Aparición de la muerte ante los ojos del narrador protagonista (imagen visual)
“Descargué la maleta en el piso y entonces vi a la Muerte en la escalera, instalada allí la puta perra con su sonrisita inefable, en el primer escalón”.
Cuando el protagonista regresa a la casa familiar, con el objetivo de acompañar la agonía de su hermano Darío, visualiza a la Muerte como si fuera una persona. Afincada en la escalera, en tanto dueña del lugar, la Muerte sonríe y espera. Al igual que en otras ocasiones, el narrador puede verla directamente, mientras que parece que no la ven los demás personajes.
Encuentro entre el narrador y su hermano Darío (imagen visual, táctil y auditiva)
“Se incorporó con dificultad de la hamaca del jardín para saludarme, y al abrazarlo sentí como si apretara contra el corazón un costalado de huesos. Un pájaro cortó el aire seco con un llamado inarmónico, metálico: «¡Gruac! ¡Gruac! ¡Gruac!». O algo así, como triturando lata. Que iba graznando del mango al ciruelo, del ciruelo a la enredadera, de la enredadera al techo, sin dejarse ver.”
En este reencuentro podemos observar la notoria transformación que el protagonista nota en el cuerpo de su hermano, enfermo de SIDA. Al tacto, cuando lo abraza, lo siente sumamente flaco, como si no abrazara más que huesos. Al mismo tiempo, se menciona la dificultad con que Darío se levanta de la hamaca, evidenciando su falta de fuerza física. De fondo, el pájaro que luego buscarán ver juntos emite sus particulares sonidos, que se parecen al ruido de latas.
Sabor extraño que Darío le siente al caldo caliente (imagen gustativa/olfativa)
“—Y ahora, Darío, tomate por favor el caldito caliente que te traje, que hoy no has comido. Un sorbito y eso era todo, que no quería más, que le sabía raro, que todo le olía a vaca, que tal vez por el remedio que le estaba dando. —¿Dónde te huele a vaca? —Aquí, en el jardín. —Como no sea la que está instalada arriba y que nunca baja, en esta casa, Darío, no hay más vaca. Eran sus alucinaciones olfativas gustativas. El sida le estaba afectando el cerebro. Y el pájaro Gruac Gruac era una alucinación auditiva. ¡Por lo menos no lo veía!”.
Como signo del avance su enfermedad, Darío percibe el gusto de la sopa que le lleva su hermano como si tuviera sabor a vaca. El protagonista le explica que no puede ser, y considera que su hermano está alucinando, al igual que cuando imagina escuchar el graznido de aquel pájaro misterioso.
El protagonista se mira al espejo (imagen visual)
Dice el narrador: "Amaneció y por las polvosas persianas pasó al cuarto el sol estúpido. Me levanté, me puse los pantalones y la camisa y me dirigí al baño a orinar. Al entrar al baño me vi por inadvertencia en el espejo, que jamás miro porque los espejos son las puertas de entrada a los infiernos. Era un pobre espejo deslucido, sin marco, como de hotel de putas, pegado en la pared sobre el lavamanos, y tenía rajado el ángulo superior derecho. Entonces lo vi, naufragando hasta el gorro en su miseria y su mentira en el fondo del espejo: vi un viejo de piel arrugada, de cejas tupidas y apagados ojos".
En este fragmento nos enteramos de que el narrador no suele mirarse su propio reflejo, pero en esta ocasión, sin querer, observa su imagen en un espejo bastante maltrecho. Así como este objeto se describe como algo deslucido y hasta rajado en un extremo, el protagonista se describe a sí mismo como "un viejo de piel arrugada". De alguna manera, podríamos afirmar que establece un paralelo entre su imagen y el propio elemento que la refleja a partir del común denominador de lo que ya no tiene brillo ni luminosidad.