Divinas palabras

Divinas palabras Resumen y Análisis Jornada Tercera

Resumen

Escena primera

La tercera jornada comienza en la casa de Pedro Gailo y Mari-Gaila. Se escucha el canto proveniente de la calle de unos muchachos que se burlan de Mari-Gaila por ser adúltera. Pedro Gailo le dice a su mujer que es merecedora de ese castigo y más, incluso.

Llega Marica del Reino con el carromato y el Idiota muerto. Pedro Gailo, Mari-Gaila y Simoniña, que acaba de aparecer, se oponen a que les deje el cadáver. Discuten acerca de quién tiene la culpa por la muerte del Idiota hasta que, finalmente, los Gailos aceptan quedárselo. La Tatula, que llegó justo antes de Marica del Reino, les propone que se pongan con el carromato en la puerta de la iglesia y que, en solo tres días, van a juntar el dinero para el entierro.

Escena segunda

Mari-Gaila y La Tatula conversan a escondidas en la parte trasera de la casa. La Tatula le dice que la envió Séptimo Miau para concertar un encuentro entre ellos en algún lugar retirado. Mari-Gaila acepta la invitación. Antes de que La Tatula parta para darle la respuesta a Séptimo Miau, pasa por la carretera la Guardia Civil llevando a El Conde Polaco, el delincuente que buscaban hace tiempo, y que finalmente era aquel Peregrino que vagaba usando una piedra de almohada y haciéndose pasar por hombre decente.

Escena tercera

Esta escena sucede en las afueras de la iglesia de San Clemente. Simoniña, con el carromato y el cadáver del Idiota, pide limosna para el entierro. Distintas viejas pasan y hacen referencia al olor putrefacto. Simoniña discute con Séptimo Miau acerca del comportamiento de su madre. Ella la defiende, mientras que él le dice que Mari-Gaila estaría mejor si estuviera con él. Luego Simoniña discute acerca de la decencia de las mujeres con una costurera. Le dice que, en realidad, todas las mujeres son decentes mientras están lejos de la tentación.

Aparece Pedro Gailo en escena. Coimbra hace un baile en dos patas y luego le estornuda en la sotana. Pedro Gailo y Simoniña acusan a Séptimo Miau de tener un pacto con el diablo, y de tener un ojo menos por maleante. Séptimo Miau se levanta su parche y muestra que, en realidad, tiene ambos ojos, y que si lleva uno tapado es porque él, en realidad, ve demasiado. Pedro Gailo afirma que el diablo se rebeló a Dios, precisamente, por ver demasiado.

Llega La Tatula y le da la respuesta de Mari-Gaila a Séptimo Miau. Séptimo Miau le pregunta dónde hay un cañaveral por allí cerca para utilizarlo como lugar de encuentro.

Escena cuarta

La cuarta escena se desarrolla en el campo, con el río de fondo y las vacas pastando. Miguelín El Padronés, subido a una piedra, llama a la gente haciendo señas de todo tipo. La gente se acerca y descubre lo que Miguelín quería mostrarles: hay un hombre y una mujer teniendo relaciones sexuales sobre la hierba.

En ese momento, el hombre escapa. Alguien propone que lo persigan, pero una mujer dice que el hombre puede hacer lo que quiera, que la que debe comportarse como corresponde es la mujer. Mari-Gaila sale al camino, los perros tironean de su falda. Intenta escapar, pero la gente la persigue. Le exigen que baile semidesnuda. Finalmente, la atrapan y Mari-Gaila se ve obligada a bailar. Sin embargo, la gente no se conforma. La suben a un carro y se la llevan.

Escena última

Iglesia de San Clemente. Llega el carro con Mari-Gaila desnuda. Le dicen a Pedro Gailo que la encontraron teniendo relaciones sexuales en medio de la naturaleza. El sacristán, humillado, se refugia dentro de la iglesia. Mari-Gaila, desnuda completamente, sale del carro. Pedro Gailo, entonces, vuelve para ayudarla.

La gente se ríe de él por ser “cornudo”, pero él cubre a su mujer y grita: “¡Quien sea libre de culpa, tire la primera piedra” (p. 135). La gente se sigue riendo. Entonces, Pedro Gailo dice la misma frase, pero esta vez en latín. La multitud, mágicamente, apaciguada por las divinas palabras, se va de la escena. La cabeza deforme del Idiota aparece flotando como si fuera un ángel. Mari-Gaila entra en la iglesia desnuda y conducida por Pedro Gailo, como si el templo sagrado fuera su refugio.

Análisis

Un tema fundamental que aborda la obra, sobre todo en esta tercera jornada, es la misoginia. Es importante destacar que Divinas palabras fue escrita hace más de un siglo, en una época en que el sometimiento de la mujer por parte del hombre estaba totalmente naturalizado, no solo en Galicia sino en el mundo entero. Sin embargo, a través de su mirada cínica y profunda, Valle-Inclán logra desnaturalizar todos los aspectos de la idiosincrasia gallega, y encuentra en la misoginia una de sus miserias constitutivas. Como no puede ser de otro modo, la crítica al machismo y a la misoginia gallega aparece en la obra a través de la tragicomedia.

Ya en la primera y la segunda jornada hemos visto, por ejemplo, cómo Mari-Gaila es manoseada constantemente por El Ciego de Gondar y cómo Pedro Gailo afirma que debe matar a Mari-Gaila por ser adúltera y, acto seguido, intenta cometer adulterio con su propia hija. En la tercera jornada, ese machismo, que forma parte del ambiente social de la obra, crece hasta volverse central para el desenlace de la trama. Ya no aparece solamente en los diferentes personajes, de manera individual, sino que es el pueblo unido quien ejerce el sometimiento hacia la mujer, quien se hace cargo de castigarla. ¿Y quién será la mujer castigada por el pueblo? Por supuesto, Mari-Gaila. La única que, según el relato de diferentes personajes, es realmente atractiva y talentosa.

Ese castigo popular está presente en toda la tercera jornada. La escena primera comienza con el canto de los “rapaces” en las afueras de la casa de Mari-Gaila: con sus coplas se burlan de ella por andar “bailando” por ahí. Su marido, Pedro Gailo, en lugar de defenderla, afirma que ella merece aún mucho más castigo que ese canto popular burlesco.

Esta afirmación es, sin dudas, premonitoria de lo que sucede en la escena cuarta: Miguelín descubre a Mari-Gaila teniendo relaciones sexuales en medio del campo y llama a la gente para que vaya a observar el espectáculo. Cuando la multitud se está acercando, el hombre (de quien no se dice el nombre, pero se deduce que es Séptimo Miau) escapa de la escena. Una voz entonces propone que se lo persiga, pero “una moza” se impone, diciendo: “Que se vaya libre. El hombre hace lo suyo propio. En las mujeres está el miramiento” (p. 127). Es esta una cita que sintetiza a la perfección la misoginia del pueblo.

A partir de allí, todos se desentienden del hombre y comienza la persecución a la mujer. ¿Cómo pretende el pueblo castigarla por su lujuria? Con más lujuria: quieren que baile semidesnuda frente a ellos. Y no solo los hombres; las mujeres también lo piden. No es una fantasía erótica; es un castigo cruel, uno que no termina ni siquiera cuando la atrapan y ella accede a bailar. Apenas termina, en lugar de dejarla en paz, las personas la cargan en un carro y la llevan a la iglesia para avergonzarla frente a su marido, Pedro Gailo. Solamente las divinas palabras del sacristán pueden detener la crueldad y la lujuria del pueblo. Ahora bien ¿qué son las divinas palabras? ¿Por qué la obra lleva ese título?

En principio, las didascalias denominan “divinas palabras” a la frase bíblica recitada en latín por Pedro Gailo para defender a Mari-Gaila: “Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat” (p. 135). La frase significa: “Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. En la Biblia, es Jesucristo quien la pronuncia cuando defiende a María Magdalena ante el pueblo, que está a punto de lapidarla porque es prostituta. Aunque Mari-Gaila no está a punto de ser lapidada, el paralelismo es evidente.

Lo interesante aquí es que Pedro Gailo primero pronuncia la frase en español y el pueblo sigue burlándose de su mujer y de él. Recién al pronunciarla en latín el pueblo, mágicamente, se calma y decide regresar a sus quehaceres, dejando en paz a Mari-Gaila y Pedro Gailo. Así lo describen las didascalias: “¡Milagro del latín! Una emoción religiosa y litúrgica conmueve las conciencias y cambia el sangriento resplandor de los rostros” (p. 136). Las divinas palabras no son, por lo tanto, las de Jesucristo; no son su contenido ni su mensaje. Las divinas palabras son las palabras en la lengua culta, es decir, en latín. El milagro sucede gracias al idioma. Y es un idioma que el pueblo no comprende. El procedimiento que utiliza Valle-Inclán con mayor recurrencia para generar comicidad durante toda la obra es el choque entre lo solemne y lo vulgar. Como hemos visto, esto aparece tanto tras la muerte de La Reina como la del Idiota, cuando repentinamente los personajes salen de la vulgaridad para decir palabras elevadas, religiosas, y dos líneas después vuelven a sumirse en la brutalidad. Este procedimiento de contraste entre lo solemne y lo vulgar aquí llega a su punto máximo: la solemnidad del latín tiene el poder incomprensible, irracional, de elevar el espíritu de los vulgares.

Divinas palabras es, en definitiva, un título irónico que apunta a criticar varias cuestiones de la sociedad gallega del momento. Por un lado, pese a la decadencia de la iglesia española a comienzos del siglo XX, esta sigue teniendo un gran poder sobre las masas ignorantes. Valle-Inclán no critica ese poder en sí, sino el vacío que hay en su contenido. El pueblo es fiel a la religión católica porque la liturgia y la solemnidad lo hipnotizan, lo hacen entrar en una especie de trance místico. Pero el pueblo, en realidad, no entiende el contenido de las divinas palabras. Por supuesto, esta falta de comprensión genera que ese trance místico se desvanezca rápidamente. Así como después de decir divinas palabras tras la muerte del Idiota, los personajes vuelven a la vulgaridad de inmediato, el lector puede imaginar que, al día siguiente, el pueblo volverá a burlarse de Mari-Gaila y Pedro Gailo con absoluta crueldad, y será capaz de hacer algo similar a lo que de hecho hace en las últimas escenas.

Por otro lado, aunque en profunda relación con lo mencionado, durante toda la obra Valle-Inclán evidencia la ignorancia de sus personajes. Galicia es, históricamente, la zona con mayor analfabetismo de toda España. Lo era en la época en que se sitúa Divinas palabras y, según una encuesta realizada en 2010 por el Instituto Nacional de Estadística de España, lo sigue siendo en la actualidad. Por supuesto, el analfabetismo tiene una profunda relación con los problemas económicos de la zona. Entre finales de siglo XIX y principios del XX era muy común que los niños de Galicia trabajaran en lugar de ir a la escuela. Es lógico, por lo tanto, que dicha ignorancia atraviese la obra de Valle-Inclán —no solo esta, sino todo el “ciclo mítico”—. Las divinas palabras de Pedro Gailo aparecen sobre el final como la solución irónica a los problemas de una sociedad sumida en la miseria económica y moral. El Estado español no está presente. Ninguno de los personajes tiene trabajo. Todos son pobres, ignorantes y pecaminosos. La iglesia es la única institución allí, y es una institución decadente. Las palabras en latín del sacristán son, en definitiva, el único contacto con la cultura, el único contacto que tiene el pueblo con algo que no es pobreza, alcohol, lujuria, ira, delincuencia. Eso ya es suficiente para convertirlas en divinas palabras.