Divinas palabras

Divinas palabras Resumen y Análisis Jornada Segunda, Escenas I-V

Resumen

Escena primera

La segunda jornada comienza en Lugar de Condes, un viejo caserío donde vive Marica del Reino, quien desde el día anterior está esperando que Mari-Gaila le lleve el carromato con el Idiota. Marica del Reino conversa con una vecina; afirma que si Mari-Gaila aún no le llevó el carromato es porque debe estar bebiendo por ahí y llevándolo de feria en feria para conseguir limosnas.

Escena segunda

Esta escena está situada debajo de unos árboles, cerca de la feria de Viana del Prior. Mari-Gaila se une a un grupo de mendigos y delincuentes que están allí pasando el tiempo. Lleva su carromato consigo. Uno de los mendigos, el Ciego de Gondar, afirma que ella, para juntar limosnas, muestra las partes íntimas del Idiota. En lugar de negarlo, Mari-Gaila dice que son tiempos en los que no hay dinero.

Luego, todos conversan acerca de cuáles son las mejores ferias para sacarle dinero a la gente. El Ciego de Gondar constantemente quiere tocar a Mari-Gaila, mientras que ella lo rechaza una y otra vez. Aparece El Peregrino, un desconocido al que invitan a comer con ellos, y quien lo único que tiene es una piedra que utiliza como almohada. Mientras cenan aparecen unos guardias preguntando por El Conde Polaco, un delincuente muy buscado, pero nadie tiene ninguna información.

Escena tercera

Esta escena sucede en la feria en Viana del Prior. Mari-Gaila toca la pandereta y pide limosnas. Aparecen Miguelín y El Compadre Miau, quien ahora lleva un parche en el ojo. Además, viene con su pajarito, llamado Colorín. A pedido del Compadre Miau, el pájaro saca para Mari-Gaila un papelito de la fortuna, que dice que su destino es el de la mujer hermosa. A partir de entonces, El Compadre Miau y Mari-Gaila comienzan a coquetearse. Finalmente arreglan para tener un encuentro más tarde.

Escena cuarta

Pedro Gailo y Marica del Reino se encuentran a la salida de la iglesia de San Clemente. Marica del Reino le reclama a su hermano porque no le llevaron el carromato. Pedro Gailo afirma que lo tiene su mujer y que no volvió a su casa. Entonces Marica del Reino le dice que su mujer le es infiel y que él no tiene honor, ya que deja que ella haga lo que quiera. Tras una larga conversación, Pedro Gailo se quiebra y acepta la deshonra de su mujer. Afirma que la única opción que tiene es matarla y se lamenta, ya que el asesinato lo convertirá en un pecador.

Escena quinta

Mari-Gaila, El Compadre Miau —que ahora se llama Séptimo Miau— y Coimbra caminan por la playa. Séptimo Miau intenta estar cerca de Mari-Gaila, abrazarla. Ella lo rechaza y le recuerda que hasta hace poco él estaba con otra mujer (Poca Pena). Séptimo Miau le dice que Poca Pena se suicidó, así como él se suicidará si Mari-Gaila no corresponde a su amor.

Luego entran en una garita abandonada. Allí Mari-Gaila encuentra un naipe en la arena: el 7 de espadas. Séptimo Miau afirma que el naipe significa que debe dormir con él. Ella le pregunta si él no es el Conde Polaco, al que buscaban los guardias, pero él asegura que no. Luego, comienzan a besarse. Mari-Gaila afirma que se entrega a él, que él es su negro.

Análisis

Un punto fundamental sobre el que aún no nos hemos detenido y que aquí, en la segunda jornada, se vuelve central, es el de los nombres. Por un lado, hemos visto que hay dos personajes que cambian de nombre sin ninguna explicación. En la escena primera de la primera jornada, el farandul se llama Lucero. En la siguiente escena, Lucero ya se llama El Compadre Miau, y en la segunda jornada pasará a ser Séptimo Miau. Pero además de Lucero, esto también aparece en Poca Pena, de quien se dice en las didascalias que también se llama Julia, Rosina, Matilde o Pepa la Morena, dependiendo de en qué lugar esté.

En este caso, Valle-Inclán modifica los nombres de los personajes de acuerdo al rol que están cumpliendo en la trama, y a qué característica los identifica en ese momento. Lucero, nombre que remite a Lucifer, aparece al principio, precisamente, como compadre de Satanás. Luego, se convierte en El Compadre Miau cuando se presenta como compadre de Miguelín El Padronés. Finalmente, se llamará Séptimo Miau justo antes de que Mari-Gaila encuentre el siete de espadas que él utilizará como presagio de que deben tener relaciones sexuales. Además, la variedad de nombres de este personaje y su cambio constante remite a Satanás, de quien la Biblia afirma que tiene mil nombres. El caso de Poca Pena es más sencillo: su cambio de nombre de acuerdo al lugar en el que se encuentra da a entender que es una mujer que se dedica a realizar actividades ilegales (delincuencia, prostitución), y que modifica su nombre constantemente para evadir la ley.

Por otro lado, hay un juego con los nombres en el modo de presentar los diálogos. Por ejemplo, el hijo de la Reina se llama Laureano, y los personajes se refieren a él de este modo. Sin embargo, el nombre con el que se lo presenta en cada línea de diálogo es El Idiota. Lo mismo sucede con Bastián de Candas, el alcalde, que aparece introducido como El Pedáneo. En este otro caso, simplemente, Valle-Inclán busca generar un efecto cómico. Ninguno de los personajes llama Idiota a Laureano, aunque todos hacen uso y abuso de su discapacidad, ya sea para ganar dinero o para divertirse. Esa “idiotez” que nadie nombra aparece explícita en sus líneas de diálogo. En relación con Bastián de Candas, sabemos que se llama así por las didascalias, pero en contraste a ese nombre solemne (nuevamente, la utilización del contraste para generar un efecto cómico), en sus líneas de diálogo aparece nombrado simplemente por su función: “El Pedáneo”.

Por último, otro punto fundamental en lo que se refiere a los nombres es la referencia a la monarquía que aparece en Marica del Reino, Juana La Reina y Pedro del Reino (otro nombre que tiene Pedro Gailo), es decir, en los personajes principales de la obra. Nuevamente, el contraste entre lo que podemos asociar a los lujos de la monarquía y la miseria en la que viven estos personajes funciona para producir un efecto cómico. Pero además, gran parte de la crítica coincide en que Valle-Inclán no solo retrata a su manera la zona gallega de fines de siglo XIX y el horrible modo de vivir de sus habitantes, sino que también pretende denunciar sutilmente la decadencia y la corrupción moral de los gobernantes españoles de su época, profundamente ligados a la monarquía. Uno de esos modos sutiles de denuncia radica en ponerle nombres monárquicos a los corrompidos personajes principales de la obra.

Lo que, en definitiva, encuadra los tres juegos realizados por Valle-Inclán en relación con los nombres es, nuevamente, la oposición al realismo. En esta corriente, los personajes tienen una identidad marcada, con una psicología profunda que determina quiénes son, cuáles son sus funciones. En el esperpento de Valle-Inclán, los personajes cambian todo el tiempo, no tienen una identidad definida. Podemos decir, simplemente, que no son.

Por otro lado, en estas primeras cinco escenas de la segunda jornada, además de reaparecer la avaricia y la pobreza como temas principales, aparecen otros fundamentales de la obra, como la lujuria. En la escena tercera, el Ciego de Gondar —otro personaje vulgar con nombre solemne— quiere constantemente tocar el cuerpo de Mari-Gaila, habla sobre la “firmeza de sus partes” y la intenta convencer para tener relaciones sexuales, aunque ella lo rechaza. A quien no rechaza Mari-Gaila es a Séptimo Miau. Apenas están solos en la playa, él también intenta tocar su cuerpo una y otra vez, y aunque ella se niega varias veces, al final accede, sin importarle su condición de casada.

Así, la lujuria se une con el adulterio, tema principal de la escena cuarta, en la que Pedro Gailo es convencido por su hermana de que Mari-Gaila le es infiel, y él es un “cornudo” indigno que debe tomar alguna represalia. Entonces, aparece otro pecado capital que resulta central en la trama: la ira. Pedro Gailo decide que va a matar a su mujer apenas regrese a su hogar.

Otro aspecto interesante de estas escenas se encuentra en la aparición de El Peregrino, un personaje que, en principio, parece diferenciarse de los demás: no demuestra ningún tipo de maldad e, incluso, se muestra piadoso, en relación profunda con Dios. No tiene alimento, y solo viaja con una piedra que utiliza como almohada. Pero luego se descubrirá que El Peregrino es, en realidad, el Conde Polaco, aquel terrible criminal que buscaban los guardias, y que, para escapar de la ley, comer y beber gratis, hace gala de una falsa piedad y devoción, al estilo de Tartufo, el personaje de Molière.

Como vemos, la trama de la obra está constituida por una cadena de acciones negativas, falsas, crueles, que conducen hacia el horror. Valle-Inclán presenta el mal absoluto sin censurarlo ni ofrecer ninguna solución. Sus personajes están al margen de toda humanidad, al margen de la civilización. Viven siguiendo el dictado de sus instintos, sin respetar los mandatos religiosos máximos: los pecados capitales. En este sentido, es importante destacar que todos los personajes, excepto Lucero (quien se reconoce desde el principio fiel compañero de Satanás), evocan una y otra vez a Dios como si fueran sus fieles servidores. He aquí otra crítica de Valle-Inclán a la sociedad gallega (y española) de la época: la falsa devoción.