El libro titulado Historias de cronopios y de famas contiene cuatro secciones: “Manual de instrucciones”, “Ocupaciones raras”, “Material plástico” e ”Historias de cronopios y de famas”. Los relatos de las cuatro secciones suman, en total, sesenta y cuatro.
La primera sección, “Manual de instrucciones”, posee un primer texto que oficia de introducción o presentación, así como otros ocho relatos breves que recopilan de forma humorística y detallada los pasos que hay que seguir para realizar eventos cotidianos, tales como subir una escalera, llorar o dar cuerda a un reloj. Es de destacar que en la mencionada introducción se hace referencia al mundo como un “ladrillo de cristal” (p. 407), en tanto espacio del que es muy difícil salir. En este sentido, el libro se presenta en sí mismo como una oportunidad para negarse a la “eficacia de un reflejo cotidiano” (p. 407). Las instrucciones de esta primera parte nos permiten repensar crítica y humorísticamente los actos que hacemos todos los días con el objetivo de salir del automatismo de nuestra percepción.
La segunda sección, “Ocupaciones raras”, contiene ocho textos relativos a una serie de acciones peculiares que realiza la familia del narrador. Por ejemplo, concurrir a velorios de gente apenas conocida, siempre y cuando los familiares del fallecido no lo lloren de verdad. Asimismo, los integrantes de esta familia se dedican a construir cosas raras y sin fines útiles en el fondo de su casa, como un patíbulo. También se comportan en forma anómala y absurda, como cuando trabajan en una oficina de correo y le entregan globos a cada comprador de estampillas o dan las encomiendas envueltas en plumas.
En síntesis, esta sección nos muestra una familia entregada a vivir la vida de un modo poco común. Resulta particularmente humorístico imaginar a tantos hermanos, primos, tíos y padres ocuparse de llevar a cabo actos divertidos mientras, de tanto en tanto, alguno de ellos sale a trabajar “porque de algo hay que morir” (p. 422). Así, en lugar de la conocida frase, ‘de algo hay que vivir’, asistimos a esta crítica velada de que el tipo de trabajo rutinario de las grandes ciudades solo provoca hastío y muerte en vida.
La tercera parte, “Material plástico”, consta de veinticinco relatos breves referidos a temáticas muy variadas: política, soledad, comercios y sueños extraños, entre otros. En esta sección se tornan relevantes tanto un enfoque mítico de la realidad como los juegos de lenguaje que realiza Cortázar. Asistimos al uso de una puntuación algo arbitraria, así como a la presencia de neologismos, palabras inventadas. Al nivel del tipo de sucesos que se narran, esta sección más variada y peculiar, puesto que repara en cuestiones muy específicas, sin un eje central que las aglutine. Leemos, por ejemplo, sobre el trabajo del escritor y su secretaria, la prohibición de entrar con bicicletas a los comercios, la abstracción de la percepción, la posibilidad de que el mundo se llene de libros si hay muchos más escribas que lectores, un sillón que conduce a la muerte al sentarse en él y un oso que circula haciendo ruidos por los caños de las casas, entre otros.
La cuarta parte, “Historia de cronopios y de famas”, se subdivide, a su vez, en dos partes: la primera con cuatro relatos y la segunda con veintidós. En esta sección se presenta a los personajes que dan origen al título del libro: los famas, los cronopios y las esperanzas. Ellos son muy diferentes entre sí, pero conviven en la misma ciudad. Los famas son estructurados, ordenados, analíticos, calculadores y no parecen dejar nada al azar. Las esperanzas son más bien ingenuas y algo susceptibles, puesto que se enojan fácilmente. Los cronopios se diferencian de las dos criaturas anteriores, en tanto que no son para nada ordenados, sino todo lo contrario, y además son muy alegres e inocentes, sin dejar de ser inteligentes y justos.
En esta sección asistimos a una suerte de danza alegre, en la que, cada tanto, los cronopios cantan o los famas bailan. Estos tres seres coexisten en el mismo ámbito, que parece ser una ciudad, pero resultan muy diferentes entre sí, tanto por su manera de viajar, como de tener o no hijos, e incluso por la manera de enviar telegramas. El absurdo, como vemos, es transversal a toda la obra.