La guerra de los mundos

La guerra de los mundos Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos 6-10 y Epílogo

Resumen

Capítulo 6: Después de 15 días

A pesar de que no hay trípodes a la vista, el paisaje se manifiesta extraño y alienígena. El territorio está devastado y la hierba roja ha crecido por todas partes. El narrador considera la posibilidad de que la humanidad haya sido desterrada de su lugar dominante en la jerarquía de especies. Luego, impulsado por el hambre atroz, roba algunos vegetales de un jardín.

A pesar de que la hierba roja se extiende con una exuberancia increíble, el narrador hace un paréntesis para contar al lector que poco después comenzó a marchitarse y morir, ya que no pudo resistir el ataque de ciertas bacterias terrestres. El narrador camina por mucho tiempo, pero no se encuentra con otras personas ni con marcianos.

Capítulo 7: El hombre de Putney Hill

El narrador encuentra más comida y una cama donde pasar la noche. Mientras trata de dormir, es invadido por los recuerdos de la muerte del cura y el rol que él mismo jugó en aquel episodio, pero al despertarse razona que el hombre se había vuelto loco y que él hizo todo lo posible por salvarle la vida. También piensa en su mujer y espera que no haya sufrido el mismo destino; pensando en ello, se descubre a sí mismo deseando para su mujer una muerte rápida e indolora antes que el cautiverio en manos de los marcianos.

Mientras vaga por las cercanías de Putney se encuentra con un hombre que blande una espada y lo amenaza. El narrador trata de hacerle ver que no es una amenaza y le dice que se dirige a Leatherhead para buscar a su mujer. Sorprendentemente, el hombre lo reconoce, y entonces el narrador se da cuenta de que es el soldado de artillería con el que había huido de su pueblo hasta Weybridge.

El artillero lleva al protagonista hasta su campamento y allí discuten su plan para el futuro de la humanidad: la resistencia contra los marcianos es inútil, por lo que el artillero explica que la cultura, tal como la han conocido, ha desaparecido para siempre, y que ahora deberán sobrevivir como salvajes con la esperanza de reconstruirla en el futuro. El soldado incluso considera que los marcianos pueden criar humanos y usarlos como alimento y para realizar tareas, como cazar al resto de la humanidad rebelde. Esto choca un poco al narrador, a quien le parece impensable que los humanos puedan volverse contra sí mismos, pero luego reflexiona y comprende que eso ya ha pasado a lo largo de la historia, por lo que no sería nada nuevo. El plan del artillero consiste entonces en encontrar hombres mentalmente fuertes que se unan a su civilización bajo la tierra para fundar una nueva raza y, eventualmente, recuperar el control de la Tierra. En su discurso, acepta que el resto de la humanidad perecerá.

Una vez terminada su explicación, el soldado le muestra el túnel que ha estado cavando desde la casa de Putney hacia las grandes cañerías. El narrador entonces se decepciona por lo poco que ha cavado verdaderamente el soldado, y se da cuenta de qué tanto difieren sus planes de su capacidad de trabajo. A lo largo del día, comprende también que el artillero es un soñador con muy poca disciplina y menos pragmatismo, que se burla de otros supervivientes que beben y se relajan, cuando él en realidad está haciendo lo mismo. Después de una noche de beber champaña y jugar a las cartas, el narrador abandona la casa de Putney y se dirige hacia Londres.

Capítulo 8: La ciudad muerta

El narrador recorre las ruinas de Londres, desde el sur hacia el norte, pasando por el Museo de Historia Natural, Hyde Park y Marble Arch, hasta llegar a Oxford Street, una de las avenidas comerciales más importantes de la ciudad. Todo está cubierto por un polvo: lo que queda del Humo Negro. En la ciudad no hay personas vivas, solo cuerpos inertes en cada calle. De pronto, una voz chillante que repite un “ula ula ula” y que parece provenir de la zona de Regent’s Park inunda la ciudad.

El narrador, cansado y confundido, decide caminar hacia el trípode marciano, pensando que si este acaba con su vida al menos no deberá preocuparse por nada más. Sin embargo, al llegar descubre que el marciano está muerto. En el camino ha encontrado a otros dos marcianos muertos, y ahora comienza a comprender que algo ha acabado con la vida de todos ellos. Al revisar un cráter y encontrar decenas de cuerpos marcianos ya rodeados de cuervos, el narrador entiende que los extraterrestres, al igual que la hierba, han sucumbido ante las bacterias de la Tierra, algo que al parecer no se ha desarrollado en Marte.

Con ese descubrimiento, se asoma nuevamente a Londres y comienza a pensar, lleno de júbilo, en la reconstrucción de la ciudad. También piensa en su mujer, aunque calcula que para ese entonces debe estar muerta.

Capítulo 9: Los restos

El narrador no recuerda nada de lo que sucedió en los tres días siguientes, excepto que ha estado delirando y así lo han encontrado las personas que regresan a Londres. Cuando recupera todos sus sentidos, se entera de que el resto del mundo ha sido avisado del fracaso de la invasión marciana y que otros gobiernos han enviado provisiones a Inglaterra. A su vez, la gente ya ha comenzado a reconstruir la ciudad, y algunas tiendas han vuelto a abrir sus puertas.

Desafortunadamente, la familia que ha cuidado del narrador le cuenta que todo Leatherhead ha sido arrasado por el rayo calórico de las máquinas de guerra, y que no hay supervivientes. A pesar de que no le quedan esperanzas de encontrar a su esposa, el narrador decide regresar a su pueblo y enfrentarse a las ruinas de su vida anterior.

En su camino, a través de las ventanillas del tren -que ha vuelto a funcionar, gratuitamente- ve a los hombres trabajando para reconstruir el país devastado. Al llegar a su casa, encuentra muchos detalles que le recuerdan el último día que pasó allí, encerrado con el artillero. En su despacho encuentra incluso los fragmentos del ensayo moral que comenzó a escribir tras el arribo de los marcianos.

Cuando está por abandonar la casa, siente una voz familiar en otra habitación y se encuentra sorpresivamente con su mujer y su primo que, como él, acaban de llegar al lugar.

Epílogo

El narrador hace una revisión de lo que ha sido la invasión y reflexiona sobre lo que la humanidad debe aprender de ello. Aunque los científicos no han podido descifrar los mecanismos detrás del rayo calórico y del Humo Negro, sí pudieron aprender mucho de su tecnología. Un cuerpo marciano completo fue recuperado y, tras su autopsia, los científicos llegaron a la conclusión de que en Marte no deben haber evolucionado formas de vida bacteriales, razón por la cual las bacterias terrestres acabaron con la vida de los marcianos y también de su vegetación.

Además, ha quedado claro para todos que la humanidad no está sola en el universo, y otras formas de vida podrían amenazar la Tierra en el futuro. Según las observaciones de los astrónomos, Marte se ha focalizado ahora en la conquista de Venus, adonde ya han llegado, según unas marcas observables en la superficie de ese planeta. Si los marcianos han sido capaces de semejantes traslados, el narrador está seguro de que la humanidad también podrá hacerlo en un futuro, y así podrá salvarse de la extinción del sol.

El narrador todavía tiene pesadillas sobre la invasión, incluso seis años después del suceso. Sin embargo, está agradecido por haber podido encontrar a su mujer y reconstruir su vida después de la catástrofe.

Análisis

Hacia el final de la novela suceden dos hechos que parecen contradictorios: en primer lugar, el protagonista abandona su escondite y se encuentra con un paisaje totalmente modificado por los marcianos: la invasión y la colonización han llegado a su clímax, y la Tierra parece ya otro planeta. Sin embargo, al día siguiente, mientras camina por las calles desiertas de Londres, el narrador descubre que los marcianos han muerto, y que incluso la hierba roja que ha invadido todo se está marchitando. Así, tras lograr una invasión exitosa y subyugar a la población de Londres, los invasores han muerto.

Cuando el protagonista se encuentra con la nueva fisonomía del valle del Támesis al salir de su escondite, el colonialismo se presenta en su mayor grado: todo el campo ha sido invadido por la hierba roja que asfixia a toda la vegetación y altera el curso del río, haciéndolo derramarse sobre las llanuras y transformándolas en pantanos. A su vez, los marcianos parecen haber destruido a la humanidad, y no se ve a una sola persona en ninguna parte:

No me hice cargo de lo que sucedía en el mundo, no imaginé el sorprendente espectáculo que me esperaba a la salida. Había esperado ver a Sheen en ruinas... y ahora tenía ante mí el paisaje fantástico de otro planeta. En ese momento experimenté una emoción que está más allá del alcance de los hombres, pero que las pobres bestias a las que dominamos conocen muy bien. Me sentí como podría sentirse el conejo al volver a su cueva y verse de pronto ante una docena de peones que cavan allí los cimientos para una casa. Tuve el primer atisbo de algo que poco después se tornó bien claro a mi mente, que me oprimió durante muchos días: me sentí destronado, comprendí que no era ya uno de los amos, sino un animal más entre los animales sojuzgados por los marcianos. Nosotros tendríamos que hacer lo mismo que aquellos: vivir en constante peligro, vigilar, correr y ocultarnos; el imperio del hombre acababa de fenecer. (p. 148)

En este fragmento nos encontramos una vez más con que el narrador habla el idioma de los colonizadores y designa al Otro como “las pobres bestias que dominamos”, pero esta relación queda invertida para aplicarse al imperio colonial inglés ahora subyugado. Este lenguaje también se vincula al tema de la evolución y la involución que predice la degeneración de la humanidad bajo el control de los marcianos.

Este tipo de teorías tenía mucha circulación en el siglo XIX, y algunas de ellas postulaban, por ejemplo, que las “razas no caucásicas” eran una degeneración de la raza caucásica, pero podían “rehabilitarse”. El personaje del artillero, que el narrador vuelve a cruzarse en Putney, parece haberse nutrido de estas teorías; como el protagonista, ha visto que los marcianos capturan humanos y se ha hecho un cuadro del posible futuro: “tan pronto como hayan acabado con nuestras armas y barcos, destruido nuestros ferrocarriles y finalizado las cosas que están haciendo aquí empezarán a cazarnos de manera sistemática, eligiendo a los mejores y guardándonos en jaulas. Eso es lo que harán después de un tiempo” (p. 158).

El soldado acepta rápidamente la caída de la humanidad, pero en lugar de desesperar -como el cura- considera que tienen que adaptarse al nuevo estado del mundo, y que para sobrevivir tienen que transformarse en bestias salvajes. En su versión del futuro, los humanos se ven reducidos a animales; cazados por los marcianos, guardados como mascotas. También predice que gran parte de la humanidad estará feliz de asumir esos roles y aceptar la esclavitud de los marcianos, pero algunos querrán luchar y resistirse. Entre ellos, él planea desarrollar una civilización bajo la tierra, a pesar del riesgo de transformarse en una especie salvaje. En este sentido, queda claro que el artillero cree en los postulados del darwinismo social, que favorece, dentro del entramado social, a los fuertes, excluyendo a los débiles. Sus ideas de una resistencia subterránea, sin embargo, no se aplican a la realidad concreta: el soldado no tiene ningún plan efectivo y se entrega a la haraganería.

El darwinismo social funciona como una teoría de fondo para los dichos del artillero, poniendo de manifiesto toda una tendencia de ciertos grupos intelectuales europeos hacia fines del siglo XIX. El darwinismo social es una mala interpretación de la teoría de la selección natural que aplica las mecánicas de evolución al funcionamiento de las sociedades humanas, y considera que hay individuos biológicamente más aptos que otros para construir sociedades superiores. Esta teoría justifica, por ejemplo, la esclavitud de pueblos considerados menores para que sirvan como esclavos de las sociedades consideradas superiores. A grandes rasgos, esta es también la base del planteamiento que hace el artillero al narrador: frente a los marcianos, los seres humanos son una raza inferior que será convertida en mano de obra esclava. Sin embargo, entre los humanos también hay sujetos más preparados que otros, y algunos de ellos resistirán cuanto puedan, aun si para ello deben renunciar a la civilización y vivir como salvajes.

Hacia el final de la novela, ante la muerte inesperada de los marcianos, el narrador vuelve sobre la idea de selección natural que ya mencionó anteriormente:

Había sucedido lo que yo y muchos otros podríamos haber advertido si no nos hubiera cegado el terror. Los gérmenes de las enfermedades han atacado a la humanidad desde el comienzo del mundo, exterminaron a muchos de nuestros precedentes prehumanos desde que se inició la vida en la Tierra. Pero en virtud de la selección natural de nuestra especie, la raza humana desarrolló las defensas necesarias para resistirlos. (p. 174)

La selección natural es el mecanismo que propuso Darwin para su teoría de la evolución. Dicha teoría, aparecida en su obra El orígen de las especies y publicada en 1859, revolucionó el ámbito de las ciencias biológicas y sentó un precedente tanto en la comprensión de la historia como de la biología; el propio Wells había estudiado en la universidad con un profesor darwinista. Como mecanismo para la evolución, la selección natural postula que en un ambiente natural donde los recursos son limitados, los organismos con rasgos heredables que favorezcan la supervivencia y la reproducción tenderán a dejar una mayor descendencia que sus pares, lo que hace que la frecuencia de esas características aumente a lo largo de varias generaciones.

Así, la selección natural depende del medio ambiente y requiere que existan variaciones heredables dentro de un grupo. El mecanismo hace que las poblaciones se adapten y se vuelvan cada vez más adecuadas a su entorno con el paso del tiempo. Esto es lo que logró la especie humana en milenios de exposición a las bacterias, y lo que el narrador indica que mató a los marcianos: en Marte no existen bacterias como las terrestres, por lo que los marcianos nunca desarrollaron inmunidad contra ellas. Una vez en la Tierra, los invasores no estaban preparados biológicamente para hacer frente a esas amenazas invisibles. Así, la selección natural, que salvó a los humanos a costa de un largo proceso de adaptación al medio, acaba con la vida de los marcianos. Puede interpretarse también, en la muerte de los marcianos, una crítica al darwinismo social ya mencionado: los invasores, tecnológicamente superiores y con una sociedad más desarrollada, sucumben ante los microorganismos a los que los seres humanos ya se han adaptado. La teoría darwinista contradice así, a todas luces, el darwinismo social.

La muerte de los marcianos debido a las bacterias es probablemente uno de los mayores hitos en la historia de la ciencia ficción. La idea de que microbios invisibles pudieran derrotar a un enemigo que ha subyugado a la humanidad sin complicaciones es dulcemente irónica, a la vez que hunde sus raíces en la propia historia trágica de la humanidad. Los nativos americanos, por ejemplo, fueron devastados por la viruela traída por los colonos europeos, ya que no tenían defensas naturales contra ella. En esta ficción, la humanidad es salvada por el mismo mecanismo.

Los últimos capítulos están dedicados a la reconstrucción de Londres y de Inglaterra. La humanidad está trabajando en conjunto y el país recibe ayuda de todo el mundo. Sin embargo, esta paz se ve constantemente amenazada por la sombra de una posible nueva invasión. Como indica el narrador, parece que los marcianos se han concentrado en Venus, pero nada indica que no puedan luego regresar sobre sus antiguos planes de conquistar la Tierra. A su vez, el narrador sufre de un síndrome postraumático debido a los sufrimientos que atravesó durante la invasión. Incluso seis años después continúa teniendo pesadillas sobre el evento y las imágenes de la muerte y la destrucción se le presentan con regularidad. También recuerda cómo creyó que su mujer estaba muerta, aunque ahora se halle feliz de tenerla a su lado. Así, los eventos de la invasión pasada han dejado su huella tanto a nivel individual como social.

La ciencia ficción es un género que siempre ha puesto en duda los valores de la época en un doble juego que la hace fascinante: por un lado, propone grandes adelantos para la humanidad, crea escenarios que pasan de lo fabuloso a lo probable y los hace aceptables para el lector, mientras que, al mismo tiempo, critica el presente y pone en evidencia sus problemáticas, sus interrogantes y sus grandes falencias. La guerra de los mundos es una novela fundamental en ese aspecto: con gran maestría, manifiesta los miedos de las sociedades europeas de fines de siglo XIX y propone un escenario hipotético que especula con la posibilidad de una invasión extraterrestre al mismo tiempo que critica las estructuras imperialistas y colonialistas del Imperio Británico y de Europa en general.

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