El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros Resumen y Análisis Parte 4, Capítulos 16-24

Resumen

Capítulo 16

Tras el entierro de Angustina, todo en la Fortaleza regresa a su curso habitual. Cuatro años han pasado desde la llegada de Drogo, otro invierno comienza y la vida retoma su curso.

Drogo se encuentra junto a Ortíz frente a la tumba de Angustina, y este le cuenta que el muerto estaba enfermo, por lo que en verdad su muerte en servicio le ha servido para ganar la gloria que no hubiera conseguido de otra forma. Así, Angustina se ha convertido en un héroe para la Fortaleza.

Ortíz también le dice a Drogo que debe marcharse de la Fortaleza lo antes posible, puesto que nada hay allí que valga la pena. La vida en aquel páramo acelera el envejecimiento de los soldados y los vacía de vida, por lo que cuanto antes escape Drogo de aquella prisión, más rápido podrá rehacer su vida.

Capítulo 17

Llega la primavera a la Fortaleza. Las nieves se deshacen y un nuevo fervor vital invade a los soldados y los oficiales. Todo el mundo reverdece y parece cargarse de nuevas oportunidades.

A Giovanni Drogo ningún compromiso lo retiene en la Fortaleza, y la idea de regresar a la ciudad vuelve a seducirlo. Con un permiso por varios meses, Drogo dice adiós a la Fortaleza y se arroja, sin mirar atrás, hacia las praderas y el camino que lo conduce de regreso al bullicio mundano. Una nueva página comienza en la vida del oficial.

Capítulo 18

Drogo regresa a su casa, pero pronto descubre la ambivalencia de sentimientos que le produce estar de vuelta. Por un lado, siente los olores de su casa y recuerda la dulzura de su vida, pero también vienen a su mente las peleas familiares, las enfermedades y el encierro. La felicidad pronto se convierte en una tristeza desganada, y nada se parece a la vida que había tenido en el pasado: sus hermanos no están en la casa, alguno anda de viaje, otro se ha instalado en el extranjero y otro en el campo; su madre tampoco pasa mucho tiempo dentro, sino que realiza muchas tareas para la iglesia, por lo que Drogo se encuentra de pronto solo y con mucho tiempo libre.

Así, comienza a vagar por la ciudad y a encontrarse con sus viejos amigos, todos ellos ahora con familia o demasiado avocados a sus trabajos. En cuatro años, sus amistades se han vuelto lejanas e indiferentes, y por más que lo intente, las camaradería de antaño es irrecuperable.

Incluso durante un gran baile, ocasión ideal para conocer muchachas, Drogo no logra pasarla bien y termina absorbido por el anfitrión, quien no deja de mostrarle las armas que posee y hablarle del ejército. Al llegar el alba, Drogo se encuentra pensando en la Fortaleza con añoranza.

Nada en la casa y en la ciudad es como antes, ni siquiera los sonidos, y esto a Drogo le produce un malestar profundo. Incluso la relación con su madre ha cambiado, y él ha dejado de ser el pequeño imprescindible para ella. Así, Drogo rápidamente comprende que entre su antigua vida y la actual hay una separación insalvable.

Capítulo 19

Drogo visita a María, la hermana de su amigo Francesco Vescovi, con quien en el pasado había sostenido una relación que bien podría haber derivado en un romance. Sin embargo, cuando se encuentra con ella, a pesar de que nada en su aspecto ha cambiado, Drogo se lleva una desilusión y comprende repentinamente que algo definitivo se ha interpuesto entre ellos.

María se da cuenta de que Drogo la mira de una forma particular y le pregunta si la ha encontrado tan cambiada, a lo que Giovanni responde que no, incluso se sorprende de que su aspecto siga siendo el mismo. Sin embargo, algo frío se apodera de su interior y lo desalienta. Drogo no es capaz de bromear con María como antaño y nota que su conversación es forzada.

Después de una charla en la que Drogo le dice que todavía no sabe si se quedará, y María le confiesa que en tres días parte con su madre y unas amigas a Holanda, los dos amigos comprenden que entre ellos ya hay barreras insalvables. María hace un último esfuerzo por aproximarse a Drogo y le insinúa que él podría obtener su amor, pero Giovanni deja pasar la ocasión sin reaccionar, y ambos terminan despidiéndose con la promesa de volver a verse antes de la partida hacia Holanda, aunque son muy conscientes de que ese es un adiós definitivo.

Capítulo 20

Aunque cuatro años en la Fortaleza son suficientes para solicitar un nuevo destino, Drogo solicita una conversación con el comandante de la división, principalmente porque gracias a los contactos de su madre le es posible conseguir una audiencia.

El general lo recibe en su inmenso despacho y apenas escucha lo que Drogo tiene para pedirle. Por el contrario, le explica que en la Fortaleza habrá recorte de personal y que muchos oficiales ya han pedido el pase; le sorprende, de hecho, que Drogo no sepa nada de la cuestión y no haya solicitado también el suyo.

Drogo, que no estaba para nada al tanto de estos cambios, no sabe qué hacer. Es evidente que sus compañeros, al tanto de todos estos cambios, no le han dicho nada para asegurarse así un nuevo destino con mayor facilidad. Aunque Drogo insiste que con sus cuatro años de servicio tiene derecho a un cambio, el general le indica que hay oficiales que han servido muchísimo más tiempo y cuyos permisos tienen prioridad, por lo que no hay ninguna razón para aceptar su petición.

Drogo comprende que está condenado a demisionar o pasarse la vida en la Fortaleza, y aunque quiere quejarse, el general lo despacha sin darle lugar a réplica. Drogo, entonces, no tiene más remedio que retirarse con paso marcial.

Capítulo 21

Drogo regresa a la Fortaleza tras sus dos meses de permiso. Aunque no ha conseguido el traslado, tampoco le duele particularmente tener que permanecer allí. Sin embargo, al volver a ver el fuerte, Drogo comprende mejor que nunca que aquella es una Fortaleza en total decadencia: sus muros venidos a menos no aguantarían ni siquiera un par de horas contra una invasión enemiga, pero todos saben que es imposible que alguien los ataque por la Llanura de los tártaros. En verdad, la esperanza de un ataque era tan solo una excusa utilizada por todos aquellos oficiales para tolerar la vida aislada de aquel cuartel que ya no posee ningún sentido.

Drogo también comprende que la mayoría de sus oficiales amigos se irán del cuartel muy pronto y él se quedará solo. Es tan evidente que muchos están próximos a partir que las otrora rígidas reglas de la Fortaleza apenas se cumplen. De todos aquellos oficiales, el único que no ha cambiado de actitud es Ortiz. Cuando Drogo habla con él, descubre que Ortiz no tiene pensado abandonar la Fortaleza, sino que planea quedarse allí el resto de su vida. Habiendo comprendido los engaños que sufrió al llegar, Drogo increpa a Ortiz para que este le confiese que aquellas promesas de un pase o un permiso médico eran todas artimañas para ilusionar a los oficiales mientras se los obliga a permanecer en el fuerte, algo que Ortiz termina por confirmar, aunque a regañadientes. Toda la Fortaleza es una gran mentira, y sus promesas también. Incluso la fantasía de la presencia de los tártaros es algo que alguien alguna vez inventó para llenar su vida de esperanzas, pero que en verdad ningún ejército intentó nunca siquiera aproximarse a la Fortaleza.

Después de la charla con Ortiz, Drogo contempla cómo se marcha del fuerte el oficial Morel, y lo considera feliz por poder marcharse.

Capítulo 22

Mientras la última guarnición se dispone a partir, el teniente Simeoni, un joven que lleva unos tres años en la Fortaleza, se acerca a Drogo, agitado, y le cuenta que ha visto algo en la llanura.

Cuando la guarnición se marcha, Drogo sube a las murallas con Simeoni, quien le presta su anteojo -uno de mayor calidad que los que hay en la Fortaleza- para que pueda observar una mancha negra que, según Simeoni, es visible desde hace cinco días y se mueve muy lentamente. Para Simeoni, esa mancha corresponde a un grupo de personas y carretas que están haciendo una carretera, algo que a Drogo le suena absurdo, como le hace notar al teniente.

Días después, Drogo se entera de que Simeoni ha mostrado la mancha a casi todos los oficiales, y que nadie le ha prestado la más mínima atención. Mientras tanto, la decadencia en la Fortaleza comienza a hacerse evidente: al reducirse la plantilla a la mitad, muchos locales deben clausurarse y los centinelas sobre las murallas ahora están mucho más distanciados que antes.

Una noche, Simeoni busca a Drogo en su habitación y lo lleva a la muralla, ansioso por enseñarle un nuevo descubrimiento: ahora, con el anteojo, se puede ver una luz en el horizonte, que para Simeoni indica que han construido allí un almacén para la construcción de la nueva carretera. Drogo comienza, poco a poco, a interesarse por aquella luz.

En los días siguientes, Drogo sopesa la idea de retirarse para siempre de la Fortaleza, pero termina posponiéndola siempre, por considerarse joven aún y con toda la vida por delante, por lo que puede esperar aun algunos años a que suceda algo en aquella guarnición decadente.

Después de cuatro días de niebla, la luz vuelve a aparecer en el horizonte. Drogo y Simeoni toman referencias del paisaje para comprobar, efectivamente, que quienquiera que esté en el desierto avanza lentamente. Al tiempo más manchas aparecen, y Simeoni piensa que debe tratarse de carretas que mueven las cargas para hacer la carretera. Si por cada una de ellas hay otras tantas paradas, Simeoni calcula que deben ser centenares de hombres los que están avanzando, y calcula que en seis u ocho meses podrían llegar al valle que custodia el Reducto Nuevo.

Los días pasan y comienzan las nieves que indican la llegada del invierno. Drogo es invadido por el anhelo de la rutina y desea quedarse tranquilamente en la Fortaleza una temporada más. Con todo el paisaje nevado, las luces dejan de verse en el horizonte, y esto refuerza la idea de Simeoni de que se trata de un grupo de constructores: con el mal tiempo, seguro que se posponen las tareas hasta la primavera.

Capítulo 23

Un día, en la orden del día que se suele publicar en el patio, aparece una comunicación del Mando superior que prohíbe el uso de anteojos para observar la llanura y repudia los falsos rumores sobre movimientos y posibles amenazas del Estado limítrofe.

La nota enfurece a Drogo, quien no comprende cuál es el problema de dedicarle tiempo a mirar el desierto. Lleno de rabia, quiere comentar con Simeoni lo sucedido, pero prefiere esperar a la noche para no levantar sospechas. Durante la cena, es evidente que Simeoni evita a Drogo, quien debe esperar hasta muy avanzada la noche para poder encararlo cuando este se retira a su cuarto.

Extrañamente, Simeoni le dice que todas aquellas locuras sobre una carretera eran bromas que había estado haciendo, todo un juego de hipótesis ridículas para pasar el rato, y que a Drogo bien le convendría olvidarlas. Luego también le cuenta que ya ha entregado su anteojo a su capitán. Drogo piensa que Simeoni tiene miedo del Alto mando y por eso se comporta de forma tan particular, pero este escapa a esos comentarios y se retira a sus aposentos, dejando a Drogo aun más lleno de rabia.

Capítulo 24

El tiempo sigue transcurriendo. Drogo contempla, día a día, la ruina que se apodera de la Fortaleza, aunque sostiene la secreta esperanza de que algo finalmente suceda. Aunque sigue observando el horizonte con regularidad, los meses pasan y no hay señales de movimiento, mucho menos de construcción de una carretera.

Drogo sigue pensando en la soledad de la vida y en el sufrimiento. Llega a la conclusión, durante los meses de invierno, de que uno está siempre solo y sufre en soledad, sin poder compartir con nadie ese sufrimiento.

La impaciencia crece en su interior al ver pasar los meses sin que nada nuevo suceda, hasta que una noche Drogo comprueba, con entusiasmo, que las luces han vuelto a aparecer, y ahora con intensidad. En poco tiempo, la luz puede observarse incluso de día, sin necesidad de anteojos. Así, entre todos los militares se vuelve a hablar de la construcción de una carretera en el norte y de una posible guerra avecinándose.

Análisis

Tras la muerte de Angustina, el tiempo de la narración se acelera hasta la llegada de la primavera en que Drogo cumple los cuatro años de servicio y se prepara para regresar al a ciudad. Todo el capítulo 17 está dedicado a la llegada de la primavera y el cambio de orientación en la vida de Drogo; en relación con esto el ritmo narrativo está dado por la enunciación en presente en lugar de los habituales tiempos del pasado. El uso del presente detiene el avance cronológico de la historia para concentrarse en los detalles de un momento en particular: el derretirse de la nieve, el sonido del agua, las voces de los pájaros y el ajetreo de los soldados que despiertan a un nuevo ciclo vital. Todo en la Fortaleza parece tener un aire de frescura y renovación, y el uso del presente ayuda a reforzar esta última idea de ciclo que está comenzando otra vez. En este pasaje, las angustiosas experiencias de Drogo se ponen en pausa por un momento, y el relato se concentra en su fuga de la Fortaleza: “Ningún compromiso lo retiene en la Fortaleza. Ahora regresa a la llanura, vuelve a entrar en el consorcio de los hombres, no será difícil que le den algún encargo especial, acaso una misión en el extranjero en el séquito de algún general. En estos años, mientras él estaba en la Fortaleza, habrá perdido muchas buenas ocasiones, pero Giovanni es todavía joven, le queda todo el tiempo posible para remediarlo” (p. 170).

Al llegar a su casa, en el capítulo 18, Drogo percibe “de inmediato el viejo olor doméstico, como cuando, de niño, regresaba a la ciudad tras los meses de verano en el campo” (p. 172). Sin embargo, la súbita felicidad que siente al verse transportado a su niñez se opaca y se transforma en tristeza: “Sentado en el salón, mientras intentaba responder a las muchas preguntas, sentía mudarse la felicidad en tristeza desganada. La casa le parecía vacía en comparación con antes, uno de los hermanos se había marchado al extranjero, otro estaba de viaje quién sabe donde, el tercero en el campo. Sólo quedaba la madre, y también ella tuvo que salir poco después para una función de iglesia donde la esperaba una amiga” (pp. 172-173).

No solo las costumbres de su casa han cambiado, sino que toda la ciudad le parece extraña, incluso sus amigos y sus antiguas costumbres han cambiado y ahora es imposible establecer con ellos una relación de complicidad como la que había tenido. Así, Drogo siente por primera vez el duro paso del tiempo sobre su vida: si bien él no se siente cambiado, las cosas ya no son como antes, y ahora su juventud es un capítulo cerrado al que solo se puede acceder por medio de los recuerdos. Tratar de recuperar el tiempo perdido, por otra parte, es imposible, y Drogo lo comprende rápidamente cuando visita a María Vescovi, con quien en el pasado ha tenido una especie de romance.

Como se observa, el problema del fluir angustiante del tiempo es uno de los temas principales de la novela y, en este sentido, los acontecimientos en la vida de Drogo funcionan más bien como una excusa para presentar y desarrollar la vivencia de la soledad, el peso agobiante de la existencia y la necesidad de encontrar algo que pueda darle sentido a la vida. Página tras página, el narrador utiliza un lenguaje altamente figurativo para reflexionar en torno a la conciencia del fluir del tiempo y el agotamiento de la existencia. En el capítulo 6, el narrador había adelantado lo que pasaría a Drogo con su vida de juventud mediante la alegorización del paso del tiempo como un camino de dirección única:

Oirá el latido del tiempo escandir ávidamente la vida. A las ventanas ya no se asomarán risueñas figuras, sino rostros inmóviles e indiferentes. Y si él pregunta cuánto camino queda, ellos señalarán de nuevo el horizonte, sí, pero sin ninguna bondad ni alegría. Mientras tanto, los compañeros se perderán de vida, alguno se queda atrás, agotado; otro ha escapado delante; ahora ya no es sino un minúsculo punto en el horizonte. (…) Pero nunca se acaba, los días se hacen cada vez más breves, los compañeros de viaje más escasos; en las ventanas hay apáticas figuras pálidas que sacuden la cabeza. (p. 60)

Esta concepción del paso del tiempo revela la profunda soledad a la que deben enfrentarse todos los hombres. Tanto el paso del tiempo como la angustia y la soledad inherente a la vida humana atraviesan toda la obra de Buzzati, quien se hace eco del existencialismo filosófico del siglo XX. A grandes rasgos, el existencialismo como corriente filosófica y literaria expresa la angustia del ser humano frente a la crisis de la civilización europea y de todos sus valores. El existencialismo explora la angustia de la existencia individual en un mundo carente de sentido, cuyas instituciones morales y culturales han entrado en crisis y las experiencias de las dos guerras mundiales han puesto en cuestionamiento el valor de la vida humana.

En este contexto, el filósofo alemán Heidegger analiza el concepto de temporalidad asociado al de existencia, y llega a la conclusión de que la existencia es la temporalidad misma, es decir, que el ser existe como parte del mundo, ligado al transcurso temporal que lo determina y, a la vez, lo limita. En este sentido, la existencia, más que una cuestión de “ser” en el mundo, es el “estar siendo” en el mundo, un acto en constante ejercicio que se orienta hacia las potencialidades del ser humano: el hombre es un ser encaminado hacia el futuro, preocupado por lo que ha de venir y encaminado hacia metas, sueños y objetivos.

Esta proyección hacia delante, totalmente ligada a la concepción del tiempo, es lo que empuja a los hombres a esperar, a tener expectativas sobre lo que puede suceder; es lo que motiva a Drogo a quedarse en la Fortaleza: la posibilidad de realizarse como militar ante una invasión enemiga. Por eso la espera está íntimamente relacionada con la concepción del tiempo, y Drogo confía en que aún es joven y tiene toda su vida por delante para que se cumplan sus esperanzas.

Lo único que limita esta espera instaurada en un devenir temporal es la llegada en la muerte. Sin embargo, Drogo ni siquiera piensa en ello, y recién al final del libro, cuando la muerte sea inminente, se dará cuenta de cómo desperdició su vida por esperar un evento que nunca llegaría.

Drogo no consigue el pase de servicio y debe regresar a la Fortaleza. Sin embargo, como indica el narrador, retomando el tiempo presente que utiliza para suspender las acciones del relato y explorar los sentimientos de los personajes:

En su cara no se lee ningún especial dolor. No se ha rebelado, pues, no ha solicitado la baja, se ha tragado la injusticia sin rechistar, y regresa al puesto de siempre. En el fondo de su alma hay incluso una tímida complacencia por haber evitado bruscos cambios de vida, por poder volver tal cual a sus viejos hábitos. Se hace la ilusión, Drogo, de un glorioso desquite a largo plazo, cree tener aún una inmensidad de tiempo disponible, renuncia así a la lucha menuda por la vida cotidiana. Llegará un día en que todas las cuentas se salden generosamente, piensa. (pp. 190-192)

Este pasaje condensa muchas de las nociones que componen las grandes problemáticas que estamos analizando: en primer lugar, la Fortaleza, efectivamente, ejerce un influjo misterioso e inexplicable sobre Drogo, que lo empuja a regresar sin tristeza e incluso con la esperanza de cumplir su destino en aquel cuartel disociado del mundo. La imposibilidad de conseguir el pase, por otro lado, también pone de manifiesto lo absurdo de las excusas con las que otros oficiales habían “convencido” a Drogo de quedarse en la Fortaleza en aquellos primeros capítulos: en verdad, Drogo nunca ha tenido la posibilidad real de marcharse y todo ha sido una gran pantomima, tal como él les echa en cara a los oficiales a su regreso: “¿no eran más que cuentos? ¿Entonces no era cierto que si quería podía marcharme? ¿Solo cuentos para que estuviera tranquilo? (…) ¿Por qué ninguno tuvo nunca el valor de decirlo?” (p. 197).

En segundo lugar, Drogo no se queja por su regreso a la Fortaleza, sino que lo acepta e, incluso, se siente aliviado. Esta ambigüedad de sentimientos hace evidente hasta qué punto la rutina y el hábito han determinado la forma de ser de Drogo y lo han estancado en una vida apacible, sin alegrías pero sin sobresaltos o disgustos. La aceptación de la vida en la Fortaleza no solo implica la victoria del hábito sobre el hombre, sino también el fracaso de la ciudad y de la vida social como un ambiente propicio para el desarrollo humano: Drogo acepta la Fortaleza porque comprende que la ciudad no le ofrece ninguna perspectiva interesante.

Finalmente, del pasaje se desprende también el tema de la espera y el paso del tiempo: Drogo sigue pensándose joven y con la vida por delante. Si debe seguir sirviendo en la Fortaleza por unos años, aquello no presenta ningún problema, puesto que tiene todo el futuro para perseguir y concretar su sueño de gloria, algo que, como se verá en la sección siguiente, jamás logrará.