Enfermedad y muerte
Uno de los ejes principales de la novela es el de la enfermedad de Darío, hermano del protagonista. Está enfermo de sida desde hace años y la historia narra el último período de su vida. El narrador alterna el foco de su relato entre el cuidado de su hermano moribundo y los períodos anteriores de su vida familiar.
Por una parte, entonces, se narra la asistencia que el narrador hace de su hermano, tanto al darle de comer, como al cambiar sus sábanas debido a la diarrea que sufre o al ayudarlo a subir y bajar las escaleras. Incluso le provee marihuana, para que sus dolores disminuyan y se abra su apetito. Sin embargo, ya ningún remedio funciona en su cuerpo débil.
Por otra parte, mientras está con Dario en el patio de la casa familiar, el narrador recuerda, por ejemplo, cuando lo llamaron en una ocasión anterior, para notificarle de la enfermedad de su padre. De eso hace un año atrás del presente de la narración. Su padre tenía cirrosis y murió tras un mes de convalecer.
A lo largo de toda la novela, la figura de la Muerte aparece personificada ante los ojos del narrador. Frecuentemente, la encuentra sentada en la escalera, aguardando para llevarse a Darío. Su apariencia es huraña, tosca y algo burlona, pero de alguna manera el narrador sabe que no viene por él sino siempre por los otros miembros de su familia, como en la ocasión en que se "llevó" también a otro de sus hermanos, quien se suicidó a los 25 años.
De esta manera, el tema de la enfermedad y la muerte atraviesa todas las páginas de la novela, dándoles un tinte oscuro y dramático, aunque también algo cínico y pesimista.
Homosexualidad
Tanto el narrador como Darío -y al menos otro de sus hermanos- son homosexuales. Esto lo explicita el propio narrador, que a su vez es un alter ego del autor, Fernando Vallejo. Es un tema que se reitera en varias ocasiones, sobre todo a partir de la mención del narrador de que con su hermano solían ir a puntos de encuentro de “muchachos” con los que pasar la noche. Al mismo tiempo, se mencionan anécdotas que tienen ambos hermanos en común, tales como la vez en que estando cada cual con un muchacho, estas personas tuvieron una suerte de ataque y los amenazaron de muerte. En el caso de Darío, de hecho, el muchacho que lo acompañaba, luego de fumar marihuana después de mucho tiempo, se encolerizó y le clavó un cuchillo en el pecho. Darío se salvó de ese ataque, y hasta perdonó al muchacho tiempo más tarde. Al parecer, el primero que dio a conocer en la casa que era homosexual fue el narrador, cuando tiempo después de haberse ido de la casa familiar, sus padres se enteraron de que convivía con un hombre que era su pareja.
A lo largo de toda la novela, entonces, se naturaliza el hecho de la homosexualidad como una libre elección de varios de los integrantes de la familia, aunque se es consciente de la violencia y discriminación social que existen al respecto. Al mismo tiempo, se suele mencionar que hasta los curas y el propio Papa del momento –Juan Pablo II- son homosexuales, pero sencillamente no lo admiten ante el público.
Disfuncionalidad familiar
Toda la novela coloca en escena la complejidad de los vínculos familiares. Sin embargo, no se trata de cualquier familia, sino de una muy disfuncional, en donde no existe el respeto de la madre hacia los hijos, por ejemplo. Esta mujer, descripta como alguien autoritario que ejerce constantemente la manipulación, les llama ‘hijueputas’ a sus propios hijos. Al mismo tiempo, su esposo y padre de los muchachos y muchachas no ejerce ningún tipo de autoridad. Se deja controlar por la mujer y hasta la defiende cuando esta naturaliza el maltrato.
Las únicas dos personas que parecen caerle realmente bien al narrador son su padre, a quien recuerda con cariño a pesar de su blandura, y su hermano Darío, a quien cuida casi hasta el último momento, a pesar de que por su irresponsabilidad le ha hecho pasar muchos malos momentos a lo largo de su vida.
Corrupción política y religiosa
Otro de los ejes que se despliegan a lo largo de la novela es el que coloca en vínculo la corrupción política con la corrupción religiosa. El narrador protagonista se considera ateo e, incluso, partidario de no tener hijos para no reproducir así a la especie humana y su sufrimiento. Está en contra del manejo político de Colombia, país natal que considera lleno de ladrones y aprovechadores. A su vez, piensa que el papa Juan Pablo II se hace el inocente y se viste de blanco, pero que detrás de sus ropajes impolutos se esconden manchas morales y acciones ilegales.