El encierro y la libertad
Tom se siente encerrado en el departamento en que vive junto a su familia, y atado a un trabajo que lo esclaviza. Desea escapar de esa vida, de la misma manera que el mago escapa del ataúd en ese truco que tanto le impresiona. Lo que más le llama la atención del acto es la habilidad del mago para escapar del cajón sin destruirlo ni remover un solo clavo. El objetivo de Tom es, de modo similar, liberarse a sí mismo de la vida que lleva, sin causar ningún daño en ese cajón que es su familia: la vida junto a Amanda y Laura lo hace sentir un enterrado vivo. No obstante, al final esto se vuelve imposible. Tom escapa, pero es perseguido por la memoria, como un clavo roto perforando para siempre su conciencia.
Ni Laura ni Amanda, por otro lado, tienen muchas posibilidades de liberarse: ambas están encerradas, atrapadas en ese cajón debido a la inseguridad financiera y falta de oportunidades sociales. Amanda es, quizás, la que más lo padece, porque ella conoció, y por lo tanto puede imaginar, el mundo por fuera de la casa. Finalmente, Tom entiende que, para salir del encierro, siempre hay un precio que pagar: no hay modo de alcanzar la libertad sin que eso conlleve un terrible costo.
La familia
La tensión principal de la obra está dada por el tema de la familia, que en esta pieza se presenta como responsabilidad, como peso: en la familia Wingfield, uno es responsable del resto. Tom tiene el rol de mantener económicamente a su familia, y eso limita sus posibilidades de expresión, de vivir su propia vida. Amanda también siente el peso de tener una hija a la que tendrá que mantener para siempre, y ese miedo es el que la empuja a la desesperada búsqueda de un marido al que delegar el cuidado de Laura. El señor Wingfield evade su responsabilidad familiar al huir de su casa sin dejar rastros. Por su parte, Laura solo asume una responsabilidad o compromiso en relación a sus pequeños animales de cristal, dejando que Tom y Amanda soporten la carga de todo lo demás.
Por más que Tom lo intente, la responsabilidad para con la familia no es algo de lo cual resulte fácil librarse. Aunque renuncie a la responsabilidad de mantener a su familia al irse de la casa, nunca deja de sentirse responsable por haberse ido. Pasado el tiempo, la responsabilidad a la que el muchacho renunció adquiere, en Tom, la forma de la culpa.
El abandono
Todos los miembros de la familia Wingfield experimentan el abandono. Como conjunto, todos ellos fueron abandonados por el señor Wingfield, pero esto perjudica especialmente a Amanda: para ella, ser abandonada por su marido significa también ser abandonada por su juventud, plena de posibilidades, y por toda una manera de concebir el mundo y a los hombres, presente en ella desde la infancia hasta el momento en que él se va. Por su parte, Laura es abandonada por el mundo el general: ella va hundiéndose cada vez más en su pequeño y calmo espacio personal, fuera del perímetro de la vida en sociedad. Jim, su único contacto con el mundo real, también la abandona, empujándola nuevamente a su existencia hermética. Finalmente, Tom no quiere abandonar sus sueños, sus metas personales, y elige en cambio abandonar a su familia, de la misma manera que lo hizo su padre. Se vuelve así otra figura ausente para Amanda y Laura, que se suma a la del retrato que cuelga en la pared.
Ilusión y realidad
El tema de la realidad y la ilusión se presenta desde el inicio de la obra, en el primer parlamento de Tom. Él mismo advierte a público: "soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes la ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión" (p.140).
Poco después se ve cómo la cuestión de la ilusión y la realidad aparece problematizada en el personaje de Amanda, quien está atrapada en la ilusión, producto de su antigua y gentil educación de pueblo sureño de Estados Unidos, según la cual un hombre sostiene a una mujer, y hay ciertos métodos infalibles para que una muchacha consiga a un hombre con quien casarse. Su experiencia real, sin embargo, prueba lo contrario. El primero de los dos supuestos albergados en la mentalidad de Amanda se destruye específicamente cuando su propio marido abandona a la familia y se fuga para encontrarse a sí mismo; el segundo, cuando la timidez extrema de Laura le impide a la muchacha socializar normalmente. A pesar de todo, Amanda nunca deja de creer en que algún candidato se presentará pronto ante su hija, y todo estará bien. Amanda traslada esta lógica, al mismo tiempo, a sus hijos: por ejemplo, insiste en que, si Tom consigue un marido para Laura, eso resolverá mágicamente todos los problemas. La idea de que Tom puede resolver todos los problemas trayendo a un hombre que lo sustituya como soporte es, en sí misma, una ilusión, y esa ilusión se ve completamente destruida por la realidad cuando Tom lleva a la casa a un candidato para Laura.
La memoria
El zoo de cristal es una “pieza de recuerdos”, y el autor deja en claro que los hechos se presentarán bajo el filtro de la memoria de Tom. Como advierten las didascalias iniciales, “el escenario es el recuerdo y por lo tanto no es realista. El recuerdo permite muchas licencias poéticas. Omite algunos detalles: otros se exageran, según el valor sentimental de los objetos que toca” (p.138).
Accedemos, también, dentro de estos recuerdos de Tom, a los de Amanda: ella relata una y otra vez las historias de su juventud, teñidas, muy probablemente, por sus emociones y sus deseos de revivir aquellos años. También Jim está atrapado en un ciclo de la memoria, en la medida en que intenta recuperar sus días de gloria, almacenados casi todos en su adolescencia, y se acerca a las personas que le recuerdan aquella época, porque pueden atestiguar sus años dorados.
Al final de la obra, por otra parte, la última imagen es la de la memoria que persigue a Tom, tal como él la describe: la figura de Laura, siguiéndolo a donde sea que vaya, por el resto de su vida, en la que no podrá desprenderse del recuerdo de la hermana a la que abandonó.
La fragilidad
La fragilidad es uno de los temas problemáticos de la familia Wingfield: Tom y Amanda deben hacerse cargo de Laura, porque ella es demasiado frágil como para hacerlo por su cuenta. De hecho, ella es tan frágil como su colección de cristal, elemento que simboliza al personaje. La fragilidad es una imagen constante a lo largo de la pieza, por su potencial quiebre: los animalitos y Laura son tan delicados que, de recibir el menor golpe, podrían romperse.
Hay dos momentos de la obra en que el cristal se rompe. La primera vez, después del furioso discurso de Tom ante su familia, momento en el que el quiebre del cristal podría estar simbolizando el de la ilusión: tanto Amanda como Laura perciben que, pronto, Tom dejará la casa. La segunda vez, se rompe el unicornio, cuando, con una extraña confianza en sí misma, Laura baila con Jim. En este caso, el quiebre del cristal pareciera ir en paralelo al quiebre del caparazón que separa a Laura del mundo, lo cual la deja más expuesta, a su vez, al dolor que le significa la noticia del compromiso de Jim. Al final, Tom acaba diciendo que asociará para siempre a su hermana con las pequeñas piezas de cristal de color que están en las vidrieras de los negocios: es decir, el cristal protegido por un vidrio, separado del exterior, porque es demasiado delicado como para estar en contacto con el mundo.
Los roles de género
Amanda posee una educación algo antigua, del pueblo sureño de Estados Unidos donde se crió. Según esta formación, asociada a los roles de género propios de la sociedad patriarcal, un hombre sostiene a una mujer económicamente, de la misma manera en que hay ciertos métodos infalibles para que una muchacha consiga a un hombre con quien casarse.
Esto se pone en evidencia cuando el personaje, habiendo ya renunciando a la idea de que Laura pueda hacer una carrera y trabajar, considera que la única solución es que la muchacha encuentre un buen candidato. Con un marido, Laura será mantenida económicamente y ambas mujeres podrán prescindir de Tom en ese aspecto.
De todos modos, la ambición de Amanda y las expectativas que pone en Laura evidencian el nivel de desconexión entre su esperanza y la vida real, así como la fragilidad de sus sueños. Aún si Laura pudiera encontrar un marido, es extraño que Amanda tenga tanta fe en que ese marido pueda suponer la seguridad de toda la familia. Después de todo, el propio marido de Amanda desapareció, sin ninguna piedad, dejando a la familia en el naufragio en el que viven hace años. Esto expone el modo en que funcionan los roles de género instalados en la sociedad patriarcal: en Amanda tienen más peso los roles instalados (el hombre mantiene, la mujer es mantenida) que la propia experiencia, que parece demostrar lo contrario.
De modo similar, el tema sale a la luz cuando Amanda propone a su hijo un trato: la libertad de Tom a cambio de un marido para Laura. Nuevamente, Amanda sitúa su seguridad en las manos de los hombres, a pesar de que la irresponsabilidad que manifestó su propio marido y la creciente inquietud de Tom podrían poner en duda la fiabilidad de los proveedores masculinos. Ella conserva el deseo de encontrar un marido ideal para su hija, y esa esperanza adquiere en ella la forma de un cuento de hadas: Laura sería una Cenicienta, una plebeya que sería convertida en princesa por el amor de un príncipe que llegaría para rescatarla y resolver todo, regalándole un final feliz. El tema de los roles de género se manifiesta así: el abanico de posibilidades se limita a aquello que la sociedad adjudica a las mujeres y a los hombres, diferenciadamente.