El llano en llamas

El llano en llamas Resumen y Análisis “La Cuesta de las Comadres” y “Es que somos muy pobres”

Resumen

“La Cuesta de las Comadres”

El narrador comienza hablando de los Torricos, la familia que controla la Cuesta de las Comadres que, a pesar de ser buenos amigos suyos, son enemigos de los demás habitantes del cerro y de los que viven en el cercano Zapotlán. El narrador insiste en que fue amigo de ellos hasta poco antes de que murieran.

Los Torricos se peleaban constantemente con los que vivían en la Cuesta de las Comadres. Ellos eran dueños de todas las tierras del cerro, aunque cuando se hizo el reparto de las tierras, estas se dividieron en partes iguales entre los sesenta que vivían allí, y los Torricos solo recibieron una parte, como todos los demás. Sin embargo, dice el narrador, los hermanos Odilón y Remigio Torrico eran dueños de todo, y nunca nadie se atrevió a protestar, pues todos sabían que eso era así.

De a poco, la gente empezó a abandonar la Cuesta. El narrador pensó en hacer lo mismo, pero le gustaba la colina y era uno de los pocos que se llevaba bien con los Torricos. El narrador se siente orgulloso de su sencilla aunque accidentada parcela en la Colina, especialmente del maíz que cultiva en un barranco llamado Cabeza de Toro. Pero incluso después de que los Torricos murieran, nadie regresó. Al principio, el narrador arreglaba sus casas por ellos, pero abandonó la tarea después de un tiempo.

Antes, los Torricos solían sentarse y mirar en dirección a Zapotlán, y el narrador siempre pensó que estaban pensando en la posibilidad de ir a la ciudad, pero más tarde descubrió que en realidad estaban observando el camino de arena que había abajo. De vez en cuando, los Torricos desaparecían de la Cuesta por un tiempo, impulsados por alguna tarea. Cuando lo hacían, todo cambiaba allí, porque todos los vecinos sacaban a los animales que tenían escondidos en las cuevas y cerros y los metían en sus corrales. En esos momentos se podía ver cómo todos tenían ovejas, pavos y maíz que permanecían ocultos. En cuanto los vecinos sentían que los perros de los Torricos salían disparados, entendían que los hermanos estaban de regreso y volvían a esconder todas sus cosas. El narrador reitera que si bien ellos propagaban el miedo, él no les temía, pues era su amigo.

Una vez los Torricos le pidieron al narrador que los ayudara a traer unos tercios de azúcar, y él accedió. Pero al llegar a donde estaba el arriero, y al comenzar a trasladar los sacos de azúcar, el narrador notó con extrañeza que el hombre permanecía tumbado en la hierba, sin moverse. Señaló que el arriero parecía estar muerto, y luego pateó varias veces al hombre, para comprobar que, efectivamente, estaba muerto; pero los Torricos respondieron que solo estaba dormido, luego de que Odilón lo golpeó en la cabeza. Así fue cómo se enteró el narrador de lo que buscaban los Torricos mientras pasaban largos ratos mirando hacia Zapotlán.

A continuación, el narrador detiene la narración para afirmar bruscamente que él fue quien mató a Remigio Torrico. Explica que esto ocurrió cuando solo quedaban unas pocas personas porque las heladas habían destruido las cosechas, y la gente ya no quería aguantar ni el clima ni a los Torricos. El narrador estaba remendando un saco a la luz de la luna cuando Remigio llegó borracho y le dijo que quería aclarar las cosas. El narrador siguió cosiendo su saco, lo cual enfureció a Remigio.

Cuando Remigio consiguió por fin la atención del narrador, lo acusó de haber matado a su hermano Odilón. El narrador intentó decirle que él no era el autor del crimen y que sabía quién lo había hecho, pero Remigio no lo escuchaba. Por el contrario, lo acusó de haber tomado los catorce pesos que Odilón llevaba en el bolsillo y de haber comprado una manta nueva con ellos. El narrador, por su parte, nos explica que había comprado la manta con el dinero de unas cabras que había vendido. Remigio dijo entonces que quería vengarse de que hubieran matado a su hermano por tan poco.

Entonces, fue a recoger un machete y al acercarse al narrador, este vio brillar, a la luz de la luna, la aguja de arnés con la que había estado cosiendo el saco. Al sentir cerca a Remigio, sacó la aguja y lo apuñaló en el ombligo. El narrador describe la expresión de pánico de su víctima y cómo debió apuñalarlo una vez más en el corazón para matarlo.

Solo después le dice al cadáver de Remigio que él no mató a Odilón, sino que lo hizo la familia Alcaraz. En Zapotlán, un lugar que Odilón sabía que no debía pisar, el Torrico había escupido mezcal en la cara de un Alcaraz, y todos se le abalanzaron y lo apuñalaron.

Después del incidente con Remigio, el narrador explica que volvió al Cerro y solo se detuvo en el camino para lavar la sangre que había quedado en su cesta, ya que iba a necesitarla y no quería que le recordaran cada vez a Remigio. El narrador afirma que esto ocurrió en octubre, durante la fiesta de Zapotlán, pues recuerda que cada vez que estallaba un cohete, se levantaba una gran bandada de zopilotes desde el lugar donde había dejado el cuerpo de Remigio.

“Es que somos muy pobres”

El cuento comienza con el narrador diciendo que ahí donde vive todo va de mal en peor. Cuenta que su tía Jacinta murió la semana pasada, y que luego del entierro, cuando la tristeza empezaba a mermar, empezó a llover como nunca. Esa lluvia inesperada e incontrolable termina arruinando la cosecha de centeno, que estaba apilada fuera para secarse al sol. Como si fuera poco, el río, crecido por la lluvia, se ha llevado la vaca que el padre del narrador le regaló a su hermana Tacha para su cumpleaños número doce.

Cuenta el narrador que el río empezó a subir hace tres noches. Él dormía cuando el ruido del río lo despertó sobresaltado, con miedo de que se derrumbara el techo. Al despertar por la mañana, el rugido del río sonaba más cerca y al ir a ver, vio que el río se había desbordado y subía por la calle principal del pueblo hacia la casa de una mujer llamada La Tambora. El agua salía a borbotones por la puerta de su casa, mientras la mujer intentaba desesperadamente sacar las gallinas a la calle para que pudieran encontrar un lugar donde escapar del agua. El narrador agrega que al árbol de tamarindo del patio de la tía Jacinta se lo llevó el río. Esto es señal de que se trata de la crecida más grande en muchos años.

Tacha y el narrador volvieron por la tarde para observar la espesa montaña de agua, que había subido hasta superar el puente. Allí notaron que el río se había llevado a La Serpentina, la vaca de Tacha. El narrador se pregunta cómo se le ocurrió al animal cruzar el río tan crecido, y lo único que se le ocurre es que debió dormirse muy profundamente, como solía hacer, y ahogarse cuando el agua la alcanzó. El narrador se pregunta si la vaca se despertó cuando el agua la tocó, e imagina que debió de asustarse y tratar de escapar, gritando por auxilio. El protagonista pregunta entonces a un hombre que vio cómo a la vaca la arrastraba el agua si también vio al ternero de la vaca, pero el hombre solo vio a la vaca desaparecer bajo el agua.

La familia está especialmente disgustada porque Tacha se ha quedado sin su vaca, aquella que su padre se esforzó en conseguir para que ella tenga un pequeño capital que le permita progresar y no convertirse en una prostituta, como sus dos hermanas mayores. Estas dos solían juntarse con hombres de baja reputación y revolcarse con cualquiera. Después de mantenerlas todo lo que pudo, el padre del narrador las echó, y ellas se fueron a Ayutla, donde ahora son "malas mujeres". Ahora el padre sabe que Tacha, sin su vaca, está en malas condiciones para encontrar a un hombre que la quiera para siempre. Por eso, la última esperanza de la familia es que el ternero haya sobrevivido. Si no lo hizo, Tacha está muy cerca de convertirse en una "mala mujer".

La madre cuestiona la decisión de Dios de castigar a sus hijas, sobre todo porque han sido bien educadas y su familia siempre ha estado formada por gente buena. El padre ve que a Tacha comienzan a crecerle los pechos y teme que termine siendo una prostituta. El narrador, por su parte, mira a Tacha llorar por la vaca, y compara su llanto con el agua del río. El relato termina cuando el narrador observa cómo los pechos de su hermana se mueven con su llanto, como si ya estuvieran emprendiendo el camino de su ruina.

Análisis

En los cuentos de esta sección, se abordan nuevas dimensiones de la devastación y la miseria del periodo posrevolucionario en México. “La Cuesta de las Comadres” es un eco del fracaso de la reforma agraria y del contexto de violencia naturalizada que atraviesa el espacio rural, mientras que en “Es que somos muy pobres” se representa la miseria económica desde la perspectiva de una familia pobre.

En “La Cuesta de las Comadres” un narrador cuenta cómo se vive en un pueblo rural, y en su discurso se evidencian las fallas en la reforma agraria: “cuando el reparto, la mayor parte de la Cuesta de las Comadres nos había tocado por igual a los sesenta que allí vivíamos (...) A pesar de eso, la Cuesta de las Comadres era de los Torricos (...) No había por qué averiguar nada. Todo mundo sabía que así era.” (14). A pesar del reparto, en la práctica, la concentración en manos de unos pocos sigue siendo una realidad, y el narrador y sus vecinos aceptan, con inquietante naturalidad y resignación, esa situación de injusticia.

El cuento está narrado también en primera persona, y su relato está lleno de las marcas de oralidad propias del campo. Su relato irá construyendo de manera indirecta -y apática- el contexto de violencia que se vive en la Cuesta de las Comadres bajo el dominio de los Torricos, un grupo de bandidos que dominan esas tierras, bajo el ejercicio sistemático del terror. Si bien el narrador dice que se llevaba bien con ellos, describe de a poco cómo la gente que vivía allí les temía; por ejemplo, todos guardaban sus animales cuando los Torricos estaban presentes, pues no querían que ellos les robaran el poco capital con el que cuentan. A pesar de su relación amistosa con los hermanos, es evidente que incluso el narrador está sujeto a ceder su comida a los Torricos, ya que menciona al pasar que ellos nunca necesitan ponerle sal a su maíz cuando lo comen.

Se trata, pues, de una historia oscura que da testimonio del modo en que las ideas e impulsos de la Revolución no pudieron luego ser reguladas ni ejecutadas de manera efectiva. Como resultado, vemos que la tierra redistribuida a los campesinos vuelve a manos de unos pocos, aquellos lo suficientemente audaces como para tomarla por la fuerza. El resultado de esto es la migración de los campesinos, que ven caer sus rendimientos y deciden irse, incapaces de reclamar ni pelearse: “Se iban callados la boca, sin decir nada ni pelearse con nadie. Es seguro que les sobraban ganas de pelearse con los Torricos para desquitarse de todo el mal que les habían hecho; pero no tuvieron ánimos” (15). Esta descripción de la resignación de los campesinos por la pérdida de sus tierras y de sus sueños es bastante impactante y contrasta con el celo revolucionario que les consiguió las tierras en primer lugar. Esa falta de ánimos se remonta, posiblemente, a toda la violencia que ya ha vivido esta gente durante el proceso revolucionario, entre 1910 y 1920. De este modo, en los escenarios retratados por Rulfo el lector se encontrará con los sucesos más lóbregos y con una actitud bastante apática por parte de quienes los viven.

Además, el narrador da a entender en su relato que esa situación se reproduce en otros lugares. Dice que los habitantes que se fueron tampoco eligieron ir al cercano Zapotlán. En efecto, al final del relato nos enteramos de que en Zapotlán viven los Alcaraces, otra familia similar a los Torricos, que gobierna con violencia. Por lo tanto, Rulfo da a entender claramente que la violencia y la extorsión son habituales en la mayoría de las ciudades y pueblos rurales.

En “Es que somos muy pobres", la crítica a la realidad mexicana posrevolucionaria se introduce desde la voz de un niño. Esta vez, no obstante, es el modelo económico el que es criticado, y el lector se da cuenta inmediatamente de lo profundamente rudimentarios que resultan los métodos agrícolas de la familia del narrador. Su familia no tiene más remedio que poner la cosecha de cebada al aire libre para que se seque al sol. Como resultado, cuando llega el mal tiempo no hay forma de resguardarla. Además, cuando hay que moverla, ese trabajo solo se puede hacer a mano. Esta descripción enfatiza la naturaleza extremadamente subdesarrollada de la agricultura mexicana y el modo en que entonces las familias, sin infraestructura, quedan a merced, muchas veces, de las inclemencias de la naturaleza. Una vez más, el poder de la naturaleza vuelve a arremeter contra los hombres. Si en “Nos han dado la tierra” escaseaba el agua, aquí el agua arrasa con todo. Como ya se señaló, esta falta de equilibrio en las fuerzas de la naturaleza es un tema común en Rulfo y resulta ser la perdición de muchos de sus personajes.

Asimismo, queda en evidencia en este cuento cómo, dada la mala calidad de las tierras redistribuidas tras la Revolución, la esperanza de los pobres descansa en la posesión de algún capital o bienes de consumo; lo mismo sucede en “La Cuesta de las Comadres” y en el celo con que los campesinos cuidan a sus animales, para evitar el robo a manos de los Torricos. En “Es que somos muy pobres”, los recursos son tan escasos, como su título indica, que todas las esperanzas de la familia descansan en la vaca y su ternero.

Aquí la figura del padre es prominente, en consonancia con todo el libro: el padre en las familias de El llano en llamas es el encargado de velar por la seguridad de la familia y es quien tiene la responsabilidad de guiar a su familia para superar las pruebas y desafíos que se les presentan. Es el padre quien dio a su hija la vaca Serpentina y es quien hace la estimación de todo lo que han perdido con la crecida del río, y de las consecuencias fatales que ello puede tener, sobre todo sobre su hija Tacha. El intento fallido de capitalización económica del padre conlleva, por lo tanto, un fracaso moral, ya que significa que su hija se convertirá en una prostituta.

Este énfasis en el entorno natural y su efecto en los hombres y mujeres que están sujetos a sus vaivenes se asocia a la raíz naturalista de gran parte de la escritura de Rulfo. El naturalismo es un movimiento filosófico y literario que cobró impulso durante el siglo XIX. En "Es que somos muy pobres" se hacen presentes tres fuerzas propias de la escritura naturalista: el medio ambiente, la herencia biológica y los instintos. Estos tres factores conspiran, en efecto, para determinar el destino de Tacha: las inundaciones matan a su vaca, la madre contempla su árbol genealógico para encontrar una explicación al común destino de sus hijas como malas mujeres, y asimismo, se dice que las hermanas de Tacha sucumben claramente a su instinto de promiscuidad con hombres desconocidos. Como podemos ver en estos elementos, el naturalismo tiende a mostrar que -al igual que en la descripción de los pechos de Tacha al final de la historia- la naturaleza presiona por desencadenar la destrucción del hombre.