Resumen
Los dos últimos capítulos de La imaginación sociológica continúan la discusión de Mills sobre el rol de la historia en las ciencias sociales, al mismo tiempo que se adentran en el análisis político.
El capítulo 9, titulado “Sobre la razón y la libertad”, comienza por el interés del sociólogo por la época en que vive. Mills sostiene que han pasado tres grandes épocas históricas: la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad. Mills cree que en el momento en que está escribiendo su obra la Modernidad está llegando a su fin y está iniciando una Cuarta Época aun desconocida, una era posmoderna que va a abandonar una característica del período anterior: la confianza en la razón.
Según Mills, la Ilustración, como pensamiento que introduce la era moderna, se basa en la creencia de que más razón significa más libertad. Desde esta perspectiva, si los seres humanos adquieren más conocimientos y aprenden a razonar cada vez mejor, serán más libres y justos. Este pensamiento ilustrado tiene dos vertientes: el liberalismo y el socialismo. El primero se asocia con el pensador del siglo XIX John Stuart Mill, que defiende el liberalismo y el capitalismo. El segundo está asociado a otro pensador del siglo XIX, Karl Marx, que aboga por el remplazo del capitalismo por el comunismo. Mills sostiene que ninguna de esas dos vertientes se puede aplicar a la sociedad de su época. La teoría del capitalismo de Occidente de John Stuart Mill no fue pensada para su versión contemporánea, así como Karl Marx no pudo abordar el bloque comunista de la Unión Soviética. Por eso Mills cree que ninguno de los dos podría comprender cabalmente la situación de la época de Mills aplicando sin modificaciones sus teorías.
La premisa básica de que más razón es más libertad ha sido refutada por el auge de la burocracia, que Mills analiza en capítulos anteriores. La burocracia trata de racionalizarlo todo para que las empresas y las personas sean más eficientes. Pero el efecto que esto produce no es mayor libertad, sino todo lo contrario, porque los hombres son explotados y enajenados por esta racionalización. Con la burocracia, la razón, en vez de ser aliada de la libertad, se convierte en una herramienta de dominación. Así, los hombres pierden su capacidad de transformar el mundo porque se adaptan a la racionalización burocrática y no se preocupan por aprender a mejorar sus condiciones de vida. Mills llama a esta situación “racionalidad sin razón” (p.183), que conduce a una pérdida de individualidad y que destruye la libertad, lo que fomenta el surgimiento del “Robot Alegre” (ibid.). En la Modernidad, el Hombre del Renacimiento se hace a sí mismo, y así produce la historia. En la era posmoderna, las personas se han convertido en robots que hacen lo que se les dice alegremente y sin cuestionarlo.
Mills plantea este problema del Robot Alegre en términos individuales y sociales. A nivel individual, el problema o la inquietud del hombre es que el trabajo mecánico lo lleva a la alienación, porque al perder libertad se aleja del verdadero sentido de sí mismo. A nivel social, el problema público es la pérdida de la sociedad democrática que hace que todos participen en las decisiones que les afectan. Esto es una amenaza para la historia, porque si los hombres se sienten incapaces de cambiar el mundo, el riesgo es que la elite gerencial que toma las decisiones sea la que produzca una historia injusta.
Es esta amenaza la que Mills aborda en el capítulo final de La imaginación sociológica, titulado “Sobre política”. Aquí, se pregunta qué pueden hacer los científicos sociales para hacer historia e impedir la decadencia de la libertad humana. Según Mills, las ciencias sociales siempre han tenido tres ideales fundamentales: la verdad, la razón y la libertad. Él cree que es momento de utilizar la verdad para reafirmar el vínculo entre razón y libertad. De proceder así, los científicos sociales podrán convertirse en los líderes que pongan de nuevo la razón al servicio de la libertad, en vez de al servicio de la burocracia.
Mills señala tres vías en las que los científicos sociales pueden tener un rol activo en política. La primera es como “rey-filósofo”, en la que el científico social se constituye como autoridad en una sociedad. Mills rechaza esta forma porque la considera antidemocrática. La segunda es como “consejero del rey”, en la que los científicos sociales son los asesores de la autoridad. Mills dice que esto es lo que ya está ocurriendo con la sociología puesta al servicio de la burocracia. Por eso propone, en cambio, que los científicos sociales deben elegir una tercera vía: la de la independencia.
Los científicos sociales deben comentar sobre la sociedad y las autoridades de forma independiente. Pero esto no significa que estén por fuera de la sociedad; por el contrario, es imposible ubicarse fuera de ella. Los sociólogos viven y participan en la sociedad como todo el mundo, pero tienen la capacidad de trascender de su medio. En otras palabras, los sociólogos, a través de la observación y la teoría, pueden ver cómo sus vidas privadas forman parte de un patrón y una estructura más amplios. Por eso el sociólogo necesita compartir esta forma de ver y comprender la sociedad con los demás.
Los sociólogos deben dedicar su trabajo a tres tipos de personas, que Mills distingue en relación con el poder y la sabiduría. A quienes están en el poder y dominan voluntariamente a los demás, el sociólogo debe atribuirles responsabilidad por cómo afectan los problemas estructurales. A los que están en el poder pero no se dan cuenta de que sus acciones tienen consecuencias, el sociólogo debe educarlos y hacerlos responsables de cara al futuro. Y a los que no tienen poder y solo tienen conocimiento de lo cotidiano, el sociólogo debe hacerles ver que sus precupaciones personales son también cuestiones públicas. Para ello, los científicos sociales deben plantear las inquietudes individuales como problemas sociales sometibles a debate público.
Al ser independientes de la autoridad, los sociólogos no tendrán acceso a los principales medios de poder. Pero siguen teniendo un medio de poder, si bien frágil, como profesores que instruyen a estudiantes y al público. Los sociólogos pueden construir una educación liberadora, y en lugar de enseñar habilidades (como pescar) o valores (como la caridad o la virtud), deben enseñar lo que Mills llama “sensibilidades”, y que podría definirse como la autoconciencia del ser humano que implica adquirir tano habilidades como valores. La habilidad que enseña la sociología es la del pensamiento crítico, y el valor que transmite es el respeto por la democracia y por la libertad.
El objetivo final de esta sociología es la democracia, que Mills define como el hecho de que todos tengan voz en las decisiones que los afectan. Un punto de partida es que los profesores se dediquen a sus instituciones educativas, haciendo que las universidades sean más democráticas en lugar de burocráticas. De esta forma, Mills termina su libro haciendo un llamamiento a los científicos sociales para que se resistan a la burocratización de sus universidades, fomentando en su lugar la controversia y el debate con el fin de inspirar la conversación pública. Así es como se podrán realinear la razón y la libertad en el futuro.
Por último, en el apéndice de La imaginación sociológica, titulado “Sobre artesanía intelectual”, Mills propone que hacer sociología es lo mismo que practicar un oficio. Esto significa, para Mills, que el trabajo sociológico es un trabajo artesanal, en la que cada sociólogo-artesano debe construir su propio método y teoría para estudiar la sociedad. Una forma práctica de llevar esto a cabo es a través de organizar un archivo propio, que podría ser lo mismo que llevar un diario que reúna lo que el sociólogo experimenta como profesional, pero también como persona. De esta manera, la imaginación sociológica puede ser incitada por establecer relaciones inesperadas dentro del material que compone el archivo personal.
Análisis
Los capítulos finales de La imaginación sociológica cierran la polémica de los capítulos anteriores. Así como Mills criticó la sociología contemporánea por servir a los sistemas de dominación, ahora muestra cómo la ciencia social clásica puede servir al sistema democrático. Cuando la ciencia social se practica mal, produce burocracia, pero cuando se practica correctamente, puede fortalecer la democracia. Esto es lo que está en juego para Mills: no se trata solo de hacer un buen o mal trabajo académico, sino de contribuir a hacer un mundo mejor o peor.
En ocasiones, Mills detiene el desarrollo de su argumento y hace digresiones o anuncia consejos que dará después. En un momento dado, dice: “Ésas son metas muy amplias, y debo explicarlas de un modo ligeramente indirecto” (p.198). Dado que Mills ha cuestionado a grandes teóricos, como Talcott Parsons, por escribir de forma indirecta y vaga, podría resultar extraña esta admisión del discurso indirecto en los párrafos finales de su libro. Pero esto también puede verse como una apertura al díalogo. Mills escribe de forma más filosófica en los últimos capítulos porque está encarando grandes ideales, como la democracia, y dado que quiere cultivar el debate, se muestra más abierto al desacuerdo y el cuestionamiento.
Que Mills está intentando abrir las cosas a debate se nota también en su giro hacia un “nosotros”. A lo largo de La imaginación sociológica, Mills ha escrito desde la primera persona singular, pero aquí empieza a hablar de sí mismo como miembro de un grupo de científicos sociales. No es un “yo”, sino un “nosotros” el que tiene que llevar adelante el quehacer sociológico y alcanzar los ideales de la democracia. Así, Mills intenta sanar las divisiones que él mismo ha creado en el seno de las ciencias sociales. Ahora es el momento de unirse para alcanzar la mentada promesa de la imaginación sociológica.
En el apéndice de La imaginación sociológica, Mills realiza un giro más y va del “nosotros” al “tú”, al dirigirse al joven académico que acaba de iniciarse en las ciencias sociales. Como el sociólogo vive en la sociedad que estudia, el principal consejo de Mills es que lleve un diario, para que las notas sobre su vida aporten ideas sobre esa sociedad que es objeto de su análisis. De esta forma, Mills pide a los académicos que incorporen sus vidas a su trabajo, y que lo aprovechen para reflexionar sobre ellas.
Kirin Narayanan llama a esto un movimiento creativo, que va de la experiencia vital al trabajo intelectual. Para el sociólogo, no debería haber división entre trabajo y vida. Por eso Mills piensa que la sociología es más una artesanía que una profesión, que se puede practicar como si fuera alferería. El método de trabajo es similar al del artesano en la medida en que se trabaja con diligencia y cuidado hasta producir algo.
Thomas Kemple y Renisa Mawani han llamado a este giro hacia la artesanía una “plegaria”, por la que Mills, en el final de La imaginación sociológica, realiza un rezo en vez de profesar una profesión. Eso encaja bien con el tono moral que adopta, en el que claramente está orando también por la democracia. Mills pide por un retorno a los valores, así como pide por un método sociológico en particular. Podríamos detectar cierta arrogancia en Mills al situar la sociología como un remedio para los problemas del mundo moderno. Pero también hay un deseo sincero de su parte –en efecto, una plegaria– de que su trabajo y el de sus colegas puedan aportar el tipo de liberación democrática que cree que el mundo de su época necesita.