Resumen
Juan y Franco comentan los resultados de las exploraciones. Todos los soldados se quitan los trajes y se alegran de que no haya más cascarudos a la vista. Favalli cree que Ellos les están tendiendo una trampa, pero el Mayor decreta abandonar el refugio y movilizarse al centro de Buenos Aires para atacar. Cuando llegan a la calle Monroe sienten un temblor en la tierra: “Pero no es un terremoto… es como si golpearan la tierra… ¡algo así como si un gigante estuviera bailando!” (p.181). También oyen ruidos de derrumbes y, a lo lejos, alcanzan a ver polvaredas.
“Admito que parezcan raras tantas sacudidas, pero piense un momento: ¿qué hace una fuerza militar cuando debe evacuar una posición? ¡Destruye, incendia, hace volar todo lo que no puede llevarse!” (p.186): con este afán de victoria, el mayor le pide a Juan que conduzca su columna hacia Plaza de Mayo.
Franco llama a sus compañeros para que observen un fenómeno sin igual: huellas enormes marcadas en el pavimento. Favalli expone su conclusión: “las vibraciones son causadas por los pasos del animal que hizo estas huellas” (p.190). Juan inmediatamente recuerda las palabras del mano y se pregunta si esas criaturas serán los gurbos.
Cuando llegan a Plaza Italia pretenden continuar por Santa Fe, pero la avenida Las Heras es la única que no está cubierta por derrumbes. Favalli se niega a tomar este camino y alza su voz: “Es tiempo de que hagamos algo por nuestra propia cuenta, no movidos por Ellos” (p.195). Bajo su consejo, él, Juan y Franco ascienden a un edificio para poder observar la posición de los enemigos.
Desde lo alto ven que todo a su alrededor se incendia. Descienden a toda velocidad pero, al llegar a la calle, el edificio cae sobre ellos. Favalli queda entre los escombros. Mientras los soldados intentan avanzar por Las Heras, Juan arriesga su vida y se determina a rescatar a Favalli. Si bien parece muy peligroso, percibe que las llamas no le causan ningún daño. Franco devela una repetición: “este es un ataque parecido al ataque de los fantasmas en River… Las llamas son solo alucinación” (p.202). Acto seguido, distingue la nube causante y le dispara. El fuego desaparece y Juan ayuda a Favalli a salir de los escombros.
Cuando se reencuentran con el resto, el Mayor les cuenta que, al intentar avanzar todos juntos, los tanques y automóviles se embotellaron en la avenida. “En aquel momento, los hombres corrían entre el jardín zoológico y el botánico… Hubo un doble relámpago de intensidad terrible…” (p.204-205). Todos esos soldados murieron en el acto.
Después de derrotar a una nueva horda de cascarudos y hombres-robots, enseguida sienten otra vez las sacudidas del suelo. Finalmente ven a los gurbos, cuadrúpedos inmensos que destruyen todo a su paso. Enseguida descubren lo peor: “¡Son invulnerables a nuestras balas!” (p.212). Uno de los gurbos levanta el tanque y lo destroza a golpes contra el pavimento.
La resistencia está acorralada. El Mayor emite un último pedido: “¡Quiero pedirles que muramos combatiendo!” (p.217). Sorpresivamente, cuando las bestias rodean ya a los humanos y están a unos pocos metros, se detienen. Esta pausa le da tiempo a Franco para subirse a un camión con un fusil y observar mejor a los gurbos. “¡Mire ese redondel que los gurbos tienen en el cuello! ¿No le recuerda el teledirector que el mano nos clavó en la nuca?” (p.220), le pregunta a Juan, y con gran puntería logra disparar y arrancarle el aparato a un gurbo. Tras unos momentos, comprueban que el gurbo liberado comienza a atacar a sus iguales. Todos los humanos, entonces, se disponen a disparar contra los aparatos de control y se salvan del ataque mortal.
No alcanzan a incorporarse que ya perciben una nueva irradiación del lanzarrayos. El Mayor no logra protegerse y muere alcanzado por el rayo. Juan, Franco y Favalli se abren paso para ocultarse en los túneles del subterráneo. Llegan hasta un punto donde no pueden seguir avanzando porque el choque de dos trenes interrumpe el paso. Allí concluyen que ellos son los únicos sobrevivientes del último ataque.
Análisis
Por primera vez desde el comienzo de la nevada, los sobrevivientes se quitan los trajes aislantes. Esta prescindencia cambia totalmente la actitud de la resistencia, que está ahora despreocupada y sufre luego las consecuencias del optimismo desmesurado. Así como en "la situación de los Robinsones" del inicio de la historieta, el personaje de Favalli se muestra crítico y un tanto pesimista, y eso hace que sea desoído por sus compañeros. Sin dudas existe ya evidencia, para los personajes y para los lectores de la historieta, de que las predicciones de Favalli suelen ser acertadas, pero tanto Juan como el resto de los milicianos sufren el desgaste de la lucha. Por más que lo que propone Favalli sea razonable, la actitud de los sobrevivientes se condice con la necesidad de sostener la esperanza de la victoria, aún si eso implica "bajar la guardia".
En la parte anterior, el mano del pabellón ya había predicho que existía al menos un tipo de enemigo más que los hombres no conocían. Los gurbos no se hacen esperar y aparecen, primero, indicios de su presencia antes de que los soldados puedan contemplarlos de cuerpo entero. Esta sucesión de impresiones parciales (temblores, polvaredas y huellas) se dio de manera similar en la presentación gráfica de la imagen de los manos: primero los soldados vieron sus efectos (el control de los cascarudos), luego Juan y Franco divisaron su mano extraterrestre en la mesa de operaciones del pabellón de Barrancas de Belgrano, y, por último, se encontraron directamente con el invasor. La representación gradual y fragmentaria está emparentada con las condiciones de producción de El Eternauta: retacear la información de los enemigos genera un suspenso en el lector que motoriza la expectativa por develar su forma completa.
A su vez, este procedimiento de mostración escalonada es típico de las ficciones en las que se involucran elementos fantásticos cercanos al terror, y se conoce como vacilación. La vacilación consiste en la introducción de un elemento potencialmente irreal en un escenario relativamente realista. Es decir, en un mundo que aparentemente se rige con normas similares o idénticas a las del mundo real sucede algo que es difícil de explicar siguiendo esas mismas normas. Ahora bien, justamente con la intención de generar suspenso, de implantar la pregunta por si el origen de ese suceso extraño es o no es efectivamente fantástico, su aparición se fragmenta en instancias menores que disparan múltiples posibilidades. En el caso de El Eternauta, la presentación gráfica de los gurbos y de los manos sigue este proceso escalonado, que opera creando en el lector y en los personajes una duda sobre la naturaleza de los invasores y, fundamentalmente, su tenor destructivo.
Cuando los derrumbes les cierran cada vez más caminos, Favalli se independiza de la voluntad popular y propone observar a los enemigos desde lo alto para adelantarse a sus pasos. De alguna manera, esta decisión sintetiza su actitud pragmática constante a lo largo de la obra en una figura típica de las ficciones bélicas, que es la del general que analiza la situación territorial desde una mesa. Ver las inmediaciones desde lo alto, poder analizar el espacio como si se viera directamente un mapa le da a Favalli la posibilidad de tener un conocimiento más profundo de la situación y así evaluar cuál es la mejor alternativa apra avanzar. Irónicamente, una vez más, el personaje del profesor demuestra tener más condiciones para liderar la resistencia que el Mayor de la milicia, que simplemente se entrega a la esperanza de la victoria.
En el corto lapso de tiempo entre el derrumbe y la desactivación de la nube que provoca las alucinaciones ocurren en paralelo dos acciones fundamentales: por un lado, el rescate de Favalli entre los escombros y, por el otro, la muerte de un gran número de soldados a causa de un lanzarrayos. La segunda de estas situaciones se conoce solo cuando el Mayor se la comunica a Juan, el narrador que mantiene la primera persona. En los riesgos y la consecuente pérdida se miden las consecuencias de haber desoído las palabras de Favalli: la resistencia fue diezmada y él está cerca de la muerte. El Mayor asume con sinceridad su error y renuncia al mando, pero inmediatamente se reanudan los ataques y muere por un rayo.
La aparición, ahora sí, del cuerpo completo de los gurbos en esta batalla de Plaza Italia instaura una nueva forma de especie invasora, con características que determinan posibilidades cada vez más bajas de salvación para los humanos. Si antes la nevada fosforescente representaba para los sobrevivientes una amenaza ubicua, con la que solo pudieron lidiar fabricando trajes aislantes, los gurbos ahora se erigen como enemigos indestructibles, inmunes a las armas humanas. Exterminarlos es imposible: ya no valen las estrategias combativas puestas en acción con cascarudos, manos y hombres-robots. Por otro lado, los gurbos, visualmente similares a elefantes enormes, tienen una capacidad de destrucción física desconocida para los soldados hasta este momento. El daño material que podían producir los cascarudos se multiplica exponencialmente en el caso de estas bestias, y esto se codifica en su gran tamaño. Si bien Juan y Franco habían sido advertidos por el mano del pabellón acerca de la ferocidad de estos enemigos, el encuentro concreto con sus cuerpos instala una relación nueva con la vida extraterrestre, que se vincula con la diferencia de escala de tamaño entre los humanos y los gurbos. Nada había evidenciado con tanta claridad la voluntad férrea de la invasión de los Ellos como lo hace el enfrentamiento con estos nuevos enemigos.