El estatus social
El estatus social es una preocupación central para Neddy y un tema importante para el texto en general. Neddy, por ejemplo, espera elogios de sus amigos: imagina que "guarnecerían las orillas del río Lucinda", como denomina el trayecto que diseña hacia su casa.
Los protocolos sociales son muy importantes en el ambiente de los suburbios. El primer indicio de esto surge cuando Neddy llega a la piscina de los Graham y se da cuenta de que, siguiendo con la metáfora del explorador, tendría que manejar con cautela "las costumbres y las tradiciones hospitalarias de los nativos" para no ofenderlos. Los "nativos" son, por supuesto, los habitantes de los suburbios de Nueva York, y sus costumbres son tan estrictas como las de cualquier cultura.
Neddy, por otro lado, siente un gran desdén por los Biswanger, "renuentes a comprender las realidades rígidas y antidemocráticas de su propia sociedad". Así, por ejemplo, los Biswanger tienen la mala costumbre de hablar de dinero en público. No obstante, también es en la fiesta de los Biswanger que Neddy reconoce que "verse desairado por un barman que trabajaba por horas significaba que había sufrido cierta pérdida de dignidad social". Aun así, reacio a aceptar esa posibilidad, el protagonista piensa que quizás el hombre simplemente es nuevo allí y está desinformado.
La masculinidad
La autopercepción de Neddy está profundamente ligada a su sentido de masculinidad. Ya desde el comienzo del relato se identifica con un aventurero que sale a explorar terrenos desconocidos. Este papel pone a prueba la valentía, la fortaleza, la resiliencia, es decir, características muy valoradas por la masculinidad.
A la vez, la aventura es el terreno masculino por excelencia, mientras que el rol de las mujeres suele centrarse en apoyar al hombre y glorificar su desempeño. Coherente con esto, Neddy deja a su esposa en la piscina de los Westerhazy para emprender solo su recorrido, que bautiza en honor a ella.
Sin embargo, enseguida reconocemos que la noción de masculinidad de Neddy es tan frágil como su heroísmo: mientras se sumerge en la piscina de los Westerhazy, los lectores descubrimos que siente "un inexplicable desprecio" por los hombres que entran en las piscinas por las escaleras en vez de zambullirse. La idea de que una zambullida poco profunda en la piscina de lujo de un jardín podría funcionar como una prueba de su virilidad parece patética, especialmente si se compara con la destreza física y la virilidad de los héroes clásicos de la literatura.
Aún más, a medida que avanza el texto, los elementos que conforman la masculinidad de Neddy se van marchitando, revelando la fragilidad que encierra: la adoración social que tanto anhela va mutando en desprecio; su examante, que alguna vez reforzó su hombría rogándole de rodillas que permaneciera con ella, lo ha reemplazado por un hombre más joven; él mismo se siente agotado por la distancia recorrida. En esta progresión, Cheever revela la bravuconería de la masculinidad estadounidense rica y privilegiada, revelando la precariedad en su centro.
La decadencia
A lo largo del texto, Cheever reflexiona sobre la decadencia que acecha bajo la superficie de la idílica vida suburbana. Por ejemplo, a Neddy le sorprende la hierba que invade el jardín de los Lindley y el abandono del lugar, donde solían tener caballos para montar por placer. Los Welcher, por su parte, han vaciado su piscina, pusieron su casa en venta y se mudaron. Neddy tiene una sensación de desamparo y confusión por el abandono de estos hogares.
A medida que avanza el texto, la decadencia se manifiesta en el propio cuerpo de Neddy: antes enérgico y juvenil, ahora parece sufrir un proceso de descomposición. Finalmente, esta decadencia se pone de relieve en todo su esplendor en la casa del protagonista, que él encuentra descuidada, para por fin reconocer que está vacía.
El paso del tiempo
Cuando Neddy comienza su viaje, es un hermoso día de verano. La tormenta que llega solo unas pocas escenas después no es nada fuera de lo común en esta estación. Sin embargo, más adelante el protagonista observa las hojas rojas y amarillas de un arce en casa de los Levy, características del otoño. Y aunque Neddy lo atribuya a la muerte del árbol, ese signo otoñal provoca en él una "extraña tristeza". Estas señales continúan: en casa de los Halloran, el protagonista nota que su seto tiene hojas amarillas. Supone que tiene la misma plaga que el árbol de los Levy y no le da mucha importancia, pero, en este punto, las señales del paso del tiempo se vuelven más difíciles de ignorar. Al dejar la casa de los Halloran, el cuerpo de Neddy, antes vigoroso, comienza a sentir el cansancio. Por otra parte, las hojas caen a su alrededor y huele humo de leña en el aire, eventos decididamente asociados al otoño. Finalmente, cuando ya ha oscurecido y Neddy mira hacia el cielo, no ve las estrellas que deberían observarse en verano: las constelaciones indican, ya sin lugar a dudas, que la estación ha terminado.
El heroismo
Cuando Neddy decide llegar a su casa nadando a través de las piscinas de sus vecinos, se imagina a sí mismo como un heroico explorador que sale a recorrer territorios desconocidos. Al imaginar esta ruta, además, asume que ha hecho "un aporte a la geografía moderna". Sin embargo, Neddy solo se adentra en el confortable mundillo, ya por él muy conocido, de los suburbios de Nueva York, y lo hace motivado por la búsqueda del placer y pendiente de la aprobación social.
De este modo, aunque el narrador relata que Neddy tiene "una indefinida y modesta idea de sí mismo como una figura legendaria", el personaje lejos está de contribuir en algo a la sociedad a través de su viaje. Aún más, la autopercepción del protagonista, dadas las circunstancias, resulta risible, y da cuenta de su arrogancia y frivolidad.
En definitiva, "El nadador" presenta una mirada irónica sobre el heroísmo, que constituye una crítica mordaz de la cultura suburbana a la que el autor, de hecho, pertenecía.