Resumen
Capítulo 6
La señorita Leonides, disfrazada de Anabelí Santos, vuelve a su casa. Está agotada después de representar la larga escena frente a Encarnación y Mercedes. Se derrumba en su cama y mira fijamente un rosetón en el techo. Entre sueños, oye la voz de Anabelí Santos, que le habla. Anabelí le reprocha a Leonides haber dejado a Cecilia, quien ha sido abusada y robada. Anabelí le reprocha a Leonides alejarse de Cecilia como han hecho otros, que también la han utilizado y luego la han abandonado. Anabelí defiende a Cecilia. Dice que después de tres años cuidando a su madre moribunda, no tiene muchas oportunidades en el mundo y solo trata de encontrar compañía y amor. Así la atrapó Fabián, quien la traicionó. A pesar de eso, Cecilia, alejada de los peligros del sexo y la carne, ha permitido el amor puro de Leonides. Anabelí critica a Leonides por rechazar a Cecilia y la acusa de estúpida.
Entonces, la señorita Leonides abandona su habitación y corre al tranvía. Llega a la casona y encuentra a Cecilia en la puerta, esperándola. Ambas se abrazan y entran juntas en la casa. Leonides, en el papel de Guirlanda, le dice que ha visitado a un médico famoso y que está curada. Le habla sobre el futuro en el que podrán salir y disfrutar de la vida, pero Cecilia se ve afectada repentinamente y vomita. Leonides la lleva a la habitación y la acuesta. Leonides comprende algo en ese momento, pero no se aclara qué.
Capítulo 7
Pasan varios meses y llega el verano. Leonides y Cecilia pasan tiempo juntas, salen de paseo y van al cine. Su relación se fortalece y disfrutan de su tiempo. Leonides viste diferentes colores y ha engordado, pareciéndose aún más a Guirlanda Santos. Leonides y Cecilia festejan la Navidad con un banquete y se divierten mucho. Sin embargo, poco a poco, algo empieza a deteriorarse. El rostro de Cecilia muestra ambigüedad; momentos de alegría y desesperación. Esto causa angustia a Leonides, quien intenta consolarla.
Al final del verano, Leonides pasa la mayor parte del tiempo con una Cecilia aterrada que escucha "un rumor de pasos". La señorita Leonides trata de tranquilizarla, pero Cecilia teme lo que está por venir. Ella sabe que cuando las pisadas se detengan y alguien llame a la puerta, tendrá que despertar y salir, sin poder volver atrás. Cecilia también sabe que está embarazada y que ni ella ni su bebé sobrevivirán al parto. Llega la noche de carnaval y las pisadas se detienen. Cecilia despierta en la cama de su madre y ve a una desconocida vestida y peinada como su madre: ya no reconoce a Leonides. Cecilia empieza a recordar lo sucedido. Pregunta si va a tener un hijo, luego pregunta por Belena y las demás personas, pero Leonides le dice que ya no están. Cecilia se da cuenta de que no le queda mucho tiempo. Al borde de la muerte, le pide a Leonides que escuche su relato.
Cecilia narra cómo un día tres hombres jóvenes irrumpieron en su casa, la golpearon y la arrastraron mientras saqueaban y consumían alimentos. Luego la encerraron en su habitación, abusaron de ella y se marcharon. Durante el episodio, Cecilia, ya trastornada, escuchó a los hombres hablar en la habitación de su madre. En esas conversaciones, ellos hablaban de Belena, a quien conocían, y se revela que tenían un acuerdo para matar a Cecilia y repartirse el botín, ya que Belena cobraría la herencia. Pero los hombres traicionaron a Belena, robando las joyas y el dinero y dejaron viva a Cecilia. Esta le cuenta a Leonides que ella no conoce a ningún Fabián: Belena usó una foto de su exmarido para inventarle un supuesto novio, y la carta encontrada fue plantada para despistar. Leonides le pide que le diga dónde encontrar a Belena. Cecilia no lo sabe, pero le pide que la busque y se la traiga. Finalmente, muere.
Leonides, comprendiendo todo, decide vengarse. Organiza un funeral para Cecilia y su bebé; dispone para ello de un aviso fúnebre que hace publicar en el diario. Colocan a Cecilia y al niño en dos ataúdes, en una capilla ardiente dispuesta en un cuarto de la casa. Leonides permanece junto a una ventana en un estado de letargo, rezando en silencio. Finalmente, llega Belena y entra en la casa. Leonides la llama y ella se da vuelta, pero antes de que pueda reaccionar, siente un dolor agudo y cae al suelo, perdiendo el conocimiento. Leonides se dirige al dormitorio de Guirlanda Santos, deja un estilete en la repisa de los libros, se cambia la ropa ensangrentada, se pone su vestido negro y sale de la casa sin apagar ninguna luz ni cerrar ninguna puerta.
Análisis
Después de esa gran actuación en la casa de Encarnación y Mercedes, Leonides se muestra exhausta, y entonces su desdoblamiento -y su locura- escalan. Sus diferentes personalidades asumen por sí mismas el control de sus pensamientos y dan lugar a un monólogo reflexivo para evaluar la información que ha recabado:
Así, Anabelí Santos le decía:
—Leonides, está bien. Has descubierto que Cecilia tuvo un embrollo de esos que tanto te disgustan. Las oíste, ¿eh?, a las dos cotorras. Y ahora tú trazas una raya y escribes el resultado: Cecilia es esto, Cecilia es aquello (...), haces como los demás. Como la madre, como Fabián, como Belena, como todos. Se acercan a Cecilia, abusan de ella (unos de una manera, otros de otra) y luego huyen.
(p. 76)
Leonides reflexiona a través de Anabelí. Hace autocrítica sobre las convicciones y los prejuicios de la Leonides solitaria, desconfiada y egoísta. Lo que dice Anabelí es cruel y áspero, pero sensato: “Durante treinta años peregrinar entre rechazos (...). Leonides, eres una estúpida” (p. 78). Le recuerda lo triste que era su vida anterior y, en contrapartida, subraya que Cecilia la espera. En ese momento, el narrador -a través de los pensamientos de Leonides- sentencia: “Anabelí Santos, ya es suficiente” (p. 78). La señorita Leonides recobra el protagonismo y emprende el regreso a la casona. Cuando está llegando, ve a Cecilia esperando en la puerta, lo que activa nuevamente el mecanismo de las múltiples personalidades, y ahora ella es también Guirlanda Santos: “Leonides Arrufat, Anabelí Santos, Guirlanda Santos, las tres simultánea y alternativamente ríen y lloran y besan a Cecilia” (p. 80). El reencuentro y el reingreso a la casona de Suipacha 78 constituyen el momento en el que Leonides y Cecilia se reincorporan al mundo encantado y, de ese modo, reactivan la parodia del maravilloso en Ceremonia secreta.
Esta vez, el tiempo de lo maravilloso se extiende por algunos meses, con Leonides definitivamente en el papel de Guirlanda. Sin embargo, poco después, la lucha entre la razón y la locura se centra en Cecilia, cuya faceta de joven radiante y feliz por haber recuperado a su madre va perdiendo terreno frente a la de una niña aterrorizada que espera un final trágico. De hecho, es en este momento que anticipa su muerte y la del bebé que lleva en el vientre, para luego “despertar” del largo sueño en el que ha estado y desconocer, por primera vez, a la señorita Leonides.
Aquí, Denevi da un nuevo giro a través del narrador, que adopta el punto de vista de Cecilia. Ahora es ella quien se muestra segura y dominante frente a una Leonides temerosa de perderlo todo. Cecilia cuenta la verdadera historia sobre Belena y sobre su violación, señalando ese instante como el momento de escisión de su yo: “Los oía hablar. No, ella no. Los oía su cabeza. Pero su cabeza se le había desprendido del cuerpo” (p. 86). Y luego: “Sobre su cuello se injertaba una cabeza artificial, una vibrátil cabeza de fetiche que se movía y hablaba por sí sola”. De ese modo, con base en ese traumático episodio, se entiende mejor la comparación de Cecilia con una muñeca o una marioneta, ya que es parte de la asociación del personaje con la figura del autómata.
A partir de la muerte de Cecilia y de las revelaciones finales -que permiten reconstruir el crimen y bajan el telón del acto policial-, el narrador retoma su lugar en los pensamientos de Leonides y afirma: “Todo quedaba, pues, en claro” (p. 88). En la lógica paródica que propone Denevi en este relato, que todo el tiempo oscila entre lo siniestro y lo grotesco, esta sentencia terminará de dar sentido a todo lo ocurrido y a lo que falta, que es el plan que idea y ejecuta Leonides para tomar venganza.
De ahí que, a la inversa de lo que haría el investigador racional de los policiales, la señorita Leonides acomode las piezas y encuentre la fundamentación de todo en el transcurrir de una ceremonia secreta de la que “nunca sabremos quién es el relojero, si Dios o nosotros” (p. 88), y de la que, además, le toca protagonizar el rito final: dar muerte a una “mala” mujer, una de “esas mujeres que se besan con hombres en los paseos públicos y cuando te ven con tu soledad y tu sombrero se ríen provocativamente. Esas mujeres son siempre bellas, altas, dueñas de sí mismas” (p. 77). Y todo esto tiene lugar, por supuesto, en el marco de la parodia, en una escena gótica que tiene como telón de fondo el carnaval: mientras la calle está de fiesta y llena de gente, una mujer (Leonides) que espera rezando junto a una ventana en una enorme y solitaria casona antigua, tiene la mirada clavada en otra mujer (Belena), que se acerca entre la multitud; esta entra en la casa, donde hay un doble funeral -de una madre y su bebé-, observa los ataúdes y, tras escuchar su nombre, es asesinada a sangre fría por la otra mujer, de una puñalada en el pecho.