Realismo vs. idealismo
La novela presenta una clara bipolaridad entre personajes idealistas y personajes realistas. Hay una distinción evidente entre los personajes que viven en un mundo ideal, de conceptos, que suelen ser más morales, y los personajes más conectados con el mundo material.
Tanto Ignatius, el protagonista de la novela, como Myrna, su ex novia, son personajes que viven sus vidas en el terreno de lo ideal. Sus concepciones del mundo y de la vida, aunque son diametralmente opuestas, coinciden en que suponen modelos perfectos que no se corresponden con la realidad. En este sentido, son personajes críticos de las coyunturas políticas en las que habitan. Sin embargo, ambos presentan grados de idealismos exacerbados, es decir, son personajes muy mentales que se encuentran disociados de lo que sucede en la vida cotidiana. Por ejemplo, Myrna está tan motivada por lograr un cambio social que no logra reconocerse como una habitante del mundo que condena. Describe a la actriz de la película sobre matrimonio interracial en la que trabaja de este modo: "es una persona tan real, tan vital, que se ha convertido en mi amiga más íntima. Hablo de problemas raciales con ella continuamente, planteándolos incluso cuando ella no tiene ganas de discutirlos… y te aseguro que aprecia fervorosamente estos diálogos conmigo” (2015:89). Aunque teóricamente presenta una sensibilidad por los temas raciales, en la conversación con su amiga menosprecia sus deseos. Como dice el propio Ignatius: "Myrna es muy sincera. Por desgracia, también es muy ofensiva” (2015:135). Irónicamente, Ignatius, a quien apodan “joven idealista” (2015:280), es irracional en el mismo sentido. Los personajes idealistas de la novela son también irracionales por su falta de conexión con la vida cotidiana.
Ignatius vive en un mundo ideal porque critica a la sociedad en la que vive y se ubica por encima de todos los demás. Esta característica se detecta desde la primera descripción de su físico y su gestualidad: “Los labios, gordos y bembones, brotaban protuberantes bajo el tupido bigote negro y se hundían en sus comisuras, en plieguecitos llenos de reproche y de restos de patatas fritas. En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás personas” (2015:15). Según Ferrer, esta descripción evidencia que Ignatius es un inadaptado “por su aspecto físico, descrito casi con cierta repugnancia, por su vestimenta" (2016:39), y también "por poseer un orgullo y convencimiento de que estas diferencias le hacen mejor que los demás (sus labios llenos de reproches y sus ojos altaneros)” (2016:39). Ignatius se sitúa en un pedestal y contempla cómo el mundo real jamás se amolda a su modelo ideal.
Ignatius configura de este modo un lugar de espectador que lo separa de los hechos que ocurren en el mundo. En lugar de considerarse parte del entorno, prefiere mirar desde afuera y escribir en su cuaderno “una extensa denuncia contra nuestro siglo” (2015:20). Por ejemplo, en el primer capítulo, cuando ingresa por primera vez con su madre al club de stripers Noche de Alegría, comenta: “quise quedarme, pero como observador. No siento grandes deseos de mezclarme con esta gente” (2015:31). Hay una fuerte subestimación de Ignatius de los demás habitantes. Según Fernández, Myrna “tiene sus rarezas y sus distancias con las normas sociales y académicas del entorno, pero consigue por sí misma mantenerse más ligada a escenarios normalizados de contacto social (especialmente político)” (2010:41). Myrna al menos se reúne con más personas idealistas, en cambio, Ignatius se aísla y su único contacto con el mundo exterior, hasta que comienzan los hechos de la novela, es la correspondencia que mantiene con Myrna.
Simultáneamente, la señora Reilly, Claude Robichaux, Angelo Mancuso, Santa Battaglia, George, Darlene y Lana Lee tienen una mirada del mundo más práctica que evita la reflexión intelectual. Los personajes son realistas en tanto pueden resolver cuestiones pragmáticas de la vida terrenal. En este sentido, la señora Reilly es realista porque le insiste a su hijo para que consiga un trabajo cuando tiene una deuda que pagar. Aunque su pedido es lógico y está fundado, es significativo que no considere entrar ella misma en el mercado de trabajo para solventar la deuda. No parece existir un punto medio en la novela: los personajes son idealistas e irracionales o realistas e irreflexivos.
El único personaje que logra escapar de este binarismo es Jones, un joven negro que trabaja en el bar Noche de Alegría. Jones es realista, pero, a diferencia de los personajes realistas de la novela, también es reflexivo. Su utilización del sarcasmo y su conciencia frente a las ironías da cuenta de un personaje crítico sobre el mundo que lo rodea. Sin embargo, por el racismo que impera en la sociedad, Jones está fuertemente limitado por las consecuencias reales de cada una de sus acciones. En este sentido, el idealismo representa un lujo que no puede afrontar.
La esclavitud moderna
La esclavitud en los Estados Unidos de América es oficialmente abolida en el año 1865 con la promulgación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución. Sin embargo, la novela de Toole expone las continuidades entre el sistema esclavista y el capitalismo moderno.
La conjura de los necios muestra cómo la población negra en la década de 1960 en Estados Unidos continúa existiendo como ciudadanos de segunda clase, especialmente en el sur del país. En este sentido, hay una esclavitud moderna y económica que persiste. Este tema es introducido en el primer capítulo, cuando Jones es arrestado por haber robado unos anacardos aunque no ha cometido el delito y no existe ningún tipo de evidencia que lo conecte con el robo. Jones explicita el problema: “a la gente de coló la cogen muchas veces por na” (2015:27). Luego, cuando lo liberan de la comisaría, debe buscar empleo o enfrentar el riesgo de ser encarcelado por cargos de vagancia. Las leyes de vagancia en los Estados Unidos convierten en un delito que una persona deambule por una ciudad sin poder demostrar que tiene medios económicos de subsistencia. En muchos Estados estas leyes se han utilizado para arrestar a personas que viven en la calle o a cualquier tipo de persona que vive en la pobreza y es considerada una amenaza. Esta ley se engloba en las llamadas “leyes de Jim Crow”, una serie de legislaciones que defiende la segregación racial. A esta luz, los cargos de vagancia han sido moneda corriente para la población negra del sur de los Estados Unidos.
Ante la urgencia de conseguir un empleo, Jones queda vulnerable frente a la explotación económica y es forzado a tomar un trabajo con una paga muy por debajo del salario mínimo. A pesar del abuso de su jefa y el sufrimiento que le genera, no puede renunciar a su trabajo por miedo al arresto. Esta relación de poder extremadamente desigual entre el trabajador y el empleador remite al vínculo de los esclavos con sus amos durante el sistema esclavista. Jones usa la imagen de la plantación sarcásticamente, por ejemplo, cuando se convierte en el portero de Noche de Alegría: “¡Juá! Atmósfera de plantación garantiza. Verás algodón creciendo justo enfrente de sus ojos, junto al escenario, y entre número y número podrán vé cómo le zurran a un militante de los derechos civiles, sí, señó. ¡Cómo no!” (2015:323).
De modo similar, la fábrica de pantalones Levy -atendida en su totalidad por población negra- simboliza la plantación moderna. Las plantaciones del sur de los Estados Unidos previas a la guerra civil fueron los espacios principales de explotación de la población negra esclavizada. La relación entre la fábrica y las plantaciones es explicitada por Ignatius en su primera visita a la fábrica: la describe como "la esclavitud de los negros mecanizada; ejemplifica el progreso que ha hecho pasar al negro de recoger algodón a cortarlo y coserlo” (2015:127). Hay una continuidad explícita entre el trabajo de recolección de algodón en las plantaciones y la confección de pantalones con algodón en la fábrica. Este comentario irónico de Ignatius da cuenta del proceso que transforma la vieja forma de la esclavitud en una nueva forma moderna y “aceptable” de esclavizar a los trabajadores.
Además de estas menciones explícitas a la esclavitud, la novela incluye referencias más sutiles. Por ejemplo, en Noche de Alegría, Darlene interpreta a Harlett O´Hara en un espectáculo diseñado por Lana Lee, su empleadora. Este personaje remite a Scarlett O´Hara, la protagonista del libro y la película Lo que el viento se llevó, un personaje definido, entre otras cosas, por su racismo.
Por último, el concepto de “personajes sospechosos” tiene fuertes ideas racistas incluidas. El primer conflicto de la novela aparece cuando el patrullero Mancuso intenta detener a Ignatius por considerarlo “sospechoso”. Luego se incluye la instrucción del sargento de la policía, el superior de Mancuso, de buscar arrestar a “personajes sospechosos”. Esto implica que las fuerzas de seguridad utilizan sus prejuicios para determinar quién es un criminal. Aunque Ignatius es blanco, su atuendo y su estado de higiene se distancian de los de un ciudadano corriente, con un empleo y una presencia civil consolidada. El concepto de “personaje sospechoso” expone un miedo social que la novela crítica: las leyes tienen un fuerte componente racista y las fuerzas de seguridad pueden utilizar sus criterios personales indefinidos para controlar a la población.
El fracaso del sueño americano
El sueño americano es un conjunto de ideales y valores que guía a la sociedad estadounidense. Estos valores se actualizan con el correr de los años. En la década de 1960, el sueño implica, fundamentalmente, el avance financiero y la comodidad material. La conjura de los necios tematiza el fracaso del sueño americano a través de un protagonista que rechaza terminantemente los objetivos comunes de su generación.
Aunque los valores estadounidenses de la época enfatizan el trabajo duro y la autosuficiencia, Ignatius Reilly ejemplifica una disposición contraria a esta ética. Es un hombre increíblemente perezoso que espera que su madre resuelva todas sus necesidades. Comienza a trabajar a los 30 años ante la insistencia de ella, que necesita de su ayuda para pagar una deuda, y él lo vive como un castigo. El protagonista escribe en su diario que se enfrenta a “la perversión de tener que IR A TRABAJAR” (2015:41). Su desprecio por una vida de trabajo contrasta con el valor positivo que la sociedad norteamericana de clase media ha definido.
Mucho de lo que es considerado incuestionablemente “bueno” en la sociedad estadounidense es completamente rechazado por Ignatius. Por ejemplo, cuando lee en un aviso de empleo que buscan a un “hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado” (2015:71), Ignatius responde: “¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren? Creo que jamás podría trabajar en una institución con semejante visión del mundo” (2015:71). Al principio de la novela las denuncias de Ignatius suenan absurdas, pero luego se vuelve evidente que exponen los valores a los que las comunidades y sociedades se adhieren sin ninguna crítica y, por lo tanto, resultan invisibles.
Aunque en la década de 1960 surge un movimiento contracultural que critica estos valores “invisibles”, Ignatius también los rechaza burlonamente. El protagonista existe de alguna manera por fuera del binarismo entre el sueño americano y su contracultura. A pesar de lo absurdo de sus valores, que por momentos parecen fundarse exclusivamente en su interés por sí mismo, Ignatius representa un tipo de esperanza de que exista una alternativa al modo de organización social de la época, incluso si no está claro cuál puede ser esa alternativa.
En contraposición con Ignatius, la señora Reilly es un personaje que sigue de cerca los mandatos del sueño americano. Vive obsesionada con su deuda y con encontrar maneras de pagarla. De hecho, solo acepta la cita con Claude Robichaux cuando escucha que él está cómodo económicamente y puede solucionar sus problemas financieros. A diferencia de Ignatius, la señora Reilly se preocupa por cuestiones materiales y encuentra un valor en ascender en la escala social.
En el mismo sentido, la idea del éxito también se determina por los valores del sueño americano. La novela es crítica respecto de las distintas nociones de éxito que tienen los personajes. Por ejemplo, el personaje de Jones considera que un empleo con un salario digno es una victoria. Cuando le dice a Ignatius que quiere encontrar un nuevo empleo y ganar un sueldo que le permita vivir mejor, Ignatius responde: "Les han lavado el cerebro a todos ustedes. Supongo que le gustaría convertirse en un triunfador, un hombre de éxito, o algo igual de ruin" (2015:297). Ignatius es un hombre escolarizado y blanco que no reconoce que tiene muchas más posibilidades que Jones. Cuando este le pregunta si le gustaría ser un vagabundo, Ignatius contesta: “Sería maravilloso. Yo mismo fui un vagabundo en tiempos mejores, en tiempos más felices. Ay, si estuviera yo en su pellejo. Sólo saldría de mi habitación una vez al mes a buscar al correo el cheque de la seguridad social. Piense un poco en la suerte que tiene” (2015:297). Su respuesta es una falta de respeto a las dificultades que tiene que enfrentar Jones.
Además de Ignatius, otros personajes ponen en cuestión el sueño americano. Por ejemplo, el señor Levy, el único personaje con verdadera riqueza y comodidades materiales, lleva una existencia miserable. Se sugiere que quizás la ética del trabajo estadounidense no garantiza una vida feliz. Del mismo modo, tanto Mancuso como el señor González son caracterizados como trabajadores exigentes y esforzados que no consiguen el reconocimiento laboral que merecen.
El destino
La idea de destino es importante en la novela y supone que las personas son incapaces de controlar las circunstancias que atraviesan y, en cambio, son guiadas por un control externo y predeterminado. Ignatius considera que su sufrimiento constante y sus pequeños momentos de buena suerte son producto de los caprichos de una diosa, Fortuna, que determina si mover la rueda para arriba o para abajo. De este modo, Ignatius se desentiende de cualquier tipo de responsabilidad sobre sus actos.
Las ideas de Ignatius sobre el destino se desprenden de una concepción medievalista del mundo. Ignatius es un lector de Boecio y un admirador de Rosvita, quien, según el protagonista, es “una monja medieval, una sibila. Ella ha guiado mi vida” (2015:253). En este sentido, el protagonista desprecia la sociedad de consumo moderna y a los que se esfuerzan por lograr el éxito financiero. Ignatius se reconoce como un outsider: “Soy un anacronismo. La gente se da cuenta y les fastidia” (2015:69). Es evidente con el correr de la novela cómo sus ideas medievales le sirven para no responsabilizarse por las consecuencias de sus actos.
En tanto Ignatius considera que no puede controlar sus acciones o su futuro, se ve a sí mismo como un instrumento del destino con respecto a varios personajes. Según Fernández: “la chifladura genial del protagonista hace de catalizador para que eclosionen las insuficiencias de los adaptados al sistema, y las del sistema mismo” (2010:40). Un catalizador es un acelerador de procesos. Es decir que, de algún modo, en el final de la novela, Ignatius provoca la inversión de la rueda de la fortuna. Las acciones de Ignatius desencadenan cambios en los demás personajes. Su confrontación con la cacatúa de Darlene lleva a que el patrullero Mancuso consiga el respeto y la promoción que desea y permite que Jones se libere de las pésimas condiciones laborales que sufre en Noche de Alegría y consiga otro trabajo. Del mismo modo, la mentira de Ignatius sobre quién escribe la carta al señor Abelman finalmente permite que la señorita Trixie consiga su retiro y el señor Levy, una ventaja sobre su cruel esposa. De igual manera, es Ignatius quien provoca la inevitable caída de los moralmente corruptos: Liz, Betty, Frieda, Lana y George terminan en la cárcel gracias a él.
La marginalidad, la locura y la excentricidad
Una persona marginal vive por fuera de las normas sociales, por decisión propia o por cuestiones de fuerza mayor. Ignatius Reilly es un personaje marginal por su inadecuación con el contexto social y por la patologización de sus conductas. Es decir que hay una combinación de factores: hay una elección del protagonista de construir un modo de vida diferente al corriente y una situación de enfermedad mental que lo distingue del grueso de la población y lo aísla.
Hay una diferencia irreconciliable entre la subjetividad de Ignatius y la vida moderna de Nueva Orleans. Ignatius rechaza el mundo exterior: es crítico de la sociedad de consumo, de la sexualización de las mujeres y de la noción del éxito de la sociedad estadounidense de la década de 1960. Por este motivo prefiere aislarse y se configura como un personaje hermético y ensimismado que contempla a la sociedad desde los márgenes. Como se ha dicho anteriormente, Ignatius se considera mejor que el resto de las personas y por lo tanto observa a los demás desde afuera.
El protagonista se caracteriza a sí mismo como un incomprendido. Dice: “la mayoría de los necios no entienden mi visión del mundo en absoluto” (2015:259). No se siente parte del entramado social y solo es motivado a realizar acciones por su egocentrismo, su aburrimiento y su beneficio personal. Por ejemplo, lo que lo lleva a planificar una “cruzada” en la fábrica de Levy Pants parece ser una simple competencia con su amiga: “Quizá pudiera hacer algo con los obreros de la fábrica que dejara a Myrna como una reaccionaria en el campo de la acción social” (2015:110). No existe una preocupación por los trabajadores explotados, que viven en una marginalidad forzada, sino solamente una misión narcisista. Sin embargo, Ignatius considera que comparte con los trabajadores explotados de la fábrica una cualidad: “nos hallamos fuera del círculo de la sociedad norteamericana. Mi exilio es voluntario, por supuesto” (2015:131). Ignatius considera, quizás ingenuamente, que comparte la marginalidad en la que viven los trabajadores. Significativamente, refuerza la distinción entre su exilio voluntario de las normas sociales y la situación de los trabajadores, que son marginados por el racismo de la sociedad.
En segundo lugar, la marginalidad de Ignatius se vincula con una enfermedad mental. Sus diferencias con el mundo exterior hacen que se lo catalogue como “loco”. Fernández explica que “los personajes de alrededor le consideran loco, le temen como a un loco, convencen a su madre para que paulatinamente lo mire como a un loco y pida ayuda para encerrarlo en un sanatorio mental” (2010:41). En el primer capítulo, en Noche de alegría, Darlene dice que tiene “mucha pinta de loco” (2015:35); el patrullero Mancuso, al verlo por primera vez, dice que parece sospechoso y un “pervertido social” (2015:29), y George le grita: “eres un maricón y estás chiflado” (2015:170). En la primera impresión, varios personajes diagnostican a Ignatius con una enfermedad mental para entender las diferencias radicales que presenta respecto del resto de las personas.
Además del modo en el que las demás personas ven a Ignatius, el protagonista presenta conductas que pueden vincularse con síntomas de una depresión. Siguiendo a Allegretti: “El afuera es una amenaza constante para Reilly. Los gritos de los vecinos, el mundo laboral y el aire libre le provocan un pánico atroz” (2005:1). El mundo exterior representa una amenaza para Ignatius. En ocasiones presenta síntomas físicos, como la hinchazón de su vientre, como un modo de canalizar sus problemas emocionales. También atraviesa largos períodos de aislamiento en su cuarto, frente a los que su madre dice: “Tú estás loco, Ignatius. Aunque es terrible que yo lo diga, mi propio hijo está mal de la cabeza” (2015:338).
Siguiendo a Fernández, “El narcisismo patológico de Ignatius es evidente, tanto como sus identificaciones proyectivas, la ausencia de toda culpa o vergüenza y la presencia abundante de una agresividad suspicaz dirigida contra toda clase de sujetos, ideas o sistemas que representan algún grado de fama o éxito social” (2010:39). Ignatius es violento y agresivo con todo lo diferente. En el mitin que organiza con Dorian, insulta a la mayoría de los asistentes. En este episodio aparece también un trauma de su infancia que ha dejado un eco en el protagonista. Cuando era niño ha hecho estallar un experimento en la escuela, quemándose las cejas y mojándose los pantalones por el miedo. Sus compañeros de escuela reaccionaron fingiendo que Ignatius era invisible, del mismo modo que el público del mitin político. Se vislumbra aquí una problemática asociada a ser visible, a llamar la atención de los otros, que puede vincularse con los atuendos excéntricos que utiliza, como la gorra de cazadora.
Asimismo, Ignatius presenta varios síntomas de paranoia. El plan que confabula con Dorian de conquistar el poder a través de una infiltración de homosexuales en el ejército es, según Fernández, “un hito en sus ideas conspiratorias y megalomaníacas” (2010:40). Además, cuando despierta en el hospital piensa que su accidente ha sido parte de una "conspiración de subhumanos" (2015:339) en contra suyo. El narcisismo y la paranoia son evidentes también cuando su madre comparte sus planes de casarse con Robichaux e Ignatius se ubica como el protagonista de los hechos: “Todo este asunto es un golpe dirigido contra mí, un plan diabólico para quitarme de en medio” (2015:360).
La marginalidad en el protagonista de La conjura de los necios aparece como una combinación entre decisiones de Ignatius de apartarse del estilo de vida considerado normal y, a la vez, síntomas de una enfermedad mental. A la vez, como la novela trata el tema de la esclavitud moderna, la marginalidad se presenta en las violaciones de los derechos civiles que sufren los trabajadores de Noche de Alegría y de la fábrica de Levy Pants.
La relación madre-hijo
La relación madre-hijo más importante de la novela es la de Ignatius con la señora Reilly. El vínculo entre el protagonista y su madre es fundamental para caracterizar al personaje principal de la novela. Es evidente que la relación entre ellos es muy estrecha: la señora Reilly cría prácticamente sola a Ignatius, ya que el padre de este fallece cuando el protagonista es un niño. Myrna Minkoff caracteriza esta relación como un obstáculo para el desarrollo del protagonista. En una carta le dice: “si decidieses cortar el cordón umbilical que te liga a esa ciudad estancada, a esa madre tuya y a esa cama, podrías estar aquí y aprovechar oportunidades como ésta” (2015:89). Menciona el cordón umbilical porque es la conexión primaria que tienen los bebés dentro de los úteros de sus madres. Es significativo ya que resalta la importancia que tiene ese vínculo para Ignatius. Hay una dependencia mutua entre Ignatius y la señora Reilly que por momentos los favorece y, por otros, los daña. La novela muestra el proceso de independización de un hijo con su madre, pero también de una madre con su hijo.
La relación estrecha entre Ignatius y la señora Reilly genera una distinción entre el adentro y el afuera. Es decir, la unidad que constituyen la madre con el hijo configura un “adentro” que se enfrenta a la sociedad. En este sentido, Ignatius maltrata a su madre pero la defiende y la cuida de las demás personas. Por ejemplo, cuando se dicen malas palabras pide que paren porque “Está presente mi mamá” (2015:35). Hay cierto respeto que le profesa que tiene que ver con la presencia de los demás. La unidad que conforman supone que entre ellos hay un código de conducta que no tiene que ver con el afuera. Del mismo modo, Ignatius le dice a Dorian que no nombre a su madre: “no quiero oír su santo nombre profanado por esos labios decadentes” (2015:252). Hay un cierto cuidado por el honor de su madre enfrente de los demás pero también, simultáneamente, un descuido y un abuso de ella. Dentro de su vínculo el maltrato es cotidiano, pero frente al afuera, ambos se defienden mutuamente.
Ignatius tiene 30 años y podría ser económicamente independiente, pero la señora Reilly lo mantiene y lo malcría: cubre sus necesidades vitales. Esto contribuye a que Ignatius se mantenga en una posición de comodidad y pueda sostener sus ideales anacrónicos, su aislamiento social y su mala conducta. Es decir que esta relación de tanta dependencia genera, para Ignatius, no solamente beneficios, sino también daños. Por otro lado, el perjuicio que enfrenta la señora Reilly por cumplir el rol de cuidadora de su hijo se transforma en la única manera conocida que tiene de vivir: se queja de Ignatius pero, al mismo tiempo, se preocupa por él constantemente. En el primer capítulo le dice: “me tratas como si fuera el cubo de la basura” (2015:34). Pero, aunque se lamenta por la dependencia que tiene su hijo con ella, nunca deja de satisfacer todas sus necesidades, y luego se siente culpable por quejarse: “ya me estoy hartando de Ignatius, aunque sea mi hijo” (2015:199). Quejarse de su hijo frente a otras personas consiste en violar de alguna manera la unidad que profesan. La señora Reilly siente culpa porque es un gesto que socava la unidad que entabla con su hijo.
Significativamente, la novela muestra un proceso de separación entre los personajes. La señora Reilly realiza una progresión que la lleva de ser una mujer sumisa del acoso de su hijo a convertirse en una mujer con deseos que logra empujar a su hijo de su casa. Ella debe interactuar con el mundo exterior para poder desactivar las exigencias del vínculo con su hijo. Fernandez también rescata el proceso de la señora Reilly: “a lo largo de la novela se va desembarazando más y más de Ignatius y haciendo una vida autónoma y más estimulante, hasta el punto de iniciar una relación sentimental” (2010:42). Al comienzo de la novela la señora Reilly se encuentra obsesionada con su hijo: “durante la mayor parte de la película la señora Reilly pensó en el salario de Ignatius que era más pequeño cada día” (2015:270). Luego, logra entablar un vínculo con Santa y con el señor Robichaux y salir más frecuentemente de su casa. Lógicamente, Ignatius desdeña a los nuevos amigos de su madre y la juzga por tener una nueva vida social porque reconoce que es una amenaza. Simultáneamente, Ignatius se integra por primera vez al mundo laboral. Es decir que tanto la madre como el hijo se conectan con el afuera de manera simultánea.
Para el final de la novela, la señora Reilly toma la difícil decisión de internar a Ignatius en un hospital psiquiátrico. Aunque Ignatius pasa unos días deprimido y presenta síntomas psiquiátricos, la decisión de internarlo parece responder a las necesidades de la señora Reilly. Cuando conversa con Santa, su amiga le dice: “En una semana, estarás enviando las invitaciones de boda”. (2015:378). La señora Reilly toma una decisión necesaria para el bienestar, no solo de su hijo, sino para el propio. Por su parte, Ignatius toma la decisión de huir de su hogar. Se escapa de su cama, de su ciudad y de su madre, del cordón umbilical que lo conecta con lo familiar y lo cotidiano y se embarca en una aventura que tiene que ver con su independencia.
La sexualidad
La novela reflexiona sobre el tema de la sexualidad. Presenta, en primer lugar, a un protagonista asexual. Ignatius no se ve afectado por ningún tipo de atracción sexual por otras personas. Esto se explica por dos factores. En primer lugar, Ignatius es un personaje solitario y aislado que tiene dificultades para conectar con otras personas. En segundo lugar, vive su vida siguiendo ciertos ideales medievalistas entre los que se encuentra la valorización positiva de la castidad, el ascetismo y la abstinencia. Esto genera que cualquier símbolo de sexualidad sea reprimido por el protagonista. Por ejemplo, cuando ve una escena de sexo en el cine, exclama: “Me dan náuseas. ¿No puede alguien de la cabina de proyección cortar la corriente? ¡Por favor!” (2015:293). Del mismo modo, cuando mira la televisión: “—¡Oh, cielo santo! —gritó una voz desde la sala—. Esas chicas ya son prostitutas, no hay duda. ¿Cómo pueden ofrecer semejantes horrores al público?” (2015:55). Se escandaliza cuando observa a mujeres exponiendo su sexualidad.
Según Ferrer, el personaje ha construido “una fortaleza alrededor suyo como protección contra la absurda sociedad” (2016:41). Esta resistencia frente al mundo exterior se construye por cuestiones teóricas, ideales, pero también afecta el plano físico. Ignatius se percibe superior al resto de las personas y mira a los demás desde mucha distancia. Esta posición anula toda posibilidad de acercamiento sexual.
La novela incluye algunos episodios de masturbación de Ignatius. En determinado momento, el personaje fantasea con su perro Rex. Ferrer analiza esta fantasía: “Tal vez el autor nos sugiere con disimulo un tinte zoofílico o quizá sólo sea una muestra del caótico estado mental de Ignatius” (2016:41). El hermetismo y el aislamiento de Ignatius no le permiten ni siquiera fantasear con una relación carnal con otra persona.
Por otro lado, la novela incluye dos personajes femeninos que utilizan la sexualidad para conseguir dinero. En Noche de Alegría, tanto Lana Lee, la dueña del bar, como Darlene, su empleada, usan sus cuerpos sexualizados como herramientas de trabajo. Ambas arman un show dramático en el bar en el que Darlene actúa de manera sensual. Por su parte, Lana participa en sesiones pornográficas de fotografías para luego vender las imágenes. Significativamente, en el capítulo once, Ignatius muestra cierta curiosidad por una de las fotos pornográficas de Lana. Sin embargo, lo que lo atrae de la modelo es que aparece leyendo un libro de Boecio, no su desnudez.
Por último, Myrna Minkoff utiliza el sexo como una forma de activismo político. Por ejemplo, en una carta que le envía a Ignatius menciona que milita en una agrupación política llamada “Juventud por el sexo” (2015:134). Luego lo invita a un panel en el que incluye una disertación sobre la relación entre el sexo y la política. Es significativo que Myrna considere que todos los problemas de Ignatius se desprenden de un problema sexual. En sus cartas menciona la “crisis psicosexual que estás sufriendo” (2015:218) y luego lo diagnostica: “Como has bloqueado durante tanto tiempo tus vías de desahogo sexual normales, ahora la sexualidad desborda y se desvía por el canal impropio” (2015:305).