La ruptura de la cabeza de cartonpiedra
La cabeza del Gigante es descrita como una enorme máscara de cartonpiedra pintada de manera vistosa. La escena de la pelea entre Romualdo, Tito, Gabriel, los Cuatro Ases y el Mudito que acaba por romper la cabeza es presentada mediante imágenes auditivas y visuales. En primer lugar, destacando los sonidos de la secuencia, se narra:
Andrés me toma, me comienza a golpear como si fuera un tambor mientras los otros tres Ases y el Tito improvisan un baile tom-tom-tom-tom como si sus palmadas no me dolieran tom-tom-tom levantan a la Iris del suelo tom-tom para que sin dejar de llorar baile con ellos al ritmo de los azotes que me están dando en la cara tom-tom-tom-tom-tom (p. 132).
De esta manera, hay un gran contraste en la escena: el sonido "tom" de los golpes, como si fuera un tambor, produce un efecto cómico, lúdico. Para los chicos del barrio, esta pelea es un juego, una fiesta. Sin embargo, es un momento trágico: la cabeza se romperá, el Gigante dejará de existir e Iris llora asustada en un rincón. Cuando comienza a rasgarse el material, se completa la descripción con un contraste entre los "colorinches" de la superficie de la máscara y el interior "gris" del material (p. 135).
La escena de sexo de Inés y Jerónimo en el jardín
En el capítulo 12 se narra una escena en la que Inés y Jerónimo tienen relaciones sexuales entre las plantas de su jardín. Es una explicación detallada de la dinámica que Jerónimo necesita para sentirse poderoso y poder tener sexo: ser observado por otros seres a los que considera inferiores. Él necesita la envidia de esos ojos para sentirse superior. En sintonía con esa importancia de la mirada, la escena está repleta de imágenes visuales y, de hecho, constituye uno de los pasajes más bellos de la obra, a pesar de que cuenta algo muy perturbador. La voz que narra en primera persona coincide, en principio, con la de Jerónimo:
Un diamante azul se enciende entre los matorrales del parque, se apaga y vuelve a encenderse dorado más allá, titila más acá y se apaga otra vez y entre esos macizos de plantas oscuras nacen más fulgores que nos están mirando a tí y a mí, que desaparecen, joyas, astros, ojos, fulgor que disimulan las hojas, vuelve a aparecer multiplicándose, desvaneciéndose, paseándose entre los arbustos oscuros, no al acecho sino que vigilándonos porque son los ojos de mis perros vagando entre las hortensias, lentos ahora, rojos, rosa, atentos, allá se extinguieron esos dos ojos de acero que ahora se encienden más cerca, aquí, entre los matorrales... (p. 224)
A continuación, el fragmento sigue sumando más referencias a colores y a contrastes entre la oscuridad y los brillos resplandecientes, conformando un extenso conjunto de imágenes visuales entrelazadas.
El rostro de Boy
La novela se refiere varias veces al rostro de Boy, completamente deforme. Existen dos versiones de su cara y ambas se describen a través de imágenes visuales impactantes. Sus malformaciones de nacimiento son extremas: "Desde el punto de vista científico, lo confirmaron los expertos, el nacimiento de Boy era una aberración: ese gargolismo que le encogía el cuerpo y le encorvaba la nariz y la mandíbula como ganchos, ese labio leporino que le abría la cara como la carne de una fruta hasta el paladar..." (p. 281). Como estas deformidades ponen en peligro su vida, es operado por el doctor Azula, pero Jerónimo ordena que las cirugías no oculten la monstruosidad del chico; solo deben mantenerlo vivo. Así, Azula va "dotando a Boy de remedos de párpados, zurciéndole la cara, dibujándole una boca utilizable, rectificando los caprichos anatómicos que ponían en peligro la vida del niño" (p. 282), y produce un "revoltijo de su anatomía" (p. 282). El Mudito, varias veces, resalta que los esfurezos del médico han sido inútiles, que la cara de Boy está mal cosida. En particular, se refiere a su mirada. El chico nace sin párpados, Azula le injerta unos de otra persona: "De pronto levantas tu cabeza de gárgola y bajo esos párpados que son el remedo de párpados humanos veo el azul de arco voltaico de los ojos de tu padre" (pp. 189-190). La deformidad entra en contraste con la belleza de los ojos azules que marcan la pertenencia de Boy a un linaje aristocrático, noble.
La imagen final de Iris Mateluna
En el capítulo 29 se presenta la imagen final de Iris Mateluna. La chica ya ha tenido a su bebé y las viejas están por descartarla. Ella pasa los días sentada en un pasillo sin hacer ni decir nada, y el Mudito la contempla. La describe mediante una cadena de imágenes visuales creando un retrato literario:
Se queda ahí, inerte, dejando pasar las horas, negada en los reflejos del sol al atravesar los cristales, materia pasiva que recibe el color ámbar, y cuando el sol avanza un poco, un jirón de cielo azul cruzándole la cara, una estrella en su boca, en su hombro, desaparece, la Iris flotando con ninfeas en la luz verde-acuática, la Iris ensombrecida por un manto piadoso, la Iris desnudada por el reflejo rosa de una túnica santísima y yo durante horas enteras contemplando las lentas mutaciones de la Iris, atardece, el viento agita las ramas verdaderas que revuelven la luz en que las cosas se están disolviendo debajo del vitral, la Iris disolviéndose en lagunas tornasoladas que fluctúan... (p. 595)
La cita hace hincapié en los colores que la luz, pasando a través de los vitrales, proyecta sobre el rostro de Iris. En esos cristales están representadas las imágenes de la Virgen María, el Arcángel Gabriel y otros santos y santas. Los tonos van cambiando a lo largo del día según las posiciones del sol. A su vez, los reflejos del vitral le dan un aura de santidad a la chica. El fragmento es especialmente bello, y se destaca al interior de una novela que casi siempre provoca imágenes desagradables, perturbadoras.