Resumen
En el capítulo 3, Mills continúa su crítica a la sociología contemporánea considerando otra corriente, a la que llama “empirismo abstracto”. Esta consiste en investigar a través de la observación de datos que se abstraen en tendencias o patrones para describir la sociedad. Mills considera que la sociología ha estado practicando un tipo particular de empirismo abstracto que ha arribado a un callejón sin salida. Ese tipo de empirismo es el de la encuesta o la entrevista como método para conocer las opiniones de las personas.
Mills critica que la sociología de aquellos años se haya obsesionado con medir la opinión pública a través de un método que codifica los datos de las entrevistas y los extrapola a la sociedad en su conjunto. El problema es que estos estudios de opinión rara vez van acompañados de explicaciones sobre cómo o por qué se formaron esas opiniones. Por ejemplo, Mills critica un estudio sobre la moral de los soldados en la Segunda Guerra Mundial. El estudio habla de un nivel de moral baja, pero no explica por qué la moral estaba así, ni responde a ninguna pregunta sobre la condición específica de esa guerra; por ejemplo, si la moral en la Segunda Guerra Mundial era diferente de la moral en otras guerras.
Para Mills, un estudio de este tipo no responde a ninguna pregunta sociológica. La opinión pública no es en sí misma una respuesta a una pregunta, sino que puede ser la base de otra pregunta: ¿por qué la gente se siente de una determinada manera, en un determinado momento, en una determinada sociedad? Pero los sociólogos que hacen este tipo de encuestas no responden a esa pregunta; lo único que hacen es establecer cuál es la opinión pública. Eso es todo lo que pueden proporcionar las encuestas: si le preguntas a la gente su opinión, te darán su opinión, pero eso no explica cómo o por qué han llegado a ella.
Si la gran teoría está obsesionada con Conceptos generales, Mills afirma que el empirismo abstracto está obsesionado con el Método científico. El Método, con "M" mayúscula, es el procedimiento que se utiliza para estudiar algo, como la encuesta para conocer la opinión de la gente. Mills piensa que a los empiristas abstractos les encanta hacer estas encuestas porque les hace sentirse científicos; al fin y al cabo, recopilan datos de la misma manera que, por ejemplo, científicos naturales realizan experimentos para estudiar moléculas de gas. Eso les hace creer que están introduciendo un Método científico en las ciencias sociales. Pero Mills cita a varios físicos que rechazan esta concepción del Método científico. Polykarp Kusch, físico galardonado con el Premio Nobel, ha declarado que no existe un método científico, porque solo se consigue responder a problemas muy sencillos acumulando muchos datos. Por lo tanto, sostiene Mills, los empiristas abstractos se engañan a sí mismos si se consideran científicos por el simple hecho de que acuden a un procedimiento en concreto para estudiar la sociedad.
Además, la obsesión con el Método –es decir, con la recopilación y categorización de opiniones— disminuye el importante trabajo que la sociología podría estar haciendo, al convertirla en una mera forma de investigar, en lugar de en una disciplina científica social por derecho propio. En esta parte, Mills cita el trabajo de Paul F. Lazarsfeld, que dice que la sociología es solo un Método para convertir la filosofía en ciencia. Desde su perspectiva, la filosofía aporta ideas, y el método sociológico de la encuesta convierte esas ideas en hechos científicos. Mills considera que esta concepción de la sociología no es satisfactoria, porque la limita a ser una profesión meramente técnica, de recuento de personas y opiniones. Así, la sociología se convierte en burocracia.
Hay un último problema con las encuestas como método sociológico. Dado que solo se pueden recopilar datos sobre lo que la gente declara como su opinión, estos datos están ligados a los individuos y no a la estructura social. Esto hace que las encuestas corran el riesgo de decantar en lo que Mills denomina “psicologismo”, que reduce la estructura social a las creencias y deseos particulares de los individuos. Para superar esto, los sociólogos deben buscar “denominadores comunes” de la estructura social, y comparar estos fundamentos a lo largo del tiempo. Mills piensa que el empirismo abstracto reconoce implícitamente este problema al prologar sus estudios con revisiones bibliográficas que resumen lo que se ha dicho sobre un Concepto en concreto. Así es como el empirismo abstracto intenta introducir el trabajo teórico que no se puede obtener de las encuestas. Pero esta yuxtaposición de resúmenes y estadísticas no constituye ciencia por arte de magia.
Si el empirismo abstracto no produce buena ciencia, Mills se pregunta en el capítulo 4, titulado “Tipos de practicidad”, cuáles son sus usos. Aquí, “practicidad” significa poner en práctica el trabajo sociológico, haciéndolo útil para algún otro objetivo. Mills sostiene que hay dos tipos principales de uso para el estudio de la sociedad. El primero, que él denomina “ideológico”, consiste en afirmar o cuestionar la corriente dominante y a quienes tienen autoridad en una sociedad. Al estudiar la sociedad, el sociólogo, conciente o inconscientemente, está obrando moral y políticamente, y la sociología, a lo largo de la historia, ha tenido un uso más ideológico que burocrático, con tendencia hacia el liberalismo. En Estados Unidos, la ciencia social surge de los movimientos reformistas de la segunda mitad del siglo XIX, que transformaron las inquietudes de las clases bajas, como la pobreza y el desempleo, en problemas que debían resolver las clases medias y altas. La sociología empezó a centrarse cada vez más en estudiar un solo problema, lo que le hizo perder la crítica sistemática, como el cuestionamiento de la economía o de los dirigentes de un país. A esto Mills lo llama la “practicidad liberal”, que fragmenta los problemas sin poder abordar la estructura social más amplia.
En los últimos años, desde la Segunda Guerra Mundial, la sociología ha virado hacia una posición más conservadora, que Mills reconoce como “practicidad antiliberal”. Al volverse más conservadora, la sociología se alinea con el segundo tipo de uso que puede hacerse del estudio social. Este uso Mills lo llama “burocrático”. En lugar de criticar al gobierno, a las empresas o al ejército, la sociología tiende a ayudar al gobierno a ser más eficiente en el recuento de personas, a las empresas a ser más eficientes en explotar a sus empleados, o al ejército a ser más eficiente en el entrenamiento de sus soldados. En este uso burocrático, la sociología se obsesiona con la “racionalización” y se pone al servicio de la élite gerencial, de aquellos que tienen poder admnisitrativo. Esta es la “nueva practicidad” de la sociología que a Mills le preocupa.
Mills concluye señalando cómo esta burocratización se ha instalado en las universidades, donde los sociólogos trabajan. Las universidades, según Mills, se están convirtiendo en empresas que quieren obtener beneficios y tener profesores eficientes, quienes son recompensados por realizar trabajos burocráticos o estudios que benefician a la élite gerencial. Así, denuncia a los nuevos empresarios académicos que cambian el prestigio académico por incentivos económicos.
Análisis
En estos capítulos, Mills retoma un tema que señaló en su introducción: la importancia de que las ciencias sociales tengan una función específica. Le preocupa que los científicos sociales conviertan la sociología en una burocracia, o que intenten ser como los científicos naturales. Por eso cita a científicos de las ciencias “duras”, como la física y la química, para mostrar que los ha leído, pero que es diferente de ellos. Las ciencias sociales tienen que ser algo en sí mismas para responder a los asuntos apremiantes de una sociedad que se enfrenta a problemas como la guerra y la pobreza.
Mills también amplía su análisis en estos capítulos. Así como ha pasado de hablar de teoría e ideas a hablar de métodos y prácticas, en estos capítulos también reflexiona sobre la vida cotidiana de la profesión sociológica, mostrando su sentido del pragmatismo. Mills no vive solamente en un mundo de ideas, sino también en un mundo en el que la gente intenta ganar dinero, y los profesores intentan conseguir la titularidad. En este sentido, tiene una noción clara de la sociología como profesión, y cuestiona a aquellos profesionales que se han vendido a una lógica empresarial, abandonando la búsqueda de la verdad.
Desde el punto de vista actual, es interesante considerar cómo algunas de las tendencias que preocupan a Mills se han convertido en profesiones específicas. Hoy existen encuestradores que trabajan para instituciones y empresas, y que nos dan información sobre la opinión pública, por ejemplo, durante elecciones presidenciales. Estas instituciones se parecen mucho a los centros de investigación burocráticos que Mills cuestiona en estos capítulos. Actualmente, este tipo de trabajo suele estar separado de las universidades, lo que podría significar que la sociología ha sido capaz de mantener una identidad disciplinaria independiente del trabajo de estos encuestadores, que no son necesariamente considerados sociólogos. Sin embargo, es probable que hoy en día importe más para la opinión pública y para los políticos lo que dicen las encuestas de centros de investigación que los libros de sociología. En este sentido, Mills nos pediría que consideráramos hasta qué punto se ha incentivado la imaginación sociológica en nuestra sociedad.
Otra tendencia del empirismo abstracto, que cuestiona Mills en estos capítulos, es el psicologismo, como aquello que reduce "las realidades sociológicas a variables psicológicas" (p.80). Como a mediados del siglo XX la psicología se hace cada vez más popular, a Mills le preocupa que la sociología se apoye en esta disciplina para resolver problemas sociales como si fueran inquietudes individuales. Por eso, de la misma manera en que cocibe las ciencias sociales como distintas de las naturales o de las humanidades, también intenta especificar y diferenciar la labor de la sociología.
Un factor que influye en la burocratización de la universidad es el creciente aumento de la matrícula de estudiantes en el tiempo que escribe Mills. Antes de la Segunda Guerra Mundial, era mucho menos común que la gente fuera a la universidad; estaba extendida entre las clases altas, pero incluía pocos alumnos de las clases medias y trabajadoras. Esto cambió después de la guerra debido a una ley que proporcionaba a los veteranos un medio para ir a la universidad. Como resultado, las universidades experimentaron un aumento considerable de estudiantes en los diez años anteriores a que Mills escribiera La imaginación sociológica. Parte de la burocratización de la que se queja Mills se debe a la nueva necesidad de gestionar este aumento de estudiantes. No obstante, Mills no habla mucho acerca de los estudiantes de sociología en estos capítulos. Aunque aborda la cuestión de cómo se enseña sociología en las universidades, es evidente que su libro no se dirige tanto a los estudiantes de sociología como a un público más amplio, al que le explica con claridad sus ideas y cuestionamientos a la disciplina.