El paisaje natural
Durante los primeros capítulos de Drácula, el relato de Jonathan Harker se concentra mucho en el paisaje que se despliega a su alrededor conforme avanza en su viaje hacia el castillo de Drácula. Jonathan atraviesa una zona de bosques y montañas que impacta por su belleza, y así la describe en diferentes secciones de su diario:
Durante todo el día, a paso lento, recorrimos una región plena de belleza. A veces, se veían pueblos pequeños o castillos sobre abruptas colinas, como esos que se observan en los antiguos misales; otras veces, íbamos siguiendo el curso de ríos y arroyos que seguramente producían grandes inundaciones, ya que tenían parapetos de piedra en sus orillas (p.15).
A medida que Jonathan se interna en los Cárpatos, y se acerca al paso del Borgo, entre Bistritz y Bukovina, el paisaje se hace más salvaje, menos modificado por la mano del hombre, y mucho más fabuloso:
Una tierra verde y elevada se extendía ante nosotros, cubierta de bosques y selvas, con colinas accidentadas que eran coronadas por grupos de árboles o por granjas (...). Por otros lados había frutales en flor, manzanos, ciruelos, perales, cerezos y, a medida que íbamos avanzando, veía los pétalos caídos sobre la hierba al pie de los árboles. Por los rincones de estas colinas verdes, que aquí llaman tierra de Mittel, iba el camino que se perdía al doblar una curva llena de floresta o desaparecía por las copas de los pinos que crecían, desperdigados por las laderas de las colinas, como si fueran lenguas de fuego (p.19).
A estas imágenes visuales se suman muchas otras mientras el carruaje avanza, y la transición entre el paisaje de granjas y el territorio más salvaje se presenta paulatinamente:
Detrás de las colinas verdes de la tierra de Mittel, se elevaban los bosques que llegaban hasta las laderas de los Cárpatos propiamente dichos. Se elevaban de derecha a izquierda y el sol de la tarde caía sobre ellos y resaltaba los colores de maravillosa gama: azul oscuro y púrpura en las sombras que daban las cumbres, verde y marrón donde se mezclaban hierba y roca y una infinita hilera de cimas dentadas y agudos riscos que se perdían a lo lejos donde se elevaban, con magnificencia, los picos cubiertos por la nieve (p.20).
Como puede verse, las descripciones que realiza Jonathan Harker en su diario son vívidas y logran capturar con gran belleza el encanto de las exóticas tierras que se presentan, ante su mirada occidental, como un paisaje fabuloso. Las imágenes del paisaje y su belleza abundan en la primera parte del libro, incluso cuando Jonathan se encuentra preso en el castillo de Drácula y contempla el exterior en medio de su desesperación: "Contemplé aquel hermoso paisaje bañado por la luz de la luna, las montañas lejanas que se disolvían y los barrancos y valles que adoptaban una oscuridad aterciopelada. La belleza parecía cobrar vida" (p.48).
Así, las imágenes de los paisajes naturales y su belleza dejan paso en la narración a las descripciones de la noche, un ambiente totalmente diferente al del día, y a las imágenes de lo macabro que comienza a esbozarse en el relato de Jonathan y se extiende a lo largo de toda la novela.
La noche
La noche cobra en Drácula una importancia fundamental, puesto que es el momento en el que el conde despliega su poder y su influencia sobre el mundo de los vivos. A nivel narrativo, las imágenes de la noche se suceden y ayudan a crear una atmósfera lúgubre y macabra, propia de los relatos de terror góticos. Las imágenes de la noche se suceden y complementan la acción todo a lo largo de la novela. En ellas destaca la presencia de la luna y la influencia que esta tiene en las criaturas ferales que acompañan a Drácula, como los lobos y los murciélagos.
La primera vez que se presenta la noche en los Cárpatos, Jonathan la describe de la siguiente manera:
Mientras íbamos por la serpenteante carretera y el sol se hundía a nuestra espalda, comenzaron a envolvernos las sombras de la noche, acentuando porque en la cumbre de la montaña se demoraba la caída del sol, que parecía exhibir un brillo de rosa delicado y frío (...). Cuando cayó la noche, comenzó a hacer mucho frío y el crepúsculo parecía hundir, en una neblina oscura, los árboles lúgubres -robles, hayas y pinos -, aunque, en los valles, que se extendían profundos entre las colinas mientras ascendíamos por el desfiladero, se destacaban los oscuros abetos contra un fondo de nieve recién caída. Como el camino se abría entre un bosque de pinos, la oscuridad parecía caer sobre nosotros; las grandes masas grises de las copas de los árboles, producían un efecto misterioso y solemne, que fomentaba la fantasía macabra que se inicia a primera hora de la tarde cuando el poniente suministra un extraño relieve a las nubes fantasmales que, en los Cárpatos, parece que culebrean sin cesar en los valles (pp.20-21).
Entre las descripciones de la noche, las imágenes visuales de la luna son particularmente abundantes, y muchas veces van acompañadas de imágenes auditivas (principalmente de los aullidos de los lobos), como puede observarse en el siguiente ejemplo:
Entonces, apareció la luna entre las negras nubes, tras el pico dentado de una roca que estaba cubierta de pinos, y a su luz, pude ver que nos rodeaban los lobos, de dientes blancos y lenguas rojas y colgantes (...). De pronto, los lobos comenzaron a aullar como si la luna tuviera, sobre ellos, un efecto especial" (p.26).
Como se ve en este último ejemplo, las imágenes de la noche dan paso la mayoría de las veces a las imágenes de lo macabro, con lo cual se completa la atmósfera propia de los relatos de terror gótico.
Drácula
El Conde Drácula, villano y personaje principal que da nombre a la novela, recibe a lo largo de toda la narración una nutrida cantidad de descripciones desde los puntos de vista de diferentes personajes. Conforme avanza el relato y Drácula se alimenta con la sangre de los vivos, su aspecto físico cambia. Sin embargo, algunos rasgos siempre permanecen idénticos, por ejemplo, sus ojos, que resplandecen con un rojo demoniaco y sus facciones afiladas y crueles.
En su primer encuentro con el Conde, Jonathan registra que se trata de "Un hombre alto y anciano, afeitado con pulcritud, excepto por un bigote blanco y largo, vestido todo de negro" (p.28). Durante la primera cena, Jonathan puede observar el rostro del vampiro en mayor profundidad:
su rostro era duro, muy duro, el puente de la nariz larga muy alto y los orificios nasales arqueados de un modo peculiar (...). La boca, debajo del bigote, tenía un rictus fijo y casi cruel, con dientes blancos muy afilados; éstos sobresalían de los labios que eran de un rojo destacado, de gran vitalidad para un hombre de sus años (...). En conjunto, daba la apariencia de una palidez notable (p.30).
En Londres, Jonathan vuelve a cruzarse con Drácula, quien es descrito por Mina como "...un hombre alto y delgado, de nariz ganchuda, bigote negro y barba puntiaguda (...). Su rostro no era hermoso; era duro, cruel, sensual. Sus dientes eran blancos y grandes como los de un animal y sus labios eran muy rojos" (p.200).
Más adelante, las imágenes de Drácula se repiten cada vez que los personajes se encuentran con el conde, y en ellas siempre destacan sus ojos y sus dientes: "Me pareció percibir, entre las sombras, el rostro malvado del conde, el gancho de su nariz, sus ojos rojos, los labios rojos, la terrible palidez" (p.287).
Las transformaciones de Lucy y Mina
Tanto Lucy Westenra como Mina Harker son víctimas de Drácula y ambas comienzan una transformación paulatina en mujeres vampiro. Tras la muerte de Lucy, la transformación se completa y los personajes tienen que enfrentar a la joven en su nueva condición de no-muerto. Mina, afortunadamente, logra escapar a la muerte y a la posesión del vampiro, aunque durante muchos capítulos sus rasgos cambian paulatinamente.
Las vampiresas poseen una belleza sobrenatural, acompañada de una crueldad y una lascivia exacerbadas. Mientras Lucy lucha contra la muerte y recibe las transfusiones de sus amigos, su aspecto se deteriora, palidece, sus encías se consumen y sus dientes se ven cada vez más grandes y afilados. Una vez muerta, estos rasgos se agudizan. Tanto la transformación como su estadio final reciben descripciones cargadas de imágenes visuales y auditivas. Al avanzar la transformación de Lucy, el Dr. Seward la contempla desesperado y la describe de esta forma: "Tiene una palidez cadavérica, de un blanco tiza, y el color rojo ha desaparecido de sus encías y sus labios. Los huesos de su rostro sobresalen muchísimo y da pena oírla respirar" (p.144). La postración continúa, a pesar de los esfuerzos de Van Helsing y el Dr. Seward. Días después, Lucy está "más blanca y pálida que nunca. Las encías parecían haber retrocedido, los labios no tenían color y los dientes estaban al descubierto como sucede con los cadáveres de personas que sufrieron una larga enfermedad" (p.151).
Cuando está por morir, Lucy comienza a cambiar su aspecto en los momentos en que duerme:
Mientras dormía, parecía más vigorosa, pero también más ojerosa; su respiración era más serena. La boca entreabierta dejaba ver las encías sin color, retraídas de los dientes, que se veían más largos y afilados de lo normal. Cuando despertaba, sus ojos cambiaban de expresión y recobraba su aspecto normal, aunque agónico (p.179).
Como puede observarse, la transformación en un no-muerto se hace evidente durante el sueño, mientras que durante la vigilia el sujeto poseído recupera su aspecto más humano. En capítulos posteriores, un cambio similar se notará en Mina.
El momento de muerte de Lucy es, en verdad, el momento en el que se completa su transformación en una mujer vampiro:
Su respiración se hizo estertórea, se abrió su boca, sus pálidas encías al desnudo mostraron unos dientes más pálidos y afilados que nunca. Abrió los ojos, pero de modo inconsciente, con una expresión dura y apagada a la vez (...). El cuerpo de la joven se había transformado. La muerte le devolvió parte de su belleza, su frente y sus mejillas recuperaron suavidad; incluso, sus labios perdieron palidez (pp.187-188).
Cuando los héroes se enfrentan a Lucy convertida en una no-muerta, se la describe de la siguiente manera:
Su color se volvió pálido, sus ojos despedían chispas de un fuego infernal, las cejas se contrajeron de tal modo que parecía la piel de las serpientes de Medusa y la hermosa boca se abrió como aquellas máscaras teatrales de los griegos y los japoneses. Si hay algún rostro que equivalga a la muerte, si una mirada puede matar, nosotros la estábamos viendo (p.243).
En los últimos capítulos, cuando Drácula posee a Mina, ella también comienza a dar muestras físicas de su transformación, y las imágenes visuales utilizadas para describir a Lucy se repiten en su amiga: "Estaba muy pálida, casi cadavérica en su faz, y sus labios entreabiertos -de tan delgada que se hallaba- mostraban unos dientes algo prominentes" (p.334).
La tormenta
El capítulo 7 está dedicado a la tormenta que se desata sobre Whitby y oculta la llegada de Drácula. Las descripciones de la tormenta son de las más impactantes y famosas de la novela:
Entonces, sin previo aviso, irrumpió la tempestad. Con una rapidez que, en aquellos momentos, parecía increíble, y que aún después es inconcebible; todo el aspecto de la naturaleza se volvió de inmediato convulso. Las olas se elevaron creciendo con furia, cada una sobrepasando a su compañera, hasta que en muy pocos minutos el vidrioso mar de no hacía mucho tiempo estaba rugiendo y devorando como un monstruo. Olas de crestas blancas golpearon salvajemente la arena de las playas y se lanzaron contra los pronunciados acantilados; otras se quebraron sobre los muelles, y barrieron con su espuma las linternas de los faros que se levantaban en cada uno de los extremos de los muelles en el puerto de Whitby. El viento rugía como un trueno, y soplaba con tal fuerza que les era difícil incluso a hombres fuertes mantenerse en pie, o sujetarse con un desesperado abrazo de los puntales de acero" (p.97).
La descripción se carga paulatinamente con la presencia fantasmal de Drácula, que desata una pesada niebla sobre la costa:
Por si fueran pocas las dificultades y los peligros que se cernían sobre el poblado, unas masas de niebla marina comenzaron a invadir la tierra, nubes blancas y húmedas que avanzaron de manera fantasmal, tan húmedas, vaporosas y frías que se necesitaba sólo un pequeño esfuerzo de la imaginación para pensar que los espíritus de aquellos perdidos en el mar estaban tocando a sus cofrades vivientes con las viscosas manos de la muerte, y más de una persona sintió temblores y escalofríos al tiempo que las espirales de niebla marina subían tierra adentro. Por unos instantes la niebla se aclaraba y se podía ver el mar a alguna distancia, a la luz de los relámpagos, que ahora se sucedían frecuentemente seguidos por repentinos estrépitos de truenos, tan horrísonos que todo el cielo encima de uno parecía temblar bajo el golpe de la tormenta. Algunas de las escenas que acontecieron fueron de una grandiosidad inconmensurable y de un interés absorbente. El mar, levantándose tan alto como las montañas, lanzaba al cielo grandes masas de espuma blanca, que la tempestad parecía coger y desperdigar por todo el espacio; aquí y allí un bote pescador, con las velas rasgadas, navegando desesperadamente en busca de refugio ante el peligro; de vez en cuando las blancas alas de una ave marina ondeada por la tormenta (p. 97).