Resumen
Capítulo 10
Drogo decide quedarse en la Fortaleza, y pasarán muchos meses, indica el narrador, antes de que comprenda las miserias que lo ligan a aquel lugar. En los meses que siguen, la rutina aprendida se convierte en un hábito que pasa a definir su identidad: los turnos de guardia, todas las reglas y los modismos que ordenan la vida militar, la relación con sus colegas, las excursiones con Morel a un pueblo cercano, para visitar a las muchachas de la posada, las carreras a caballo en la explanada detrás de la Fortaleza, su habitación, sus muebles y hasta los mínimos sonidos de la noche en el cuartel.
Una noche, mientras monta guardia en el Cuarto Reducto y contempla la luna, Drogo siente que tiene toda la vida por delante, y que todo lo bueno parece esperarlo. Este pensamiento lo llena de felicidad y lo impulsa a moverse por las murallas. Mientras avanza, en un momento siente la voz de un centinela que parece recitar una sucesión de palabras incomprensibles; entonces, se acerca a él para reprenderlo, puesto que está prohibido hablar durante las horas de guardia, sin embargo, cuando se acerca a él, comprende que el guardia no ha emitido una sola de aquellas palabras; de hecho, está con la boca perfectamente cerrada, aunque el murmullo continúa de forma ininterrumpida. Drogo comprende, con un escalofrío, que aquel sonido es producido por una vertiente de agua que cae por una lejana cascada y que el viento hace oscilar y le arranca sonidos que se aproximan a los de una voz humana.
El fenómeno llena de confusión a Giovanni, quien se siente de pronto absolutamente solo en la noche.
Capítulo 11
Pasan 22 meses y mientras los eventos cotidianos se suceden, la vida para Drogo parece totalmente detenida: las jornadas se repiten con idéntico ritmo, y el tiempo que agrieta las paredes de la Fortaleza no parece pesar sobre Giovanni.
Sin embargo, esa noche tiene un sueño particular: desde su casa, contempla la fachada de un palacio lujoso, iluminado por la luna. Entre él y el palacio comienzan a flotar unos espíritus, similares a las hadas, que se arrastran hacia él, aunque estas presencias no lo asombran en absoluto, sino que le parecen lógicas apariciones.
Una de aquellas criaturas se aproxima al cristal de una ventana del palacio y la golpea, como llamando a alguien. Drogo observa entonces que del otro lado se encuentra un niño que no es otro que Angustina, pálido y vestido de terciopelo, y aunque lo llama a gritos, este no puede escucharlo.
Angustina abre la ventana del palacio y sigue a los espíritus hacia una gran plaza por la que avanza un cortejo de espíritus arrastrando una litera o silla de manos. Drogo siente la injusticia de aquella escena, puesto que Angustina no lo invita a participar de todo aquello, sino que se mantiene soberbio y arrogante.
Cuando llega hasta Angustina, el cortejo se detiene y lo rodea, como formando una corona. Angustina delibera con aquellos espíritus, como quien asienta las bases de un procedimiento, y luego se sienta en la silla de manos como un gran señor y el cortejo vuelve a ponerse en marcha.
Drogo llama a su amigo a los gritos hasta que Angustina se da vuelta, lo mira severo y luego esboza una sonrisa cómplice, tras lo cual se aleja en la noche sin volver a mirar hacia atrás.Todo el cortejo se transforma entonces en una confusa estela, y Drogo vuelve su mirada a la ventana abierta del palacio. En la habitación, sobre una cama iluminada por unos cirios, yace un pequeño cuerpo humano carente de vida, cuyo rostro se parece al de Angustina.
Capítulo 12
A Drogo le toca dirigir la guardia en el Reducto Nuevo, un fortín apartado de la Fortaleza, a tres cuartos de hora de marcha, en la cima de un monte rocoso sobre la llanura de los tártaros.
Giovanni espera la caída de la noche vigilando la llanura septentrional, desde una posición en que puede abarcarla por completo con la mirada. A la hora de la puesta de sol, Drogo siente una animación extraña, como si despertaran en él todas las esperanzas de cumplir acciones heroicas y ganarse la admiración del rey. Mirando la llanura, imagina una invasión de tártaros que él resiste durante días y días, mientras espera que llegue ayuda desde la Fortaleza. Imagina también que es herido pero sigue luchando sin rendirse, hasta caer agotado cuando los enemigos ya se encuentran en desbandada y llegan los refuerzos.
A las 8 de la noche, dejando atrás estas fantasías, Drogo cree divisar algo que se mueve en la llanura y llama a Tronk para comprobar si no se está engañando. Tronk confirma que algo se mueve por allí desde hace unos minutos, y entre ambos piensan qué hacer. Aquella mancha se mueve demasiado despacio y por la lejanía no logran determinar qué es por un buen tiempo. Sin embargo, cuando se aproxima lo suficiente, notan que se trata de un caballo, con silla de montar sobre el lomo.
Al darse cuenta de que es un caballo, Drogo y Tronk piensan que puede tratarse de un animal escapado de un ejército y piensan en dar la alarma a la Fortaleza. Sin embargo, descartan rápidamente dicha hipótesis, puesto que no encuentran razones para que un caballo se escape y comience a vagar por un desierto en el que no hay comida ni bebida. Además, se trata de un caballo negro y, según las leyendas, los tártaros montan siempre en corceles blancos, por lo que podría tratarse en realidad de la montura extraviada de algún cazador.
Finalmente, Drogo decide no dar la alarma y nota que se ha preocupado sin necesidad. A su alrededor, todos los soldados hacen bromas sobre el caballo y no le dan ninguna importancia, a excepción de un artillero joven, Giuseppe Lazzari, quien no para de vociferar que se trata de su caballo, que de seguro se ha escapado.
Al realizar el cambio de guardia, Drogo se dirige con premura al despacho del coronel y lo pone sobre aviso del episodio. El coronel da la orden de que se capture de inmediato a aquel animal, y cuando Drogo va a dar la orden, descubre que Giuseppe ya se ha aventurado, sin pedir permiso, a la llanura para capturarlo.
Tronk, que conoce a Giuseppe, se dirige alarmado a la muralla sobre la puerta de acceso y contempla al soldado que regresa ya con su caballo. Al encontrarlo, Giuseppe se da cuenta de que no se trata de su montura, pero no comprende el error que ha cometido: ha quedado del otro lado de la muralla una vez que la guardia ha dicho la contraseña y ha ingresado a la Fortaleza. Como la contraseña la sabe solo el oficial a cargo, Giuseppe no puede entrar, y los centinelas, aunque lo conocen y hasta alguno es amigo de él, no tienen más remedio que preguntarle quién es tres veces y luego dispararle. Giuseppe, convencido de que sus propios amigos no van a dispararle, continúa acercándose a las murallas a pesar de las advertencias y, finalmente, tras el tercer aviso, es fusilado sobre la llanura.
Capítulo 13
Toda la Fortaleza se encuentra revolucionada por la muerte de Lazzari. Gran parte de la culpa por lo sucedido recae sobre Tronk, puesto que es el oficial estuvo a cargo del grupo de soldados entre los que se encontraba Lazzari, y no se dio cuenta de su ausencia al regresar a la Fortaleza. El comandante Matti debe resolver la situación y abre una investigación sobre lo sucedido, con el objetivo de lograr un castigo severo para Tronk.
Como primera medida, Matti selecciona a Tronk para que recoja el cadáver del muerto y lo entre al cuartel. Mientras que este lleva adelante la tarea junto a un grupo de soldados, Matti lo acompaña y lo somete a un cuestionario innecesario, que solo pone de manifiesto su intención de molestarlo. Así, bajo la presión del comandante, Tronk es sometido a revisar el cuerpo de Lazzari e indicar dónde recibió la herida de bala, algo que Matti utiliza para ponderar la puntería del centinela que realizó el disparo, un soldado al que se lo apoda “el moreno”, que participó muchas veces en los certámenes de tiro organizados por el propio Matti. Así, el comandante logra convertir la muerte de Lazzari en una ocasión para destacar el buen trabajo que realiza él como instructor de tiro.
Cuando regresan al cuartel con el cadáver, Tronk no tiene más remedio que disimular su odio hacia Matti y se concentra en el recuerdo de Lazzari, un pobre soldado que pronto nadie recordará.
Capítulo 14
A primeras horas de la madrugada siguiente, en el Reducto Nuevo se detecta una franja negra que avanza por la llanura del norte. Este hecho, jamás ocurrido, produce mucha algarabía en toda la Fortaleza, y los oficiales ya se imaginan la gloria de entrar en combate contra el tártaro enemigo. Conforme pasa el tiempo, la franja negra se hace cada vez más visible y ya no quedan dudas de que se trata de un grupo numeroso de hombres armados.
En el Reducto Nuevo se ordena disparar el cañón como advertencia y alarma, tal como lo indica el reglamento militar. Tantos años han pasado desde la última vez que se disparó el cañon, que todos en la Fortaleza tiemblan al escucharlo y quedan a la expectativa del avance de las tropas sobre la llanura. Sin embargo, el tiempo pasa y el comandante no da ninguna orden concreta como respuesta, por lo que la vida en la Fortaleza sigue su curso. El coronel Filimore sigue en su despacho, aun cuando le indican que atrás de la primera franja de hombres ya se divisan tres franjas más, y todos los oficiales están reunidos a la espera de órdenes para preparar la defensa.
Si bien es lo que ha esperado toda su vida, algo de la situación no convence a Filimore, y no para de preguntarse por qué de pronto sufrirían un ataque en aquella frontera tranquila y olvidada. Nada le gustaría más que poder entrar en combate y ganarse la gloria en una batalla contra los tártaros, pero como ha esperado toda su vida, algo le indica que esos soldados que avanzan no tienen como objetivo la conquista de la Fortaleza; por tal motivo no quiere precipitarse a tomar acciones bélicas.
Sin embargo, el cuerpo de oficiales espera sus órdenes, por lo que Filimore no tiene otra opción más que reunirse con ellos. Ruborizado, Filimore se demora buscando las palabras para responder a todos aquellos militares que esperan poder combatir cuanto antes, y no sabe qué decirles. Afortunadamente, un mensajero entra a toda prisa y le entrega un mensaje de parte del jefe del Estado Mayor. Filimore, entonces, interrumpe su discurso recién comenzado y lee el mensaje, sin dejar que su expresión delate el contenido de las noticias.
Luego de leer, Filimore se dirige a los oficiales y les indica que no habrá ningún enfrentamiento, puesto que, tal como lo indica el jefe del Estado Mayor, aquellos soldados que se divisan en la llanura pertenecen a una sección norte del ejército y están allí para establecer una línea fronteriza nueva, tal como en el pasado el propio Filimore hizo desde la Fortaleza. Según informa su Excelencia, aún quedan sectores de la frontera por definir y por eso ha enviado una sección a realizar el trabajo. A su vez, pide a los oficiales de la Fortaleza que contribuyan enviando un destacamento que se sume a la expedición.
La noticia desilusiona absolutamente a los oficiales, quienes comprenden que no se enfrentarán a nadie en lo que dure su servicio en aquella frontera olvidada. El propio Filimore también está abatido por las noticias y no puede hacer nada al respecto. Así, la Fortaleza recupera su ritmo estancado de siempre, y cada soldado regresa a sus funciones habituales.
Capítulo 15
Al día siguiente, parte la expedición de apoyo para la demarcación de los confines fronterizos, unos cuarenta hombres a cargo del capitán Monti, entre los que se encuentra Angustina. Este último es, entre todos los soldados, el único que lleva botas, un calzado poco adecuado para la tarea, y aunque el capitán lo ha notado antes de salir de la Fortaleza, no le ha dicho que se las cambie.
Mientras avanzan por las rocas, es evidente que el terreno complica el avance de Angustina y que sus botas le dañan los pies, aunque el oficial no se queja en ningún momento y se esfuerza en seguir el ritmo de sus compañeros. Monti, mientras tanto, observa a su subalterno y se burla de él. En verdad, Monti odia a Angustina por los aires de superioridad que este parece tener, por lo que toda aquella situación es la ocasión perfecta para burlarse y ridiculizarlo frente a todos los soldados. Sin embargo, y a pesar de tener los tobillos en carne viva debido a la dureza de las botas, Angustina no se queja ni reduce el ritmo de marcha.
Viendo esto, Monti decide acelerar el paso y no da ningún descanso a los soldados. Así, llegan hasta un terreno en el que el valle muere contra una serie de paredones de piedra, y Monti no tiene más remedio que hacer una pausa para almorzar. Angustina está totalmente empapado de sudor, y el viento que corre por el valle lo golpea de lleno, pero como ningún soldado se coloca el capote, él tampoco lo hace, y resiste el frío con actitud imperturbable.
Después de comer, con la excusa de llegar a la cima de aquellas montañas antes que la sección enviada del norte, Monti ordena subir por un terreno escarpado, cuya elevación es casi vertical. Angustina observa que a unos cientos de metros de allí hay un camino mucho más accesible, y así se lo hace notar a su comandante, pero este no da el brazo a torcer y obliga a todo el mundo a levantar campamento y comenzar el ascenso. Monti y los demás soldados van calzados con zapatos claveteados para aferrarse a la montaña, mientras que las botas de Angustina son de suela lisa y patinan en el terreno pedregoso. Sin embargo, Angustina se las ingenia para subir a buen ritmo, e incluso lo hace con menor esfuerzo que Monti, puesto que sabe distribuir su peso para escalar sin exigirle a su cuerpo esfuerzos indebidos.
Viendo esto, Monti ordena a unos pocos soldados que lo acompañen y se separa del grupo para poder subir con mayor velocidad. Angustina, mientras tanto, queda a cargo del resto del grupo y decide seguir los pasos de Monti.
Poco después, cuando Angustina está llegando a la cima, se encuentra con Monti que está tratando de escalar una última pared vertical de piedra infructuosamente con la ayuda de dos soldados. Mientras continúa su intento, un grupo de soldados de la sección del norte se asoma desde la cima y les indica a Monti y los suyos que ellos ya han llegado y demarcado el terreno. También les arrojan cuerdas, para que todos puedan subir a la cima antes del anochecer.
Aunque ha comenzado a nevar y ya oscurece, Monti no quiere aceptar la ayuda de los soldados del norte y no utiliza las cuerdas, pero como tampoco hay luz suficiente como para descender en medio de la nevada, ordena a los soldados guarecerse contra la pared de roca y pasar la noche allí.
Angustina, aunque mojado, frío y exhausto, se pone a jugar a las cartas con Monti, como si se encontrara en el mejor de los estados. Esto es una clara provocación hacia Monti, una burla por su fracaso comandando la expedición, y el capitán lo maldice, aunque acepta jugar con él.
De pronto, Monti comprende que Angustina ha armado ese juego como una forma de mostrar indiferencia ante la presencia de los soldados del norte y para demostrar que ellos no necesitan ayuda de nadie. Esta actitud sorprende y maravilla al capitán, quien empieza a mirarlo con ojos cargados de admiración. Sin embargo, Monti deja de jugar a las cartas y se pone a hacer otras cosas, y Angustina sigue simulando una partida, él solo, mecánicamente. Monti se desespera frente a esta actitud, y trata de disuadirlo para que se detenga, pero de pronto comprende que su compañero se encuentra en una especie de trance, apenas puede hablar y sus movimientos son cada vez más lentos.
En este momento, el narrador comienza a intercalar en el relato fragmentos del sueño que Drogo había tenido noches anteriores, en el que Angustina recibía a una corte de espíritus y se iba con ellos. Poco a poco y con mucha dignidad, Angustina acomoda su postura hasta imitar la muerte del príncipe Sebastián según un cuadro famoso de la Fortaleza, y así se queda, hasta dejar de respirar.
El narrador entonces regresa sobre el sueño de Drogo, al momento en que Angustina acepta el trono que le ofrecen los espíritus y se va con ellos, dejando detrás su cadáver sobre la cama del palacio. Al día siguiente, cuando Monti sale de su refugio, encuentra el cadáver congelado de su compañero.
Análisis
La percepción del tiempo es uno de los temas fundamentales de la novela, como comienza a notarse a partir de estos capítulos. De los 30 capítulos que conforman El desierto de los tártaros, en los primeros 21 transcurren 4 años, en los siguientes 4 capítulos, otros 15 años; y en últimos 5 capítulos, 14 años. A medida que avanza la narración y el hechizo que la Fortaleza ejerce sobre Drogo disminuye, el tiempo avanza a mayor velocidad, hasta desembocar en la muerte del protagonista.
Al inicio del capítulo 9, 3 meses más han pasado, “ni deprisa ni despacio” (p. 77), y a pesar de esta aclaración del narrador, Drogo manifiesta: “Me parece que fue ayer cuando llegué a la Fortaleza” (p. 77) y el narrador reflexiona: “parecía ayer, pero el tiempo se había consumido lo mismo con su inmóvil ritmo, idéntico para todos los hombres, ni más lentos para quien es feliz ni más veloz para los desventurados” (p. 77). Al inicio del capítulo 11, otros 2 años han pasado, y nada nuevo ha sucedido en la Fortaleza. La vida de Drogo sigue siendo la misma y nada delata el paso del tiempo.
Un elemento utilizado para la demarcación del paso del tiempo es el clima: el narrador suele describir el cambio de las estaciones como una forma de indicar que los ciclos se suceden y se renuevan, aunque la Fortaleza apenas se percate de ello. Así, la llegada de las nieves invernales y el florecimiento de la primavera son dos indicadores del paso del tiempo y sus ritmos estipulados.
La percepción del tiempo en la Fortaleza es compleja y ambigua: por un lado, a Drogo a veces los días se le hacen interminables y tiene la sensación de que ha pasado toda su vida en aquel cuartel. Sin embargo, y al mismo tiempo, Drogo siente su existencia detenida y espera que pase algo, confiando en que es joven y en que esa juventud va a durarle por siempre. Esta ambigüedad es planteada por el narrador de forma metafórica: “La existencia de Drogo, en cambio, estaba como detenida. La misma jornada, con idénticas cosas, se había repetido centenares de veces sin dar un solo paso adelante. El río del tiempo pasaba sobre la Fortaleza, agrietaba las murallas, arrastraba hacia abajo polvo y fragmentos de piedra, limaba los peldaños y las escaleras, pero sobre Drogo pasaba en vano; aún no había conseguido engancharlo en su huida” (p. 93).
El tiempo se experimenta entonces como un estancamiento, como un ritmo monótono marcado por el servicio militar y por la espera desesperanzada de que algo fuera de lo común sacuda la vida en la Fortaleza. La repetición constante de las mismas acciones genera en Drogo un acostumbramiento a la rutina que termina por reducirlo a una existencia básica, sin grandes placeres, pero sin alteraciones molestas en su cotidiano: “estaban ya en él el entorpecimiento de los hábitos, la vanidad militar, el amor doméstico a los muros cotidianos. Cuatro meses habían bastado para enviscarlo en el monótono ritmo del servicio” (pp. 84-85).
El hábito absorbe la vida de Drogo y genera una percepción cíclica que parece borrar el paso del tiempo. La repetición cíclica de las acciones en la Fortaleza se traduce a nivel estilístico, y el narrador utiliza la repetición sintáctica y léxica para transmitir al lector ese efecto de estancamiento. Así, el capítulo 10 presenta, por ejemplo, dos párrafos que comienzan con la estructura “En hábito se había convertido…” (p. 85) y se componen de una enumeración de tareas cotidianas cuya valoración negativa se atenúa conforme se repiten. A continuación, otros cuatro párrafos continúan la enumeración, con la palabra “Hábito” abriendo cada una de ellas. Estas enumeraciones terminan con una indicación del narrador sobre la vida de Drogo: “Así se desarrollaba, sin saberlo él, la huida del tiempo” (p. 87).
Además del tiempo cronológico señalado, como se ha dicho, por el paso de las estaciones, el clima y la percepción interna y ambigua de Drogo, existe un tiempo de la enunciación, que el narrador utiliza de formas diversas a lo largo de toda la novela. En general, la novela está narrada en los tiempos del pasado, y el tiempo más usado para la acción es el Pretérito Indefinido mientras que en las descripciones predomina el Pretérito Imperfecto. Sin embargo, el narrador modifica muchas veces los tiempos verbales en los que articula su discurso, con el objetivo de detenerse y resaltar una escena, dirigirse directamente al lector o emitir una opinión sobre algún hecho en particular. Esto es fácilmente comprobable, por ejemplo, en el capítulo 1 del relato, cuando la voz narrativa detiene la acción y se dirige directamente al lector: "Miradlos, a Giovanni Drogo y su caballo, qué pequeños sobre el flanco de unas montañas que cada vez resultan más grandes y salvajes. Él sigue subiendo para llegar a la Fortaleza de día, pero más ligeras que él, desde el fundo, donde retumba el torrente, más ligeras que él suben las sombras" (p. 14).
Este tiempo pertenece a la visión del narrador y no al decurso de la historia, y propone al lector una lectura particular sobre la narración. En este pasaje, la expresión “miradlos” indica el cambio en la enunciación e introduce todo un universo subjetivo: es el narrador el que compara el avance de Drogo con el de las sombras.
Lo mismo sucede cuando indica, en el capítulo 10: “Drogo ha decidido quedarse (…) Por ahora él cree haber hecho algo noble y se asombra de buena fe, al descubrirse mejor de lo que había creido. Sólo muchos meses después, al mirar atrás, reconocerá las míseras cosas que lo ligan a la Fortaleza” (p. 84). Este procedimiento discursivo permite al narrador tomar distancia de los hechos y realizar juicios valorativos sobre las decisiones de Drogo, a la vez que adelanta al lector parte de lo que sucederá luego en la historia, de forma tal que se pueda comprender, al mismo tiempo, lo que Drogo pensaba en el momento de tomar una decisión y las consecuencias que esa decisión tuvo sobre el resto de su vida.
De esta forma, si bien la narración se realiza predominantemente en los tiempos del pasado, la inclusión de pasajes enunciados en presente funcionan como una lupa propuesta por el narrador desde su punto de vista para observar a Drogo en el decurso de su vida.
Otro rasgo característico de la obra de Buzzati y de su abordaje del relato fantástico es la creación de atmósferas oníricas y de sueños que funcionan a modo de alegorías o de premoniciones sobre el futuro. En El desierto de los tártaros, Drogo tiene un sueño premonitorio en vísperas de un gran acontecimiento que sacude a la Fortaleza. En su sueño, Drogo contempla un séquito de espíritus que llegan a un palacio en el que se encuentra su amigo, Angostina, también con aspecto de niño. Luego de deliberar con los espíritus, Angostina se sube a una silla que llevan con ellos y el séquito se retira lentamente. Cuando Drogo vuelve a contemplar el palacio, en la cama descansa el cuerpo muerto de Angostina.
Este sueño adelanta la muerte de Angostina, que ocurrirá en los capítulos siguientes, y suma al relato un escenario sobrenatural que es algo más que un simple sueño. Drogo queda impactado por su visión, y comprende que algo significa, aunque no hace nada para evitar la muerte de su amigo. No es azar, tampoco, que el sueño ocurra en vísperas de la jornada en la que se encuentra un caballo suelto en la llanura, algo que por primera vez agita a la Fortaleza e ilusiona a los oficiales con la promesa de una batalla inminente.
Todo el episodio del caballo pone en relieve la ridiculez y la inutilidad de los reglamentos y las estructuras de la Fortaleza: el hecho de que solo los oficiales tengan la contraseña para ingresar al recinto amurallado deriva en la muerte de Lazzari, un joven soldado que, movido por su deseo de aventura y su ingenuidad, se escapa de su batallón para buscar el caballo que anda suelto en la llanura. La muerte de Lazzari se presenta desde una óptica totalmente absurda: un centinela que lo conoce, que sabe que es un soldado del batallón de Tronk, le advierte tres veces que no se acerque sin la contraseña, y luego dispara sobre él, haciendo gala de su puntería. Así, las leyes se revelan como un constructo que no sirve más que para someter a los hombres y castigar a quienes no las acatan.
La llegada del ejército del Norte para demarcar las fronteras y el destacamento que envía el comandante de la Fortaleza para que participe de la empresa constituyen la única unidad de acción concreta y que presenta una progresión efectiva en la vida de Drogo en la Fortaleza. En verdad, puede calificarse a El desierto de los tártaros como una novela de la no-acción, ya que los acontecimientos que narra son mínimos y suelen conducir al lector al problema del tiempo, el verdadero protagonista del relato.
En los capítulos 10, 11 y 12, el tiempo de la enunciación, es decir, el tiempo que el narrador dedica a contar su historia y rellenarla de diversos detalles se amplía y se dilata sobre el tiempo concreto del enunciado, es decir, de los sucesos concretos que acontecen en la historia.
El capítulo 12, que es uno de los más extensos de la novela, presenta una unidad argumental muy simple: un caballo es avistado en la llanura, un soldado se escapa de su batallón para ir a buscarlo a escondidas y cuando regresa a la Fortaleza es fusilado por no poseer la contraseña para ingresar. Estas acciones, sin embargo, se complementan con una serie de descripciones y con una revisión del mundo interno de los personajes y de los diálogos que mantienen entre ellos. Así, largos pasajes del capítulo están dedicados a las hipótesis que hacen Drogo y Tronk sobre la mancha que observan en la llanura y que luego resuelven con la aparición del caballo. De esta forma, el ritmo de la narración se ralentiza durante todo el capítulo, y se acelera al final, cuando el centinela dispara sobre Lazzari. Estas estrategias narrativas contribuyen a crear la sensación de espera que experimentan todos los oficiales de la Fortaleza y lo traduce a la propia estructura del relato. En este sentido, El desierto de los tártaros se convierte en una novela donde el lector también debe esperar y sentir la angustia de la expectativa junto a los personajes.
La muerte de Angustina, en el capítulo 15, recibe un tratamiento similar: el tiempo de la enunciación se detiene una y otra vez sobre las botas de Angustina, que son un símbolo de su procedencia aristocrática y que lo separan del resto de soldados, y luego se detiene una y otra vez sobre su Fortaleza, a pesar de la enfermedad y el cansancio.
Angustina cumple con su destino de soldado y muere en un operativo militar, aunque no se trate de una batalla. La narración de su muerte está cargada de imágenes visuales, entre las que destacan la postura que toma Angustina, de forma consciente, para imitar el cuadro del Príncipe Sebastián que adorna el cuartel de la Fortaleza y el gesto de cabeza que realiza antes de pronunciar su última frase, que queda inconclusa: “Mañana habría…” (p. 159). Durante todo el pasaje que conduce a la muerte de Angustina, el narrador intercala fragmentos del sueño de Drogo que recuperan la premonición que este había tenido pocas noches atrás. Así, Angustina funciona como un doble de Drogo, que alcanza la gloria que a este le será vedada. La muerte de Angustina es honorable y cumple con el destino del soldado. Cuando la muerte llegue a Drogo al final de la novela, no tendrá nada de honorable ni de gloriosa.