Benito Cereno

Benito Cereno Resumen y Análisis Parte 4 (pp.150-172)

Resumen

Mientras caminan hacia el tumbadillo, una especie de buhardilla del camarote grande, Delano busca comprender semejante capricho de su interlocutor por afeitarse: “Juzgó más que probable que la ansiosa fidelidad del sirviente tuviera algo que ver con el asunto” (p.149).

Delano repara en la habitación de Benito Cereno. El desorden lo sorprende, al igual que la variedad de cosas que hay allí. Babo comienza a quitarle la corbata a su amo: “Hay algo en el negro que, de manera peculiar, lo hace apto para ocuparse de la persona de uno” (p.152), dice el narrador, focalizado en los pensamientos de Delano, y agrega: “Delano les tomaba el gusto a los negros, no por filantropía, sino por cordialidad, igual que otros hombres a los perros de Terranova” (p.153).

Babo enjabona la garganta y el bigote de Cereno, que se estremece ante la presencia cercana de la navaja. Delano “no pudo resistir, al ver a los dos en esa postura, la extravagancia de ver en el negro a un verdugo y en el blanco a un hombre en el tajo” (p.154). Luego, no puede evitar hacer un comentario sobre el hecho de que estén usando como cobertor la mismísima bandera de España.

Luego, conversan sobre los vendavales. Ante un comentario de Delano que sugiere que la historia de cómo llegaron a estar varados tanto tiempo en el archipiélago es algo estrafalaria, Babo corta apenas la garanta de Benito Cereno. “Mire, amo, usted tembló así” (p.156), le dice. En ese momento, Delano piensa en Cereno como un pobre tipo que apenas puede ver sangre y se castiga a sí mismo por haber sospechado que quería matarlo.

Amasa Delano sale un poco a cubierta, separándose de Cereno. Ve salir también a Babo, con sangre en su mejilla. Babo dice haber sido cortado por Benito Cereno, en represalia por el accidente de más temprano. “Nada más que una especie de riña de enamorados” (p.160), se dice a sí mismo Delano.

Por la noche cenan, uno a cada punta de la mesa. Babo se para detrás de Delano, y este atribuye el gesto del esclavo al hecho de que, de este modo, puede observar mejor a su amo en caso de que necesite algo. El estadounidense se impacienta un poco, porque debe conversar en privado sobre los costos de algunas cosas que ha brindado a la embarcación, y sobre las cuales debe rendir cuentas a su jefe. Sin embargo, Cereno le deja en claro que Babo, además de su esclavo, es su confidente. Algo molesto, Delano sigue hablando.

Momentos después, desde el tumbadillo, divisan que hay oleaje. Entusiasmado, Delano se ofrece a entrar el barco en dirección al puerto y sale hacia cubierta. El enorme Atufal aparece, y también Babo, que ayuda dando indicaciones a los negros en su papel original de capitán de los esclavos.

Cuando ya se encuentran cerca los botes, Benito Cereno le dice a Delano que él no abordará su barco. Delano, ya cansado de los rechazos de Cereno, no insiste.

Análisis

Si bien las actitudes de Cereno inquietan a Delano y lo irritan, poco a poco el estadounidense va comprendiendo la lógica de estos intercambios y cómo responder ante él. La interrupción del diálogo por una afeitada en un horario preciso resulta estrafalaria. Sin embargo, Delano parece adjudicar todo a la “ansiosa fidelidad” (p.149) de Babo y no a la conversación que estaban teniendo, en la cual Delano señalaba una incongruencia en el relato de Cereno.

En el tumbadillo, Delano toma una actitud contemplativa. La descripción del lugar es metódica y minuciosa. Se trata de una cabina ligera que antes había alojado a oficiales, pero ahora se ha convertido todo en un solo gran espacio. Además, repara en el “desorden de raros accesorios” (p.150). Luego, el narrador recurre a la enumeración de lo que se ve alrededor, lo que evidencia lo errático de la organización del espacio: arpones, candelabros, misales, crucifijos, aparejos de pesca, insignias de colores, peines, cepillos se encuentran desperdigados aquí y allá. Una cosa detiene la mirada de Delano, el sillón en el que va a sentarse Cereno para recibir su afeitada: “Un gran sillón deforme que, provisto de una tosca horquilla de barbero en el respaldo operada a tornillo, parecía una grotesca máquina de tormento” (p.150). Nuevamente, entra en la escena la estética gótica, tradición de gran popularidad en Occidente, que en la literatura priorizaba los espacios sórdidos, oscuros y atemorizantes. Con todo, la percepción de Delano del sillón, como un dispositivo de tortura, no parece menos que un presagio a la luz del desenlace de la novela.

El texto confronta a dos capitanes de diferente índole, un español monárquico, católico, enfermizo y sombrío, con un estadounidense demócrata, protestante, generoso y abierto. Muchas veces, las diferencias entre ambos parecen, desde el punto de vista de Delano, recaer sobre esta diferencia entre el hombre anglosajón y el hispánico, dejando de lado cualquier otra explicación. El capitán Cereno parece representar el poder monárquico español. En su calidad de capitán del barco Santo Domingo, representa a ese poder político, puesto que es la máxima autoridad en el navío: es, si se quiere, el rey en ese barco. Es por esto que la sorpresa de Delano al ver el estandarte español ser utilizado como bata para afeitarse lo escandaliza por dentro. En momento alguno, sin embargo, manifiesta semejante sorpresa. Más bien, se limita a hacer una broma cómplice al respecto: “Caramba, don Benito, es la bandera de España lo que está usando aquí. Es bueno que sea solo yo, y no el rey, el que ve esto (...) Da lo mismo, supongo, mientras los colores sean alegres” (p.155). Más adelante, luego de la afeitada, el estandarte de España terminará “hecho un bollo y arrojado de vuelta en el armario de las banderas” (p.159).

A pesar de los comentarios jocosos, la percepción del sillón como un aparato de tormentos trae aparejados más pensamientos en esa dirección en la mente de Delano: “No pudo resistir, al ver a los dos en esa postura, la extravagancia de ver en el negro a un verdugo y en el blanco a un hombre en el tajo” (p.154). Si bien para Delano estas son “fantasías grotescas que aparecen y se desvanecen en un suspiro” (ibid.), tienen su correlato en las reacciones de Cereno. Por ejemplo, luego del comentario bromista de Delano sobre la bandera de España, “Benito sufrió un estremecimiento desvanecedor” (p.155).

Finalmente, en el momento en que Delano le dice abiertamente a Cereno que su relato tiene mucho de inverosímil, por un movimiento del español o del esclavo (Delano no logra precisarlo), Babo le saca sangre a Cereno. “Pobre tipo” (p.156), piensa Delano, y atribuye, una vez más erróneamente, la perturbación de Cereno a razones equívocas: cree que el español no tolera la vista de la sangre. Esta escena es una de las más icónicas del relato. La tensión es máxima. Delano siente que ambos, amo y esclavo, están actuando para él, representando, con un propósito desconocido, un “juego de malabares” (p.158) en su presencia. Aunque deshecha este pensamiento, como todos sus pensamientos suspicaces, el lector ya no es inocente al respecto. Algo sucede, y los murmullos y el secretismo entre Babo y Cereno, más adelante, y luego entre Babo y otros personajes, lo confirman.

La irritación de Delano para con Babo va en aumento. Al mismo tiempo, baja poco a poco su apreciación de la fidelidad del esclavo en esta segunda mitad del relato: “Maldito sea este tipo fiel” (p.196), se dice a sí mismo. Todos los intentos de hablar a solas con Cereno son frustrados. Más que a Cereno, el esclavo parece perseguir, en todo momento, a Delano. Sin embargo, Delano descarta sus intuiciones y se mantiene inocentemente a la sombra de estas posibilidades amenazantes.

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