El astillero (1961) es la octava novela del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Se centra en la figura de Larsen y su regreso a la ciudad de Santa María, espacio imaginario inventado por Onetti y recuperado a lo largo de una serie de producciones que conformaron lo que la crítica llamaría “la saga de Santa María”. En el año 2000 fue llevada al cine con un guión escrito por David Lipszyc en colaboración con Ricardo Piglia.
La novela forma parte del conjunto de obras extensamente difundidas por el “boom de la narrativa latinoamericana”, fenómeno editorial que permite la difusión a gran escala de la obra de escritores latinoamericanos en Europa y el mundo, y significa el surgimiento de un nuevo público lector en América Latina. Entre sus figuras principales se encuentran Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros. En este sentido, suele asociarse a Juan Carlos Onetti con el “boom”, pues sin dudas su literatura participa de la renovación de la literatura latinoamericana que tiene lugar en los años 60, pero venía ya desarrollándose desde antes. En efecto, Onetti escribe y publica desde los 30, años en los que además interviene activamente en revistas literarias, propulsando la renovación del arte local. Sin embargo, su obra fue efectivamente difundida más allá del Río de la Plata, con el “boom”, gracias a la representación de Carmen Barcells, agente literaria de muchos escritores consagrados del fenómeno.
Los relatos de Onetti abordan el desamparo universal del hombre, destinado al fracaso y a la soledad. Sus personajes suelen ser seres degradados, conscientes de su ruina, atravesados por el pesimismo y la angustia existencial, lo cual emparenta a Onetti con la sensibilidad existencialista que desde los años 40 desarrollan en Francia escritores como Jean Paul Sartre y Albert Camus. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en la novela existencialista francesa, la literatura de Onetti suele proponer a sus personajes un recurso que les permite evadirse, al menos parcialmente, de sus vidas insignificantes: la representación de mundos ficticios, imaginarios, compensatorios de la realidad angustiante. El astillero representa el punto más alto de esa exploración.
La novela se gesta durante la estadía de Onetti en Argentina, luego de una visita que el autor hace a un astillero en quiebra en Buenos Aires. Por entonces, el autor trabajaba en la novela Juntacadáveres, una historia sobre la creación de un prostíbulo por parte de un personaje llamado Larsen, pero aquella experiencia lo lleva a interrumpir su redacción y emprender una novela nueva, que situaría a ese mismo personaje en construcción en el escenario de un astillero. Publicadas en un orden cronológico inverso al pensado, El astillero y Juntacadáveres (1964) se desarrollan en la imaginaria ciudad de Santa María, espacio inventado por Onetti desde su novela La vida breve (1950). El astillero narra hechos cronológicamente posteriores a los de Juntacadáveres: la vuelta de Larsen a Santa María, después de su destierro, y su nuevo trabajo como gerente de un astillero arruinado, de la mano de dos compañeros casi fantasmales con los que despliegan un simulacro de recuperación de la empresa, que nunca llega y que los condena a realizar tareas inútiles hasta la destrucción del lugar. Pero hay puntos ciegos en el pasado de Larsen, que a lo largo de la novela se insinúan fragmentariamente y que son repuestos recién en la novela de 1964: el intento inútil y desesperado de Larsen por instalar un prostíbulo en Santa María, que le significa la expulsión de la ciudad.
En estas dos producciones se configura un espacio inventado por Onetti y recurrente en su literatura: Santa María, a la que dota de un mito fundacional propio y de un grupo de personajes que lo habitan y que se va repitiendo en distintos tramos de su producción, configurando así la denominada “saga de Santa María” en su literatura. Santa María es una ciudad-puerto que, aunque ficcional, puede asociarse a un referente concreto extraliterario de la realidad rioplatense. En El astillero se evoca como una ciudad que tuvo un momento de gloria asociado a un proceso de modernización y prosperidad socio-económica, pero del cual en el presente solo quedan huellas, en forma de ruina y degradación. El estado de abandono de esos espacios es la evidencia del fracaso de ese proceso modernizador, que se hace mucho más manifiesto en Puerto Astillero y en el astillero en quiebra.
De esta manera, el astillero funciona como una alegoría del fracaso del proyecto modernizador que vive Uruguay durante la primera mitad del siglo XX. El país es entonces objeto de una importante y ambiciosa reforma política y social que impulsa el líder del Partido Colorado uruguayo, José Batlle y Ordóñez, presidente durante dos mandatos (1903-1907 y 1911-1915). Ese proceso histórico, que ubica a Uruguay a la vanguardia de América Latina, se basa en el modelo de Estado de Bienestar: propone políticas proteccionistas orientadas a impulsar la industrialización y la exportación y favorecer el ascenso de la clase media. Pero a partir de la década del 50, ese plan comienza a agotarse, se desencadenan maniobras de ajuste y privatizaciones, y todo el aparato construido entra en decadencia. Para 1955, pocos años antes de que Onetti escriba El astillero, la crisis económica y social uruguaya es de gran magnitud.
En relación con este aspecto histórico, hay una referencia explícita en la novela de Onetti: el libro está dedicado a Luis Batlle Berres, presidente de Uruguay en el período 1947-1951, y sobrino de José Battle y Ordónez, referente del modelo de Estado de Bienestar. La dedicatoria, entonces, permite ubicar el espacio de la novela en la órbita del contexto uruguayo y exalta además la corriente modernizadora del Batllismo, cuyo fracaso redunda en una crisis de la que El astillero se hace eco. En la novela, el desplome económico y social de Uruguay queda representado en el astillero devastado: ese espacio que durante el proceso modernizador complementaba la industrialización, acondicionando las embarcaciones para hacer posible la exportación y dando trabajo a toda una comunidad, ahora, en el presente de la novela, se encuentra despojado de barcos y personal y en un estado total de abandono y destrucción. Los personajes de la novela piensan que el tiempo pasado fue mejor e intentan desesperadamente recuperar ese esplendor, aunque sea mediante una farsa de recomposición del astillero.
La novela se articula en torno a la farsa y la figura de la máscara, lo cual contribuye a construir el característico clima de indefinición y ambigüedad que asumen las historias de Juan Carlos Onetti. Este rasgo de inconclusión será acentuado también por una estrategia narrativa recurrente en la producción onettiana, en la que se trasluce la influencia que el escritor uruguayo recibe del norteamericano William Faulkner: la alternancia de distintas voces narrativas que presentan versiones opuestas, dudan de lo que narran y ocultan información. Así, el relato asume una permanente atmósfera de incertidumbre, en la que la única certeza que prevalece es la imposibilidad de acceder a un sentido último.