Resumen
“Paso del Norte”
Exceptuando un fragmento de narración en tercera persona en el centro de la historia, "Paso del Norte" es enteramente un diálogo entre un padre y un hijo. Se inicia con el anuncio del hijo, que dice que ha venido a visitar a su padre para contarle que se irá muy lejos, hacia el Norte. Su negocio de compra de cerdos ha fracasado, y su familia está muriendo de hambre, algo que el padre es incapaz de comprender, pues a él le va bien con el negocio de petardos y pólvora, dada la popularidad que allí tienen las fiestas. Escéptico, el padre le pregunta a su hijo qué planea hacer en el Norte, y este responde que no sabe aún, pero confía en que ir hasta allá le traerá prosperidad. Argumenta que Carmelo volvió de allí rico y hoy cobra dinero por pasar música con un gramófono que trajo de allá.
El padre le pregunta qué hará con su mujer y sus hijos, y el hijo le dice que quiere que él se ocupe de ellos. El padre responde que no son su responsabilidad y que él es demasiado viejo para criar niños, y ya fue suficiente con criarlo a él y a su difunta hermana. El hijo se enoja al oír esto y le reprocha al padre que ni siquiera le enseñó el oficio pirotécnico para no tener competencia, y por eso ahora él y su familia pasan hambre. A esto, el padre responde que él nunca le dio permiso para casarse, y el hijo responde que a su padre nunca le gustó su mujer, Tránsito, y desde que se la presentó la trató como si fuera una prostituta. A continuación, el hijo vuelve a pedirle que cuide a su familia mientras él no está.
El padre dice que el trabajo duro es todo lo que necesita un hombre para salir adelante en la vida, pero el hijo dice que él nunca recibió ninguna orientación de su padre, y este responde que debería estar contento de haber conseguido al menos formar una familia, algo que muchos no logran. El hijo vuelve a reprocharle que no le haya enseñado, por ejemplo, a recitar versos, para ganar así algo de dinero divirtiendo gente como hace él; en cambio, el padre lo mandó a vender huevos. Por ello, insiste en que debe ir al Norte.
Su padre sugiere entonces que los hijos solo cuestan dinero y acaban abandonando a los padres. El hijo dice que eso es una tontería y que él no lo ha olvidado, pero el padre observa que su hijo solo viene a visitarlo cuando necesita algo de él, y que él lleva ya mucho tiempo solo y no quiere que vengan a remover sus sentimientos. Finalmente, luego de insistir, el hijo logra que su padre acepte cuidar a sus tres niños, dos niñas y su mujer. A cambio, le promete que volverá con dinero para compensar los gastos que su padre invierta en alimentarlos.
A continuación, la narración cambia brevemente a la tercera persona, cuando se da el viaje del hijo al Norte. Dice el narrador que de los ranchos la gente baja a los pueblos, y la gente de los pueblos va a las ciudades, y en las ciudades, la gente se pierde y desaparece entre más gente. En seguida, se siguen una serie de conversaciones desordenadas, en las que no se identifica al interlocutor. En ellas, el hijo parece preguntar cómo cruzar hasta Estados Unidos. Se entera así de que Ciudad Juárez es el lugar desde el cual se puede cruzar la frontera, por doscientos pesos, y un hombre le ofrece un contacto en Oregón para que, una vez en Estados Unidos, consiga un trabajo cargando manzanas o colocando durmientes de trenes.
A continuación, la narración avanza hasta retomar una conversación entre el padre y el hijo, en el que este le anuncia que cuando él y sus compañeros inmigrantes cruzaron el Río Grande, en el Paso del Norte, recibieron una descarga de disparos y todos murieron, salvo él y Estanislado, un conocido de su padre que había organizado el plan. En el río, Estanislado fue herido gravemente y el hijo intentó salvarlo, arrastrándolo con uno de sus brazos, pues el otro fue destrozado por una bala. Finalmente, Estanislado murió del lado mexicano de la frontera.
Por la mañana, un funcionario de migración lo encontró y le preguntó si él había matado a Estanislado, pero al ver su brazo roto se detuvo. El hijo entonces le contó cómo habían sido víctimas de una balacera cuando cruzaban el río y el funcionario dijo entonces que los tiradores debían ser apaches. El oficial, entonces, le dijo al hijo que volviera a su casa y le dio dinero para ello, asegurándole que si lo volvía a ver por ahí ya no lo iba a perdonar.
Entonces el padre, luego de escuchar las aventuras de su hijo, le dice que eso le pasó por tonto, y prontó verá los efectos que tuvo su inútil viaje en su familia. Sus hijos están durmiendo ahora en la casa del padre, pero Tránsito ya no está, pues se ha escapado con un arriero. Además, el padre le anuncia al hijo que debe ir a buscar un lugar donde pasar la noche, porque vendió su casa para pagar los gastos de mantener a su familia, e incluso aún le debe treinta pesos. El hijo asegura que le pagará esa deuda, pero le pregunta a dónde se fue Tránsito; cuando el padre señala la dirección que ella tomó, el hijo le dice que ya vuelve, que va a ir a buscarla.
“Acuérdate”
En este cuento, el narrador narra en segunda persona, llevando a su interlocutor a rememorar -tal como el título lo anuncia- la historia de Urbano Gómez. Este murió hace más de quince años, pero fue una persona memorable. Lo llamaban el Abuelo, y su otro hijo, Fidencio, tenía dos hijas juguetonas: una a la que llamaban la Arremangada y otra alta que estaba enferma de hipo, de la que se rumoreaba que ni era suya, y que terminó casándose con Lucio Chico, el tabernero.
A la madre de Urbano la llamaban la Berenjena, porque siempre andaba metida en líos con muchachos y siempre quedaba embarazada. Perdió toda su fortuna en entierros, pues todos sus hijos morían a pocos días de nacer. Solo dos de sus hijos sobrevivieron, Urbano y Natalia, pero no los vio crecer porque murió en un parto. Ya de pobre, la gente la veía revolviendo la basura, buscando alimento para sus hijos.
Urbano Gómez, dice el narrador, tenía una edad similar a la suya y la de su interlocutor. Era un poco estafador y, por ejemplo, les vendía flores que eran fáciles de encontrar en el cerro, o frutas que había robado o comprado más baratas en otro lado. Además, era el cuñado de Nachito Rivera. Nachito, dice el narrador, se volvió tonto luego de casarse con Inés: se pasaba el día tocando canciones en una mandolina desafinada, e Inés debía trabajar duro para mantener y cuidar a su marido.
El narrador y su interlocutor siempre iban con Urbano a visitar a su hermana y bebían del tepache que ella hacía, pero nunca le pagaban. Así fue como Urbano se fue quedando sin amigos, porque todos lo evitaban para que no les cobrara. Quizás eso es lo que lo volvió malo, especula el narrador, o quizás lo fue de nacimiento.
Urbano fue expulsado del colegio antes de su quinto año porque lo encontraron jugando a escondidas al marido y la mujer con su prima, la Arremangada. Lo humillaron, sacándolo de las orejas por la puerta grande, mientras todos se reían, y él les anunció con odio que pagarían por esa humillación. Dice el narrador, entonces, que se rumorea que Fidencio, su tío, le dio una paliza tan fuerte que casi lo deja paralítico. Eso hizo que Urbano abandonara el pueblo.
Volvió un tiempo después, convertido en policía. Se sentaba en la plaza de armas, con su carabina entre las piernas, mirando a todos con odio. Nunca saludaba ni decía nada y fingía no conocer a nadie.
El narrador dice que fue entonces cuando Urbano mató a su cuñado Nachito. Por la noche, Nachito había ido a darle una serenata con su mandolina desafinada. De golpe se escucharon unos gritos y la gente que estaba rezando en la iglesia salió y vio a Nachito defendiéndose con la mandolina, mientras Urbano le daba culetazos con su arma, lleno de odio. Hasta que alguien se acercó, le quitó la carabina y lo golpeó con ella en la espalda, dejándolo allí tirado. Urbano pasó allí la noche y al amanecer se fue, no sin antes pedir la bendición al cura, quien se la negó.
Urbano fue detenido en el camino. Dicen que no opuso resistencia, incluso que fue él mismo quien se ató la soga al pescuezo y eligió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran. El narrador le dice a su interlocutor que él debe acordarse de Urbano, pues ambos fueron compañeros suyos de escuela y lo conocieron.
Análisis
Los dos cuentos reunidos en esta sección tienen en común la ya mencionada perversión de los lazos familiares: los personajes están atravesados por el resentimiento, el cual rompe los vínculos afectivos y contribuye a destruir la familia.
En "Paso del Norte", un hijo le pide el favor a su padre de que cuide a su familia mientras él va al Paso del Norte, en busca de una fuente de dinero. Queda así en evidencia la cruda realidad social de su familia: “La semana pasada no conseguimos pa comer y la antepasada comimos puros quelites. Hay hambre, padre…” (117). En este sentido, el cuento trata un tema muy reconocible para los lectores contemporáneos a la colección, publicada en 1953: la inmigración. De hecho, se trata de una problemática que poco ha cambiado para los inmigrantes desde aquella época. El hijo de esta historia, al igual que muchos inmigrantes, compelido por la pobreza y la falta de trabajo, busca migrar, de manera ilegal, a Estados Unidos, en busca de oportunidades económicas. Se dirige a Ciudad de México y luego a Ciudad Juárez, donde hace arreglos para pagar a alguien que lo conducirá ilegalmente a través de la frontera y le dará un contacto para encontrar un trabajo. Al igual que en la época de "Paso del Norte", la zona fronteriza sigue siendo hoy un lugar peligroso donde muchos inmigrantes mueren antes de llegar a Estados Unidos. La descripción de la forma en que los compañeros del hijo son alcanzados por una balacera anónima da cuenta del grado alto de violencia e impunidad que caracteriza a las zonas fronterizas. El hijo, que es gravemente herido pero sobrevive, es interceptado por un oficial de inmigración mexicano que le hace creer que probablemente fueron indios apaches los que les dispararon. Sin embargo, es muy probable que esto sea un guiño irónico que Rulfo ha dirigido a la forma en que las comunidades indígenas son maltratadas y estigmatizadas, tanto en México como en Estados Unidos, y son usados como chivos expiatorios fáciles para encubrir crímenes. De hecho, el oficial le ordena al hijo que de la vuelta y regrese a su casa, y esboza una amenaza, en caso de que no cumpla: “si te vuelvo a devisar por aquí, te dejo a que revientes. No me gusta ver una cara dos veces” (123). De esta forma, el lector intuye que los oficiales de migración tienen algún tipo de injerencia en cómo se administran las balaceras en la frontera.
El lugar del asesinato de los compañeros del hijo también es significativo. El Río Grande fue designado como frontera entre Estados Unidos y México poco más de un siglo antes de 1953, en el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848. Este tratado puso fin a la guerra entre México y Estados Unidos, y convirtió una enorme porción del territorio mexicano en parte del suroeste de Estados Unidos. Rulfo, entonces, ubica su historia en un espacio cargado de frustración histórica y cultural para los mexicanos.
Además de la cuestión social de la inmigración, esta historia retrata la demografía mexicana contemporánea. Sujetos a dificultades económicas, los habitantes de las zonas rurales empiezan a gravitar hacia las ciudades. En el cuento, las dos únicas frases que se narran en tercera persona -lo cual les da una significación especial- detallan que "de los ranchos bajaba la gente a los pueblos; la gente de los pueblos se iba a las ciudades. En las ciudades la gente se perdía; se disolvía entre la gente" (121). Este movimiento es precisamente el que experimenta el hijo al ir a la Ciudad de México. Cabe destacar que esta es la única vez en todo el libro en que se menciona la capital del país, y tiene connotaciones fuertemente negativas.
Esta historia también nos dice mucho sobre la economía del país. La situación de la agricultura se ha vuelto tan desesperada que solo algunos tipos de trabajo están bien remunerados, y ninguno de ellos puede servir como base de una economía nacional fuerte. En particular, el hijo habla celosamente de los conocimientos de su padre en materia de fuegos artificiales. Uno no pensaría que esta es una ocupación particularmente lucrativa, pero el hijo observa que el trabajo de su padre es muy solicitado cada vez que hay una celebración religiosa. En efecto, parece que el entretenimiento es mejor remunerado en el campo que la propia actividad ganadera: “Usté vende sus cuetes y sus saltapericos y su pólvora y con eso la va pasando (...) Pero uno no, padre. Ya naide cría puercos en este tiempo” (117).
El vínculo padre-hijo que aquí se retrata está atravesado por el resentimiento. En efecto, el hijo le reprocha a su padre que no le enseñó nunca su oficio, pues no quería tener competencia. A partir de este gesto egoísta y poco solidario, la familia del hijo cae en la pobreza, mientras que el padre goza de bonanza económica. Asimismo, el padre se muestra también resentido con su hijo, porque nunca lo visita, y despliega una visión muy cínica de la paternidad: “sabrás que los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen hasta tu recuerdo” (120). En suma, los lazos familiares están degradados.
“Acuérdate” es un relato especialmente breve, contado en tercera persona por un narrador que emplea un tono confidencial con su interlocutor. Como muchos de los relatos de Rulfo, este cuento adopta el aire íntimo de un monólogo del narrador, en el que recuerda detalles sobre Urbano Gómez y su familia, como si hablara con un interlocutor invisible, anónimo, que bien puede ser el lector. El discurso del narrador está cargado de vocativos, pronombres en primera persona del plural y expresiones que interpelan e incluyen al lector, como si el diálogo que entabla el narrador fuera con él: “La debes haber conocido”, “como ya te digo”, “Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad” (126). Más frecuente aún es el uso por parte del narrador de la palabra "acuérdate", lo cual se va convirtiendo más en una orden que en una sugerencia. Así, el narrador exige una participación más activa del lector. La línea final del relato parece casi acusatoria: "Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo" (128).
Rulfo fue sin duda un escritor comprometido política y socialmente. Sus relatos están llenos de vívidas descripciones de las deficiencias de las instituciones políticas más importantes, como el sistema judicial, el poder legislativo o el sistema de educación pública. En esta historia, sin embargo, no hay ninguna institución o departamento gubernamental aparente al que se pueda acusar. Por eso "Acuérdate" es especial, porque es el individuo, y no la institución, quien finalmente debe cargar con la responsabilidad del trágico final de Urbano Gómez. Es el narrador y su interlocutor (¿nosotros, los lectores?) los que lo abandonamos en el camino: "íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos. Después hasta se quedó sin amigos porque todos, al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos" (127). Individuos como "nosotros", también, lo sometieron a una burla despiadada al salir de la escuela después de ser expulsado, y así nos lo cuenta el narrador: "Solo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso" (127).
En este punto, conocemos que Urbano fue humillado y marginado por haber sido encontrado intimando con su prima. Nuevamente, de manera superficial, casi pasando desapercibido, emerge el equívoco en una relación familiar. A partir de las burlas que recibe, Urbano abandona el pueblo y al regresar se ha operado un cambio en él: se ha convertido en policía. Así, el resentimiento, producto de una conducta desviada en sus vínculos familiares, se traduce en venganza: Urbano regresa y asesina a su cuñado Nachito. Nadie intenta especular las razones ni las motivaciones de ese asesinato intrafamiliar, pero, a la vez, la violencia es algo tan natural en ese entorno, que a nadie sorprende tampoco. La violencia circula impunemente, y Urbano reconoce su culpa, de ahí que prepare él mismo la soga y el lugar de su ejecución.