Ceremonia secreta

Ceremonia secreta Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

La joven y Leonides entran en la casa, que se describe como una mansión solitaria, oscura, con olores nauseabundos. Hay muchos muebles y objetos de un pasado de esplendor que ya no existe. Luego, se dirigen hasta el dormitorio de la madre de la joven, una habitación con muebles de lujo y vista a la calle. A través de la ventana, Leonides observa la imagen de San Miguel de Arcángel y todo le parece absurdo.

Confundida y desconcertada, Leonides busca una manera de salir de esa situación incómoda. Sin embargo, la joven repite una extraña palabra -"Múa"- y luego desaparece rápidamente, dejando a Leonides sola en la habitación. Esta decide esperar y ver qué pasa a continuación. Mientras espera, revisa el cuarto y se detiene a observar unas fotos. Al hacerlo, ve una que le llama la atención, ya que aparece una mujer muy parecida a ella posando junto a la muchacha. Entonces, Leonides cae en la cuenta de que la joven la confunde con su madre fallecida.

La joven regresa con una bandeja y un desayuno muy opulento. La señorita Leonides siente de pronto un hambre voraz y engulle sin preocuparse por las buenas maneras. Durante este momento de deleite, Leonides experimenta una conexión y simpatía hacia la joven desconocida. Una vez que ha terminado de comer, Leonides se siente optimista y con deseos de conversar. Sin embargo, la joven se lleva la bandeja y la deja sola nuevamente. Leonides se acomoda en una silla y reflexiona sobre la extraña situación en la que se encuentra, pero siente una oleada de abnegación y bondad en su interior.

Luego, la joven le lee un poema. Leonides se duerme y, cuando despierta, cree que todo ha sido una pesadilla. No obstante, más tarde se toma una copita de licor y decide probarse los vestidos de la difunta. De pronto, se escuchan golpes en la puerta: llegan dos mujeres, Encarnación y Mercedes. Leonides le ruega a la joven que no diga que ella se encuentra allí, pero la chica no le responde y baja para recibir a las visitas. Las dos señoras son amigas de su difunta madre y le reclaman a la joven que no le deje flores en la tumba. Se descubre que el nombre de la chica es Cecilia. Las señoras le ordenan a Cecilia que les haga el té y esta obedece. Mientras tanto, Leonides, que observa todo escondida, ve cómo roban cosas de la vitrina y se indigna. Después del té, se retiran. Luego, Cecilia corre hasta el cuarto donde está Leonides y le dice que las señoras creen que ella (refiriéndose a su madre) está muerta.

Análisis

El ingreso en la casona de Suipacha significa la entrada definitiva al universo gótico. En la primera descripción del interior, aparecen muchos de los elementos de dicha imaginería: espacios amplios y laberínticos, muebles antiguos, olor a humedad y encierro, oscuridad y penumbra, rayos de luz que se filtran por una claraboya y el ruido de la madera que cruje, entre otras cosas. Aquí Denevi introduce el primer elemento paródico: la casona no está en un lejano páramo desértico -como suele suceder en el género gótico- sino que se ubica en pleno centro de Buenos Aires, en una zona comercial y en medio de dos tiendas.

Por otro lado, la casa guarda en su interior otro universo: el maravilloso. Siempre de forma paródica, el autor vuelve a apelar a la intertextualidad con el género maravilloso para graficar el idilio que atraviesan Leonides y Cecilia. Como antes fue el "hechizo" de su primer encuentro, esta vez aparece un mundo que obedece a otras normas, diferentes a las del mundo real. La habitación de la madre de Cecilia -cuyo nombre es Guirlanda y se revelará luego- se presenta como el lugar de lo maravilloso: además del lujo y la comodidad, es donde las protagonistas están "a salvo" del mundo exterior y la realidad hostil; así, Leonides disfruta de toda la devoción de Cecilia, autoconvencida de que se trata de su propia madre. A su vez, Cecilia vuelve a tener a su madre. Esa habitación es -como indica uno de los tópicos del género maravilloso-, el lugar donde lo imposible puede suceder y donde no rigen las leyes de lo real.

Por otra parte, en este capítulo se hace mucho más evidente el tema del doble y el dualismo. En el gótico, las identidades múltiples funcionan como un cuestionamiento a las ideas del pensamiento iluminista del siglo XIX, que conciben al hombre como un ser racional y unívoco. Frente a esto, la literatura fantástica -y la gótica en particular- se vuelca hacia lo sombrío, lo irracional y lo siniestro, entre otros tópicos, y los hace funcionar, de manera crítica, por medio de figuras como el doble o el autómata. En Ceremonia secreta, Leonides descubre que Cecilia la ha confundido con su madre y acepta representar ese papel. Así, su personalidad empieza a escindirse. Y esto ocurre justamente en el lugar de lo maravilloso: el dormitorio de Guirlanda. Allí, Leonides se topa con una foto de su “doble” (p. 36) junto a Cecilia, que apenas después la mira a los ojos, imitando la actitud de la niña de la imagen. El narrador se encarga de acentuar este dualismo: “Durante unos minutos las cuatro mujeres se estudiaron” (p. 36), afirma. Luego, insiste con una interpelación al lector: "(¿Comprenden? Una mujer que parecía escapada de un álbum de fotografías del año 1920 contemplaba la fotografía de una mujer que parecía escapada del año 1920 y la hallaba anticuada (...)" (p. 36).

La revelación de que Cecilia la ha confundido con su madre muerta (y que la actitud de Cecilia se debe a eso y no a un sentimiento genuino hacia ella) significa una decepción para Leonides: "La vulgaridad de esa explicación la defraudó. Había esperado otra cosa, menos fácil, más enrevesada" (p. 37). Además, da pie a un nuevo guiño a otro género literario, el policial, que se irá inmiscuyendo de manera paródica a medida que avanza la trama. Leonides -anticipando su rol de investigadora- anhela un enigma más complejo, observa indicios y busca interpretarlos. Sin embargo, no quiere aceptar la verdad: la compañía y el afecto de Cecilia, que vienen a paliar su soledad, son fruto de un error. A pesar de esto, el narrador rápidamente se encarga de aclarar que Leonides accede a ser su doble: “(Al pasar cruzó una mirada con la Leonides del espejo de luna, las dos se encogieron de hombros, lanzaron una breve risa y, puestas de acuerdo, se separaron)” (p. 40). De ese modo, la temática del doble funciona -aquí bajo la forma de la especularización- como garantía del cumplimiento de los deseos (Freud, 2009), en el sentido de que Leonides se entrega a la representación de Guirlanda frente a la amenaza de la pérdida de ese paraíso que se le ha presentado en Suipacha 78.

En esa última cita, además, aparecen dos de los motivos que más se reiteran: los ojos/la mirada y la risa/la sonrisa. Estos se vuelven parte de un juego casi histérico que se da entre Leonides y Cecilia, con ambas involucradas en un complejo proceso de identificación, afectadas por el temor a la pérdida y la desesperación por evitar la soledad. Al igual que con Leonides, el mecanismo del doble funciona en Cecilia, pero a través de la figura del autómata, que puede considerarse otra variante del tópico de la locura y lo siniestro (Freud, 2009). La conducta, los movimientos, las expresiones y las reacciones de Cecilia son maquinales, como de alguien que genera la duda de estar entre lo viviente y lo animado artificialmente. Ella también comporta una “fisonomía siniestramente dual” (p. 41), centrada en su cabeza y su rostro, específicamente a través de sus ojos y su boca: pasa de la joven afectiva y servicial a la chica paralizada y aterrorizada, de la felicidad frenética a la congoja desmedida, y viceversa. Así la define Leonides: “Pobre muñequita, pobre loquita.” (p. 41). Pero aunque Leonides se muestra dominante, la locura y la dualidad se hacen carne en las dos, porque ambas quieren evadir la soledad y la depresión. Y en ese cuarto encantado es posible. Allí, vuelven a sentir algo, aunque ese algo bordee lo irracional.

Al día siguiente, Leonides, sin poner en riesgo su “identificación hipostática” (p. 46) (Ver Glosario) con Guirlanda Santos, y mientras se asume a sí misma en ese rol, hace honor al género policial y realiza una observación más minuciosa de la conducta de Cecilia y la dinámica de la vida en la casa. Así, por ejemplo, se revela que no están las alhajas de Guirlanda, un detalle que más adelante se convierte en indicio. Además, en su observación, Leonides empieza a advertir la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra Cecilia. Justamente, el episodio que se produce hacia el final del tercer capítulo viene a confirmar este supuesto. Un elemento externo -la visita de Encarnación y Mercedes- suspende el encantamiento del parodiado mundo maravilloso en el que se encontraban Leonides y Cecilia. De hecho, es en este momento que el narrador revela el nombre de Cecilia, mientras las dos amigas de su madre le cuestionan su comportamiento y abusan de ella, frente a los ojos de Leonides, que espía -investiga- escondida en la parte alta de la casa. Cuando la visita termina, Leonides y Cecilia se reencuentran en el dormitorio, recomponen el hechizo y, en una escena siniestra, se mofan juntas de que esas “dos viejas canallas” creen que Guirlanda/Leonides está muerta.

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