El paso del tiempo
El tiempo es el tema fundamental de El desierto de los tártaros, y el narrador le dedica especial atención a lo largo de todo el relato.
El paso del tiempo en la Fortaleza se percibe de forma ambigua. A Drogo a veces los días se le hacen interminables y siente que ha pasado toda su vida en aquel cuartel. Así, la existencia de Drogo parece detenida en una espera constante de un acontecimiento que justifique su vida como militar en aquel cuartel. Por otra parte, el tiempo a veces parece avanzar veloz e implacable: los años pasan para Drogo sin que este se dé cuenta, y aunque sus esperanzas y sus ánimos permanecen intactos, su cuerpo comienza a dar muestras de envejecimiento y a limitarlo en sus posibilidades.
Esta percepción del tiempo se vuelca también a la estructura de la novela: de sus 30 capítulos, en los primeros 21 transcurren tan solo 4 años, mientras que en los 4 siguientes pasan 15 años más, y en los últimos 5 otros 14. El tiempo se figura entonces como una fuga que Drogo no puede evitar y que consume su vida mientras él espera en la Fortaleza.
Además, el narrador utiliza muchas metáforas y alegorías para referirse al paso del tiempo; la más importante de ellas lo postula como un camino de dirección única por el que Drogo avanza sin cuidado, sin percatarse de que detrás de él las puertas se cierran y le impiden regresar. Con la mirada puesta en el futuro, Drogo no se dará cuenta hasta muy avanzada su vida de que el tiempo se le ha escapado y no ha hecho nada para vivir con intensidad.
Finalmente, el tiempo se presenta también desde una concepción cíclica. El tiempo como una estructura circular que se repite cíclicamente es enunciado por el narrador, en primer lugar, desde el paso de las estaciones en la Fortaleza y la constante renovación de los ciclos invierno-primavera. A esto se le suma el episodio en el que Drogo ve su vida espejada, pero con los roles invertidos cuando regresa a la Fortaleza -ya siendo capitán- y se encuentra con un joven oficial que lo saluda de la misma forma en que él, siendo joven, había saludado al capitán Ortiz. Luego, en el último capítulo, la noche se cierra sobre Drogo y la muerte se hace presente. Esta ambientación contrasta con el primer capítulo, en el que Drogo es despertado al amanecer por su madre y comienza su gran aventura. Así, el tiempo cíclico parece indicar que la vida de los hombres se regenera estructuralmente de generación en generación, y que Drogo no es más que un eslabón de la interminable cadena que conforma la humanidad.
La soledad
La soledad es uno de los temas principales de la novela y se desprende del paso del tiempo y su efecto en la vida de los seres humanos. Las primeras noches que Drogo pasa en la Fortaleza comprende que está solo, no por no tener a sus amigos o familiares cerca, sino porque la soledad es parte de la condición humana: el hombre, no importa en qué situación se encuentre, está solo y aislado de los demás, y debe hacerse cargo y aprender a vivir sabiendo que cualquier posibilidad de relación con otros seres no modifica su inherente soledad.
La Fortaleza, aislada del mundo y con su propia lógica de organización, exacerba el sentimiento de soledad y la instala en la vida cotidiana de Drogo. Así, desde el día que llega al cuartel, la personalidad del protagonista cambia paulatinamente, Drogo se vuelve más huraño y comprende que nunca volverá a conectarse a un nivel profundo con otros seres humanos. La conciencia de la soledad está acompañada de la certeza del desamparo que convierte al mundo en lugar triste en el que el ser humano solo puede esperar -vanamente- a que suceda algo que le otorgue sentido a su vida.
En verdad, el desierto y la Fortaleza funcionan como una alegoría de la soledad en la que vive el ser humano: el desierto, espacio vacío y estéril, es una imagen que remite directamente a la soledad del ser humano y a la imposibilidad de conectar con otros seres. Así, toda la vida de Drogo en la Fortaleza se convierte en una excusa para presentar, desde un trasfondo simbólico, la profunda soledad a la que debe enfrentarse todo ser humano a lo largo de su vida.
La espera
El argumento principal de El desierto de los tártaros puede resumirse en la espera de una invasión enemiga que jamás llega. La espera como condición inherente a la vida humana se desprende de la concepción temporal que Buzzati desarrolla en su novela y que se hace eco de las reflexiones del filósofo alemán Martin Heidegger, para quien el ser existe como parte del mundo, ligado a un transcurso personal que lo limita y lo determina. La existencia, en este sentido, es un "está siendo", un acto en constante desarrollo que se orienta hacia el futuro: el hombre se desarrolla como potencialidad, concentrado en el futuro.
Esta proyección hacia delante es la que empuja a los hombres a esperar, a tener expectativas sobre lo que puede suceder, y es lo que motiva a Drogo a quedarse en la Fortaleza: la posibilidad de realizarse como militar ante una invasión enemiga. Por eso la espera está íntimamente relacionada con la concepción del tiempo, y Drogo confía en que aún es joven y tiene toda su vida por delante para que se cumplan sus esperanzas.
Sin embargo, la novela también ilustra la condición profundamente absurda de esta espera: Drogo se pasa la vida a la expectativa de que algo suceda para justificar su existencia, aun cuando sabe que nada sucederá en la Fortaleza para salvarlo. Así, la existencia humana está condenada a una espera inútil que solo conduce a la muerte.
El hábito
La vida en la Fortaleza se ajusta a una rutina pautada por la estricta organización militar. A Drogo la rutina le sienta bien, y rápidamente la convierte en un hábito carente de placer y de sobresaltos.
El hábito implica un estancamiento del tiempo, que deja de percibirse en su transcurso y parece suspenderse para Drogo y el resto de los oficiales que esperan que algo sacuda la vida en la Fortaleza.
A su vez, la repetición cíclica de las acciones en la Fortaleza y el estancamiento del tiempo se traduce al plano estilístico de la novela. El narrador recurre a abundantes repeticiones que empujan al lector en la misma dirección que su personaje. En el capítulo 10, por ejemplo, se realiza una descripción de las acciones rutinarias de la Fortaleza, y cada párrafo se introduce mediante la repetición de la misma estructura: "En hábito se había convertido..." (p. 85). Así, el lector experimenta ese estancamiento opresor y soporífero que colma la vida de Drogo durante sus años de servicio.
La angustia
Como se hace evidente desde los primeros capítulos, El desierto de los tártaros es una novela que explora las formas de ser y estar en el mundo, la relación del ser humano con el espacio que habita y con el tiempo en el que se desarrolla su vida. El paso del tiempo y la existencia humana arrojada a una espera inútil producen una angustia profunda de la que el individuo no se puede evadir.
La estructura de la Fortaleza y los estrictos reglamentos militares son una forma de representación de la opresión del contexto y las circunstancias sobre el individuo. Así, el espacio estéril e inútil de la Fortaleza se transforma en una alegoría de la existencia angustiada del ser humano y de una vida sin posibilidad de realizaciones.
La angustia, como respuesta vital ante el paso del tiempo, la soledad y la espera atraviesan toda la obra de Buzzati, quien se hace eco, en este sentido, del existencialismo filosófico del siglo XX, para el que la angustia es la respuesta del ser humano frente a la crisis de la civilización europea y de todos sus valores. Ante el fracaso de todo proyecto de vida y la imposibilidad de detener el paso implacable del tiempo, el hombre se descubre como un individuo aislado que debe lidiar él solo con su propia vida. De la conciencia de la finitud y de la absurdidad de una vida que se fundamenta en la esperanza inútil se desprende la más profunda angustia existencial, y el narrador logra representarla magistralmente a través de Giovanni Drogo.
La muerte
La muerte se hace presente por primera vez en la Fortaleza cuando Lazzari se escapa de su pelotón, sale al desierto a buscar el caballo aparecido y regresa sin conocer la contraseña. Siguiendo las estrictas órdenes del mando militar, un centinela abre fuego sobre él. Tras este episodio, Angustina también muere, durante una campaña totalmente inútil, a cargo del oficial Monti. Para Angustina, la muerte durante una misión -aunque no haya implicado ningún enfrentamiento con el enemigo- es una forma de cumplir su destino de soldado y obtener el reconocimiento de toda la Fortaleza. A pesar de estos hechos, Drogo se mantiene totalmente ajeno a la idea de la muerte hasta el momento en el que finalmente esta recae sobre él.
La muerte pone fin al paso del tiempo sobre el ser humano, y por eso es la única conclusión posible para el relato sobre la vida de Drogo. En esta concepción, Buzzati también parece hacerse eco del filósofo Martin Heidegger, en tanto que el ser es un ser para la muerte. Ante el fracaso de sus esperanzas y el absurdo de una vida dedicada a la espera, a Drogo le queda una sola salida: enfrentarse a la muerte como quien avanza contra su último enemigo.
Al final del relato, la muerte de Drogo se presenta como una última dimensión de la soledad: Drogo debe aceptarla aislado del mundo, en una posada a un costado del camino, sin nadie que lo acompañe ni que lo vaya a llorar y recordar.
La vida militar
Drogo es un oficial del ejército y cumple servicio en la Fortaleza Bastiani. Allí, la vida militar estructura la rutina cotidiana y las formas de relacionarse entre pares, superiores y subordinados. Para el cuerpo militar, las jerarquías son fundamentales, como se comprende rápidamente de los intercambios de Drogo con sus superiores.
Sin embargo, la estructura en extremo rígida del cuerpo militar de la Fortaleza contrasta con su absoluta inutilidad: todos ellos son oficiales y soldados condenados a un cuartel que no entrará en combate y que no defiende la frontera de ninguna amenaza real. Así, todos los reglamentos, las prohibiciones y los castigos se revelan como una estructura absurda que solo sirve como prisión para los pobres oficiales.
El episodio de la muerte de Lazzari por no poseer la contraseña adecuada para entrar a la Fortaleza es el clímax de lo absurdo de toda la estructura militar: Lazzari intenta regresar a la Fortaleza, pero no tiene la contraseña y un colega suyo, que lo conoce personalmente, termina asesinándolo, por seguir el reglamento estricto que le indica que debe disparar contra cualquier persona que se aproxime a la Fortaleza sin poseer la contraseña. Este episodio pone en relieve la inutilidad del reglamento y la violencia que ejerce sobre la vida de los oficiales, quienes terminan totalmente alienados por el sistema que los oprime.