Resumen
Capítulo 10: Santa María II
Larsen planea viajar a Santa María, pero sabe que la última lancha desde Puerto Astillero llega a las cinco de la tarde, y a esa hora aún habrá luz y muchos curiosos en el muelle, y él no quiere ser visto ni reconocido. Piensa igualmente que ese viaje es un sinsentido, un acto vacío, y que probablemente ni siquiera encuentre a Díaz Grey.
Finalmente opta por ir al bar del Belgrano, donde tres pescadores toman tragos en una mesa. Cuando el reloj del bar marca la hora en que la última lancha está zarpando, Larsen imposta un gesto de sorpresa y el patrón, Poetters, le pregunta qué se ha olvidado. Aquel responde que tenía una cita muy importante esa noche en Santa María y que la última lancha acaba de salir. Poetters le responde que al mediodía Josefina le contó una confidencia: Petrus llega esa misma noche a Santa María. Larsen finge que de eso se trataba su visita pero que ya no hay nada por hacer. Ante esto, el patrón se aleja, rumbo a la mesa de los pescadores, y Larsen piensa en Angélica y en la mujer de Gálvez con desprecio: “la loca de la risa en la glorieta y el bicho este con un sobretodo de hombre” (90) son, a su parecer, la misma mujer; todas dan lo mismo. Interrumpe sus cavilaciones el patrón, contándole que si es tan fundamental para él ver al señor Petrus, existe la posibilidad de que los pescadores lo lleven hasta Santa María en su lancha particular. Larsen acepta y emprende el viaje.
El narrador reproduce entonces el testimonio de Hagen, trabajador del surtidor de nafta en la esquina de la plaza de Santa María, que cree haber reconocido a Larsen y ofrece sus conjeturas de cómo pudo haber llegado, pues está seguro de que no tomó la lancha pública ni el tren. La hora de la visión de Hagen coincide, dice el narrador, con el momento en que el doctor Díaz Grey termina de cenar. Esa noche, Grey escucha el timbre de la calle y abre la puerta, imaginando, por la hora, que se tratará de un enfermo grave, pero es Larsen quien lo visita.
En el consultorio, Díaz Grey y Larsen mantienen un diálogo en el que se deslizan pistas más claras del pasado de Larsen en Santa María, si bien nunca termina de enunciárselo: Díaz Grey se va acordando de lo que aquel hizo y admite que nunca le llevó al consultorio a una de sus mujeres para abrirla innecesariamente con el espéculo, pero recuerda con desprecio que Larsen vivió los últimos treinta años del dinero sucio que le daban con gusto mujeres sucias; Larsen, por su parte, le pide disculpas por las molestias de aquel tiempo y, cuando el médico le comenta que el padre Bergner murió, Larsen también se muestra agradecido con la actitud que adoptó el cura hacia él en aquel pasado.
Rotundamente, el médico desvía el tema y le pregunta cuál es el motivo de su visita. Larsen le dice que si no fuera porque quería verlo a él, no habría vuelto a pisar Santa María, y le confiesa entonces que está trabajando para Petrus en Puerto Astillero, en la gerencia. Con esta noticia, Díaz Grey siente alegría, pues le confirma que la vida de los hombres continúa siendo absurda e inútil, y sin embargo finge admiración ante Larsen por asumir un cargo de tanta responsabilidad. Le pregunta si Petrus ya lo conocía, pero Larsen aclara que nadie en Puerto Astillero sabe sobre su pasado.
A continuación, Larsen confiesa que tiene dos preguntas para hacerle. La primera es si existe la posibilidad de que la empresa salga a flote. El médico se extraña de que él, como gerente de la empresa, no cuente con esa información, y piensa que Larsen ha vuelto a Santa María, incumpliendo el dictamen del gobernador, para enredarse en la telaraña de Petrus. Entonces le asegura que no existe la menor esperanza y que los accionistas principales dieron el asunto por perdido hace rato. Ante la insistencia de Larsen sobre los dichos de Petrus, Díaz Grey afirma que Petrus está loco y que él mismo conoció muchos gerentes anteriores que finalmente huyeron de Santa María, aunque Petrus nunca abandona la esperanza de encontrar por fin un hombre que crea sus engaños y no se vaya nunca. Entonces Díaz Grey recuerda, para sí, esa extensa sucesión de gerentes generales, administrativos y técnicos que vio pasar por Santa María, volviendo en lancha de ese exilio miserable y fantasmal en Puerto Astillero. Recuerda sus miradas vaciadas por su experiencia en el astillero y su júbilo ante la posibilidad de huir, como si acabaran de resucitar de una muerte, de una vida de soledad absoluta, de un infierno creado por la ignorancia del viejo Petrus.
Larsen le cuenta a Díaz Grey que está haciendo lo posible por organizar la empresa y que no planea irse, a lo que el médico responde que entonces quizás él sea el hombre que Petrus necesita. El médico pronuncia un discurso sobre el sentido de la vida; afirma que no hay realmente sorpresas en la vida, y de manera rotunda asegura que todos los hombres, incluso él mismo, saben que su manera de vivir es una farsa, pero no lo admiten porque necesitan mantener esa ficción personal. Le dice de manera frontal que Petrus es un farsante al ofrecerle la gerencia y que Larsen también lo es por aceptarla y jugar un juego en el que –según el médico conjetura– Larsen espera acumular sueldos por si alguna vez se arregla el asunto y puede cobrar todo junto. El gerente acepta su conjetura para ocultar su locura, su rutina farsante, su obsesión con el universo del astillero, y arremete rápidamente con la segunda pregunta, esta vez asociada al “problema” de Angélica Petrus. Le cuenta que están comprometidos y le pide un diagnóstico de ella, pues teme que el matrimonio y los hijos la perjudiquen. El médico asevera que Angélica es rara, anormal, que está loca y no será capaz de tener hijos; además su madre fue idiota y su padre está loco o al borde de la locura. Con su diagnóstico, Grey da por terminada la entrevista y Larsen se va.
A continuación, el narrador observador retoma su reconstrucción de los hechos, para lo cual introduce el testimonio del barman del Plaza, que afirma que un hombre de características similares a las que el narrador describe llegó esa noche al hotel, preguntó si allí paraba Petrus y pidió el número de habitación. El barman agrega que Petrus estaba alojado allí, enfermo o haciéndose el enfermo, y que llevaba contraída una gran deuda con el hotel por sus estadías previas.
Enseguida retoma el relato el narrador focalizado en Larsen para dar cuenta del encuentro con Petrus en su habitación. Lo encuentra acostado en la cama con aspecto de enfermo, de cadáver, inmóvil, y en ese estado el viejo vuelve a asegurar que está al borde del triunfo con sus negociaciones y se vanagloria de ser el conductor y el creador de esa magnífica empresa. Larsen piensa que Petrus debe estar preguntándose a qué se debe su visita, y lo ve muy dispuesto al juego, a la farsa, parecido a él en cuanto a que ambos quieren ganar mucho dinero, pero distintos porque Petrus domina mejor el juego, sin tanta desesperación.
Entonces Larsen le dice que su visita fue impulsada por la lealtad que tiene hacia Petrus y delata la voluntad de Gálvez de denunciar al viejo con el título falso; se ofrece a emplear la violencia de ser necesario aunque advierte que eso puede ser inútil o contraproducente, porque podría haber más títulos en manos equivocadas. Ante la indiferencia de Petrus, Larsen insiste impostando su lealtad y sumisión, asegurando que la razón de su visita a Santa María es darle aviso. El viejo confiesa la falsificación de títulos y asegura que solo falta ese título que tiene Gálvez, con lo cual le exige a Larsen que lo recupere valiéndose de los medios necesarios. Larsen comprende que el viejo se burla, pues no le importa realmente recuperar el título, pero está entregado a la mentira; comprende también que pretende que Larsen mate a Gálvez y a su mujer por nada. En un último gesto de sumisión, Larsen besa en la frente al viejo y se retira.
Capítulo 11: Santa María III
El narrador presupone que, luego de reunirse con Petrus, Larsen buscó volver rápidamente al astillero para resolver el asunto del título, pero admite que también a esta altura de la historia ya no importa la prisa.
Larsen reconoce, mientras recorre la plaza, que el astillero se le ha convertido en un mundo completo, aislado e independiente, pero que no excluye la existencia de este otro mundo, al que él ha pertenecido alguna vez. Entonces camina río abajo, por el camino de Enduro, hacia una zona sucia y miserable de la ciudad, la de la fábrica de conservas, e ingresa en un cafetín donde reconoce personajes que han sido sus pares en este otro mundo. El dueño del bar, Barreiro, lo saluda, y aunque Larsen no lo recuerda finge hacerlo. Barreiro le comenta que la fábrica está a punto de cerrar y se lamenta por los desgraciados que se hicieron ilusiones con ganar un sueldo; le pregunta si se va a quedar en Santa María, pero Larsen responde que solo está de paso por negocios.
Larsen se pierde mirando a un hombre y una mujer que se toman la mano en una mesa. Le llama la atención la mueca de ella, como una máscara o segunda cara que oculta su verdadero rostro. Imagina entonces el momento de su muerte, de su funeral, en que sus conocidos podrán ver su verdadera cara, esa que solo ella conoce. Barreiro le da a entender que se trata de una prostituta y que su negativa se debe a que está regateando el precio por sus servicios; enseguida la ven sonreír y comprenden que acaba de acordar un precio que la satisface. Entonces Larsen pregunta cuándo sale la última lancha para Puerto Astillero y se despide, imitando los gestos que recuerda haber usado en ese otro mundo.
En la lancha de regreso se decide a actuar, como si se tratara de una apostasía, es decir, una renuncia a sus creencias. Entonces piensa que su cuerpo y su mente, aquello que en el otro mundo le permitió ser feliz o desgraciado, ahora es un desecho vacío.
Capítulo 12: Santa María IV
El doctor Díaz Grey se despierta a la mañana siguiente y recuerda su charla con Larsen sobre Angélica Petrus. En ese punto interrumpe el narrador miembro de la comunidad de Santa María para reconstruir el pasado de la familia Petrus: durante años viven alternadamente entre Santa María, Puerto Astillero y ciudades de Europa, aunque Petrus vuelve con más frecuencia, abandonando recurrentemente a su familia. Finalmente, con la crisis del 30, la familia se instala en Puerto Astillero, definitivamente para la esposa de Petrus, que murió allí. Petrus debe enfrentar funcionarios y ordenanzas municipales porque ambiciona enterrarla en su casa, en un mausoleo que levanta en el jardín con la ayuda de un constructor, pero finalmente debe resignarse a enterrarla en el cementerio de la Colonia. A continuación, Petrus y Angélica se instalan en Puerto Astillero. Al comienzo, Petrus tiene la intención de comprar el palacio del prócer Latorre y el narrador imagina que eso habría cambiado notablemente la historia de Petrus y de toda la comunidad: habría consagrado al viejo y lo habría convertido en emperador de Santa María, Enduro y Astillero. Pero eso no pudo ser posible, porque el palacio fue declarado monumento histórico y dedicado a otro fin.
Entonces se retoma un recuerdo de Díaz Grey sobre las dos veces que vio a Angélica de cerca: la primera vez es cuando ella era una niña y se clavó un anzuelo en una pierna. De haber estado presente, Petrus seguramente la habría llevado a una clínica en la Colonia, olvidando a Grey, pero solo estaban presentes la madre y la tía. El narrador cuenta que la chica, con su sirvienta y el perro, solían visitar durante la siesta a Poetters, que antes de ser dueño del Belgrano vivía cerca de la costa, y le pedían que les enseñara a pescar. En una oportunidad, Poetters le clavó un anzuelo a Angélica y, cuando se dio cuenta, mandó a la sirvienta a avisar a la casa y desapareció con la caña y todo el equipo de pesca. Como nadie se atrevía a quitárselo, la madre y la tía decidieron llevarla a Santa María al consultorio de Díaz Grey. Este recuerda haber soportado, indiferente al prestigio de Petrus que ellas repiten como una amenaza, la histeria de las dos mujeres. El médico recuerda también que, durante el procedimiento de sacarle el anzuelo, Angélica no dijo nada y solo expresó la costumbre de esperar el acto ajeno.
La segunda vez que el médico vio a Angélica ya estaba enterado del prestigio de Petrus, y el recuerdo de Grey es difuso, algo inverosímil. Recuerda ver la figura imponente del viejo, la madre o una tía tejiendo, dos sirvientas y Angélica, a los quince años, sonriendo sudorosa, babeando, luego de haber sufrido un desmayo por ver un gusano en una pera. Cuando terminó la visita médica, Petrus se acercó a Díaz Grey y le aseguró que su hija era perfectamente normal y que él poseía diagnósticos de los mejores médicos de Europa que lo aseguraban. Díaz Grey le dijo que él la había asistido por un accidente que, efectivamente, no tenía nada de anormal, a lo que Petrus respondió diciendo que Angélica era normal para toda la ciudad y para todo el mundo.
El médico la vio en otras oportunidades, pero de lejos, a la salida de misa o caminando por la ciudad, acompañada. El médico asegura que, vista de lejos, la muchacha parece confirmar el diagnóstico de Petrus, a pesar de que hay rumores de que a veces tiene ataques de risa sin razón. Sin embargo, hay algo que atrae su curiosidad profesional: su marcha lenta y esforzada, falsamente ostentosa.
Análisis
En estos capítulos, el relato se traslada de Puerto Astillero a Santa María, viaje que marca un antes y un después en la trama, pues en esa ciudad se accede a nueva información que hasta entonces se ha mantenido oculta y que condiciona fuertemente el porvenir de Larsen.
Estos capítulos se caracterizan por la multiplicidad de enfoques narrativos, que en muchos momentos se hacen difíciles de distinguir. El capítulo 10, sobre todo, presenta de manera exasperada esta cualidad, lo cual contribuye fuertemente a la indeterminación de sentidos. Aparece el narrador omnisciente focalizado en Larsen, a cargo del primer momento en Puerto Astillero; luego, desde su llegada a la ciudad, se pone en funcionamiento el aparato de chismes y testimonios entrecomillados que recolecta el narrador-observador, miembro de la comunidad de Santa María; después se introduce una novedad, un narrador de omnisciencia selectiva que, durante la visita de Larsen a su casa, focaliza en el doctor Díaz Grey e introduce entre comillas monólogos internos del personaje; cuando Larsen abandona el consultorio, intercede otra vez el narrador-observador para citar otro testimonio; por último, el narrador omnisciente enfocado en Larsen vuelve a tomar la palabra para reconstruir el diálogo con Petrus en el hotel Plaza y los sucesos del capítulo 11.
En el capítulo 12, por primera y única vez, el relato abandona a Larsen y, mientras este regresa a Puerto Astillero, la narración permanece en Santa María y se vuelca a los recuerdos de Díaz Grey. Por momentos interrumpe también la voz del narrador-observador para dar cuenta del pasado de la familia Petrus.
Es gracias a esta multiplicidad de voces que el capítulo 10 y el capítulo 12 aportan nueva información relevante para el desarrollo de la trama. El diálogo entre Larsen y Díaz Grey sirve para esclarecer varios puntos que hasta el momento permanecían ocultos. Por un lado, el doctor menciona sucesos del pasado de Larsen que echan luz sobre su destierro, si bien se evidencia que hay algo que todavía no termina de explicarse. Los recuerdos van reconstruyendo los hechos de a retazos, pero nunca se lo enuncia. Grey menciona que Larsen nunca llevó a sus mujeres a intervenirse con él innecesariamente. Larsen también le agradece a él y al cura por su actitud “después que pasaron las cosas” (96). El pasado de Larsen es una mancha y nadie se atreve a nombrarlo. Por eso, cuando le cuenta al médico que está trabajando con Petrus, aquel le pregunta si Petrus lo conocía antes. Larsen responde: “No, no sabe nada de la historia. Nadie sabe en Puerto Astillero” (98). Más adelante, Díaz Grey evoca una pista más: “Este hombre que vivió los últimos treinta años del dinero sucio que le daban con gusto mujeres sucias, que atinó a defenderse de la vida sustituyéndola por una traición” (98).
Por otro lado, Díaz Grey repone desde su recuerdo parte de la historia del negocio de Petrus, al rememorar a los anteriores gerentes y el sufrimiento del que fueron objeto:
Pero este júbilo de sus ojos no era el de retorno de un destierro, o no solo eso. Miraban como si acabaran de resucitar y como seguros de que el recuerdo de la muerte recién dejada –un recuerdo intransferible, indócil a las palabras y al silencio – era ya para siempre una cualidad de sus almas. No volvían de un lugar determinado, según sus ojos; volvían de haber estado en ninguna parte, en una soledad absoluta y engañosamente poblada por símbolos: la ambición, la seguridad, el tiempo, el poder. Volvían, nunca del todo lúcidos, nunca verdaderamente liberados, de un particular infierno creado con ignorancia por el viejo Petrus. (101)
El lector se entera así de que ha habido otros empleados de cargos jerárquicos en el astillero y todos han huido luego de una experiencia infernal en Puerto Astillero. Nuevamente, se recurre a la metáfora de la muerte para caracterizar el universo del astillero. Los gerentes salen de allí como resucitados que regresan de una muerte. El daño en ellos es, sin embargo, irreversible: hay algo en sus miradas que da cuenta de un vacío y a todos ellos los hermana esa misma experiencia infernal, que quedará para siempre grabada en sus almas. Esta visión desoladora, que Díaz Grey evoca pero no comparte con su interlocutor, anticipa el derrotero de Larsen y su inminente fracaso.
Además, en el capítulo 10 la farsa asume un nivel alto de explicitación, cuando Díaz Grey la pone por primera vez en palabras. Hasta el momento solo había sido un entredicho entre personajes; ahora la farsa queda desenmascarada. Con la autoridad que le otorga su profesión, el personaje devela el procedimiento narrativo que estructura la novela y que, como se dijo, la literatura de Onetti propone como respuesta a la angustia universal del hombre: esto es, la invención de mundos imaginarios para evadir la realidad vacía. Así, Grey expone a Larsen a su propia farsa y la refuerza con una teoría universal, aplicable a todos los hombres, incluso a él mismo: “Todos sabiendo que nuestra manera de vivir es una farsa, capaces de admitirlo, pero no haciéndolo porque cada uno necesita, además, proteger una farsa personal. También yo, claro. Petrus es un farsante cuando le ofrece la Gerencia General y usted otro cuando acepta. Es un juego, y usted y él saben que el otro está jugando” (103).
Por último, la voz de Díaz Grey sirve para constatar aquello que permanecía indeterminado: con su diagnóstico, sella el asunto sobre la salud tanto de Petrus como de Angélica, y desbarata entonces toda esperanza en Larsen. Por un lado, diagnostica que Petrus está loco, poniendo así en evidencia la incapacidad de la empresa de prosperar, y también confirma que Angélica es loca, idiota e incapaz de tener hijos. Con sus diagnósticos, indiscutibles, el médico confirma la inutilidad de las misiones que hasta ahora daban sentido a la vida de Larsen.
La decepción se acentúa luego de su encuentro con Petrus en el Plaza, en que el viejo le encomienda que consiga el título falsificado a toda costa. A la luz de lo que Díaz Grey diagnosticó, la palabra de Petrus debería haberse degradado. Sin embargo, no hay signos en Larsen de que pretenda abandonar la farsa; al contrario, la refuerza, simulando excesiva obediencia hacia el viejo. En el final del capítulo 11, Larsen regresa a Puerto Astillero y se decide a actuar, si bien no enuncia cuál es esa acción, con lo cual, una vez más, el lector es incapaz de discernir lo que ocurrirá. Sin embargo, se ha operado un cambio en el personaje, que vive su regreso a Puerto Astillero como una “entrada a la vanguardia del miedo, a la apostasía, a la parte más próxima del terror” (121). Ese miedo se prolongará en los próximos capítulos, dando cuenta de cómo la farsa comienza a fisurarse, dejando al descubierto la soledad y el fracaso que con ella se evadía.
Por otro lado, en estos capítulos se construye la idea de dos mundos muy diferenciados: el de Puerto Astillero, signado por la trampa de Petrus, y el de Santa María, el que habitaba Larsen antes de instalarse en el astillero. Desde el recuerdo de Grey, la vida en Puerto Astillero se construye como un infierno, como una experiencia que marcó irreversiblemente a todos los gerentes que pasaron por ella. Enseguida, Larsen comenzará a ser consciente de la presión que ese espacio imprime sobre él, atrapándolo y quitándole vitalidad. Luego de ver a Petrus en el hotel, mientras recorre las calles de Santa María, comprende por primera vez esa idea: se da cuenta de que el astillero se le ha convertido en todo su mundo, y que este difiere mucho de este otro mundo que ahora pisa. Ante esa impresión, se dirige al cafetín en Enduro para tomar contacto con aquel pasado, con aquellos personajes que en su vida anterior, en ese “otro planeta” (120), eran sus pares. Al final del capítulo 11, en su viaje de regreso, identifica que su cuerpo y su mente están vaciados, al igual que ocurrió con los gerentes anteriores que Grey describió. O, más bien, su cuerpo está relleno no de órganos sino de “restos, virutas, limaduras, polvo, el desecho de todo lo que me importó, todo lo que en el otro mundo permití que me hiciera feliz o desgraciado. Y tan a gusto, y siempre listo para empezar, si me hubiera dejado quedar allí o hubiese podido” (121). En esta cita, se expone cómo Larsen siente que todo aquello que lo movilizaba en aquel mundo del pasado ahora está perdido. No obstante, paradójicamente, se siente incapaz de permanecer allí; algo lo impulsa a regresar a Puerto Astillero.