La ciudad de Bouville
A lo largo de toda la novela, Antoine Roquentin describe las calles de la ciudad ficcional de Bouville, los cafés, el jardín público, las iglesias e edificios más representativos de la ciudad con tanto nivel de detalle que la ciudad se fija en el lector como una gran pintura; una imagen llena de texturas y colores que contribuye no solo a visualizar mejor el espacio físico donde transcurre la historia, sino también a analizar ciertos aspectos filosóficos de la sociedad moderna que Sartre busca poner en relieve en esta novela. La ciudad de Bouville es, entonces, una gran imagen compuesta de imágenes. Dicho de otra forma, Antoine Roquentin construye la imagen de la ciudad de Bouville a través de diferentes momentos visuales, ya sea en su paseo de domingo por la calle Tournebride o cuando narra la historia de los aserraderos de los Hermanos Soleil.
Esta imagen de la ciudad de Bouville que Antoine construye durante toda la novela es una representación del mundo moderno y nos permite "ver" y reflexionar respecto de las dinámicas de la sociedad. En ese sentido, cada imagen que tenemos de la ciudad conlleva algún aspecto social sobre el cual Roquentin reflexiona en su diario. Por ejemplo, cuando relata su paseo dominical: "Luego, de improviso, a la izquierda, se produce como un estallido de luz y sones. He llegado: ésta es la calle Tournebride; me basta situarme entre mis semejantes y veré cómo cambian sombrerazos los señores" (p.34).
En síntesis, la ciudad de Bouville se convierte en una imagen constante, que se va construyendo en el lector a lo largo de la novela con cada descripción de Antoine Roquentin, pero que, al mismo tiempo, va proponiendo diferentes instancias de reflexión respecto del mundo moderno.
La biblioteca municipal
La biblioteca municipal, si bien forma parte de la imagen de la ciudad de Bouville, merece un análisis aparte ya que representa un espacio alternativo dentro del sistema de la ciudad. En este espacio, tanto Antoine Roquentin como el Autodidacto y el resto de las personas van a buscar un momento de tranquilidad a solas, sumergidos en la lectura. La imagen de la biblioteca municipal se asemeja a un lugar de descanso, incluso de resguardo, frente a la dinámica previsible, autómata y, por momentos, frenética de la ciudad. Por supuesto, reina un gran silencio en este espacio, situación ideal para leer, pero también para que Antoine reflexione sobre la existencia.
La imagen de la biblioteca pública está latente todo el tiempo, en el sentido de que sabemos que, tarde o temprano, Antoine volverá allí. En las diversas descripciones que él hace del lugar, podemos visualizar sus bancos, sus largos estantes llenos de libros ordenados alfabéticamente, su estufa a carbón. También Antoine nos presenta potentes imágenes auditivas del lugar: "El corso debía de haber bajado a ver a su mujer que es portera de la biblioteca; yo deseaba el ruido de sus pasos. Oí exactamente una leve caída de carbón en la estufa" (p.62). Aquí podemos apreciar cómo el silencio de la biblioteca es tan omnipresente que cada mínimo sonido se percibe nítidamente.
Por eso, cuando se desata el escándalo en la biblioteca a raíz del intento del Autodidacto de acariciar a un chico, cada una de las reacciones que esto genera (los comentarios de la mujer, el enojo del corso, la intervención de Antoine Roquentin) pareciera manifestarse de forma amplificada, en el marco del silencio que propone el lugar. A raíz de este episodio, la biblioteca pierde esa imagen, ese estatus de "oasis" y constituye uno de los hechos que marcan la despedida de Antoine de Bouville.
El cielo
El cielo es objeto de varias descripciones a lo largo de La náusea: "Un sol frío que blanqueaba el polvo de los vidrios. Cielo pálido, borroneado de blanco" (p.11); "El cielo era de un azul pálido; un poco de humo, algunos penachos; de vez en cuando alguna nube a la deriva pasaba delante del sol" (p.42); "La lluvia ha cesado, el aire es suave, por el cielo ruedan lentamente bellas imágenes negras (...)" (p.58). El cielo es una imagen constante en la que se reflejan no solo colores y fenómenos climáticos, sino también el estado de ánimo de Antoine Roquentin al describirlo. Cada vez que Antoine hace referencia al cielo, lo hace con un tono poético y reflexivo que da cuenta de lo que le produce la imagen del cielo a él.
Por otro lado, el cielo también representa casi un hecho artístico, algo que tiene cierto valor estético y que, por momentos, hasta pesa sobre Antoine: "No sé aprovechar la ocasión; voy sin rumbo, vacío y tranquilo, bajo este cielo desperdiciado" (p.58). Lo absurdo de la existencia de Roquentin provoca en él esa sensación de vacío que, en sus propias palabras, hasta lo lleva a desperdiciar el cielo. Dicho de otra forma, el cielo, su espectáculo cotidiano, es algo que Antoine podría aprovechar, incluso disfrutar, si no estuviera sumido en la angustia existencial de haber nacido para nada y, por ende, de saber que está de más en el mundo.
La Náusea
La Náusea es, sin duda, una de las imágenes que más presente está a lo largo de toda la novela. Si bien no se la puede asociar con una representación visual concreta, Antoine Roquentin se encarga de ir describiéndola con tanto detalle que al final acabamos por construirnos una idea bastante concreta. Una de las definiciones más contundentes que nos da Antoine sobre la Náusea es: "Todo es gratuito: este jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar (...); eso es la Náusea" (p.109). Entonces, si la gratuidad de la existencia es la Náusea, no hay forma de escapar de ella, ni de la imagen que Antoine crea de ella en su diario. Desde el punto de vista del tipo de imagen, podríamos decir que se trata de una imagen gustativa. La existencia para Antoine es nauseabunda, le "revuelve el estómago", le produce una sensación de "repugnancia dulzona"; todas ideas ligadas al sentido del gusto. Más allá de que la Náusea de Antoine represente una forma metafórica de explicar ese absurdo existencial que lo invade, a lo largo de toda la novela él se expresa en términos físicos, y más precisamente en términos del sentido del gusto, para explicar su malestar.
Esta imagen de la Náusea se fija en el lector como si se tratara de un estigma que porta Roquentin y que se manifiesta más o menos explícitamente de acuerdo a las situaciones que Antoine va viviendo. Así y todo, está claro que él es rehén de la Náusea, y que ella está siempre ahí, acechando, latente, esperando para manifestarse. "Ahora sé: existo -el mundo existe- y sé que el mundo existe Eso es todo" (p.102), dice Antoine Roquentin en una nueva definición de la Náusea. De esta forma, el hecho de tomar conciencia de su existencia y, por ende, del hecho de estar demás, despierta en Antoine la Náusea. En síntesis, la imagen de la Náusea no solo es constante, sino que también es omnipresente y, sobre todo, inevitable.