El obsceno pájaro de la noche (1970) es considerada la obra cumbre de José Donoso. Se trata de una novela extensa, organizada en treinta capítulos en los que fluyen las palabras de un narrador que, en principio, se llama el Mudito, y que también es su protagonista. Es un hombre de origen pobre que, en el presente de la narración, vive en la Casa de Ejercicios Espirituales de Encarnación de la Chimba, una enorme construcción que en sus orígenes era un convento para monjas de clausura y que ahora funciona como asilo de unas cuarenta ancianas, cinco huérfanas y apenas tres monjas. Este espacio es el escenario central de la novela, pero el Mudito se mueve por otros lugares, entre los que se destaca otro caserón rodeado por una gran hacienda, la Rinconada.
El Mudito es el soporte de una conciencia problematizada por la presencia de los otros que lo rodean. A lo largo de toda la novela se refleja en los otros personajes, se entremezcla y confunde con ellos, asume sus voces y sus puntos de vista. Pero también salta por distintas versiones pasadas de su propia identidad: recuerda su infancia y su juventud, cuando se llamaba Humberto Peñaloza y quería convertirse en escritor, y revive sus experiencias en trabajos anteriores como secretario de Jerónimo de Azcoitía, hombre rico y poderoso que representa la aristocracia chilena, y como encargado de la casa de la Rinconada. Su subjetividad, pues, es plural y fragmentada. De acuerdo con el crítico Enrique Luengo, el Mudito es un "prisma" desde el cual se proyectan sus propias voces y las de los otros personajes. El propio José Donoso asegura que esta novela es coral, polifónica, justamente porque son muchas las voces que crean el enunciado.
Esta es una obra sumamente exigente para los lectores porque rompe con todas las reglas de la narrativa coherente: desde el comienzo es confusa, caótica y excesiva. Todos los elementos aparecen al mismo tiempo fragmentados y multiplicados. No es posible extraer un sentido único y claro: los elementos tienen muchos significados posibles al mismo tiempo. De hecho, podemos pensar que toda la narración es producto de un delirio, de un sueño (que sería más bien una pesadilla) o de un estado de paranoia de la mente del Mudito. Es por ello que el texto parece ser un monólogo interior en el que fluye una consciencia atormentada, delirante.
El relato no solo se mueve por distintos espacios y presenta una amplia diversidad de voces, sino que también se desplaza en el tiempo sin establecer transiciones nítidas. El presente de la narración se ubica a mediados del siglo XX, pero se integra con leyendas de un pasado lejano y con historias de la familia Azcoitía desde fines del siglo dieciocho. Las leyendas, llamadas consejas, rescatan visiones mágicas o místicas de la realidad, e incluyen brujos, brujas y seres mitológicos como el chonchón y el imbunche. Así, la novela recupera tradiciones originarias del territorio chileno, en particular de la cultura mapuche, y las entrecruza con el desarrollo -y la posterior decadencia- de la aristocracia local, de orígenes europeos.
Don Jerónimo de Azcotía es el último hombre de su linaje y su vida es prueba de la decadencia de las clases altas, de la aristocracia tradicional chilena. Es decir, una de las cuestiones centrales de la obra es mostrar el fin de una dinámica del poder constitutiva de Chile desde su Independencia, ya que los antepasados de Jerónimo han sido grandes patriotas nacionales. Así, a pesar de lo caótico y lo delirante, el texto reflexiona sobre la historia y la sociedad del país de manera crítica. En ese punto, se pone de manifiesto también la enorme presencia de la Iglesia católica en los sectores del poder chileno.
Los espacios en ruinas que se ubican en el centro de la narración representan el declinio, la decadencia de esa clase aristocrática u oligárquica. Esta cuestión también se plasma en el hecho de que Jerónimo no logra concebir un hijo que pueda dar continuidad a su grandioso linaje: se presenta una clase alta estéril, improductiva, en vías de extinción. El contraste del personaje del gran patrón con una serie muy larga de personajes pobres, decrépitos y monstruosos es un juego fundamental de la novela. El obsceno pájaro de la noche es una obra carnavalesca, ya que se sostiene sobre una cadena de inversiones: los ricos se meten en los cuerpos de los pobres, los monstruos crean su propio mundo y ridiculizan a los normales, las viejas se roban la juventud de las niñas. Y todos los personajes se disfrazan o transforman en otros, marcadamente diferentes.
De acuerdo con las afirmaciones del propio autor, al reconstruir lo que él llama la "biografía de la obra", se demora ocho años en escribirla. También cuenta que el proyecto tiene varios títulos antes de encontrar el definitivo; prueba con “El último Azcoitía”, “El arcángel incompleto” y “El sueño de nadie” hasta muy avanzada la edición. El proceso es muy arduo para él y las dificultades para llevarlo a cabo lo atormentan. Su salud mental se ve altamente afectada por ello, pero esa pérdida de la cordura termina por ayudarlo a escribir. En un momento, mientras se encuentra produciendo el libro, debe ser operado de urgencia, lo anestesian con morfina y tiene una reacción alérgica que lo lleva a vivir episodios de esquizofrenia. Un colega toma nota de sus alucinaciones y, cuando se las da, Donoso descubre en ellas la lógica del mundo delirante que despliega en El obsceno pájaro de la noche.
Tal como comenta en "Claves de un delirio", Donoso crea casi toda la novela inspirándose en hechos de la realidad de su país: cuenta que un día ve a un joven deforme vestido de lujo y así construye a Boy, que visita un antiguo convento que en la ficción es la Casa de la Encarnación de la Chimba, que escucha y reelabora leyendas antiguas del chonchón y el imbunche. Por otra parte, en ese mismo texto explica que los libros de sus contemporáneos surten una enorme influencia en la escritura de esta novela. Declara que Los pasos perdidos y El acoso, de Alejo Carpentier, La región más transparente, de Carlos Fuentes, y Los premios, de Julio Cortázar, le dejan la "imaginación revuelta" (p. 643), y que en esa época también lee con admiración El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, porque experimentan, juegan, integran lo fantástico y lo mágico dentro del realismo, crean mitos dentro de la ficción y rompen las estructuras tradicionales de la narración. Se propone hacer algo semejante con materiales que le interesan de la realidad chilena, y así llega a crear esta novela.