La primera mitad del siglo XX es un periodo de crisis y de convulsiones para el mundo occidental. La Primera Guerra Mundial y el enorme número de muertos que deja tras de sí revela la profunda inestabilidad de las relaciones entre naciones, mientras que las nuevas teorías en el ámbito de la psicología (especialmente el psicoanálisis freudiano) y de las ciencias exactas (especialmente la teoría cuántica y la de la relatividad) ponen en jaque el paradigma positivista y dan fin al reinado de la razón y de sus marcos epistemológicos.
En un escenario en constante cambio, la existencia humana se redefine, la percepción del tiempo y del espacio cambian, y el arte se convierte en un medio de expresión de dichos cambios. Las vanguardias históricas (como el expresionismo y el suprarrealismo) surgen como un claro rechazo a los métodos de producción artísticos tradicionales y ponen de manifiesto que ya no se piensa en la razón y en la ciencia como factores confiables para el progreso humano. Como consecuencia del periodo de entreguerras y el auge de los grandes totalitarismos, el mundo intelectual se siente incapaz de dar respuestas al sentimiento de vacío y de angustia que atraviesa la humanidad.
En Italia, en el periodo que se conoce como "Ventennio nero" (ventenio negro), Mussolini domina en el plano político, y su gobierno crea un clima de opresión contra el que algunos artistas e intelectuales se rebelan. Entre las décadas de 1920 y 1930, tres revistas, entre las que destaca La Ronda, dominan el panorama artístico e introducen las vanguardias al ámbito de la literatura. Una de las vanguardias que se populariza en este periodo es el suprarrealismo, cuyos elementos pueden resumirse a la creación de atmósferas fantásticas y a la representación de la realidad por medio de alegorías y símbolos.
La obra de Buzzati, si bien no puede enmarcarse puramente en el suprarrealismo, se hace eco de esta vanguardia, especialmente en la creación de sus escenarios y en el trabajo con la alegoría. En sus novelas, los narradores suelen recrear atmósferas irreales, cargadas de juegos simbólicos que sirven para expresar la angustia y la desolación que atormentan al hombre de su época. Tal como el propio Buzzati lo ha indicado en muchas ocasiones, existen relaciones intencionales entre su producción artística y la literatura fantástica: muchos de sus textos ponen de relieve lo fantástico mediante la presentación de un elemento fundamental para la obra que presenta como inverosímil.
En las novelas de Buzzati, el componente fantástico no se presenta a nivel temático, sino en la estructura enunciativa: la incertidumbre y la vacilación que producen los relatos fantásticos tienen que ver con la forma en que las historias son contadas. En El desierto de los tártaros, por ejemplo, la vacilación surge de la tensión que existe entre los hechos concretos y explícitos que suceden a Giovanni Drogo y la alegoría que compone el trasfondo simbólico de la obra. Así, toda la dimensión inverosímil relacionada con la Fortaleza y con la extraña llanura que custodia orientan al lector hacia su interpretación simbólica. En verdad, la ciudad indefinida, la Fortaleza perdida en un lugar impreciso, el desierto, la llanura y las montañas se presentan de forma tan ambigua que rompen con el ordenamiento lógico y se cargan de un sentido misterioso y arcano; la estructura narrativa polivalente, entonces, propone un equilibro entre la realidad concreta que se narra y el simbolismo que la atraviesa y la resignifica.
Así, en El desierto de los tártaros, la dimensión alegórica convierte al desierto en un símbolo de la derrota de lo humano tal como se lo concebía antes de las grandes guerras y en el vaciamiento de la existencia que atraviesa la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial.