Resumen
Tom le habla a público sobre Jim. Ambos fueron al mismo colegio, donde Jim era el héroe del curso. En el secundario, Jim era la estrella deportiva, el presidente de la clase y el protagonista masculino en las óperas de fin de año. Ahora, seis años después, su trabajo no es mucho mejor que el de Tom. Ellos tienen una relación, no muy profunda pero sí amigable, en parte porque Tom le recuerda a Jim sus tiempos de gloria, de los que aquel fue testigo. El afecto de Jim por Tom ayudó a este último en las relaciones sociales con el resto de los hombres en el trabajo, que al principio miraban a Tom con malos ojos por su distanciamiento y su rareza. Jim sabe que Tom escapa por momentos en el trabajo para escribir poesía, por lo que le dio el apodo de “Shakespeare”.
Las acotaciones del autor indican que el departamento de los Wingfield luce hermoso. Amanda trabajó duro para tener todo listo para recibir al candidato. También se preocupó por mejorar su apariencia y la de Laura, a quien intenta incluso ponerle relleno en el corpiño. Amanda viste un vestido que usaba de jovencita y habla con fervor sobre los días en los que todo su tiempo estaba dedicado a ir a fiestas y bailar. También habla de su obsesión, en la juventud, por los junquillos, en un relato que culmina tristemente, con Amanda conociendo al padre de Laura.
Laura oye por primera vez el nombre del candidato, en boca de su madre, y se da cuenta de que se trata del mismo Jim que le gustaba en la secundaria. Le dice a su madre que, si es el mismo Jim, no podrá sentarse a la mesa: la idea de enfrentarse a él la perturba hasta el nerviosismo. Cuando suena el timbre, Laura, aterrorizada, discute con su madre por quién abrirá la puerta. Amanda se enoja por el encaprichamiento de su hija. Finalmente, Laura deja entrar a los hombres pero huye apenas un instante después de ser presentada ante Jim.
Jim es amable, pero también habla sin parar sobre los cursos en los que está inscripto para superarse a sí mismo y ascender socialmente. Mientras esperan a las mujeres, Jim intenta convencer a Tom de que se inscriba en un curso de oratoria junto a él. Tom no está interesado. Jim le advierte que el jefe no está muy contento con él, y que quizás esté por perder el trabajo pronto. Tom le responde que no le importa, porque está preparando un cambio. Da un discurso, luego, afirmando estar cansado de las películas: el cine tranquiliza a las personas, las aquieta, satisfaciéndolas con ver a otras personas teniendo aventuras en lugar de vivir aventuras por su cuenta. Luego le cuenta a Jim sus planes de unirse a la Marina Mercante. Ese mes ha pagado lo necesario a la Marina en lugar de pagar las cuentas de luz, y planea abandonar St. Louis. Jim está incrédulo. Pero antes de que puedan hablar seriamente del tema entra Amanda, vestida como una jovencita sureña, e inmediatamente comienza a hablar sin parar con Jim.
Tom va a buscar a Laura para la cena, pero ella se niega a ir a la mesa. La escena termina con Amanda, Jim y Tom sentados para cenar. El público puede ver a Laura en la sala de estar, donde está tendida en el sofá, intentando no llorar.
Análisis
Las expectativas de Amanda para la velada son muy altas. Con esfuerzos y gastos, arregló el departamento y la apariencia propia y la de su hija. Amanda está indirectamente reviviendo su juventud, lo que queda en claro por el vestido de muchacha que elige ponerse. Ella constantemente escapa, por vía del recuerdo, hacia el pasado, lo que la conduce a una ilusión que nunca puede durar demasiado, ya que todas las historias de los días gloriosos terminan con ella casándose con el señor Wingfield.
A su vez, Tom está preparando su propia huida de la casa. Ahora tiene otra percepción sobre el cine, aquello que le permitía, sin efectivamente irse, escapar:
¡Mira a todos esos héroes seductores… que tienen aventuras…, que lo ensucian todo…, que lo estropean todo con su voracidad! ¿Sabes qué pasa? La gente va a ver películas en vez de moverse. ¡Se supone que los personajes de Hollywood viven las aventuras que les corresponderían a todos los habitantes de los Estados Unidos, mientras que éstos se hallan sentados en un salón oscuro y los miran en plena aventura! (p.185)
Tom rechaza ahora las películas como vía de escape, por ser esta ilusoria: necesita salir al mundo y vivir por sí mismo las aventuras, es decir, escapar realmente, salir del encierro, buscar la propia libertad: "Estoy empezando a hervir por dentro. Sé que te parezco un soñador, pero por dentro…, ¡bueno, estoy hirviendo! ¡Siempre que agarro un zapato me estremezco al pensar en la brevedad de la vida y en lo que estoy haciendo!" (p.185). Es por eso que se afilió a la Marina Mercante. Finalmente, Tom visualiza una ruta que lo aleja de Amanda y Laura, a la deriva, en el mar, sin destino ni objetivo previsto. “Soy como mi padre. El bribón hijo de un bribón” (p.185), admite, explicitando mediante un símil la identificación tan temida por Amanda y Laura: que Tom sea como su padre significa que abandonará la casa y a su familia para convertirse en una figura ausente, como aquel. Jim, por su parte, no parece estar muy de acuerdo con el plan: él considera que su vida puede no haber llegado a donde él quería, pero al menos sigue intentando redireccionar su destino, en lugar de abandonar todo.
Las intenciones de Tom configuran una perversa alteración del trato que había pactado con Amanda. Amanda había insistido en que él esperara hasta que Laura encontrara un marido. Tom solo ha conseguido a un candidato y ya está decidido a irse. De hecho, ha dejado de pagar las cuentas de luz. No tiene la paciencia necesaria para escapar del ataúd sin remover ningún clavo, y ha decidido, directamente, ni siquiera intentarlo: de ser necesario, lo dejará hecho pedazos, con tal de huir.
En esta escena también tiene lugar un parlamento célebre de Amanda, sobre los junquillos. Ella se pone un vestido que había cubierto de junquillos, y que lució en eventos que recuerda con profunda nostalgia. Los pretendientes le alcanzaban estas flores y ella las juntaba, a pesar de la protesta de su madre, que no tenía más jarrones donde ponerlos: en la juventud de Amanda, todo era abundancia. Ante Jim, con quien Amanda comparte el sentimiento nostálgico (en ambos personajes, los años dorados se ubican en un pasado que prometía un presente que dista mucho del que pueden observar), ella relata nuevamente esa concatenación de hechos que, inexplicablemente, la empujaron a un presente que deja mucho que desear: "Es cierto que en el Sur teníamos tantos criados… Y eso desapareció, desapareció, desapareció. ¡Todo vestigio de vida amable ha desaparecido por completo! ¡Yo no estaba preparada para lo que me trajo el futuro!" (p.187). Al igual que aquel primer relato sobre los diecisiete candidatos, la historia de los junquillos simboliza una abundancia y una alegría que finalizan cuando Amanda conoce a su marido, convirtiendo su matrimonio en un símbolo del final de su vida, o al menos de su vida feliz:
Todos mis pretendientes eran hijos de hacendados y por lo tanto supuse que me casaría con uno de ellos y criaría a una familia sobre una gran parcela de tierra y con muchos criados (...) ¡no me casé con un hacendado! ¡Me casé con un hombre que trabajaba en una compañía telefónica! ¡Con ese valeroso y sonriente caballero que está ahí! Un telefonista que… ¡se enamoró de la larga distancia! ¡Ahora viaja y ni siquiera sé dónde está! (p.187-188)
El conflicto entre ilusión y realidad se da, en Amanda, como algo profundamente desconcertante: su juventud alimentaba una ilusión y una esperanza de futuro que se ve frustrada en el presente, cuya realidad no puede afrontar sin padecimientos.