"En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él".
Los primeros párrafos de la novela ya presentan el argumento y presagian la invasión marciana de la Tierra, así como también la conjunción de la ciencia con la ficción. En la época en la que Wells escribió su obra -e incluso hoy en día -la idea de que la Tierra pueda estar siendo vigilada por criaturas de otros mundos causaba verdadero temor entre la gente.
"Y nosotros, los hombres que habitamos esta Tierra, debemos ser para ellos tan extraños y poco importantes como lo son los monos y los lémures para el hombre. El intelecto del hombre admite ya que la vida es una lucha incesante, y parece que ésta es también la creencia que impera en Marte. Su mundo se halla en el período del enfriamiento, y el nuestro está todavía lleno de vida, pero de una vida que ellos consideran como perteneciente a animales inferiores. Así, pues, su única esperanza de sobrevivir al destino fatal que les amenaza desde varias generaciones atrás reside en llevar la guerra hacia su vecino más próximo" (p.13).
Esta otra cita correspondiente al capítulo 1 ilustra algunas cuestiones centrales de toda la novela. En primer lugar, la idea de que Marte es un planeta agotado cuyos habitantes corren el riesgo de extinguirse; luego, la certeza de que la vida en Marte es más evolucionada que la de la Tierra, lo que quedará demostrado cuando los marcianos desaten su violencia sobre Inglaterra y subyuguen sin esfuerzo a los humanos. Finalmente, también se plantea una de las ideas que propone la teoría de la selección natural de Darwin: la selección natural está asociada a la lucha constante de las especies por el control de los recursos naturales, finitos y agotables. Todo ello se desarrollará a lo largo de la novela, a partir del testimonio del narrador protagonista.
"Era como si un chorro de fuego invisible los tocara y estallase en una blanca llama. Era como si cada hombre se hubiera convertido repentinamente en una antorcha".
De esta manera se describen por primera vez los mortíferos efectos del rayo calórico, el arma principal de los marcianos usada para destruir sin esfuerzos toda la resistencia humana. El protagonista observa cómo los marcianos la descargan contra la delegación en la que se encuentran Ogilvy y Henderson, y queda tan impactado que nunca más podrá borrarse aquella imagen de su cabeza.
"-Arcos y flechas contra el rayo -comentó el artillero. Todavía no han visto ese rayo de fuego".
Con esta analogía describe el artillero la efectividad de las armas del ejército inglés contra la tecnología marciana. El narrador también realiza analogías semejantes, y todas ellas ponen de manifiesto la crítica al colonialismo. Así como las armas inglesas parecen arcos y flechas frente a la potencia del rayo calórico, los ingleses han usado durante siglos su supremacía tecnológica para subyugar y aniquilar pueblos enteros.
"La inteligencia viviente, el marciano que ocupaba el capuchón, estaba muerto y hecho trizas, y el monstruo no era ahora más que un complicado aparato de metal que iba hacia su destrucción. Adelantóse en línea recta, incapaz de guiarse; tropezó con la torre de la iglesia, derribándola con la fuerza de su impulso; se desvió a un costado, siguió andando y cayó, al fin, con tremendo estrépito, en las aguas del río".
La cita corresponde a un momento clave en la lucha contra los marcianos, puesto que es la primera vez que las armas humanas logran acabar con los tripulantes de uno de los trípodes. Sin embargo, esta primera baja obliga a los marcianos a avanzar estratégicamente, y entonces preparan otro método de combate: el Humo Negro. Así, en los días siguientes llegan a Londres reduciendo toda resistencia mediante el uso de un gas tóxico que acaba con la vida de todos los que lo respiran.
"-Los que estén con nosotros deberán obedecer órdenes. También tendremos mujeres sanas y fuertes; madres y maestras. Nada de damas delicadas y estúpidas. No queremos débiles y tontos. La vida vuelve a ser vida verdadera y los inútiles y torpes deben desaparecer. Deberían estar dispuestos a morir. Al fin y al cabo, sería desleal que siguieran viviendo para contaminar la raza. Por otra parte, no podrían ser felices. Nos reuniremos en todos esos lugares. Nuestro distrito será Londres. Y hasta podremos mantener una guardia y andar al descubierto cuando se alejen los marcianos. Es posible que hasta podamos jugar al cricket. Así salvaremos la raza. ¿Eh? ¿No es posible?"
Este fragmento corresponde al discurso del soldado de artillería, que le propone al narrador un método para sobrevivir y fundar nuevamente la civilización bajo la tierra. En su discurso, el soldado se perfila como un hombre convencido de la superioridad genética de ciertas personas sobre otras, y se presenta como un potencial dictador que desea organizar una sociedad bajo su dominio. Sin embargo, como queda claro para el narrador poco después, el soldado es en verdad un haragán y un charlatán, incapaz de ejecutar ninguna de las ideas que tiene. La idea de que cierta predisposición genética podía derivar en una clase social superior, personificada en la figura del soldado de artillería, era muy popular hacia fines del siglo XIX, y se la llamaba darwinismo social, a pesar de que el propio Darwin se había manifestado en contra de la misma.
"Un momento más y había trepado a la muralla de tierra. Ya tenía a mi vista el enorme reducto. Era un espacio muy grande y había en él máquinas gigantescas, altas pilas de materiales y extraños refugios. Y diseminados por todas partes: algunos en sus máquinas de guerra derribadas; otros en las máquinas de trabajo, ahora inmóviles, y una docena de ellos tendidos en una hilera silenciosa, se hallaban los marcianos..., ¡todos muertos! Destruidos por las bacterias de la corrupción y de la enfermedad, contra las cuales no tenían defensas; destruidos, como le estaba ocurriendo a la hierba roja; derrotados -después que fallaron todos los inventos del hombre- por los seres más humildes que Dios, en su sabiduría, ha puesto sobre la Tierra".
Esta cita corresponde al momento en que el narrador descubre que los marcianos han muerto. Como lo indica, son las bacterias de la Tierra las que han acabado con los invasores, allí donde los humanos habían fracasado. Esto pone de manifiesto una de las más grandes ideas de la ciencia ficción: la consideración de que cualquier especie invasora deberá enfrentarse a una serie de microorganismos capaces de destruirla si no cuenta con las defensas inmunes adecuadas.
"Ya los hombres, que lloraban de gozo, interrumpían su trabajo para felicitarse y darse la mano. Otros trepaban a los trenes para dirigirse a Londres. Las campanas de las iglesias, que enmudecieron quince días antes, empezaron a tocar a vuelo y resonaron en toda Inglaterra. Hombres en bicicletas, flacos y desaliñados, corrían por todos los caminos comunicando a gritos la noticia. ¡Y los alimentos! Desde el otro lado del canal, del mar del Norte y del Atlántico llegaban ya cargamentos de trigo, pan y carne. Todos los barcos del mundo parecían dirigirse a Londres en aquellos días".
Tras la muerte de los marcianos, la recuperación de la humanidad es sorprendentemente rápida: en pocos días la población regresa a Londres, los trabajos de reconstrucción de la ciudad y de sus alrededores comienzan, las líneas telegráficas se restituyen y los ferrocarriles tratan de volver a sus horarios habituales. Así, Gran Bretaña vuelve a perfilarse como el gran imperio que fue antes de la invasión. Aquello se pone de manifiesto en la última frase de la cita, cuando el narrador menciona que "todos los barcos del mundo" parecen dirigirse a Londres para ayudar en su reconstrucción.
"Sea como fuere, esperemos o no una invasión, estos acontecimientos han de cambiar nuestros puntos de vista con respecto al porvenir de los humanos. Ahora sabemos que no podemos considerar a este planeta como completamente seguro para el hombre; jamás podremos prever el mal o el bien invisibles que pueden llegarnos súbitamente desde el espacio. Es posible que la invasión de los marcianos resulte, al fin, beneficiosa para nosotros; por lo menos, nos ha robado aquella serena confianza en el futuro, que es la más segura fuente de decadencia. Los regalos que ha hecho a la ciencia humana son extraordinarios, y otro de sus dones fue una nueva concepción del bien común".
Tanto el narrador como la humanidad han cambiado su forma de ver el universo tras la invasión marciana. Frente a la amenaza de una especie superior que en cualquier momento podría llegar a la Tierra desde el espacio, todos los paradigmas de la humanidad entran en crisis. La fe ciega en el progreso y en la industrialización heredada del positivismo del siglo XVIII ya no puede sostenerse y colapsa frente a la evidencia de otras especies mucho más evolucionadas que el ser humano. A su vez, la noción del hombre como el centro del universo ya no puede sostenerse, y ahora la Tierra pasa a estar en la periferia de un sistema mucho mayor, incomprensible e inexplorado. Frente a todo ello, el ser humano, como lo manifiesta el narrador, se encuentra perdido y confundido.
"De noche veo el polvo negro, que oscurece las calles silenciosas, y descubro los cadáveres que cubre aquella negra mortaja; se levantan ante mí hechos jirones y mordidos por los perros. Charlan con voces fantasmales y se tornan fieros, más pálidos, más desagradables, llegando, al fin, a ser fantásticas parodias de seres humanos. Despierto entonces, frío y amedrentado, en la oscuridad de mi cuarto. Voy a Londres, veo las multitudes que llenan la calle Fleet y el Strand, y se me ocurre que son espectros del pasado que pululan por las arterias que he visto yo silenciosas y abandonadas; fantasmas en una ciudad muerta, imitación de vida en un cuerpo galvanizado".
Al final del relato, queda claro en este pasaje que la invasión ha dejado serias consecuencias en la psiquis del narrador, que sufre años después de estrés postraumático. Así, su cotidianeidad se ve invadida de pronto por los recuerdos del horror, la muerte y la destrucción. Al igual que el narrador, toda la humanidad ha quedado conmocionada, y la vida en la Tierra ya no es como antes de la invasión.