Resumen
Capítulo 25
El Mudito observa a Inés con mucho detenimiento y percibe que se desdibuja su rostro. Ya no es la de antes, está envejecida. Ella guarda sus objetos de lujo y comienza a usar las prendas que les gana a las viejas en las apuestas del canódromo. Se cubre con harapos, duerme en un colchón orinado, usa una peineta rota. Pero el proceso de transformación para convertirse en una de ellas es lento. Él ahora está convencido de que en Suiza ella se sometió a tratamientos para convertirse en la Peta Ponce. Siempre quisieron encarnar la una en la otra; hace siglos que intentan hacerlo. El doctor Azula le ha implantado los órganos de la Peta, que en realidad se está apoderando de todo, está anulando a Inés para acechar al Mudito porque quiere volver a tener sexo con él. Se dirige a la Peta y le pide que lo deje tranquilo, que aceche a Jerónimo. Quiere quedarse en la casa amarrado por las vendas de las viejas, que lo transformen en imbunche, ser el muñeco de Iris.
Inés empieza a reunirse con las cinco huerfanitas. Les cuenta muchas veces la conseja de la niña-bruja entremezclada con la leyenda de la niña-santa. Las chicas se divierten. Iris está muy gorda; su hijo está por nacer. Un día, Inés les enseña un juego secreto. Van hasta la portería porque deben usar el teléfono. Inés marca un número y entabla una conversación. Por turnos, las chicas tienen que contestar como si estuvieran del otro lado de la línea y adivinar quién conversa con quién. Las huerfanitas creen que es muy difícil; apuestan el canódromo. A Iris le toca jugar primera. El Mudito, que en este punto narra como si fuera el bebé de Iris, le da las instrucciones para ganar. Simulan una charla entre la Madre Benita y el Padre Azócar, pero cuando le toca adivinar, Iris confunde los nombres. Le dan otra oportunidad y simulan una conversación con Jerónimo. Como parte del juego, Inés le dice al supuesto Jerónimo que quiere adoptar a Iris; la chica se asusta y se va de la sala. La voz del otro lado del teléfono pide hablar con Humberto Peñaloza.
Capítulo 26
Al oir ese nombre, el Mudito escapa por los pasadizos hasta el fondo de la Casa. No reconoce ese nombre como el propio y quiere desaparecer entre las sombras. El bebé de Iris anuncia en primera persona que ya es hora de nacer y, una mañana, las viejas lo encuentran en la cama junto a ella. El bebé es flaco y desgarbado; tiene los ojos tristes. El Mudito sigue narrando en primera persona. Parece ser él mismo el bebé. Las viejas lo atienden constantemente y lo fajan cada vez más. Hacen que Iris se siente con el hijo en brazos en medio del altar de la capilla, entre los santos de yeso recuperados del patio. Inés cree que la chica es en realidad la primera Inés de Azcoitía, la niña-beata, y le rinde devoción, al igual que las otras viejas. Ahora son muchas, más que las siete iniciales. Están convencidas de que el niño hará el milagro de llevarlas al cielo. Inés sigue jugando apuestas con el canódromo y sigue apropiándose de las cosas de las demás.
El Mudito cree que ella moriá pronto, que la Peta se encarna en ella para acecharlo. Espera que el niño impida que Jerónimo entre en la Casa. En la capilla, Inés e Iris se han declarado enemigas jugando al canódromo. La mujer ha dejado casi desnuda a la chica, que comienza a apostar sus raciones de comida y las pierde. Finalmente, apuesta a su hijo. Inés acepta, apuesta su dentadura y gana la partida una vez más. Iris patea la dentadura y se interna en la Casa con el bebé en brazos, que es el Mudito pero por momentos también es Boy. Inés, por su parte, toma el lugar central en la capilla, convertida ella misma en la beata. Luego, quiere irse a dormir y pide que le preparen al niño. Ella se duerme y el Mudito, a su lado, asegura que van a cumplir juntos un designio muy antiguo. Ella despierta de pronto y lo llama "Jerónimo". Él la identifica como la Peta Ponce. Inés grita y le dice a la Madre Benita que un hombre ha querido violarla, pero no le creen. Siente que la tratan de loca y decide irse de la Casa. Dice que la han violado todas las noches de su vida. Llegan médicos y enfermeros y le ponen una camisa de fuerza a la mujer, que ahora es la Peta Ponce dentro del cuerpo de Inés. La llevan a un manicomio en una ambulancia blanca. El Mudito decide eliminarse a sí mismo para que su imaginación deje de crear a Jerónimo.
Capítulo 27
Emperatriz y el doctor Azula entran a un bar. Ella acaba de salir de su reunión anual con Jerónimo. Apenas la ve, Cris le cuenta que Boy ha desaparecido. En la Rinconada se ha desatado una revolución y en los alrededores se han cometido robos y crímenes. Los monstruos de las clases inferiores se han desbandado al enterarse de la desaparición. Consideran huir a Europa y montar una clínica. De pronto, ella se da cuenta de que las personas normales que ocupan el café los miran fascinados, porque ellos son monstruos. Se van del bar, pero las personas de la calle siguen observándolos. Entre ellos, un mendigo intenta decirles algo, pero no le entienden. Es el Mudito que trata de confabularse con ellos para eliminar a Jerónimo.
Emperatriz y Azula vuelven a la Rinconada. En la puerta, Basilio, que tiene las llaves, les exige que se desnuden para poder entrar. Cuando lo hacen, ven a Boy completamente desnudo. Les dice que no ha pasado nada. Les reclama porque han traicionado el plan original de su padre. Ha estado cinco días afuera y ha aprendido muchas cosas. Ahora tiene aliados en el exterior. Le han avisado a Jerónimo de su huída. En cualquier momento, el patrón puede aparecerse allí. Boy les recuerda que son sus sirvientes y les exige que cumplan sus reglas para volver a borrar el mundo exterior. Solo le interesa vivir inmerso en una realidad artificial. Se propone que el doctor Azula lo opere para borrar la memoria de todo lo que ha aprendido esos días. Después de deshacerse de esos recuerdos, Boy pretende tener un hijo que depure el linaje Azcoitía.
Capítulo 28
Jerónimo llega a la Rinconada y se instala en el departamento que antes era de Humberto. Jerónimo y Emperatriz comentan que Humberto ha escrito poco y nada; esto les parece una lástima. El patrón pide que le preparen un manjar blanco que solía cocinar la Peta Ponce y él comía de chico. Pasa varias semanas sin visitar a Boy. Después de comer el manjar blanco, le dan ganas de tener nietos. Cree que su hijo debe casarse con una prima fea, mudarse a la ciudad y dedicarse a la política y los negocios. Los monstruos de primera se reúnen con Boy para conversar sobre el asunto, porque el plan implica el fin de la Rinconada. El chico les asegura que eso no va a ocurrir. Ellos le prometen que serán sus fieles sirvientes si él los protege del plan del padre.
Jerónimo se pasea desnudo por los patios. La perfección de su cuerpo espanta a los mosntruos. Por la noche habla del tema con Emperatriz. Ella le dice que en ese mundo, su normalidad es monstruosa y repugnante. El hombre, día a día, se acerca lentamente a su hijo, que al principio no quiere verlo. Emperatriz menciona que pronto celebrará su baile de disfraces anual y lo invita. El tema en esta oportunidad es "La Corte de los Milagros"; el lugar será preparado como un convento en ruinas. Todos deben disfrazarse de viejas en harapos, mendigos, ladrones, curas y monjas, y llevar máscaras de seres normales. Se desatará una orgía sin frenos. Esa noche, Boy le pide a Azula que, al operarlo, también extirpe de su cerebro la imagen de su padre.
Al día siguiente, Boy acepta conversar con su padre en el estanque de la Diana Cazadora. Charlan muy poco y el chico rápidamente asume una posición agresiva. Luego, los monstruos se ríen de Jerónimo y lo atacan con piedras. Entonces, el hombre se da cuenta de que es el único que está desnudo. Lo acercan a la fuerza hasta el estanque y lo obligan a mirar su reflejo en el agua. Baja los ojos para hacerlo, pero alguien tira una piedra y su reflejo se deforma por completo. Su cara se descompone y esto le provoca un dolor insoportable. Jerónimo se reconoce como el bufón de la corte de monstruos. Trata de huir, pero se cae y se lastima la cara contra el piso. Abre una puerta y entra en la fiesta de Emperatriz, pero es el único disfrazado de mendigo. Lo han engañado; los demás usan ropas elegantes. Más tarde, las parejas salen a tomar aire y lo encuentran flotando en el estanque. Está muerto. La noticia de la muerte del senador consterna al país entero.
Capítulo 29
En la Casa de la Encarnación de la Chimba, el Mudito despierta a todas las viejas y les cuenta que la Madre Benita se ha llevado a Inés. Ellas van a la capilla para recuperar las cosas perdidas en las apuestas. Iris agarra un abrigo color café y lo usa todos los días. Se la pasa sentada en un pasillo, y el Mudito contempla cómo la luz del sol la ilumina con distintos colores a medida que pasan las horas. La chica se ata el pelo y el Mudito percibe que su imagen se ha transformado en la de Inés. Él lleva la mano de Iris hasta sus genitales y ella le arranca el pene. Luego, se dice que Inés nunca ha estado embarazada. El narrador no entiende; dice que él mismo es el hijo que han esperado tanto tiempo. Intervienen las voces de las viejas y recuerdan el plan de que el niño milagroso las lleve al cielo. Iris les dice que no es un bebé, no es un santo y no es mudo. Ellas se enojan, la visten de prostituta y la dejan en la calle. Esa figura es Iris e Inés al mismo tiempo.
El Mudito y las viejas pasan a vivir en la capilla. Casi todo el tiempo es de noche. Él se ha convertido casi por completo en bebé. Se están quedando sin comida, por lo que consideran enviar a la Frosy a trabajar como prostituta para que les traiga un poco de dinero. Empiezan a salir por las tardes para acechar a personas que acaban de hacer las compras y robarles las bolsas. En la capilla tienen brasas encendidas sin cesar y ponen al niño muy cerca. Él piensa que quieren quemarlo. Empiezan a meterlo adentro de sacos y los cosen por fuera, inmovilizándolo. Ponen muchas capas de sacos y lo dejan en la cuna. Ha perdido todo, incluso la mirada. Ellas salen por las noches y lo dejan solo en la capilla. Parece que las viejas son cada vez más. Una noche, ven a Iris en la calle y creen que quiere robarse al niño. Terminan de envolverlo completamente en un saco. Ahora es todopoderoso y está listo para hacer el milagro.
Capítulo 30
El Padre Azócar se presenta para desalojar definitivamente a las asiladas acompañado por cuatro curas jóvenes. A las viejas las llevarán a una Nueva Casa en camionetas modernas. Les prometen buenas condiciones de vida allí. Han construido ese lugar con la fortuna de la Brígida. La demolición de la Casa de la Encarnación de la Chimba está programada para la semana siguiente. La primera en subir a las camionetas es una vieja muy enferma, pero apenas entra al vehículo, parece resucitar, recuperarse. Las demás se entusiasman; creen que es finalmente el milagro que las lleva a la gloria. Se llevan a las huerfanitas en otra camioneta; las dejarán en un orfanato. Falta Iris Mateluna, y las viejas dicen que se ha escapado la semana anterior. El Padre Azócar quiere acelerar la retirada de las viejas, pero de pronto comienzan a llegar repartidores con enormes zapallos que ocupan todo el espacio. Son quinientos zapallos enviados por misiá Raquel Ruiz como regalo para las ancianas. Logran llevarse algunos en las camionetas. Por último, el padre cierra la puerta de la Casa.
El Mudito narra el final desde la soledad, desde el hueco vacío en el interior de las capas de sacos cosidos por las viejas. Comienza a romper esos sacos, pero sabe que tardará milenios en liberarse. Debe hacerlo porque afuera hay alguien esperándolo para decir su nombre y quiere oírlo. Salir de ese encierro será nacer o morir. Pero ahora hay una única vieja que cose nuevas capas por fuera del paquete. Cuando da la puntada final, la anciana se pone el saco al hombro, sale de la capilla, deambula por la Casa y, finalmente, sale a la calle en medio de la noche. Llega hasta un puente de fierro, se mete debajo, cerca del cauce de un río, y se reúne con otros mendigos sentados alrededor de una fogata. Aparece una perra y se sienta a su lado. La vieja saca papeles de sus bolsillos para avivar el fuego, pero las llamas se extinguen pronto. La perra se va, desaparece. Entonces, la vieja se recuesta y el fuego parece consumirla junto con todo lo que la rodea, incluído el paquete donde está el Mudito: tras pocos minutos, no queda más nada debajo del puente.
Análisis
En este segmento final se lleva al extremo la confusión de identidades, característica de toda la obra. Si bien la identidad del Mudito es problematizada hasta el final, y nunca deja de fragmentarse ni de multiplicarse en otras figuras, en estos últimos capítulos parece llegar a la culminación de sus transformaciones: ahora es una "sombra carente de nombre" (p. 521), es cada vez más pasivo, se sale del centro, se transforma de manera definitiva en un pequeño paquete ciego, sordo, mudo y paralizado por ataduras. Además, está atontado, parece perdido, se deja manipular por las viejas sin ofrecer resistencias. La crisis identitaria desemboca en una absoluta despersonalización del protagonista.
Entonces, en esta sección, la novela se concentra especialmente en la confusión de identidades de otros personajes. En particular, se resaltan los paralelos establecidos entre las figuras femeninas. En primer lugar, se perfecciona la transformación de Inés en anciana. Ella pasa a tener un aspecto físico avejentado, al punto tal que es difícil reconocerla. Ahora bien, este proceso también marca distinciones entre la esposa de Jerónimo y las demás asiladas en la Casa. Para asimilarse a las otras viejas, Inés se aprovecha del poder de la perra amarilla para ganar todas las apuestas que se juegan con el canódromo, y así se va apropiando de las pocas cosas que las ancianas atesoran:
(...) duermes en el catre de la Zunilda Toro que reemplazó el tuyo, con una camisa de dormir de la Ema, tomas té en una taza de la María Benítez, te cubres con el chal de la Rita, en lugar de cartera andas con una bolsa sucia de no sé quién en las manos, usas las medias que le has ido ganando a la Dora y a la Auristela y los calzones de la Lucy, te cubres con harapos, duermes en un colchón meado, te peinas con una peineta desdentada, rehúsas a calzar nada que no sean las zapatillas apostilladas de la Rosa Pérez (p. 499).
Paradójicamente, Inés se vale de su poder, y en lugar de conformar un colectivo con las otras ancianas, les quita todo, acumulando ella sola todos los bienes de la Casa.
En segundo lugar, se profundiza la línea ya trazada anteriormente que mezcla mujeres de diferentes dimensiones temporales. Para hacerlo, la narración trae definitivamente al presente a las protagonistas de las consejas: "misiá Inés que es tan buena y tan devota de la Iris que ella dice que no se llama Iris Mateluna sino que es la beata Inés de Azcoitía" (p. 524). Así, Inés afianza la presencia continua de la figura de la primera Inés de Azcoitía en el lugar, aproximándose en el mismo gesto a Iris Mateluna. De hecho, en un determinado momento, en el capítulo 29, hay una figura que es Inés e Iris al mismo tiempo. Sin embargo, rápidamente ambas pasan a ser enemigas. El paralelo no las hace aliadas, sino que las contrapone al punto tal que Inés, al ganar una apuesta, se apropia del hijo de la chica. Con el bebé en brazos, la reemplaza en el altar construido por las viejas en la antigua capilla. Inés procura ser ella misma la encarnación de la niña-beata.
De todas maneras, aumentando la confusión de identidades de las figuras femeninas, el Mudito asegura que es la Peta Ponce la verdadera responsable: la bruja se ha metido dentro del cuerpo de Inés, busca apropiarse de toda su existencia y, en el proceso, les roba sus posesiones a las otras viejas. La fusión de estos personajes es tal que cuando se llevan a Inés al manicomio, el narrador sostiene que en realidad se llevan a la Peta encarnada en el cuerpo de la otra. Incluso se afirma que "Así tiene que ser, así ha sido siempre, Inés, Inés-Peta, Peta-Inés, Peta, Peta Ponce" (p. 502). El Mudito, en un giro más de su paranoia, también está convencido de que el verdadero objetivo de la bruja es acecharlo porque quiere volver a tener sexo con él. Si bien no vuelven a tener relaciones, es posible interpretar que en la escena final de la novela ambos se reúnen, dado que la anciana que se lleva al Mudito hecho paquete dentro de las múltiples camadas de sacos de yute coincide con las características de la Peta, y juntos desaparecen en la fogata debajo del puente.
En ese sentido, también es preciso destacar que el paquetito de capas y capas cosidas alrededor del cuerpo del protagonista repite de alguna manera la lógica del imbunche, ya que las viejas anulan su movilidad y sus sentidos, incluso su vista, aquello que ni Jerónimo ni Azula habían podido quitarle. Al mismo tiempo, paradójicamente, el fin de la vida del Mudito es una vuelta a la condición de bebé. Inserto dentro de esas capas de sacos cosidos se encuentra en una especie de útero materno. Y sabe que si logra romper ese saco logrará “nacer o morir” (p. 629).
En simultáneo, se completa la historia de la Rinconada, donde se narra la muerte de Jerónimo. El hecho de que los últimos capítulos narren el final de ambos personajes vuelve a resaltar su condición de figuras paralelas. El fallecimiento de Jerónimo se narra en el capítulo 28 y forma parte del efecto carnavalesco que construye la novela. El hombre pasa un tiempo en la Rinconada para asegurarse de que Boy viva en las condiciones que él ha determinado. Allí, es discriminado y maltratado tanto por el hijo como por los otros monstruos, justamente porque, en ese mundo al revés, él es el anormal por tener un rostro y un cuerpo armoniosos. Recuperando el mito de Narciso, se cuenta que Jerónimo es forzado a ver su reflejo en el agua del estanque de la Rinconada y termina ahogado allí. Es interesante observar que el sistema diseñado por él mismo para aislar la deformidad del hijo y dar continuidad a su propia vida como si nada hubiera pasado termina por llevarlo a la muerte.
Por último, otro aspecto a destacar de las escenas finales es el nuevo resultado de las jerarquías sociales. En la Rinconada, Boy se encarga de distinguirse de los seres marginales que lo rodean, reforzando de esa manera la centralidad del tema de las clases sociales en la obra. El hijo monstruoso de Jerónimo de Azcoitía remarca su carácter de gran señor del mundo artificial de la Rinconada. Después de pasar unos días en el exterior y darse cuenta de que los normales lo marginan, decide volver a recrear el universo ficticio de la Rinconada, ese mundo al revés donde lo monstruoso es la regla. Para ello, obliga a los monstruos de primera clase a reestablecer los parámetros diseñados por Jerónimo, y le ordena al doctor Azula que lo opere para olvidar todo lo que ha aprendido sobre la realidad del afuera. Emperatriz tiene algunas dudas pero Boy, como dueño y señor del lugar, le dice: "tienes que jugar mi juego porque eres mi prisionera" (p. 564). Además, piensa en tener un hijo para darle continuidad al linaje porque identifica que pertenece a una familia poderosa.