El Desbarrancadero Citas

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"Volví cuando me avisaron que Darío, mi hermano, el primero de la infinidad que tuve, se estaba muriendo, no se sabía de qué. De esa enfermedad, hombre, de maricas que es la moda, del modelito que hoy se estila y que los pone a andar por las calles como cadáveres, como fantasmas translúcidos impulsados por la luz que mueve a las mariposas. ¿Y que se llama cómo? Ah, yo no sé. Con esta debilidad que siempre he tenido yo por las mujeres, de maricas nada sé, como no sea que los hay de sobra en este mundo incluyendo presidentes y papas".

Narrador. Comienzo de la novela.

En una de las primeras escenas de la novela se reproduce de modo indirecto el diálogo potencial que se ha dado entre el narrador y la persona que le avisó del avance de la enfermedad de su hermano Darío. Como nos enteraremos más adelante, el narrador también es homosexual, por lo cual no puede ser él quien esté enunciando la frase, "Ah, yo no sé. Con esta debilidad que siempre he tenido yo por las mujeres [...]". A menos, claro está, que esté siendo irónico, tono que utilizará frecuentemente a lo largo de toda la novela.

Al mismo tiempo, la enfermedad del SIDA en sí misma no se enuncia en esta instancia, como si fuera un nombre tabú, ya que afecta principalmente a los llamados "maricas". Detectamos, entonces, un tono irónico que marca la vergüenza y distancia que sienten y toman las demás personas ante esta enfermedad que se ha propagado de modo tan devastador.

"—Darío, hermano —le suplicaba—, uno tiene que escoger en la vida lo que quiere ser, si marihuano o borracho o basuquero o marica o qué. Pero todo junto no se puede. No lo tolera el cuerpo ni la sufrida sociedad. Así que decidite por uno y basta. Jamás se pudo decidir. Vicio que agarraba, vicio que conservaba. Todo lo que tuvo se lo gastó y nada les dejó a los gusanos. Todo, todo, todo y nada, nada, nada. Cuando Darío se murió, la Muerte y sus gusanos mierda hubieron de comer porque lo único que les dejó fue un mísero saco de huesos envueltos en un pergamino manchado. […] Punto y aparte y sigamos. O mejor dicho volvamos, retrocedamos a los vicios que me estoy saltando el principal: el vicio de los vicios, el vicio máximo, el vicio continuo de estar vivos, del que todos algún día nos vamos a curar y hasta el mismísimo Papa”.

Narrador. Al momento en que el narrador va a la casa de su familia a cuidar de su hermano.

En esta extensa cita asistimos al momento en que el narrador le insiste a su hermano para que deje alguno de sus vicios. Darío, al parecer, fumaba marihuana, pero además bebía alcohol, se drogaba con cocaína y era promiscuo en cuanto a su sexualidad. Fiel a su comportamiento impulsivo e irresponsable, Darío nunca dejó ninguno de estos vicios, antes bien los combinó de modo exacerbado.

Es interesante destacar que el narrador posee un tono existencial muy marcado que le lleva a afirmar que el peor de los vicios es el de estar vicios. Cínicamente, además, plantea que de ese vicio solo nos "curamos" al morirnos.

"Entonces sin decir «agua va» se soltó el aguacero. Uno de esos aguaceros de Medellín, marcianos, en que llueven piedras. Allá las gotas son pedradas del cielo, y el granizo quiebra las tejas y descalabra al cristiano. Por eso existían antaño los aleros. Ya no más porque la humanidad avanza, y cuando la humanidad avanza retrocede. Ayudé a Darío a levantarse de la hamaca y me puse a recoger de prisa el tinglado. Al dar unos pasos para ir a resguardarse bajo techo Darío se cayó y no pudo levantarse. Tiré al suelo lo que tenía en la mano, unos platos, y corrí a auxiliarlo. No pesaba nada, se me estaba desapareciendo. De mi hermano Darío que me acompañó tantos años, que me ayudó a vivir, sólo quedaba el espíritu, un espíritu confuso. Y los huesos".

Narrador, al cuidado de su hermano Darío.

En esta cita nos encontramos con el fuerte dolor del narrador al darse cuenta cabal de que su hermano Darío realmente está a punto de morirse. Su cuerpo ya casi no pesa nada y solo se sienten sus huesos. Debido a una lluvia repentina, el narrador debe ayudarlo a levantarse de la hamaca para entrar a la casa, debido a que ya no puede desplazarse por su cuenta. A la vez, con la mención de los aleros que ya no se construyen, el narrador aprovecha la ocasión para criticar una vez más a la humanidad en su conjunto, la cual, a su juicio, nunca avanza, sino que siempre retrocede o involuciona.

"Catorce años tenía yo cuando el incidente que acabo de referir. Catorce sin que lo pueda olvidar, ¿pues qué esclavo olvida el día de su liberación? Papi en cambio en sesenta no se pudo liberar: hoy está en el cielo y no lo volveré a ver pues los hombres libres caemos en plomada a los infiernos. ¿Y la Loca cuando se muera, adónde irá? ¿Al cielo? Entonces para papi el cielo se convertirá en un infierno. ¿Al infierno? Entonces, señor Satanás, hágame el favor de darme de alta que me voy p’al cielo porque un infierno al cuadrado no me lo aguanto yo".

Narrador. Momento en el que decidió irse de la casa de su familia.

A los 14 años, el narrador se dio cuenta de que no podía convivir un momento más ante el carácter y la violencia de su madre. Por lo tanto, decide liberarse a sí mismo e irse de la casa paterna y materna. Con el correr de los años, volverá cada vez que le llamen para informarle de alguna enfermedad o muerte, pero nunca volverá realmente a vivir allí por propia elección. Considera que su madre genera un infierno por donde pasa, por esto es que el protagonista le pide a Dios que si ella va al infierno entonces que a él lo deje ir al cielo, con tal de no encontrársela de nuevo.

"Es muy fácil, doctor, estar loco y que los demás se jodan. Y si no véame a mí aquí ahora, hablando, desbarrando, abusando y usted oyendo. Es que yo creo en el poder liberador de la palabra. Pero también creo en su poder de destrucción pues así como hay palabras liberadoras también las hay destructoras, palabras que yo llamaría irremediables porque aunque parezca que se las lleva el viento, una vez pronunciadas ya no hay remedio, como no lo hay cuando le pegan a uno una puñalada en el corazón buscándole el centro del alma".

Narrador. Hacia el final de su narración.

En este fragmento, el narrador simula un diálogo con un psiquiatra que lo podría haber interpelado acerca del alejamiento que él lleva a cabo con respecto a su familia. Haciendo hincapié en el poder que poseen las palabras, tanto para construir como para destruir, el narrador afirma que hay cosas que se dicen que son como si fueran una puñalada en el pecho. Se está refiriendo a que su propia madre los llamara constantemente a él y a sus hermanos "hijueputas". Su madre es una persona con un gran problema psiquiátrico que no controla sus palabras ni sus actos, pero el narrador considera que el quedarse con el mote de "loca" es también una manera de liberarse de toda responsabilidad.

"Pero la última vez que conversamos me cambió el tema. —¿Qué habrá después de la muerte, m’hijo? —me preguntó. —Nada, papi —le contesté—. Uno no es más que unos recuerdos que se comen los gusanos. Cuando vos te murás seguirás viviendo en mí que te quiero, en mi recuerdo doloroso, y después cuando yo a mi vez me muera, desaparecerás para siempre. —¿Y Dios? —No existe. Y si no, mira en torno, por todas partes el dolor, el horror, el hombre y los animales matándose unos a otros. ¡Qué va a existir ese asqueroso!".

Narrador. Últimos diálogos con su padre enfermo.

Fiel al ateísmo y escepticismo del narrador, este pasaje revela un pasado diálogo entre él y su padre moribundo. Este último se pregunta por la vida después de la muerte, pero su hijo le desmiente que tal cosa exista siquiera. El desencanto del narrador llega aquí a límites bastante altos, si observamos que en ningún momento prefiere mentir o matizar su verdad para levantar el ánimo de su padre.

"Sonó el teléfono y contesté: era Carlos para darme la noticia de que acababa de morir Darío. En ese instante entendí que se acababan de cortar mis últimos vínculos con los vivos. El taxi se iba alejando, alejando, alejando, dejándolo atrás todo, un pasado perdido, una vida gastada, un país en pedazos, un mundo loco, sin que se pudiera ver adelante nada, ni a los lados nada, ni atrás nada y yendo hacia nada, hacia el sin sentido, y sobre el paisaje invisible y lo que se llama el alma, el corazón, llorando: llorando gruesas lágrimas la lluvia".

Narrador. Último fragmento de la novela.

La última frase de la novela es desgarradora a nivel emocional. Luego de haber cuidado a su hermano Darío en casi todos sus últimos días de vida, el narrador decide irse del país. Cuando está camino a abandonar su patria, Carlos lo llama para notificarle que finalmente Darío ha muerto. El corazón del narrador derrama lágrimas gruesas que revelan su enfrentamiento al sinsentido de su vida. Teniendo con Darío uno de los vínculos familiares más fuertes que hubiera alcanzado jamás, de ahora en más se sabe solo en el mundo.

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