verdad es muy poca la autonomía que ostenta. Zoraida se siente cómoda en su rol, hasta que su esposo comienza a flaquear en su posición de pater familias: cuando César comienza a dar muestras de debilidad, su esposa lo critica y arremete contra él. A su vez, Zoraida es la primera en despreciar y manifestar todo el odio que le tiene a los indios, por lo que se hace evidente que se trata de una figura totalmente funcional al esquema patriarcal. Este odio furioso contra la cosmovisión indígena es algo que aleja aún más a la niña protagonista de su madre. Los valores de la familia patriarcal se evidencian aún con mayor fuerza cada vez que Zoraida se desvive por su hijo varón, Mario, mientras que no demuestra ningún afecto por la niña. Esto se analizará en profundidad en la tercera parte de la novela.

La irrupción de Felipe en la novela, a partir del Capítulo III de la Segunda parte, ilustra el estado de las tensiones que la reforma agraria está generando entre los terratenientes y las poblaciones indígenas. Felipe es un indio que ha vivido en Tuxtla, ha aprendido a leer y a escribir e incluso se ha entrevistado con Lázaro Cárdenas. Al regresar a Chactajal, no le es difícil convertirse en el líder y guía de su pueblo, y fomentar entre ellos la perspectiva socialista con la que busca el progreso social de los suyos. Es él quien habla de igual a igual con César, e incluso se atreve a hablar en español en la casa grande, algo que está tácitamente prohibido para la población indígena y que genera el rechazo inmediato en Zoraida: “Zoraida se replegó sobre sí misma con violencia, como si la hubiera picado un animal ponzoñoso. ¿Qué descaro era este? Un infeliz indio atreviéndose, primero, a entrar sin permiso hasta donde ellos están. Y luego, a hablar en español” (p. 95). Como los dueños de casa notan, Felipe llama a sus acompañantes indígenas “camaradas” (p. 95), un término que automáticamente remite al comunismo, que en aquellos años se construía como una amenaza al sistema capitalista occidental, y contra el que tanto luchó la oligarquía terrateniente en toda Latinoamérica.

Felipe es un personaje verdaderamente interesante y complejo, puesto que en él se conjugan las tradiciones ancestrales y la cosmovisión indígena con una mirada moderna y con la ideología socialista impulsada por el gobierno de Cárdenas. Así, intenta impulsar a su pueblo para que escape de la opresión del patrón, desea la educación de los niños de su comunidad y el progreso social, a la vez que mantiene con sus pares los ritos propios de su cultura. Por eso, Felipe le exige al patrón, sabiendo que el gobierno y la ley están de su lado, el comienzo de las clases, y moviliza a sus compañero para construir la escuela. Este gesto es paradigmático para toda la población indígena y va acompañado de un texto que lo recoge y guarda su memoria. El relato de la construcción de la escuela se convierte en un mito fundacional más dentro de la novela, como el relato de los Argüello y el epígrafe al inicio de la historia: “«Esta es nuestra casa. Aquí la memoria que perdimos vendrá a ser como la doncella rescatada de la turbulencia de los ríos. Y se sentará entre nosotros para adoctrinarnos. Y la escucharemos con reverencia. Y nuestros rostros resplandecerán como cuando da en ellos el alba». De esta manera Felipe escribió, para los que vendrían, la construcción de la escuela” (p. 123).

En este pasaje, los indígenas se han apropiado de la tecnología de la escritura como un instrumento para conservar vivo el relato de su propia historia. En él no se recrea el modelo tradicional (como se ha visto en el texto de los Argüello) para instaurar el nuevo orden de la conquista sob re el territorio, sino un acto de apropiación sobre una tecnología propia de occidente que, en la cosmovisión indígena, tiene un poder especial: el de otorgarle a un hecho validez legal. Lo que queda escrito, lo que está registrando, en el imaginario de la cultura oral de los indígenas de Chactajal, cobra un estatus de verdad que los ampara.

La fundación de la escuela implica, al menos idealmente, la integración de la población indígena de Chactajal a la cultura nacional en pleno desarrollo y su participación plena en los asuntos sociales, sin intermediarios de un patrón blanco. Como se verá en la sección siguiente, este es el elemento clave que desata el enfrentamiento definitivo entre los patrones y el pueblo indígena de Chactajal.

Cabe destacar un último episodio de esta sección que pone de manifiesto los cambios sociales que están siendo fomentados por el cardenismo: la llegada de Gonzalo Utrilla, un ahijado de César que tiene un cargo en el gobierno como inspector agrario, y cuyo deber es inspeccionar que el patrón cumpla con los nuevos edictos presidenciales en lo que respecta al trato de sus empleados. El enfrentamiento entre Gonzalo y César implica un desafío doble a la autoridad, porque Gonzalo representa, al mismo tiempo, a los desposeídos y a la ley del gobierno. César desprecia a su ahijado y el trabajo que realiza en el Estado, pero cuando se lo manifiesta, este le contesta con una frase contundente: “Por fortuna, ya no son sus tiempos, don César. Suponiendo que las cosas no hubieran cambiado. El gobierno me da de comer. En cambio, de los ricos nunca he merecido nada” (p. 131). La frase no solo hace una generalización sobre el carácter de los ricos, sino que se dirige también y directamente a César, su padrino, quien nunca le dio ni un regalo a su ahijado. Cuando César trata de reanudar la vieja relación patriarcal que lo unió al joven, los intentos son inútiles; Gonzalo es ahora inspector del gobierno y eso le da una agencia sobre su padrino a la que este no puede oponerse. Ante el representante de la nueva estructura social, César se encuentra solo, sin el apoyo de su familia ni de sus empleados, y así comienza la caída de los Argüello.