La náusea

La náusea Resumen y Análisis Parte 4

Resumen

Sábado

Anny recibe a Roquentin con un largo vestido negro. Lo invita a pasar a su habitación y le pide que se siente donde quiera, excepto en el sillón junto a la ventana. Antoine hace referencia a que Anny está gorda, y que su pecho es fuerte. Ella se ríe y, cuando Roquentin le pregunta de qué, ella le responde que le causa gracia la sonrisa orgullosa de “padre que acaba de casar a su hija” que tiene Antoine desde que entró. A Roquentin le llama la atención la poca cantidad de pertenencias de Anny que hay en la habitación; le dice que el lugar no parece habitado por ella. Anny se muestra indiferente hacia el comentario, y él le dice que está contento de verla. Anny, por su parte, lo acusa de tonto y le dice que no ha cambiado nada. Agrega necesita que él exista y que no cambie, más allá de que es evidente que en estos cuatro años no tuvo necesidad de verlo.

Roquentin no sabe por qué Anny lo invitó; quizás tuviera algo para decirle en el momento en que mandó la carta. Así y todo, está claro que, si había un motivo, ella lo ha olvidado. Antoine le dice que la ha tenido muy presente, y ella responde que lo más probable es que ni siquiera se acordara de su cara. Roquentin le da la razón, justificándose a partir de su mala memoria. Anny hace referencia a que ha engordado y envejecido, y que por eso debe cuidarse. Luego agrega que hizo teatro en Londres. Se produce un breve intercambio respecto de los papeles que Anny interpretó y, cuando Roquentin le pregunta por lo que está haciendo ahora, ella responde que ya no trabaja, que viaja y que la mantiene un tipo.

Anny prepara té y le pide a Roquentin que le hable de él. Antoine le cuenta que vive en Bouville porque está escribiendo un libro sobre el Marqués de Rollebon. De la nada, Anny dice que ella ha cambiado. Roquentin dice que a él no le parece, pero ella se le para en frente y lo desafía a que encuentre en qué ha cambiado. Luego de repasar la dinámica de sus encuentros del pasado, lo que Antoine encuentra cambiado en Anny es que parece no estar más en la persecución de momentos perfectos.

Ella, por su parte, está complacida de que Roquentin no cambie, ya que necesita que él se mantenga invariable para medir sus propios cambios. Por otro lado, Antoine no puede dejar de ver, en la mujer gorda de aspecto arruinado en la que se convirtió Anny, a la persona que ama. Ella es consciente de que un día descubrió que no había momentos perfectos; fue como una revelación. Anny bebe un poco de té, deja la taza y dice: “Me sobrevivo” (p.120). También agrega que, si bien en otro tiempo fue capaz de pasiones bastante hermosas, ahora todo eso ya pasó.

Roquentin le confiesa que, en realidad, nunca le quedó demasiado claro qué eran los “momentos perfectos”. Pero Anny comienza a hablarle de “las situaciones privilegiadas” (p.122), haciendo referencia a unos grabados que aparecían en los libros de Michelet, que representaban escenas de la historia. Anny las llama "privilegiadas" porque, entre tantos acontecimientos, eran muy pocos los que gozaban de una imagen que los representara: “por ejemplo, para todo el siglo dieciséis había solo tres imágenes: una para la muerte de Enrique II, otra para el asesinato del duque de Guisa y otra para la entrada de Enrique IV en París”. Las situaciones privilegiadas, según Anny, son aquellas que tienen una claridad rara y preciosa, estilo.

Anny explica la progresión hacia los momentos perfectos. En primer lugar, dice que están los “signos anunciadores”; luego viene la “situación privilegiada”; y por último, es la persona la que decide si quiere convertirla en un “momento perfecto” (p.123). Anny agrega que ante todo es necesario estar sumido en una situación excepcional y sentir que cada uno impone orden allí, y que si se cumplen todas esas condiciones, el momento habrá sido perfecto. Según ella, los momentos perfectos son más bien una cuestión moral; transformar esas situaciones privilegiadas en momentos perfectos tiene que ver con una obligación para ella.

Roquentin le confiesa que nunca la entendió ni intentó ayudarla. Anny, por su parte, admite que nunca se explicó claramente. Luego recuerdan la primera vez que se besaron: ella estaba sentada sobre unas ortigas, con el vestido levantado; las espinas le pinchaban los muslos. Pero ese beso era tan importante para ella, tan significativo, que no bastaba con ocultar el dolor: era preciso no padecerlo. Anny dice que, a veces, se necesita ser más que estoico; llegó a anestesiarse por completo, a perder la sensibilidad respecto de su propio cuerpo, para sellar el compromiso, el pacto con Antoine a través de ese beso.

Roquentin, de pronto, le dice a Anny que siente que los dos han cambiado de la misma manera y que básicamente ha venido a contarle las mismas cosas que ella le ha contado a él, pero con otras palabras. Ella le dice que hubiera preferido que no cambiara; era más cómodo antes. Antoine le cuenta de sus aventuras y de sus descubrimientos con respecto a la existencia. Anny no cree que Roquentin haya pensado lo mismo que ella. En todo caso, si fue así, “¿qué puede hacerse?”, le pregunta. Ante el silencio de Antoine, Anny repite que ella se sobrevive. Roquentin admite que no está en la misma situación que ella; no está desesperado como Anny, sino que más bien se siente asombrado frente a esa vida que ha recibido para nada.

Roquentin le recuerda que ella quería hacer teatro porque en escena debían realizarse momentos perfectos. Anny le responde que sí, que los ha hecho, pero para los demás. Ella dice que ahora vive en el pasado, repasa sus historias, les da unos retoques y sale una serie de momentos perfectos. Luego cierra los ojos y trata de imaginarse que vive dentro.

Luego de un silencio bastante largo, Anny le dice a Roquentin que debe marcharse porque ella está esperando a un alemán, pintor. Antoine le pregunta cuándo se volverán a ver, a lo que ella responde que al día siguiente sale para Londres y luego irá a Egipto. Promete escribirle desde allí. Ya en la puerta de la habitación, Anny lo besa en la boca: “Para acordarme de tus labios (…) Tengo que rejuvenecer mis recuerdos (…)” (p.128), le dice. Roquentin le sujeta los brazos, no quiere irse. Le dice que justo ahora que la encontró tiene que dejarla. Anny desprende sus brazos, le dice que no la ha encontrado, abre la puerta y, riéndose irónicamente, le pide que se vaya.

Domingo

Roquentin deduce que Anny partirá en el tren de las cinco y treinta y ocho. Da un par de vueltas por París, nostálgico de que ella entre en su pasado. Todavía no se siente solo porque el tren no partió.

Roquentin va hasta el andén. Ve a Anny y a su acompañante: un hombre alto, joven, bronceado y guapo. La pareja sube al tren sin percatarse de Antoine. Una vez que Anny se acomoda en su asiento, baja el vidrio de su compartimento y ahí sí ve a Roquentin. Se queda mirándolo un rato largo, con ojos inexpresivos, hasta que el tren parte.

Antoine Roquentin decide que al día siguiente regresará a Bouville con el tren del mediodía. Dos días serán suficientes para hacer las valijas y dejar todo listo para abandonar la ciudad. Para el final de la semana ya estará en París otra vez. Roquentin toma conciencia de que Anny ya partió hace seis horas. La imagina durmiendo en un camarote.

Análisis

Roquentin llega a lo de Anny con cierta expectativa; después de todo, el encuentro con ella representa algo que vale la pena para él, un hecho que no está vaciado de todo sentido. Dicho de otra forma, con Anny Roquentin ya no es ese hombre solo que no tiene sobre quién verse reflejado. De hecho, él también funciona como un espejo de existencia para Anny: "Necesito que existas y que no cambies" (p.114), dice ella, y lo compara con un mojón que está al borde del camino solo para indicar a qué distancia se está de un lugar. Antoine existe para Anny simplemente como un punto de referencia respecto de quién es ella. Y Anny no quiere que él cambie porque es más cómodo así, en el sentido de tener una persona que la refleje siempre de la misma manera y sobre la cual ella pueda percibir cómo ha cambiado.

Por otro lado, Anny acusa a Antoine de no recordar siquiera la cara de ella, y él se excusa diciendo que ella sabe que él tiene mala memoria. Antoine no logra recordar porque ningún detalle del pasado le parece significativo en una existencia tan teñida de absurdo; no hay nada en el pasado que se pueda rescatar como para darle un sentido ni presente ni futuro a la existencia.

Anny, por su parte, termina admitiendo que sí ha cambiado un poco ya que ha dejado de perseguir "los momentos perfectos". Ahora, apenas se sobrevive y existe rodeada por sus "pasiones difuntas" (p.121). Anny también muestra un claro síntoma de apatía y de aburrimiento respecto de su propia existencia: "Naturalmente sólo existo yo, yo que odio, yo que amo. Y entonces soy siempre la misma cosa, una pasta que se estira, se estira... y es siempre tan igual que uno se pregunta cómo se le ha ocurrido a la gente inventar nombres, hacer distinciones" (p.125). Anny habla en estos términos respecto de sí misma, y Antoine siente que los dos han cambiado de la misma forma. Las personas son, fueron y serán simplemente existencia. En palabras de Anny, son "siempre la misma cosa", carente de sentido, naufragando el absurdo de su propia existencia, estirándose en el tiempo, aburriéndose, hasta morir. Anny insiste con la idea de que se sobrevive y Antoine no logra responderle nada: "¿Qué puedo decirle? ¿Acaso conozco motivos para vivir? (...) Estoy más bien... asombrado frente a esta vida que he recibido para nada" (p.126).

Por otro lado, en esta cuarta parte de la novela, Anny desarrolla su teoría respecto de los "momentos perfectos" que, en buena medida, también propone una reflexión sobre la percepción de la existencia que tiene el ser humano. Anny explica que primero existen las "situaciones privilegiadas", acontecimientos que se consideran trascendentes para la vida y que interpelan a las personas. Anny pone como ejemplo de una "situación privilegiada" el primer beso de los amantes. Pero para que esto se convierta en un "momento perfecto", una persona debe actuar, intervenir en esa "situación privilegiada", pero no de cualquier manera: los "momentos perfectos" exigen un comportamiento específico de la persona, una entrega heroica a esa situación, con un sentimiento puro de comunión absoluta con el acontecimiento. Anny es consciente de que en el pasado tenía una concepción demasiado específica con respecto a qué tenía que pasar en una situación, cómo se tenían que comportar las personas que intervenían en ella, hasta qué se debía decir. Pero han pasado los años y Anny ha perdido el interés en la búsqueda de esos "momentos perfectos". Ante la constante frustración de no poder alcanzarlos, ella se ha dado cuenta de que no tenía ningún sentido seguir buscándolos y ahora "se sobrevive", vaciada de toda pasión, sobrellevando una existencia que ha perdido todo sentido. Sartre utiliza al personaje de Anny para ejemplificar lo que le sucede a la mayoría de las personas, que buscan esos "momentos perfectos", esos acontecimientos trascendentales para tratar de justificar sus existencias. En ese sentido, Anny ha comprendido que ni siquiera esos "momentos perfectos" pueden darle un sentido a su existencia. Anny ha salido de ese letargo en el que vive la mayoría de las personas, ilusionadas con encontrar el sentido de la vida, y ha descubierto que tal sentido no existe. De alguna forma, al igual que Antoine, Anny ha desarrollado una perspectiva existencialista sobre lo absurdo de la existencia humana.

El encuentro con Anny acaba con el último síntoma de esperanza que quedaba en Antoine Roquentin. Ella le pide que se vaya y no le brinda ninguna certeza de cuándo se volverán a ver. Antoine ha perdido a la persona en la que podía verse reflejado, con la que podía compartir un sentido más puro y verdadero de existencia. "Y tengo que dejarte después de haberte encontrado" (p.128), le dice él, ya en la puerta. Anny niega que él la haya encontrado y lo obliga a irse. Está claro que Antoine se siente cautivado por esta nueva versión de Anny, y que ella ha perdido todo interés en él. En última instancia, Anny solo necesitaba ver reflejado en Antoine cuánto había cambiado ella. Ahora que ya lo comprobó, Roquentin no le aporta nada. Anny ha descubierto el absurdo de la existencia y eso le ha arrebatado esa pasión irreflexiva que tenía por la vida tiempo atrás. Dicho de otra forma, siente una profunda indiferencia hacia todo, incluso hacia Antoine. Este sentimiento de indiferencia, de apatía hacia las cosas, es lo que nos dice el existencialismo que queda una vez que descubrimos que no tenemos un propósito claro en esta vida.

Aquí también aparece otra vez el tema de la soledad. Antoine Roquentin se presenta, desde el comienzo de la novela, como un hombre que vive en soledad. Esto es así no solo por su casi nula vida social, sino porque siente que las personas viven en una ficción, en una fantasía en la que inventaron un sentido a su propia existencia cuando, en realidad, tal sentido no existe. Ahora bien, Anny, esta versión cambiada de ella, hace que se sienta acompañado en esa soledad. Dicho de otra forma, por fin Antoine encontró a alguien que entiende la existencia como un absurdo absoluto, en el que la vida de las personas no tiene un propósito concreto; una contingencia gratuita en la que solo se puede estar ahí y no mucho más.

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