Resumen
“Luvina” está escrito, al igual que otros tantos relatos del libro, como una confesión que un hombre le hace a otro. Aquí, el que habla es un profesor que solía enseñar en el pueblo de Luvina y que habla en un bar a un nuevo profesor que está a punto de viajar allí. Esto no se descubre sino hasta pasada la mitad del relato. La narración se da en primera persona, salvo en casos en que un narrador omnisciente interviene con algunos detalles sobre la escena.
La historia se inicia con una descripción del terreno del pueblo: Luvina está en una montaña del sur, la más alta y más rocosa, de tierra seca y llena de barrancas tan profundas que es imposible ver el fondo. El pueblo está atravesado por un viento constante, tan hostil que es capaz de arrancar techos de casas. El hombre que habla se calla por un momento y se escucha el sonido del río y de un grupo de niños jugando, con lo cual el lector comprende que los dos hombres que hablan no se encuentran en Luvina. Entonces el orador pide dos cervezas al camarero llamado Camilo y continúa hablando a su oyente sobre Luvina, describiendo la desolación del pueblo y el clima de tristeza que predomina allí. Así el lector se entera de que el narrador solía vivir en Luvina, allí donde el que escucha está a punto de viajar. Le confiesa, entonces, que él fue lleno de ilusiones, pero dejó allí su vida y regresó abatido.
Cuenta que al llegar por primera vez a Luvina, el arriero que lo llevó no quiso detenerse ni un minuto en el pueblo, como si se tratara de un lugar embrujado por el diablo. El narrador se quedó entonces con su esposa, Agripina, y sus tres hijos; solos en la plaza, lo único que sentían era el viento. Entonces él mandó a su esposa a buscar un lugar para comer y pasar la noche. Preocupado por su tardanza, fue a buscarla y la encontró con su hijo dormido, sentada en una iglesia. Agripina le explicó que solo había visto a un grupo de mujeres, pero que no tenían nada para darle de comer, y entonces ella fue a rezarle a Dios, para pedirle ayuda.
Esa noche, la familia durmió en la iglesia. Despertaron en medio de la noche con un murmullo que parecían murciélagos escabulléndose, pero pronto descubrieron que eran las mujeres de Luvina, que llevaban sus cántaros al río, en busca de agua para beber. Entonces el narrador dice que las únicas personas que viven en Luvina son ancianos y estas mujeres débiles, pero todos los niños se han ido, y los hombres solo van en temporadas, embarazan a las mujeres y luego se marchan. El hombre cuenta que una vez intentó convencer a los habitantes de que debían irse a otro lugar, donde la tierra fuera próspera, o al menos debían pedirle ayuda al gobierno, pues evidentemente este estaba en deuda con ellos. En respuesta, los habitantes de Luvina se rieron de su ingenuidad, señalando la desidia del gobierno. El narrador admite entonces que ellos tenían razón: el gobierno solo visitaba Luvina para matar a aquel que hubiera hecho algo malo. Luego explica que la única razón por la que los habitantes de Luvina no se van de allí es porque no quieren abandonar a sus muertos.
A partir de todo esto, el profesor explica que decidió irse de Luvina y no tiene intención de volver. Su oyente, sin embargo, va a ir allí dentro de unas horas, y recuerda el momento en que, quince años antes, lo destinaron a él a dar clases allí. Entonces él había creído que podía sacar al pueblo adelante, pero esa expectativa se frustró completamente. Si el nombre “San Juan Luvina” le había parecido entonces una promesa de paraíso, ahora sabía que se trataba de un purgatorio, que acababa con todos, como lo hizo con él mismo.
Enseguida, el narrador pide al camarero que les sirva un mezcal, y cuando está a punto de retomar su discurso, se queda callado, con la mirada perdida, hasta que, por fin, se apoya en la mesa y se queda dormido.
Análisis
El cuento “Luvina” está prácticamente desprovisto de acción. Se trata simplemente del relato de un hombre sobre su estancia en Luvina, contado a un oyente que está a punto de partir hacia allí. Es particularmente significativa la habilidad de Rulfo para construir con tan poca acción una atmósfera de suspenso y sordidez. La única acción tangible del relato es la descripción que hace el narrador de la primera noche de su familia en Luvina, pero desde esa llegada, el narrador percibe un trastorno en el normal curso de los acontecimientos. En efecto, se extraña de que su mujer, que fue a buscar un lugar donde comer y pasar la noche, no aparezca; se la encuentra rezando en una iglesia abandonada:
-¿Qué haces aquí Agripina?
-Entré a rezar -nos dijo.
-¿Para qué? -le pregunté yo.
Y ella se alzó de hombros.
Allí no había a quién rezarle… (104)
A pesar de la inutilidad de esa acción, la mujer sigue rezando. El tiempo parece estar suspendido y se pierde la motivación de las acciones. Más allá de esto, la historia se compone de una vívida descripción del pueblo y del modo en que la naturaleza, una vez más, fagocita todo resto de vida que queda en el pueblo. En efecto, el viento aparece presente casi como si se tratara de un personaje activo, que habita Luvina con una fuerza violenta que oprime a los pocos habitantes que allí quedan: “Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas (...) rasca como si tuviera uñas (...) hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos” (100). En contraste con la omnipresencia del viento, la vida en Luvina es escasa: “en Luvina solo viven los puros viejos y los que todavía no han nacido, como quien dice…” (107).
Pero el viento no es el único aspecto inhóspito del entorno de Luvina. Su telón de fondo es igualmente amenazante: la luna llena permite ver el pueblo y concebir así “la imagen del desconsuelo” (102); los cerros están pelados, sin vegetación, “como si estuvieran muertos” (100); la tierra lejos de dar vida, está agrietada y seca; el horizonte está desteñido, siempre lleno de nubes. Todas estas descripciones hacen de Luvina el terreno más hostil de El llano en llamas: yendo aún más allá de la esterilidad que presentaba el llano desértico de “Nos han dado la tierra”, Luvina es un espacio que desgasta la vida y termina extinguiéndola: “Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara” (102).
En “Luvina” los pocos habitantes que quedan en el pueblo tienen una presencia etérea y fantasmal. En efecto, el narrador termina comparándola con un purgatorio: “Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó” (109). En este sentido, “Luvina” puede pensarse como una antesala a la novela que Rulfo escribirá unos años después: Pedro Páramo. En esta, los personajes son realmente fantasmas, aunque el lector no se da cuenta de ello hasta el final. Y Comala, el espacio donde transcurre la novela, al igual que Luvina, es un lugar donde se detienen las almas perdidas sin encontrar descanso.
Pero a pesar de estas cualidades que distinguen a “Luvina” de los relatos hasta aquí expuestos, el cuento está estrechamente ligado a la realidad histórica de México del período posrevolucionario. Aquí el problema social que se presenta es la imperiosa necesidad de justicia social, educación y modernización. Luvina es un pueblo sumido en el abandono y el atraso. El narrador explica, de hecho, que el gobierno es totalmente sordo a las necesidades de sus habitantes y los tiene abandonados; solo los tiene en cuenta con fines punitorios: “solo se acuerda de ellos cuando alguno de sus muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo” (108). Además, los ciudadanos están tan ligados a las viejas tradiciones provinciales, que son incapaces de pensar en abandonar el pueblo para buscar la prosperidad en otro lado: “Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos” (108).
De ahí el fracaso del proyecto del narrador que, como profesor, buscaba educar y mejorar la vida de los habitantes de Luvina. Sin embargo, su paso por Luvina le hace cambiar de opinión sobre la esperanza de la modernización del México rural y sobre el proyecto político de educar a la población, ya que acaba confesando que los ciudadanos tenían razón al asegurar que los dirigentes desconocen la existencia de pueblos como este. Al final, queda claro que la probabilidad de integrar con éxito a Luvina en la nación -la tarea que se le plantea tanto a los viejos (el narrador) como a los nuevos (el oyente) maestros de los pueblos- es escasa.