Resumen
Capítulo 13: El astillero 5
Larsen arriba a Puerto Astillero y se dirige directamente al astillero. Siente miedo pero no le preocupa; lo acepta como una enfermedad crónica con la que debe convivir. En su oficina, piensa en los actos aún desconocidos que está por cometer y enseguida recuerda sus tareas en el astillero, intentando darles una importancia que le haga sentir que su tarea como gerente es realmente útil y promisoria.
Reconstruye las tardes en que acompaña a Gálvez y Kunz en la venta ilegal de restos del astillero. Una o dos veces por mes, una pareja de rusos llega al edificio con su camión y Kunz y Gálvez llevan adelante una ceremonia donde cada uno cumple un rol específico. Kunz se dedica a explicar las ventajas técnicas y de calidad de los materiales, inventando mentiras para convencerlos. Cuando los hombres empiezan a dudar de las mentiras del alemán, este se hace a un costado y comienza a intervenir Gálvez, primero con una sonrisa burlona, luego presionándolos y apurándolos a decidirse. Propone un precio mucho más alto del que esperan y aguarda a que los hombres lo discutan y le bajen el precio hasta llegar al valor esperado, haciéndoles creer así que la negociación la manejan ellos. Luego Gálvez, Kunz y Larsen se reparten el dinero. Sin embargo, Larsen se convence de no ser parte de los robos a Petrus. Se presenta únicamente como un observador silencioso.
Mientras piensa en esto, Larsen escucha a sus empleados llegar al astillero y los llama para contarles que ha visto a Petrus en Santa María, y que el juez ha levantado la intervención del astillero y que los anunciados días de triunfo acaban de empezar. Inmediatamente, sabe que no le creen, pero no le importa. Un rato más tarde, baja al galpón y roba un amperímetro, que luego le vende a un amigo de Poetters. Con parte del dinero obtenido salda sus deudas de hotel. Mientras toma un café en el Belgrano, proyecta una visita a Angélica, primero en la glorieta y luego en la casa que nunca ha llegado a conocer. Imagina finalmente consolidar su compromiso de casamiento, con la bendición de Petrus.
Sin embargo, Angélica se anticipa. Por la tarde, Kunz se acerca a avisarle que hay una señorita que quiere verlo. Pero Angélica se precipita a la habitación y Kunz los deja a solas y se retira a su oficina, desde donde logra escuchar la discusión. En este punto, el narrador aclara que el escándalo no puede afirmarse certeramente, pues el único testimonio es de Kunz, cuya fiabilidad pone en duda. Mientras que el testimonio de la sirvienta solo asegura que la señorita Angélica estaba un poco desarreglada, Kunz cuenta que primero oyó gritos de Larsen, ensayando una defensa y jurando decir la verdad; luego gritos de Angélica acusándolo de un presunto vínculo con “esa mujer sucia”, y enseguida el sonido de la puerta abriéndose, al grito de Angélica pidiendo que no la toque. El narrador incorpora el testimonio textual de Kunz, quien dice haber sido el único testigo. Kunz cuenta que, a diferencia del disfraz de niña que siempre le hacen vestir, esa tarde Angélica estaba disfrazada de mujer, con un vestido negro y zapatos altos, y que al salir de la oficina de Larsen llevaba caída la pechera del vestido, que ella misma se había desprendido, descubriendo sus senos. Kunz describe el horror de Larsen y luego la aparición de la sirvienta, que seguramente fue quien la disfrazó y la instó al escándalo y luego, al verla desvestida, la cachetea y reprende. Kunz asume, además, que la mujer sucia de la que hablaba Angélica es la mujer de Gálvez, que anda entonces cerca de los nueve meses de embarazo.
El narrador afirma que la versión de Kunz es luego reproducida tal cual por Larsen al padre Favieri y al doctor Díaz Grey, aunque él no cree en ella. Arroja algunas especulaciones para explicar los desvíos de Kunz, como una interpretación errada de orden sexual, justificada en su vida solitaria y en su frecuentación cotidiana de la inaccesible mujer de Gálvez.
Capítulo 14: La casilla 5
Larsen frecuenta la casilla y ayuda a la mujer de Gálvez con las tareas domésticas, como parte de un premeditado y paciente asedio a ella con el objetivo de conseguir robarle el título a Gálvez. El narrador describe la falsedad de sus gestos bondadosos e insinúa que se trata de una tendencia muy practicada por Larsen en el pasado, a lo largo de años de explotar y hacer sufrir mujeres.
Larsen y la mujer pasan las noches solos porque Gálvez ha cambiado su actitud: sale todas las noches de la casilla sin dar aviso y deja de sonreír, perdiendo así esa mueca o máscara característica que lo ligaba a la farsa, y entregándose a la indiferencia. Kunz solamente pasa con ellos algunas noches; el resto los deja solos. Esas noches, Larsen aprovecha para hablar sobre el título falso. Le describe a la mujer el riesgo que implicaría la denuncia. Esboza la posibilidad de que los desalojen de la casilla, en la inminencia del parto de la mujer, y vuelve a insistir con que el asunto del astillero está próximo a resolverse.
La mujer asiente pero en realidad no le importa. Una noche, ella le dice a Larsen que él no comprende a Gálvez; que, como sucede con Dios, su voluntad se cumple sin posibilidad de contradecirlo. Ella nunca sabe lo que él va a hacer ni se anima a preguntarle. Solo espera a ver qué decide él y así comprende cuál será su destino, como ha sucedido con su embarazo. De todas formas, dice que está segura de que Gálvez no usará el título para encarcelar a Petrus, porque en el pasado él creyó en Petrus y en las promesas de riqueza. Le cuenta entonces la historia de cómo Gálvez ha llegado a gerente administrativo: Petrus les pagó los pasajes a Puerto Astillero y la estadía en el Belgrano, y en su primer día de trabajo se mostró preocupado por acatar su rol con responsabilidad, pero cuando llegó al astillero se encontró con su ruina, y con que el personal se reducía a Kunz, que había quedado solo. Sin embargo, Gálvez eligió creer y quedarse, por lo que Gálvez guarda el titulo para sentirse poderoso, capaz de vengarse cuando quiera.
Paulatinamente, el asedio de Larsen a la mujer de Gálvez asume un tono erótico y de seducción. Larsen piensa que es hermosa pero sucia y se imagina con ella, pero enseguida comprende que la unión sería inútil porque ella está arruinada. La observa imperturbable, vacía, sin una razón de vida más que una espera. Ante los juegos de seducción, la indiferencia paciente de la mujer le permite a Larsen continuar con la farsa e interpretar el silencio como un gesto análogo de coquetería. Finalmente, ella se niega a quitarle a Gálvez el título, porque lo necesita más de lo que la necesita a ella.
En paralelo, Gálvez frecuenta el bar El Chamamé, un galpón decadente a unas cuadras del astillero, ubicado en un camino ya escasamente transitado y relegado a la pobreza que deja la interrupción del trabajo en la empresa de Petrus. Es frecuentado por personajes anónimos de procedencia desconocida. Larsen recuerda haber visitado el bar con Kunz y observar todo con asco, como si se tratara de un infierno. Gálvez asiste todas las noches, se emborracha, acaricia mujeres, discute con el cabo de policía sobre el destino del mundo, y solamente en El Chamamé recupera su sonrisa característica. Larsen, sin embargo, no se atreve a mencionar a la mujer estas veladas de Gálvez en el bar.
Capítulo 15: La glorieta 4 – La casilla 6
Desde el escándalo con Angélica, Larsen visita todas las tardes la glorieta en la quinta de Petrus. Aprovecha esas visitas para mirar la casa y especular si Petrus está o no en Puerto Astillero. Recuerda el pacto que ha sellado con él en torno al título e imagina una recompensa. En sus visitas Larsen despliega su plan de conquista y de espera. Despliega charlas en las que cuenta su pasado y sus recuerdos, más para sí mismo que para su interlocutora, que parece no entenderlo.
Luego de esa visita, Larsen se dirige a la casilla e invita a la mujer de Gálvez a comer al restaurante. Con su apariencia cortés oculta el miedo que siente, pues se ha dado cuenta de que la farsa se ha emancipado y se ha hecho independiente de él y de todos los que juegan a ella. La mujer le pide que no la deje sola hasta que ella se lo pida, y a cambio promete contarle lo que él quiere saber. Él la observa y la siente vacía. Especula con que ella debe haberse dado cuenta de que es una mujer (lo cual juega a favor de los planes de seducción de Larsen) y que ha estado perdiendo el tiempo en la miseria y en una casa de un hombre que ya no la quiere. Entonces ella confiesa que se había decidido finalmente a robar el título para Larsen, pero que Gálvez se obsesionó con el documento y afirma que el título ya no está en la casilla. Incluso sospecha que Gálvez tampoco lo tiene. Continúa contando que esa tarde Gálvez la visitó en la casilla y que, por primera vez en mucho tiempo, estaba feliz y cariñoso, lo cual la preocupó. Dijo que ya todo se iba a arreglar, con una risa que evidenciaba que para él ya estaba todo en orden. Entonces le confesó que se iba a Santa María a entregar el título al juzgado y ella sintió que eso podía ser una despedida. En efecto, más tarde ella descubrió que se había llevado su ropa y el dinero que ahorraban, con lo cual comprende que se ha marchado, que ahora ese Gálvez es otro que ya nada tiene que ver con el astillero ni con Larsen ni ella misma.
Larsen juega a indignarse y le dice que eso significa el fin para todos ellos, pero ella se muestra desinteresada y, enseguida, él comprende que tampoco siente ningún interés ya. Entonces la mujer le pide que se vaya. Larsen la mira y comprende que no tiene ganas de hacer lo que, sin embargo, a continuación hace: besa a la mujer. Cuando él se aleja, ella le pega un cachetazo, lo cual genera en ambos cierta alegría y odio a la vez. Ella se ríe de la posibilidad de una unión entre ellos y él le dice con nostalgia que hubo un tiempo para ellos en que pudieron haberse conocido. Pero ella le insiste para que se vaya y Larsen se dice para sí, como una excusa, que a todo el mundo le pasa lo que le acaba de pasar.
Análisis
En estos capítulos se termina de producir el desmoronamiento de la comunidad que conforman Larsen, Gálvez, su mujer y Kunz. Se rompe el juego que los vinculaba y los roles, así, se reconfiguran.
Larsen regresa de Santa María modificado. La expectativa abierta por Petrus para que él tome partido por él o por Gálvez, sitúa al personaje en una incomodidad y lo somete a una sensación de miedo incomprensible. Acorde, sin embargo, a la cualidad apática de los personajes onettianos, Larsen se resigna a ese miedo y lo vive como una enfermedad crónica. Este estado de su consciencia alerta nuevamente al lector, pero no le aporta tampoco las herramientas suficientes para discernir cómo procederá el personaje.
En ese contexto de inestabilidad, irrumpe el escándalo con Angélica, que ha sido anticipado por el narrador en capítulos anteriores. La muchacha se aparece en la oficina de Larsen transfigurada: ha abandonado su aspecto de mujer aniñada y se ha disfrazado, en cambio, de mujer, con un vestido provocativo y unos zapatos que solo acentúan el gesto impostado. Sin anticipos, Angélica se apropia del ritual de impostura de los personajes de Onetti y produce por primera vez una puesta en escena, desmesurada, patética, en la que le echa en cara a Larsen un presunto vínculo con una “mujer sucia”. Esta escena sorprende por su imprevisibilidad, lo cual plantea dos posibilidades: o bien se trata de un delirio, producto de la locura de Angélica, o bien repone elementos que la novela, una vez más, elide. No interesa, sin embargo, cuál es la versión definitiva, y lo que prevalece es el efecto de ambigüedad.
Esta ambigüedad es facilitada por la manera en la que se narra el escándalo. Luego de describir la escena (los gritos de Angélica, la desorientación de Larsen, la actitud apática de Gálvez, la alarma de Kunz), el narrador observador intercede para aclarar que el escándalo no puede igualmente confirmarse, pues el único testigo del mismo es Kunz. De hecho, matiza su declaración con los dichos de Josefina, que niega la escena y solo acepta que Angélica estaba un poco desarreglada. No hay fundamentos para que un testimonio tenga más validez que otro. De hecho, la versión de Kunz sugiere que el escándalo fue premeditado y avivado por la sirvienta, lo cual no desentona con la cualidad enigmática y dominante que ella ha ido asumiendo. Pero el narrador somete a juicio la fiabilidad del alemán y desestima su autoridad como testigo, diagnosticando en Kunz ciertos rencores y frustraciones que lo llevarían a confudirse. Así, el narrador expone un testimonio para luego ponerlo en duda y reorientar la interpretación hacia otra versión, que le parece más convincente. Resulta significativo, asimismo, que el único testimonio que podría haber respaldado o no la versión de Kunz es el de Gálvez, pero este no existe, pues el gerente técnico se mantiene al margen durante la pelea, mirando por la ventana y sumido en sus pensamientos. Se anticipa así la inminente ausencia del personaje, que tomará forma en los siguientes capítulos.
En el capítulo 14, Larsen inicia un nuevo asedio, esta vez hacia la mujer de Gálvez, para convencerla de que le consiga el título que Gálvez guarda para inculpar a Petrus. El personaje pone en funcionamiento, una vez más, todas sus estrategias de manipulación sobre una mujer, al servicio de sus planes. Si bien su motivación es puramente individual, Larsen simula preocuparse por el hijo de la mujer y pretende impedir que Gálvez los deje a todos, especialmente a ella, sin un sustento económico. El asedio se hace posible gracias a que Gálvez comienza a ausentarse todas las noches para ir a emborracharse al bar El Chamamé. Esto permite que Larsen pase mucho tiempo con su esposa, hasta alcanzar cierto grado de intimidad con ella. El asedio va adoptando la forma de una seducción y el vínculo se torna equívoco: “Ya no nombraba el título; inventaba ahora alusiones sutiles, se refería al objeto de su deseo como si se tratara de una libidinosamente adorada porción del cuerpo de la mujer, como si la suplicada entrega del título significara, y no sólo en símbolo, la entrega de todo lo que ella había sido capacitada para dar” (151-152). Ese juego de seducción, a la vez, es una farsa. Larsen entiende que ella es paciente, y que le deja creer que está entregada a la coquetería también.
De todas maneras, la mujer de Gálvez parece lograr desmarcarse de la insistencia de Larsen. Su sometimiento a Gálvez es tal que es incapaz de traicionarlo. Entonces se introduce por primera vez una reflexión sobre el vínculo entre Gálvez y su mujer, y sobre el pasado de la pareja, desde la voz de la mujer, que hasta entonces no había tenido demasiadas intervenciones. Ella compara a su marido con Dios, sugiriendo así que su vida está atada y determinada por las decisiones de aquel. Incluso la idea de tener un bebé parece haber sido por pura voluntad de él. Por otro lado, al reconstruir el pasado de Gálvez y su llegada a la gerencia administrativa del astillero, su figura y la de Larsen quedan espejadas. Gálvez también cayó en la trampa de Petrus y manifestó las mismas ilusiones que luego ridiculizó en Larsen.
El relato de la mujer permite además reponer un largo camino de devastación del astillero, muy anterior a la experiencia actual de Larsen: “…se encontró con que el personal (…) se componían de ratas, chinches, pulgas, tal vez algún murciélago, y un gringo que se llamaba Kunz y había quedado por olvido en un rincón dibujando planos…” (149). Tal como evocaba Díaz Grey en su consultorio, el astillero ha ido hilvanando una larga cadena de desgraciados, de la cual Larsen es un eslabón más.
La mujer concluye, entonces, que el título es la razón de existir de Gálvez, aquello que mantiene el ritmo de su vida, evitando el fracaso y posponiendo el suicidio. Según esta impresión, el título funciona para Gálvez como la farsa: el documento le permite mantener siempre latente la ficción de que algún día denunciará a Petrus, y ese propósito de venganza a futuro le asigna un sentido a su vida. De ahí que resolver esa tensión, deshaciéndose del título, implique una entrega a la muerte, al suicidio.
Pero el pronóstico de la mujer no se cumple. En el capítulo 15, Larsen se anticipa a esta derrota e intenta evadir el miedo que siente porque la farsa ha comenzado a emanciparse de sus actores y ya no es un juego en el que eligen cuándo jugar y cuándo salirse. Esto da pie a que la mujer le confiese que su marido se fue a Santa María finalmente, decidido a denunciar al viejo Petrus. Su partida es definitiva, porque no hay lugar ya para él en Puerto Astillero una vez que ha traicionado el simulacro. Ahora Gálvez es otro: “Un Gálvez recién salido de la conscripción, anterior a mí (…) no vuelve más, es otro, no tiene nada que ver conmigo ni con usted” (168).
Ante esta confidencia, Larsen finge indignación y preocupación, pero enseguida se da cuenta de que, al igual que la mujer, ya no siente ningún interés. Larsen evidencia que ya no puede hacer nada por detener la evidencia del vacío. Se entrega entonces a acciones sin sentido, sin motivación, desconectadas de su voluntad y su pensamiento: “No tenía ganas de hacerlo; no podía descubrir un propósito que reemplazara las ganas (…) Apretó delicadamente su vientre contra el de la mujer y la besó” (169). Del mismo modo, ella reacciona de manera absurda: se deja besar y luego lo cachetea. Las acciones de ambos son contradictorias e indefinidas: “quedaron mirándose fatigados, con una leve alegría, con un pequeño odio cálido” (169). Al perder sus propósitos, predomina el vacío y el sinsentido.