“El mar, aunque ondulado en largos listones de oleaje, parecía fijo y estaba alisado en la superficie como plomo batido que sea enfriado y fraguado en el molde del fundidor” (p.85) (Símil)
El mar es comparado en más de una ocasión por el narrador, por su aspecto metálico, con el plomo. Por un lado, por su brillo y lo homogéneo de su textura en ese momento y, por el otro, por cierto estatismo. La imagen es curiosa debido a esto último. El oleaje, siempre dinámico, se equipara a la dureza del plomo. Esto se repite más adelante, en forma de la metáfora “océano plomizo” (p.141) donde, inclusive, además de estático, el mar resulta “difunto”: “En la lejanía, fuera del influjo de la tierra, el océano plomizo parecía extendido y emplomado, su curso acabado, el alma partida, difunto” (p.141).
“Al Santo Domingo lo habían peloteado de aquí para allá vientos contrarios (...). Como un hombre perdido en un bosque, más de una vez había duplicado sus propias huellas” (p.104) (Símil)
Luego de describir la deriva desesperante del Santo Domingo, "casi sin tripulación, y casi sin lona y casi sin agua, y a intervalos entregando nuevos muertos al mar" (p.104), el narrador la compara con la deriva de un hombre perdido en el bosque. Es tal la desorientación del barco "engatusado las corrientes o cubierto de las algas durante las calmas" (ibid.) que, de forma hiperbólica, el narrador la asimila a la del hombre que pasa una y otra vez sobre sus propias huellas en el bosque.
“Algo de sus viejos temores retornó. Ah, pensó con bastante gravedad, esto es como la fiebre palúdica: porque se haya ido, no se sigue que no vaya a volver” (p.142) (Símil)
La fiebre palúdica es una enfermedad infecciosa provocada por un mosquito y que puede residir de modo silencioso en el cuerpo, sin síntomas y a riesgo de repetirse. Por esto mismo, el narrador compara los miedos de Delano, asumidos o latentes, con esta enfermedad. Delano parece curado de estos miedos, pero constantemente hay situaciones difíciles de explicar que vuelven a despertarlos.
“Se le cruzó fugazmente la idea de que tal vez amo y criado, con algún propósito desconocido, estuvieran representando (…) algunos juegos malabares frente a él” (p.158) (Metáfora)
Efectivamente, la idea de que el vínculo entre Babo y Cereno tiene algo de forzado y sobreactuado no es errada. Delano percibe que ambos actúan. El narrador habla de esta actuación, posiblemente debido a cierta dificultad y tensión que siente entre ellos, a través de la metáfora de los malabaristas, que no son otra cosa que expertos en el equilibrio; en este caso, el equilibrio de verdades y falsedades que despliegan frente a él.
“Piense tan solo como se paseaba usted por esta cubierta, como se sentaba en este camarote, con cada pulgada del suelo minado en panales bajo sus pies” (p.207) (Metáfora)
Al final, Cereno, al explicarle todo lo que sucedía en el barco amotinado a Delano, utiliza la metáfora del campo minado. De este modo intenta mostrarle a su colega cómo se sentía al dar cada paso a bordo, es decir, al conversar con él, al responder a sus preguntas por el estado de la embarcación o por los acontecimientos que los llevaron hasta ahí. Un paso en falso podía traerles a ambos capitanes “una muerte explosiva”: "De haber deslizado yo la más mínima insinuación, hecho el más mínimo avance hacia un entendimiento entre nosotros, la muerte, una muerte explosiva, suya y mía también, habría puesto fin a la escena" (p.207).