El polvo de la memoria (metáfora)
"México había desaparecido para siempre, pero cruzando el puente, del otro lado del río, un polvo memorioso insistía en organizarse sólo para ella y atravesar la frontera y barrer sobre el mezquite y los trigales, los llanos y los montes humeantes, los largos ríos hondos y verdes que el gringo viejo había anhelado, hasta llegar a su apartamento en Washington en la ribera del Potomac, el Atlántico, el centro del mundo. El polvo se esparció y le dijo que ahora ella estaba sola. Y recordaba. Sola".
En esta metáfora que da comienzo a la novela, se aprecia el presente de la narración desde el punto de vista de Harriet. Luego, la novela narrará los sucesos del pasado, pero en este momento, ella recuerda lo ocurrido en México, desde la soledad de su departamento en Washington, Estados Unidos. La metáfora pone en escena un polvo que se esparce simbólicamente hasta su memoria, despertándola. Así como México se caracteriza por el polvo que se levanta en sus llanos, en la imaginación de Harriet este polvo atraviesa la frontera para acompañar y recordar su soledad.
Desierto/bóveda con cielo abierto (metáfora)
"Harriet y el gringo se miraron desconsolados, reflejando cada uno su desolación en los ojos del otro. El desierto de noche es una gran bóveda al aire libre: la recámara abierta más grande del mundo. Abrazados los dos, sintieron que se hundían en el fondo de un gran lecho: el del océano que alguna vez ocupó este plato de grava y luego se retiró, dejando el páramo habitado por todos los espectros del agua: los mares, los océanos, los ríos que aquí fueron o pudieron ser".
Arrastrados, de una o de otra manera, por el ejército revolucionario de Chihuahua, Harriet y el Gringo se consuelan entre sí. En el desierto mexicano se sienten como si estuvieran en una especie de bóveda o recámara gigante, desde la cual se puede ver el cielo. Esta metáfora parece estar señalando la idea de estar como enjaulados, a pesar de encontrarse en un gran espacio abierto.
Montañas como bestias (símil)
"A esta hora temprana del desierto, las montañas parecían aguardar a los jinetes, como si en verdad fuesen jinetes del aire, detrás de cada hondonada: las distancias se pierden y a la vuelta de un recodo la montaña espera para saltar como una bestia sobre el caballero. En el desierto, dice el dicho, se puede ver la cara de Dios dos o tres veces por día".
Arroyo y el Gringo están ante el desierto, a primera hora del día. Este símil compara a las montañas que ven en el camino con bestias salvajes que acechan contra los jinetes que andan por allí con sus caballos. El peligro que encierra la montaña, por sus despeñaderos, hace que quien pase por ahí esté pasando, en realidad, tan cerca de la muerte como para casi poder verle la cara a Dios.
Montañas como arena petrificada (símil) y muerte del cielo (metáfora)
"[...] ¿ésa es la revolución?; cuando el gringo viejo se fue para siempre las montañas parecían arena petrificada y el cielo se nos estaba muriendo bajo la lluvia de las palabras que decían que todo estaba lejos, pero Pancho Villa está cerca y es como nosotros, ¡todos somos Villa!".
En una misma frase encontramos un símil y una metáfora que remiten directamente al desasosiego posterior a la muerte del Gringo Viejo. Lo rígido de las montañas, incluso, se asemeja por su parte a la muerte del cielo, como si lo inmóvil pasara ahora a reemplazar el movimiento en que tenía sentido encontrarse hasta ese momento.