Benito Cereno

Benito Cereno Resumen y Análisis Parte 5 (pp.173-210)

Resumen

El bote de Amasa Delano está listo y, sin embargo, Benito Cereno se demora en salir a cubierta a despedirlo. Por mostrar buena educación, al menos por última vez, el estadounidense se acerca al camarote de Cereno. Sin embargo, el español apenas se levanta para saludarlo. Delano se marcha, con la reflexión de que “después de las buenas acciones la conciencia de uno nunca está agradecida, por más que pueda estarlo la parte beneficiada” (p.175). Sale inquieto, bajo la mirada fija del enorme Atufal, que vigila la puerta. Una vez en cubierta, la naturaleza y la vista de su propia embarcación lo devuelven a la tranquilidad.

En el acto de colocar el pie en la escalera de descenso hacia el bote, Delano escucha su nombre: es Benito Cereno, que repentinamente sale a cubierta a despedirlo. Delano vuelve y estrecha su mano con la de Cereno en señal de amistad. A su vez, Babo sostiene como muleta a su amo. El esclavo parece ansioso de querer terminar la escena, y Cereno parece estar fuertemente trastornado. Una vez en la borda, Cereno parece no querer soltarle la mano. Abochornado por lo extraño de la situación, Delano pone un pie en el bote y recién ahí se desembaraza de Cereno, quien lo despide con un afecto inusitado.

Cuando, una vez en el bote, Delano ordena desatracar, Benito Cereno salta al bote y cae a sus pies. Luego comienza a gritar hacia el Santo Domingo cosas ininteligibles para Delano y su tripulación. “Este pirata conspirador pretende asesinarnos” (p.177), dice el oficial del bote a su capitán Delano. Sin embargo, el que salta también al bote es Babo, con una daga en la mano. En principio, parece querer asesinar a Delano, pero, en el tumulto, el estadounidense se da cuenta de que el objetivo es su propio amo. Finalmente, Babo es detenido y amarrado.

Cuando Delano levanta la vista hacia el Santo Domingo, ve que los esclavos se encuentran sublevados. Blanden hachuelas y cuchillos, feroces. Con la intención de escapar, cortan el cabo de la embarcación. Entonces, la lona que cubría el mascarón de proa cae, revelando el macabro esqueleto de Alejandro Aranda, atado a modo de mascarón de proa.

En botes, salen los hombres de Delano a dar caza al Santo Domingo. Una vez muerto Atufal, el último de los negros que sabía comandar el navío, el barco de esclavos queda a la deriva. Al virar, la luna ilumina el esqueleto de Aranda, que, con un brazo extendido, parece pedir ser vengado. “¡Seguid a vuestro jefe!” (p.184), grita el primer oficial de Delano, y los botes van al abordaje. En pocos minutos, el Santo Domingo es capturado.

Tras dos días de refacciones, ambos barcos atracan en Concepción, Chile, y, de allí, se dirigen a Lima, Perú. Ante los tribunales se somete la situación a consideración y juicio. Benito Cereno declara en ese juicio todo lo sucedido. De no ser por la confirmación de Delano, el relato hubiera sido desestimado por el tribunal, según lo que ellos mismos dicen, por resultarles completamente inverosímil. Pero, gracias a tener un testigo que da fe de los hechos, la declaración de Cereno es asumida como veraz.

A continuación, la novela presenta la transcripción de la declaración en primera persona de Benito Cereno ante el tribunal, en la que relata los hechos sucedidos a bordo del Santo Domingo, desde el motín hasta su liberación, gracias a la participación de Amasa Delano.

Luego de la declaración, el narrador repone algunas de las conversaciones que Delano y Cereno tuvieron tiempo antes, en el viaje de Concepción a Lima, en el cual ataban cabos propios del relato de cada uno y se iban explicando mutuamente las sensaciones que habían tenido durante aquel día y medio antes de la liberación.

Poco tiempo después de la llegada a Lima, y de la declaración de Cereno, Babo es llevado a la horca. Su cuerpo es incinerado y su cabeza exhibida sobre una pica en la plaza, orientada hacia la iglesia de San Bartolomé, en la que descansan los restos de Alejandro Aranda. “Tres meses después de que el tribunal prescindiera de él, Benito Cereno, llevado en andas dentro de su féretro, efectivamente siguió a su jefe” (p.210).

Análisis

La carencia de liderazgo en Benito Cereno se posiciona como uno de los primeros y primordiales cuestionamientos que, en su interior, Delano dirige hacia el capitán español al abordar por primera vez el Santo Domingo. Mientras que en tierra firme, la apreciación de esta cualidad puede ser relativa en los hombres, en alta mar resulta complicado que un capitán no exhiba de manera innata y evidente las cualidades de liderazgo para la tripulación, y, en este caso, los esclavos.

La falta de liderazgo de Cereno, según Delano, es la responsable de diversos problemas a bordo, incluyendo el comportamiento inadecuado de los esclavos y la tripulación, la deriva del barco y la gestión deficiente de los recursos. En contraste, Delano, en diversas y sutiles ocasiones, demuestra ser un capitán excepcional, observando cómo sus órdenes son seguidas sin objeciones y cómo reina el orden y la armonía en el Bachelor’s Delight.

En esta parte del relato, justamente en medio del clímax, al iniciarse la persecución del Santo Domingo por parte de los botes de Delano, aparece el esqueleto de don Aranda a contraluz y con el brazo extendido:

Con mástiles crujientes, viró pesadamente hacia el viento, y la proa, balanceándose despacio, quedó a la vista de los botes con su esqueleto reluciendo a la luz horizontal de la luna y arrojando sobre el agua una gigantesca sombra estriada de costillas. Un brazo extendido del espectro parecía hacer señas a los blancos para que lo vengaran (p.184).

La inscripción en tiza que reza “Seguid vuestro jefe” (p.90) es repetida por el primer oficial de Delano al iniciar el asalto al barco de esclavos sublevados. Esta referencia al "jefe", escrita por los amotinados, refería a Aranda, el difunto dueño de los esclavos, y sugería que seguirlo llevaría al resto de la tripulación y a Cereno al mismo destino mortal que él.

Pero, además, hay otros liderazgos implícitos en el texto, que tienen que ver con la organización entre los esclavos. En Babo, el insoportablemente fiel esclavo, se esconde el verdadero líder del movimiento a bordo. Es él quien comanda las acciones en el Santo Domingo y quien da las instrucciones a Cereno bajo amenaza. Es él también quien se lanza al bote, al final, para matar al español. Su cabeza es la que se exhibe, luego, en una pica frente a la Iglesia de San Bartolomé. Todo esto eleva las cualidades de Babo por sobre lo que Delano espera, debido a sus prejuicios raciales, de un esclavo negro. El final del texto, inclusive, deja deliberadamente abierta la posibilidad, mediante la ambigüedad, de que el verdadero jefe de Cereno sea Babo:

Unos meses después (...) el negro enfrentó su mudo fin (...). La cabeza, aquella colmena de sutileza, fijada sobre una pica (...) a través de la plaza miró a la iglesia de San Bartolomé, en cuya cripta dormían entonces (...) los huesos recobrados de Aranda. (...) tres meses después de que el tribunal prescindiera de él, Benito Cereno, llevado en andas dentro de su féretro, efectivamente siguió a su jefe (p.210).

El símbolo de la espada que Cereno supuestamente lleva consigo es el de un liderazgo que no es tal. Al verlo por primera vez, Delano había dicho: “El español llevaba (...) una espada esbelta, con montura de plata, colgada de un nudo en el fajín; esta última complemento casi invariable, más por utilidad que por adorno, de la ropa de un caballero sudamericano hasta el día de hoy” (p.105). La espada parecía simbolizar en ese momento el liderazgo a bordo del español. Pero Delano descubre que “La vestimenta, tan minuciosa y costosa, que llevaba el día de los acontecimientos narrados, no se le había puesto por propia voluntad” (p.209). Era Babo quien había decidido de qué modo debía mostrarse Cereno, pomposo, ante el recién llegado estadounidense. El símbolo revela, hacia el final, su verdadera naturaleza: “La espada con montura de plata, aparente símbolo de mando despótico, no era en realidad una espada, sino el espectro de una espada. La vaina, atiesada artificialmente, estaba vacía” (ibid.).

Volvamos un poco sobre la imagen del esqueleto bajo la luz de la luna. El conjunto de imágenes sórdidas que impregna el texto culmina en esta, la mayor de las expresiones del horror en la novela: el cuerpo del dueño de los esclavos, don Aranda, se encuentra atado en la proa del barco como su mascarón. La luna baña los huesos y los hace brillar, y el brazo suelto del muerto parece señalar en una dirección que el narrador interpreta como voluntad de venganza. Los prejuicios racistas de Delano, que lo llevaban, curiosamente, a creer que ningún esclavo es capaz de este tipo de acciones macabras, se ven ahora refutados. El esclavo es capaz de desollar un hombre, de atarlo a la proa, de negar la dimensión sacra del cuerpo muerto y utilizarlo en pos de amenazar con una imagen brutal al capitán blanco del barco.

A través de estas imágenes, la resolución del enigma y la caracterización del esclavo negro, muchas veces se ha interpretado Benito Cereno como una novela maniquea en la que los blancos encarnan el bien y los negros el mal. Según esta perspectiva, los africanos a bordo del Santo Domingo simbolizan la "negritud", la depravación moral en términos abstractos. Al final del relato, cuando Cereno menciona que "el negro", refiriéndose a Babo, ha proyectado su sombra sobre él, sugiere la presencia del mal dentro de la naturaleza humana, representada por el color negro.

Cabe mencionar que, a partir de los años sesenta y, cada vez más, en las décadas subsiguientes, esta interpretación dualista de bien y mal en la novela ha sido objeto de un escrutinio crítico progresivo. La nueva lectura más pregnante propone que, en lugar de retratar a los negros como encarnaciones del mal, Melville presenta un relato que revela un intento de alcanzar la libertad. El narrador describe, explícitamente, en dos ocasiones, el deseo de Babo y sus seguidores, de navegar hacia Senegal u otro país donde no sean objeto de persecución racial.

El mal en Benito Cereno se percibe, en última instancia, como un mal de acciones, no de personas. Tanto blancos como negros cometen actos violentos, como se evidencia en la comparación entre la exhibición del esqueleto de Alejandro Aranda y, al final, la cabeza sin cuerpo de Babo en una pica. Se podría argumentar que los blancos demuestran ser aún más depravados, ya que sus acciones están motivadas por intereses económicos, mientras que los negros actúan en busca de la libertad y el retorno a su tierra. Esta reinterpretación aborda la complejidad del texto y se distancia de la visión simplista y maniquea que erróneamente se le atribuyó a la novela de Melville.

También la reputación de Benito Cereno ha variado de una época a otra. Muchas veces, estas oscilaciones tuvieron que ver con las apreciaciones con respecto al tópico racial en el texto. Muchos críticos de mediados del siglo XX y algunos contemporáneos consideran que Benito Cereno se trata de una alegoría del bien y del mal, en la que el optimista y simple estadounidense, el capitán Amasa Delano, representa el bien; el tramposo Babo representa el mal; y Benito Cereno representa un alma atrapada entre ambos, plenamente consciente de la lucha moral que se desarrolla ante él. Los defensores de este punto de vista suelen considerar Benito Cereno un relato bien ejecutado, aunque consideran racista el tratamiento de los esclavos africanos y tienen reservas con respecto al hecho de que Melville eligiera a un esclavo africano para representar el mal.

Sin embargo, la anterior es una interpretación de tantas. El narrador, apegado al punto de vista de Amasa Delano, por su focalización, no puede sino tener una postura de extrañamiento ante el comportamiento de Babo y los esclavos. Sin embargo, atribuir las reflexiones del narrador a la postura ideológica de Melville ante la esclavitud y el racismo es dar un paso sin sustento en la interpretación. Lecturas contemporáneas sugieren que es preciso traer a la luz lo que también se está narrando, más allá de los prejuicios ideológicos del narrador. Esto es: la rebelión de un cargamento de esclavos y su voluntad, irracional, signada por el desconocimiento del mar y la navegación, de volver a Senegal. Bajo esta lectura, ver el mal encarnado, en lugar de la desesperación por recuperar la libertad, es más un efecto de lectura que algo narrado por el relato en sí. En todo caso, esta ambigüedad moral es un elemento más que explica el profundo interés que la obra ha tenido y sigue teniendo para sus lectoras y lectores.

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