Resumen
Tarde una noche, Dorian se encuentra con Basil Hallward en la calle. Basil está encantado de verlo, ya que lo ha estado buscando a Dorian toda la noche para despedirlo antes de partir en un viaje de seis meses a París. Faltan varias horas para que salga su tren, y los dos van a la casa de Dorian. El pintor le dice a su amigo que está preocupado: "se están diciendo las cosas más espantosas sobre ti en Londres" (142), le informa. Dorian se molesta y le dice a su amigo que no le importan los chismes, pero no hace ningún esfuerzo por defenderse. Desconcertado por tal apatía, Basil continúa asegurándole a Dorian que, a pesar de lo viciosos y condenatorios que son muchos de los rumores, no los cree, porque confía en que Dorian es una buena persona, y que "el pecado es algo que se escribe en la cara de un hombre. No se puede ocultar" (143). Dorian se ve tan joven e inocente como siempre, y Basil cree en sus ojos.
Una vez que el artista comienza a enumerar los nombres de las personas a las que se dice que Dorian ha extraviado, Dorian lo reprende, diciendo que no sabe de qué está hablando y advirtiéndole que se ocupe de sus propios asuntos. Argumenta que ninguna persona carece de pecado o tentación, y que la corrupción no es algo que se pueda enseñar. Dorian solo se siente responsable de mostrar a las personas su verdadero yo. Durante esta discusión, Basil destaca que siente no conocer en verdad a Dorian, y dice que, para hacerlo, "tendría que ver tu alma" (145). Esto pone a Dorian a la defensiva y lo lleva a un extraño estado de paranoia. Riendo, le dice a Basil: "¡La verás tú mismo, esta noche!" (145). Estas palabras confunden y asustan a Basil. Quiere que su amigo niegue los cargos en su contra, y no está seguro de si la negativa de Dorian a hacerlo equivale a admitir que, de hecho, son ciertos. Para responder todas las preguntas de Basil, Dorian invita al pintor al ático para ver su "diario".
Suben las escaleras de la casa de Dorian y entran al ático. Dorian le dice a Basil que corra el velo sobre la pintura si desea ver su alma. Basil, pensando que su amigo está loco, duda, y entonces Dorian revela él mismo el retrato. El artista se horroriza, y al principio ni siquiera reconoce a Dorian en "el rostro espantoso del lienzo, sonriendo burlonamente" (147). Se niega a creer que se trate de su propia pintura, y piensa que es una "parodia odiosa" (148), hasta que reconoce finalmente la pintura al encontrar su propia firma en la parte inferior. Dorian observa la reacción horrorizada de Basil con apatía, y le recuerda el deseo que tuvo hace años en el estudio del pintor, justo después de que la obra estuviera terminada. Basil está abrumado por el asco, sin saber qué creer, y exclama que Dorian debe haber sido un demonio todo el tiempo, y que si esa imagen refleja con precisión su alma, "¡(...)tienes que ser peor incluso que lo que se imaginan que eres los que han hablado en contra tuya!" (149). Insta a Dorian a arrepentirse y tratar de salvar su alma. En ese punto "se apoderó de él un sentimiento de odio hacia Basil Hallward, como si se lo hubiera propuesto la imagen del lienzo, susurrándole al oído aquellos labios burlones". (149). En un frenesí, Dorian agarra un cuchillo y lo hunde en el cuello de Basil, apuñalándolo repetidamente, para luego mantenerlo presionado en su carne hasta que Basil deja de luchar y muere. Un charco de sangre se extiende sobre la mesa y se desliza por los pies de su silla.
Dorian se sorprende de la facilidad con la que cometió el homicidio. Se siente aliviado al pensar que el hombre "que había pintado el retrato funesto al que debía toda su desgracia se había ido de su vida" (151). Sale del ático, determinado a salirse con la suya, con la ventaja de que se suponía que Basil viajaba a París esa noche, y que nadie se enteró de su sorpresiva visita. Destruirá él mismo las cosas de Basil, pero para deshacerse del cuerpo tiene que llamar a Alan Campbell.
Análisis
Basil habla extensamente sobre los supuestos pecados de Dorian pero, de hecho, nunca dice cuáles son. Solo afirma que el nombre de Dorian "estaba implicado en la confesión más horrible que he leído nunca" (145). Esta propensión a reconocer solo indirectamente la ruptura de tabúes sociales era una interesante tendencia en la sociedad victoriana, compartida también por el narrador de El retrato de Dorian Gray. Hemos leído que hay rumores sobre las fechorías de Dorian, pero salvo que seamos testigos de ellas, como lo somos del asesinato, nunca nos enteramos de qué se tratan en realidad. Al igual que Basil, solo podemos asumir lo peor, en función de la apariencia del retrato.
Es interesante que Wilde elija presentar las transgresiones de Dorian de esta manera. El narrador es claramente omnisciente: debería ser capaz de informarnos qué, exactamente, ha hecho Dorian para provocar tantos chismes y tanto desdén, pero al insinuar solamente la naturaleza de estas transgresiones, Wilde establece un sentido palpable de su ilicitud, llevando al lector a buscar pistas y reforzando, al mismo tiempo, la sensación de degradación de Dorian.
La condena de Basil de los pecados de Dorian, así como su ferviente deseo de que este se arrepienta de ellos, da cuenta de una religiosidad ausente en nuestro último encuentro con él. Basil ha adquirido una sensibilidad ética muy refinada. Esto puede explicar la disminución de su producción artística, ya que, Wilde afirma en el prefacio, "An ethical sympathy in an artist is an unpardonable mannerism of style" ["Una empatía ética en un artista es un amaneramiento de estilo imperdonable"]. Este "amaneramiento imperdonable" es parcialmente responsable de la ira asesina de Dorian, ya que ofende su sensibilidad artística, que es el único tipo de pureza al que siente que debe aferrarse. Sin embargo, se nos dice que el asesinato es provocado más directamente por el retrato mismo: "de repente se apoderó de él un sentimiento de odio hacia Basil Hallward, como si se lo hubiera propuesto la imagen del lienzo" (149). El retrato confronta a Dorian con su vergonzosa vida, y Dorian culpa a Basil, el pintor, por el dolor que siente.
Cuando el artista confronta a Dorian, este no lo soporta, y es conducido al asesinato por "la ira enloquecida de un animal cazado" (150). Desde que conoció a Lord Henry, Dorian se ha rendido a sus pasiones. Ahora, ni siquiera puede resistirse al impulso hacia una violencia asesina. Y por más que lo intente en capítulos posteriores, nunca podrá recordar este crimen sino como otra mera experiencia "artística", nueva y emocionante, tal como pudo hacer con la muerte de Sibyl.
A lo largo de la novela encontramos varias imágenes violentas que involucran cuchillos: además del asesinato de Basil, el cuchillo aparece cuando Basil amenaza con destruir el retrato, en el capítulo II, y cuando Dorian considera, en el capítulo VIII, que ha matado a Sibyl como si le hubiera cortado el cuello con un cuchillo.