Giovanni Drogo, un joven militar, es enviado a cumplir servicio en la Fortaleza Bastiana, una guarnición que custodia una extensa llanura meridional a la que los soldados denominan “el desierto de los tártaros”. A pesar de que nunca ha sucedido ningún conflicto militar en aquella zona, las leyendas cuentan que por aquel desierto deambulaban hordas de tártaros, y que eso motivó la necesidad de montar aquella custodia para proteger el país.
Al llegar, Drogo siente la imperiosa necesidad de marcharse cuanto antes de ese lugar, al mismo tiempo que, de una forma incomprensible, siente que la fatalidad se cierne sobre él. Cuando habla con los oficiales al mando, estos le dicen que podría tramitar un permiso para regresar a la ciudad, pero que mejor esperar cuatro meses a la consulta médica de rutina, y pedirle entonces al médico que redacte una orden de regreso por motivos de salud.
Drogo se acostumbra durante los primeros meses a la rutina de la Fortaleza, y algo del lugar comienza a fascinarle, al punto de que al llegar la visita médica de rutina, decide rechazar la orden de regreso a la ciudad y se queda en la Fortaleza. Así pasan los años, y Drogo se habitúa tanto al cuartel que la ciudad deja de interesarle por completo, y ni siquiera es capaz de quedarse en ella todos los días de permiso que le dan al año.
Una vez, mientras hace guardia en el Reducto Nuevo, un caballo solitario aparece en el desierto y esto causa un enorme revuelo en la guarnición. Todos los oficiales hipotetizan sobre una posible invasión, y, a los pocos días, una franja oscura de soldados avanza por la llanura. Sin embargo, no se trata de soldados enemigos, sino de una facción del ejército del norte enviada a delimitar la frontera. Tras este episodio, que desilusiona a todos los oficiales, la Fortaleza vuelve al sopor habitual.
En verdad, tanto Drogo como otros viejos oficiales se pasan los días y los años con la esperanza de que algo fuera de lo común suceda. La Fortaleza, como una presencia misteriosa que determina sus ánimos, los mantiene en una falsa expectativa, obligándolos a permanecer aun cuando es evidente que no hay ninguna amenaza que pueda llegar desde el desierto.
Así pasan los años y Drogo sube los escalafones militares hasta convertirse en uno de los capitanes del cuartel. En un año memorable, un joven llamado Simeoni observa que muy al norte se está construyendo una carretera, y la exaltación ante una posible batalla vuelve a enardecer el ánimo de Drogo. Sin embargo, nada de esto sucede. La carretera tarda quince años en ser construida, y una vez terminada, ningún ejército la utiliza para avanzar contra la Fortaleza.
Décadas han pasado, Drogo ha envejecido y ronda los 50 años. Simeoni se ha convertido en el comandante en jefe de la decadente Fortaleza, y Giovanni en el segundo al mando. Finalmente, Drogo comprende que su vida ha transcurrido en la esperanza de una guerra que pudiera llenarlo de honor, pero que todo ha sido inútil, y ya no hay nada que esperar. Los meses siguen pasando y una enfermedad consume su cuerpo rápidamente. En cuestión de semanas, Drogo ya no es capaz siquiera de salir de la cama.
Un día, mientras se halla postrado, el sastre le avisa que, finalmente, un ejército se divisa al norte y que llegará a la Fortaleza en dos días. Sin embargo, y por más que se esfuerce, Drogo no consigue sobreponerse a la enfermedad, y Simeoni termina ordenándole regresar a la ciudad en una carroza que pone a su disposición.
Así, en el momento en el que finalmente la invasión enemiga llega a la Fortaleza, Drogo abandona el reducto militar, enfermo y derrotado. Esa noche pide hacer una pausa en una posada antes de retomar el viaje, aunque en verdad, Drogo se siente morir y quiere detenerse un momento para componerse y enfrentar esa última batalla.
En la posada, mirando las estrellas, Drogo toma valor y se enfrenta a la muerte con una sonrisa en el rostro.