La muerte
La muerte es un tema central de la novela. Esto queda claro desde el comienzo, ya que lo primero que se cuenta es la muerte de la Brígida y de Mercedes. También se describen y comparan sus funerales. El caso de la Brígida es presentado con mayores detalles y demuestra la cercanía de las otras asiladas con la muerte, puesto que incluso preparan el cadáver para el velorio y el entierro. Además, todas ellas, personajes fundamentales del texto, viven en la Casa esperando morir, dado que son muy ancianas. Durante muchos años han muerto otras viejas allí. El hecho de que la muerte invade por completo la Casa también queda claro cuando observamos que dentro de ella fallece Clemente de Azcoitía, que hay un cementerio de santos en el patio del Mudito y que Inés busca la tumba de su antepasada, la niña beata entre los diversos patios. En ese sentido, es posible pensar que la casa es una gran tumba colectiva.
Por otra parte, varios son los personajes mueren o son asesinados en la novela. La anciana bruja y la niña beata de las antiguas consejas son claros ejemplos. También es relatado el fin de la vida de Jerónimo, quien, a su vez, piensa en matar a su hijo recién nacido porque es deforme, aunque de inmediato decide no hacerlo. La presencia del chonchón, al que incluso hace referencia el título de la obra, también la simboliza, ya que ese ser mitológico anuncia la muerte.
La identidad
La cuestión de la identidad atraviesa por completo esta novela y se manifiesta de muchas maneras. En primer lugar, el protagonista y narrador denuncia constantemente que no tiene una identidad. Por sus orígenes pobres, su padre le explica que no es nadie y lo presiona para que obtenga un estatus social que le permita "ser alguien": "Sí, papá, sí se puede, cómo no, se lo prometo, le juro que voy a ser alguien, que en vez de este triste rostro sin facciones de los Peñaloza voy a adquirir una máscara magnífica, un rostro grande, luminoso, sonriente, definido, que nadie deje de admirar" (p. 120).
Al buscarse una identidad, el Mudito termina por perderla, ya que se fragmenta, se mezcla y se refleja en otras identidades, sobre todo con la de Jerónimo de Azcoitía. Estos dos personajes atraviesan una serie de experiencias en las que se hacen pasar por el otro o usan el cuerpo del otro para cumplir sus propios designios. Por ejemplo, Humberto Peñaloza se hace pasar por Jerónimo para protegerlo durante una rebelión popular, y luego el Mudito quiere hacer creer a Jerónimo que es el padre del bebé de Iris Mateluna, cuando en realidad el Mudito está convencido de que él mismo la ha dejado embarazada.
Esta despersonalización o pérdida de la identidad afecta a prácticamente todos los personajes de la novela. Por ejemplo, se repite que las viejas son todas iguales y no tienen características específicas que las distingan. De hecho, hacia el final, Inés busca convertirse en una vieja más, imitando sus rasgos físicos y sus actitudes para que Jerónimo no pueda encontrarla. Por último, la disolución de las identidades se plasma en el hecho de que todos los personajes reencarnan en otras figuras presentes o pasadas. Los ejemplos son muchos, pero puede destacarse cómo la figura de la niña-santa se confunde con la de la niña-bruja en las consejas, y luego con la de la Peta Ponce, con la de Inés, con la de Iris, y todas ellas con la presencia de la perra amarilla.
El encierro
Los espacios más relevantes y significativos de la novela son, de un modo u otro, espacios de encierro. A lo largo de las páginas, leemos referencias a conventos de clausura, mausoleos cerrados con cadenas, prisiones, hospitales y manicomios. A su vez, tanto la Casa de la Encarnación de la Chimba como la Rinconada son diseñadas para mantener a los personajes encerrados. La Casa, por un lado, fue construida para encerrar a una chica, la niña beata, y en el presente está cada vez más cerrada, ya que el Mudito va tapiando todas las puertas y ventanas que la conectan con el afuera. Por su parte, la Rinconada fue adaptada para mantener aislado de la realidad exterior a Boy, el hijo de Jerónimo. Y no son los únicos que viven prisioneros allí: en ambos casos, las personas que habitan después estos espacios tienen prohibido salir.
El Mudito tiene una relación doble con el encierro: por un lado, parece vivir preso en los diferentes espacios que habita, pero, por el otro, también es el portero y carcelero que guarda las llaves. Sin embargo, siempre es atrapado en algún tipo de prisión: vive en estas casonas, se siente atrapado en el hospital donde lo opera el doctor Azula y, finalmente, es encerrado en las vendas y sacos que las viejas cosen para inmovilizar su cuerpo. Es interesante observar que todos los personajes forzados a vivir encerrados son mujeres (las viejas, las monjas, las huérfanas) o personas con malformaciones, discriminadas por la sociedad. Muy por el contrario, el único que parece moverse con libertad y escapar de los encierros es Jerónimo de Azcoitía.
Las clases sociales
A pesar de ser una novela caótica y delirante, El obsceno pájaro de la noche también tiene una dimensión realista y una visión crítica de la historia y la sociedad chilenas. En ese sentido, se destaca la presentación del tema de las clases sociales. El universo ficcional construido por Donoso está muy marcado por una estructura jerárquica que divide a sus personajes en categorías.
Esto genera un alto contraste entre los personajes. Por un lado, los miembros de la familia Azcoitía, a pesar de estar en decadencia, son dueños de enormes extensiones de tierra, tienen mucho dinero, establecen una relación directa con el poder de la Iglesia católica, viajan a Europa y están a cargo de las decisiones políticas y económicas del país. Por el otro, otras figuras, como el Mudito y las viejas de la Casa, son pobres, trabajan como sirvientes y luego son descartadas en el asilo; no son dueñas de nada, se afianzan a los desechos y habitan un espacio sucio, decrépito. La figura de Jerónimo también contrasta con las de los trabajadores que se rebelan en el pueblo, a los que la clase alta trata de "rotos de mierda" (p. 240), con mucho desprecio.
La idea de que la sociedad está inevitablemente organizada de manera jerárquica en diferentes clases sociales también se puede ver en la construcción del mundo cerrado que Jerónimo diseña para Boy, su hijo monstruoso. En la Rinconada crea un sistema donde el chico puede crecer rodeado de monstruos y aislado del mundo externo para que se considere normal. Pero Boy vive allí como una especie de rey, y los otros monstruos que habitan el lugar se organizan en clases sociales para atender a sus necesidades. Hay una élite de monstruos que tiene un contacto más directo con el chico, pero también hay monstruos de segunda, tercera, cuarta, quinta y hasta sexta categoría, que se dedican a otros trabajos más arduos, reciben peores pagos y viven más lejos de la gran casona.
Lo monstruoso
La presencia de lo monstruoso es un asunto crucial en esta novela. Desde el comienzo se crea una atmósfera decadente y perturbadora en la que se mueven personajes de aspecto desagradable, con cuerpos en mal estado o muy avejentados, como las ancianas de la Casa o el propio Mudito. Lo monstruoso se plasma de manera directa en los personajes catalogados como verdaderos monstruos, es decir, Boy y los otros habitantes de la Rinconada. Se trata de seres humanos nacidos con deformidades muy marcadas. Por ejemplo, el chico nace con un rostro completamente desfigurado, sin párpados, con las orejas fuera de lugar y la boca como un tajo. Además, el doctor Azula tiene un solo ojo, es un cíclope; Emperatriz es enana, y la lista sigue.
El texto ofrece una definición del monstruo:
El monstruo, en cambio, sostenía don Jerónimo con pasión para exaltarlos con su mística, pertenece a una especie diferente, privilegiada, con derechos propios y cánones particulares que excluyen los conceptos de belleza y fealdad como categorías tenues, ya que, en esencia, la monstruosidad es la culminación de ambas cualidades sintetizadas y exacerbadas hasta lo sublime (p. 274).
Es decir, +los monstruos no son ni lindos ni feos según los criterios de los "normales", sino que son perfectos en sus propios términos. Es por eso que, a pesar de todos sus defectos y de su decadencia, el Mudito en la Rinconada es discriminado por no ser monstruo: le dicen que es feo e innoble, y se ríen de él porque es normal. Esto ocurre porque Jerónimo crea a propósito un mundo cerrado, únicamente habitado por monstruos, para convertir lo monstruoso en lo normal, "un mundo donde la deformidad no iba a ser la anomalía sino la regla" (p. 271). En este punto se hace claro el juego de inversiones, de carnavalización, que ofrece Donoso en la obra: la Rinconada es un mundo al revés, invertido, donde lo monstruoso ocupa el lugar de lo normal.
Lo onírico
El obsceno pájaro de la noche tiene una dimensión onírica fundamental. Como afirman los especialistas, toda la narración puede ser el relato de una pesadilla o de un delirio paranoico. Eso explica su estructura caótica y laberíntica, así como el hecho de que los personajes, los espacios y los tiempos se confundan sin cesar. El texto no responde a una organización coherente ni tiene un único sentido, porque va más allá de las reglas de la realidad, y, como un sueño o un delirio, explora elementos inconscientes, siniestros, tenebrosos.
Esto se refleja al interior de la novela. Muchos personajes dicen que se sienten perdidos y no logran distinguir el sueño de la vigilia. Tal es el caso del Mudito: "el terror de la pesadilla invadió mi vigilia" (p. 263), dice; repite ideas similares varias veces, y narra desde ese lugar de confusión onírica. La Madre Benita, Inés y otras figuras llegan a afirmar que tampoco distinguen la realidad de lo que pasa en sus mentes. A su vez, la dimensión onírica se relaciona con la biografía del autor. Como declara en "Claves de un delirio", Donoso encuentra la lógica de esta ficción gracias a episodios de esquizofrenia que experimenta por una reacción alérgica a la morfina. Internado en un hospital, tiene sueños delirantes que le sirven para estructurar el caos de la obra. En particular, esa anécdota se relaciona con las secuencias en las que el Mudito se encuentra encerrado en una especie de clínica donde cree que el doctor Azula lo opera para sacarle sus órganos y su sangre y aplicarle injertos de los monstruos de la Rinconada.
El escritor y la escritura
El obsceno pájaro de la noche es, entre otras cosas, un texto metaficcional, ya que tematiza la figura del escritor y el trabajo y las funciones de la escritura literaria. La literatura metaficcional es aquella que se refiere a otras ficciones o cuestiona su propio carácter de ficción.
Aquí, el tema aparece directamente relacionado con el protagonista. En su juventud, el Mudito aspira a ser escritor, y su relación con Jerónimo de Azcoitía comienza por ese motivo: busca que el gran patrón financie la producción de su primer libro. Esto también habla de las condiciones económicas necesarias para desarrollarse como escritor. Para Humberto, convertirse en escritor es un modo de "ser alguien" y responder a las presiones de su padre. Por eso, lee obsesivamente su nombre impreso en las páginas del libro como una confirmación de su existencia. Otro punto de la reflexión metaficcional radica en las dificultades que tiene Humberto para llegar a escribir: pasa años sin poder producir nada, su obra lo atormenta, siente que pierde la imaginación.
Por otro lado, las páginas de la novela incluyen una parte del texto escrito por Humberto (que puede ser una biografía de Jerónimo o una crónica de la vida de Boy en la Rinconada): se trata del párrafo que comienza "Cuando Jerónimo de Azcoitía entreabrió por fin las cortinas de la cuna para contemplar a su vástago tan esperado, quiso matarlo ahí mismo..." (p. 191). Cabe señalar que el propio Donoso sostiene que ese es el primer párrafo que escribe de la novela, por lo que la producción del autor coincide con la del personaje, creando así otra capa del juego metaficcional.