Resumen
Capítulo 10: Julian y Aldous
Bruno toma la autopista hacia París. Antes de llegar, llama a su hermano desde una cabina y le dice que le gustaría verlo esa misma noche. Luego no podría, porque tendrá que pasar dos semanas con su hijo.
Bruno llega al departamento de Michel hacia las nueve de la noche y comienza a hablar de lo que le ronda por la cabeza sin ningún preámbulo. Bruno no deja de pensar en las predicciones que el escritor Aldous Huxley hizo en su novela más famosa, Un mundo feliz. En ella, Huxley plantea una sociedad utópica basada en el control de la reproducción realizada en los laboratorios y disociada de las relaciones sexuales y en la satisfacción inmediata de los deseos sexuales. Desde la perspectiva de Bruno, Huxley no realiza una crítica a la sociedad occidental, sino que describe una sociedad feliz, en la que han desaparecido la tragedia y los sentimientos violentos. Los pocos momentos que quedan para la tristeza y la duda se tratan con fármacos antidepresivos y la gente vive en la alegría y el placer. Aunque el universo de Huxley se suele describir como una pesadilla totalitaria, eso a Bruno le parece pura hipocresía; Un mundo feliz es, en realidad, el mundo que la sociedad occidental está intentando alcanzar. Además, a Bruno le parece que Huxley fue el primer escritor que entendió el papel fundamental de la biología en los cambios tecnológicos y científicos.
Cuando su hermano termina de desarrollar sus ideas, Michel le contesta que Huxley provenía de una familia de biólogos ingleses y que su hermano, Julian, había planteado casi todas las ideas que Huxley había desarrollado en su novela en un libro titulado Lo que me atrevo a pensar. Este libro, aparecido en 1931, un año antes que la novela de Aldous, hablaba sobre control genético y perfeccionamiento de las especies como una meta a la que la humanidad debería tender. En 1946, Julian Huxley es nombrado director de la recién creada UNESCO, mientras que Aldous Huxley se convierte en el principal aval teórico del movimiento hippie. En verdad, las ideas de estos dos hermanos han sido las más influyentes del siglo XX.
Durante la cena en un restaurante en la esquina de su casa, Michel continúa hablando de Aldous Huxley. En 1962 publica La isla, una novela que sitúa la acción en una isla paradisíaca donde se desarrolla una civilización al margen de las civilizaciones del siglo XX, liberada de las neurosis familiares y las inhibiciones judeocristianas, donde la desnudez es natural, y el amor se practica con total libertad. Aunque se trata de un libro mediocre, es un pilar fundamental para los hippies y para todo el movimiento New age.
Luego, Michel habla de las consecuencias de las mutaciones metafísicas originadas por el materialismo y el la ciencia moderna: el racionalismo y el individualismo. Desde el punto de vista de Michel, el error de Huxley consiste en haber evaluado mal estas consecuencias y subestimar el individualismo: la mutación metafísica que produce la ciencia moderna conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo. Mientras que la utopía de Huxley consiste en extinguir el deseo y el sufrimiento por medio de su inmediata satisfacción, la sociedad occidental contemporánea se basa en la organización y la explotación del deseo, en aumentarlo a proporciones inauditas y mantener la satisfacción en el ámbito de lo privado. En ese sentido, lo que señala Michel contradice lo postulado por Bruno: la sociedad occidental en la que viven no trata de asemejarse a la pronosticada por Un mundo feliz, sino que presenta un mecanismo casi opuesto.
Michel concluye la exposición de sus ideas mencionando que Julian Huxley también se preocupó por la religión en sus obras, y que trató infructuosamente de conciliarla con la ciencia. La conclusión a la que llega es que la ciencia y el materialismo han minado las bases de todas las religiones tradicionales, y que ninguna sociedad puede sobrevivir sin religión.
Capítulo 11
Michel se queda dos semanas enteras en cama, dándole vueltas a la siguiente pregunta: “¿Cómo iba a sobrevivir una sociedad sin religión?” (p. 163). Durante esas semanas, realiza un ayuno forzado, pues no tiene ganas de ir al mercado a hacer las compras, y llega a pensar en qué forma debería tener el ADN para poder replicarse sin que sucedan mutaciones inesperadas como parte natural del proceso.
Michel recuerda cómo era de niño. En la escuela primaria, había hecho todo lo posible para diferenciarse de otros niños que eran propensos a la violencia y disfrutaban torturando pequeños animales, como sapos o caracoles. Él se encontraba mucho más próximo a las formas de sentir de las niñas, a quienes encontraba dulces y comprensivas. En verdad, a Michel no le caben dudas de que las mujeres son absolutamente superiores a los hombres: son más dulces, compasivas, razonables, inteligentes y trabajadoras. Realmente Michel se pregunta para qué sirven los hombres, y no puede comprenderlo: ellos son los causantes de las guerras y de toda la violencia que ha marcado la historia de la humanidad. En un mundo compuesto solo por mujeres, la evolución sería más lenta pero regular, sin retrocesos y en pos de la felicidad común.
Esas dos semanas, mientras Michel está en cama, Bruno las pasa con su hijo, con quien se limita a compartir algunas palabras durante las comidas. Víctor ha cumplido 13 años, se pasa el día entero mirando la televisión, y su padre comprende que ya no hay nada que lo ligue a él. Bruno sabe que esa relación solo va a empeorar; en los próximos años, su hijo va a comenzar a salir con chicas de su edad, las mismas que su padre desearía poseer, y van a convertirse, entonces, en rivales. Luego de dejar a su hijo con Anne, su madre, Bruno regresa a su casa y se emborracha hasta caerse. Al día siguiente, se presenta en casa de su hermano y lo encuentra devorando rodajas de salchichón acompañadas de vino. Michel ha dado por finalizado su ayuno y de pronto siente un hambre atroz; aunque Bruno sabe que hablar con su hermano es como hacerlo con una pared, siente la necesidad de descargarse y suelta todo lo que piensa sobre su vida.
Bruno demuestra todo su odio hacia los preadolescentes, a quienes considera las criaturas más estúpidas e insoportables que existen. Luego habla de las relaciones parentales, y expresa que, para él, los hombres nunca tienen interés por sus hijos y son incapaces de amar; lo único que los motiva es el deseo sexual y la competencia entre machos. El amor que pueden creer sentir por un hijo es simplemente un mecanismo para mantener una compañera que se acueste con ellos, lleve adelante las tareas del hogar y traiga hijos al mundo, es decir, una estrategia para asegurarse la comodidad y la satisfacción del deseo.
Michel lo escucha, aunque todos sus sentidos están alterados por el ayuno, y su estómago se revuelve ante la ingesta repentina de tanta comida y tanto alcohol. Sin embargo, llega a coincidir, a pesar de su estado, con lo que dice su hermano. El amor paterno es una mentira.
Capítulo 12
Bruno comienza a hablar de Anne, su ex esposa, a quien conoció en 1981. Al conocerla, Anne era una persona con poca gracia, pero tenía unos lindos pechos, algo que siempre le había gustado. Cuando quedó embarazada de Víctor, la pareja decidió casarse.
Michel recuerda el casamiento en una iglesia deprimente. Al final de la ceremonia, y motivado por el sermón, se acercó al párroco para hablarle sobre la paradoja EPR y la unión de dos partículas que forman un todo inseparable. El párroco escapó de él, con la excusa de saludar a los padres de la novia.
Bruno recuerda que su hermano no se quedó a la fiesta, y luego reconstruye los años de matrimonio, en los que la pareja se desempeñó como profesores en el liceo Carnot, en Dijon. Por un tiempo, Anne fue feliz, pero él no podía dejar de desear a todas las mujeres con las que se cruzaba, salvo a su esposa. A los 28 años, cuando nació su hijo, él debería haberse sentido feliz, pero lo único que sentía era un vacío absoluto.
A Víctor lo bautizaron en una ceremonia comunitaria tras la cual Bruno se inscribió en un grupo de Fe y Vida que se reunía en la iglesia, pero en el que solo intentó seducir a una compañera. Durante los años siguientes, Bruno sintió que le estaban robando la juventud. En el liceo, los otros profesores se mostraron siempre amables y hasta los invitaban a las reuniones que realizaban en la casa de Guilmard, el profesor de matemáticas.
Michel piensa que la mayoría de la gente que conoce llevó adelante una vida similar a la de Bruno y que, en ese sentido, su hermano no es más que un ejemplar representativo de toda una generación de hombres frustrados que no logran llenar sus vacíos existenciales.
Como los animales, los hombres también realizan conductas sustitutivas para remediar de alguna forma aquellas frustraciones. Bruno, por ejemplo, comenzó a escribir.
Capítulo 13
Michel se considera a sí mismo uno de los cambios menores en la sociedad que anuncian una mutación del sistema metafísico imperante. Después de vomitar en el baño, regresa al salón, donde Bruno sigue tirado en el sillón y le recuerda un artículo que escribió hace años sobre el Papa Juan Pablo II, una figura que, según él, supo comprender los cambios de occidente antes que nadie.
Bruno también recuerda sus años de matrimonio. Mientras su mujer se pasaba mucho tiempo en un grupo de alfabetización, él solía ponerle somníferos en la mamadera a su hijo y masturbarse mirando páginas porno con la recién instalada internet, o salir a bares de cruising y tener sexo con alguna mujer más joven.
Michel recuerda un texto sobre la familia que le habían publicado a Bruno por esa época, en el que su hermano arremetía contra el matrimonio y la felicidad, y elogiaba al sexo como la única posibilidad de realización y de vida. Bruno había llevado, por recomendación de un colega profesor de letras, a Sollers, el editor de la famosa publicación literaria L’infini. Sollers le había dicho que podría publicar el texto sobre Juan Pablo II y, aunque le gustaba el texto sobre la familia por su perspectiva reaccionaria, le parecía imposible publicarlo. Finalmente, Sollers publicó cinco poemas de Bruno, pero no el texto de Juan Pablo II.
Bruno intenta recordar cuánto tiempo pasó en Dijon junto a su mujer, y se larga a llorar, pensando en su hijo y el poco amor que le demostró durante toda la vida. También recuerda que fue él quien empujó a su mujer a volver a París, donde se separaron al poco tiempo. Bruno reconoce que con su mujer fue siempre un hijo de puta y que quiere a su hijo más que a nada en el mundo, aunque nunca ha podido aceptar su existencia.
Michel acompaña a su hermano hasta el ascensor, luego regresa a su mesa de trabajo y escribe “La Ley de la sangre” (p. 188) antes de irse a dormir.
Capítulo 14
Bruno recibe a Christiane para pasar con ella el fin de semana. Después de almorzar, hacer el amor y dormir una larga siesta, Bruno comienza a relatarle parte de su vida, como cuando empieza a frecuentar prostitutas en Dijon.
Bruno se detiene en una anécdota en particular: un día en el que visita un prostíbulo y en la sala de espera se encuentra con un hombre mayor que le parece vagamente conocido. De pronto, mientras está con la prostituta, se da cuenta de que ese hombre -que en ese momento está teniendo sexo en la cabina de al lado- es su padre. Al salir de allí, le cuenta la historia al psiquiatra y, al regresar a su casa, también llama a su padre, para ver cómo se encuentra. Así se entera que había vendido todas las acciones de sus clínicas y que no le está yendo mal.
Luego recuerda otro episodio, sucedido durante una suplencia de un año que realizó en Meaux, en el liceo al que él había ido durante su adolescencia. En esa época, Bruno estaba siempre excitado por sus alumnas, y cada clase se enloquecía de deseo al mirarlas. La chica más linda de la clase salía con un estudiante del mismo curso, un negro llamado Ben, al que Bruno odiaba particularmente.
Un día, después de la lectura de unos versos de Baudelaire, el estudiante negro hace un comentario fuera de lugar, y Bruno le pide que se retire. Antes de salir, Ben enfrenta por un momento a su profesor, y Bruno se prepara para una agresión física, pero al final el enfrentamiento no escala y el estudiante sale del curso. Después del episodio, Bruno escribe un manifiesto racista en contra de los negros y se lo lleva a Sollers, quien lo elogia, pero le dice que es absolutamente impublicable. Bruno comprende que nunca será escritor, pero aquello no le importa en lo más mínimo. Esa misma tarde comienza a obsesionarse con otra estudiante, una magrebí llamada Adjila. En las semanas siguientes, suele quedarse después de clases para hacerle devoluciones personales de la tarea a la muchacha.
Un día en que ambos están solos en el aula, Bruno se sienta junto a ella, y mientras le explica una tarea le coloca una mano en su muslo desnudo. Adjila deja pasar unos segundos antes de quitarle la mano, pero no hace el menor gesto de retirarse. Entonces, Bruno se baja el cierre del pantalón y le muestra el pene. Adjila lo mira por unos momentos y luego estalla en carcajadas. Bruno también ríe y comienza a masturbarse, mientras la estudiante toma sus cosas y abandona la sala, cerrando la puerta detrás de sí. Bruno eyacula y luego se siente atontado, sin comprender lo que acaba de hacer.
Al salir del liceo llama a su psiquiatra, Azoulay, y se dirige directamente a su despacho. Azoulay consigue internarlo en una clínica psiquiátrica, en la que Bruno pasa los siguientes seis meses con un diagnóstico de depresión. Las primeras semanas, Bruno espera que estalle un escándalo y se lo denuncie por pederasta, lo que pondría fin a su carrera, pero eso no sucede.
En 1991, el Ministerio de Educación lo coloca en la comisión de programas de francés; Bruno pierde horas de clases y las vacaciones escolares, pero mantiene el sueldo. Al poco tiempo se divorcia de Anne. Al cumplir los 35 años, comprende que la primera parte de su vida acaba de terminar.
Finalmente, Bruno apura su relato y cuenta a Christiane que en los años siguientes se hizo el implante de pelo y comenzó el gimnasio, con buenos resultados. Luego, la pareja se levanta y salen a cenar, aunque ya son las 2 de la mañana.
Capítulo 15: La hipótesis Macmillan
Mientras cenan en Les Halles, Christiane recuerda su estadía en la estancia de Di Meola durante 1976, un año después del viaje de Bruno. Quince días después de haber llegado, Di Meola toma un veneno muy suave que tarda muchas horas en terminar con su vida, y organiza una última reunión en la que dedica unos minutos de su tiempo a charlar con cada persona presente. Cuando le toca el turno a Christiane, Di Meola se limita a apoyar su cabeza en su regazo, pero no le dice ni una palabra. Esa noche muere; todos juntan leña, y arman una pira funeraria. Luego, varios hombres comienzan a tocar el tambor y otros a bailar. David, el hijo de Di Meola, está rodeado de un grupo de amigos que parecen propensos a la violencia, por lo que Christiane se aleja del lugar.
Sin embargo, durante la noche se desata una tormenta y, aunque no sabe bien por qué, regresa a la pira, donde David y los demás están bailando desnudos. Uno de los hombres la toma por los hombros y la arrastra hasta la pira, donde la obliga a contemplar el cuerpo del viejo, medio consumido por las llamas. Christiane comienza a gritar, logra escapar de su captor y al día siguiente abandona la estancia.
Bruno entonces le cuenta lo que leyó en Parsí Match sobre David y un grupo de Satanistas apresados en Los Ángeles y procesado por múltiples asesinatos. El artículo traduce parte de una entrevista a Daniel Macmillan, un fiscal que participó en los juicios a las sectas y que luego escribió un libro muy famoso al respecto: From Lust to Murder: a Generation. Bruno leyó el libro muchos años atrás y se sorprendió por lo bien documentado que estaba, y por la biografía de David que reconstruía.
Tras la muerte de su padre, David se dedica a comprar inmuebles viejos en París, reacondicionarlos y alquilarlos. Así, vive holgadamente, participa de fiestas e intenta infructuosamente convertirse en una estrella de rock. Sin embargo, termina cansándose de la vida en Francia y regresa a California, donde comienza a relacionarse con grupos satanistas. En verdad, David no cree en ninguna religión, pero está intrigado por el crimen y siente la necesidad de experiencias que puedan impactarlo y estremecerlo. Así, comienza a participar en orgías rituales y en fiestas abortivas, en las que los participantes se alimentan de un feto cocinado con masa de pan. Desde ese momento, sus experiencias comienzan a ser cada vez más violentas y criminales. En 1983, David realiza su primer crimen ritual: castra a un bebé portorriqueño, mientras su compañero, John Di Giorno le arranca los ojos y se los come.
La policía tiene muchísimos otros testimonios de los crímenes cometidos por David y su secta, y logran interceptar un video extremadamente violento que los pone sobre la pista de los asesinos. Sin embargo, David logra escapar antes de ser capturado, y se presume que se instala en Brasil. Macmillan, en su tesis sobre la generación asesina, postula que aquellos jóvenes actúan violentamente en pos de sensaciones nerviosas cada vez más intensas. Para él, la progresiva destrucción de los valores morales de los años 60 a los 80 era un proceso lógico e inexorable, y los asesinos seriales son, en muchos aspectos, los herederos o hijos de los hippies y de los libertarios.
Al finalizar el relato, Bruno pide una torta de frambuesas y dos vasos de kirsch. Christiane, impactada aún por el relato, manifiesta la necesidad de regresar a los placeres sencillos.
Capítulo 16: Para una estética de la buena voluntad
Christiane le propone a Bruno irse de vacaciones unos 15 días al sector naturista de Cap d’Agde, un complejo vacacional lleno de burgueses que buscan acostarse con todo el mundo. Ella conoce a un médico que les puede pedir la baja por enfermedad en sus trabajos.
El lunes por la mañana, la pareja se instala en la estación de Agde, un complejo con tres centros comerciales, minigolf, alquiler de bicicletas y playa naturista. Bruno comienza a escribir un artículo en elogio de las costumbres liberales del lugar, en las que los placeres del sexo ocupan un lugar importante y admitido.
Bruno y Christiane conocen en la playa a una pareja alemana, Rudi y Hannelore, toman algo con ellos y luego tienen sexo entre los 4, en un ambiente distendido y lleno de contención y amabilidad. Junto a la pareja, visitan discotecas en las que las orgías y el cruising son la regla. Durante las tardes, los cuatro suelen visitar la playa nudista, en la que observan a otras parejas y otros grupos teniendo sexo. Bruno escribe sobre todo ello en su artículo, maravillado por las reglas de cortesía y respeto que utilizan los hombres y las mujeres de Cap d’Agde en su búsqueda de gratificación sexual.
Después de una semana en el lugar, Bruno siente que respira con más facilidad y le dice a Christiane que es feliz y que le gustaría que vivieran juntos. Christiane, quien hace tiempo que siente un amor intenso por Bruno, acepta esta propuesta. Para la pareja, nuevamente después de tantos años todo parece posible.
Al día siguiente, Bruno envía una carta a su hermano, en la que le dice que es feliz y que desea que él también encuentre, de alguna manera, la felicidad.
Capítulo 17
Michel se encuentra en plena crisis de desaliento cuando recibe la carta. No deja de pensar en la conciencia individual y de buscarle, infructuosamente, una explicación biológica y evolutiva. La conciencia individual apareció, sin motivo evidente, en algún punto de la evolución en la mitad de las especies animales.
Una noche, Michel tiene un sueño agradable que lo predispone positivamente durante el día siguiente. Durante la mañana, mientras pasea por París, piensa que debe hablar con más gente para poder integrarse a la sociedad y comprender mejor su funcionamiento, lo que de seguro lo ayudará con sus problemas teóricos. Con esta idea, se presenta en la casa de su vecina, que es directora de la revista 20 Ans. Sin embargo, nadie contesta, y esto desampara a Michel, quien se pregunta entonces si no será depresivo y necesitará medicación.
Durante el mediodía, Michel sigue pensando en la determinación libre y racional de las acciones humanas y la confusión entre libertad e imprevisibilidad que constituye el pilar fundamental de la democracia. Luego, se pone a revisar su correo, donde encuentra una publicidad del Monoprix sobre la comida saludable que lo impulsa a calcular su gasto energético y el de su hermano. Mientras que él calcula que consume unas 1700 calorías por día, su hermano, con todas las actividades que está haciendo en Cap d’Agde debe consumir unas 2700.
Además, Michel encuentra una carta de la alcaldía de Crécy-en-Brie: debido a una ampliación de una estación de autobuses, es necesario reorganizar el cementerio municipal, y se requiere su presencia para el traslado de los restos de su abuela.
Capítulo 18: Reencuentros
Michel encuentra el pueblo de Crécy muy cambiado; por todas partes hay edificios y casas nuevas. Mientras se dirige al cementerio, experimenta cierta tristeza al recordar su infancia en aquel lugar. En el cementerio lo espera el sepulturero, con una bolsa negra para colocar los restos de su abuela. Cuando están frente a la fosa, Michel no puede contenerse y observa los restos del ataud y los huesos de su abuela. El espectáculo lo impresiona intensamente; el sepulturero se queja y dice que nadie resiste la curiosidad, pero que luego se arrepienten de haber mirado.
Una vez terminado el traslado, Michel se detiene en el Bar des Sports y pide un pastis. Annabelle, que justo se encuentra comprando tabaco en el lugar, lo reconoce, lo saluda y se sienta con él. Después de un saludo, le explica a Michel que justo se encuentra allí porque su padre falleció hace poco debido a un cáncer de intestino, pero que ella, al igual que él, vive en París. Annabelle también le cuenta que hace tres años se cruzó por casualidad con Bruno, quien le contó qué era de su vida. Cuando se despiden, ambos prometen volver a verse pronto.
El sábado siguiente, Annabelle lo invita a cenar a su departamento en París. Durante la cena, Michel habla poco y Annabelle le resume los últimos años de su vida: vive hace ocho años en París y trabaja en una biblioteca municipal, en la sección infantil. Antes había trabajado en la televisión, y aunque ganaba tres veces más, estaba harta del medio y decidió retirarse. Su vida no ha sido feliz. Pensaba mucho en el amor y solía decepcionarse cada vez que encaraba algo con un hombre. Al final, la sexualidad terminó asqueándola. Solo una vez se fue a vivir con un hombre. Se trataba de un actor que no conseguía abrirse camino en la industria televisiva, con el que vivió dos años, hasta quedar embarazada. A pedido de su pareja, se sometió a un aborto, y al regresar del hospital se separó del hombre y se instaló un tiempo en un hotel. A los 30 años, se sentía completamente harta de todo. Después de aquello, decidió abandonar la búsqueda del amor, y se dedicó a llevar una vida tranquila, sin felicidad pero sin frustraciones. Michel no se sorprende con el relato, pues piensa que es lo que le sucede a la mayoría de las mujeres.
Después de la cena, los dos se acuestan y Anabelle le practica sexo oral, algo que Michel siente agradable, pero que no llega a disfrutar. Sin embargo, le parece maravilloso poder abrazar a Annabelle y dormirse con su cuerpo junto al de ella.
En un momento de la noche, Michel se despierta confundido, se observa en el espejo y tiene la impresión de caerse en el vacío. Luego, observa la pared blanca y cómo se forman en ella las palabras “paz”, “guerra” y luego, nuevamente “paz”. Finalmente, Michel ve el cerebro de un hombre muerto y el espacio contenido en él. En el espacio, dos esferas se conectan por una línea muy fina; en la primera está el ser y la separación, y en la segunda el no ser y la desaparición individual. Michel se dirige hacia la segunda esfera.
A la mañana siguiente, cuando se levantan, Annabelle le prepara el desayuno y observa el cuerpo desnudo de Michel. El tiempo ha sido benévolo con ambos, y sus cuerpos presentan aún la apariencia adolescente. Sin embargo, el paso del tiempo se hace evidente en ambos, en la poca potencia sexual de Michel y en la degradación de las capacidades reproductivas de Annabelle.
Aunque sabe que es muy tarde, Annabelle le dice a Michel que quiere intentar una relación. Cada vez que mira hacia el pasado, se encuentra con el último año que compartieron en el liceo, y se pregunta cómo puede ser que las cosas hayan salido tan mal a partir de ese punto.
Capítulo 19
Annabelle y Michel continúan viéndose una o dos veces por semana. Si bien tienen sexo, lo que más disfruta Michel es poder dormir junto a ella.
Una noche, Michel sueña que es atacado por unos jóvenes a la salida de un parque de diversiones; siente que le sangran los ojos y que se quedará ciego, pero también sabe que a pesar de todo, Annabelle seguirá estando a su lado y lo cuidará.
El fin de semana de Todos los Santos, la pareja se instala en la casa de vacaciones del hermano de Annabelle, en Soulac. Ambos se dan cuenta de que no les quedan muchas ganas de intentar algo a fondo. Michel no logra sentir amor, pero sí una gran compasión por Annabelle.
De regreso en París, la pareja logra vivir momentos esporádicos de felicidad. Sin embargo, la mayor parte del tiempo están serios, conscientes de que están viviendo la última relación humana genuina que encontrarán.
Capítulo 20
Bruno y Christiane también están de regreso en París. Las dos semanas les enseñaron una nueva potencialidad en la vida, y la pareja se siente revivir. Bruno intuye que nunca volverá a ver a su hijo. Christiane, por su parte, regresa a Noyon y limpia la casa que su hijo ha dejado hecha un desastre.
Cada fin de semana, la pareja se encuentra en París y pasan el fin de semana juntos. Suelen frecuentar discos para parejas, en las que participan en orgías multitudinarias, en un ambiente cordial y controlado, donde nadie se propasa ni actúa contra la voluntad de nadie. Bruno comienza a preocuparse nuevamente por el tamaño de su pene, aunque Christiane le dice en más de una ocasión que no debe preocuparse al respecto, y también comienza a leer un libro sobre el control de la eyaculación, ya que durante las fiestas en las discotecas siente que debería durar más antes de eyacular.
A mediados de diciembre, Bruno observa que Christiane ha adelgazado y que tiene manchas rojas en la cara. Christiane le dice que se deben a la enfermedad de su espalda, que no mejora; la delgadez y las manchas son, según dice, efectos secundarios de la medicación que tuvo que aumentar. Luego, cambia de tema y no habla más al respecto. Bruno se queda con una sensación de malestar, pues sabe que Christiane es capaz de mentirle con tal de no preocuparlo.
Capítulo 21
Bruno sigue preocupado por el tamaño de su pene y la duración de su actividad sexual antes de eyacular. Además, comienza a comprender que, a medida que pasa el tiempo, el placer que obtiene en aquellas reuniones sexuales de grupos es cada vez menor. Sin embargo, todavía sigue disfrutando de momentos de extraordinaria ternura con Christiane.
Una noche de febrero, mientras están en una disco para parajeas llamada Chris y Manu, Christiane sufre un ataque físico mientras está siendo penetrada por un hombre y practicándole sexo oral a Bruno; la mujer se cae de lado, con el cuerpo paralizado y un rictus de dolor en su rostro. La ambulancia tarda unos 10 minutos en llegar, y Christiane pasa luego muchas horas en el hospital, mientras Bruno la espera en un pasillo. Finalmente, un médico de guardia anuncia que la mujer está fuera de peligro.
Sin embargo, la enfermedad que padece Christiane, una necrosis de la médula de un grupo de vértebras, la ha dejado paralítica definitivamente. Diez días después, cuando sale del hospital, Christiane habla con Bruno y le dice que no tiene por qué hacerse cargo de ella si no lo desea, ya que no es su responsabilidad. De ahí en adelante, Christiane recibirá una pensión por invalidez y tendrá derecho a disponer de servicio doméstico gratuito.
Bruno se queda pensando en qué hacer, pero pasa demasiado tiempo abstraído, sin ponerse en contacto con Christiane y, tal como lo expresa, duda unos días de más antes de llamarla. Christiane, abatida por su invalidez y por el abandono de Bruno, se suicida arrojándose por las escaleras. Bruno, que era la persona a la que había que avisar en caso de accidente, participa del funeral, en Noyon y comprende que Christiane ha muerto por su culpa, porque él es un hijo de puta que no ha sido capaz siquiera de llamarla desde el accidente.
Al regresar a París, Bruno pasa por la casa de Anne a la hora en la que su hijo, Víctor, regresa del instituto; desde un recodo, contempla la llegada de su hijo, que va hablando solo y ni siquiera se percata de su presencia. Bruno considera la posibilidad de hablar con él, pero no tiene nada que decirle, por lo que finalmente se da media vuelta y se retira.
De allí, Bruno toma la autopista y se dirige directamente a la clínica psiquiátrica del Ministerio de Educación, donde cree que pasará el resto de su vida.
Capítulo 22: Saorge término
Michel llega a Saorge, un pueblo cercano a Niza, en tren. En un bar se encuentra con Bruno y hablan sobre la inminente muerte de su madre, que los ha reunido allí. En los últimos tiempos, Janine se ha instlado con un grupo de hippies que ahora se hacen llamar neorrurales en una casa abandonada de Saorge, donde viven del paro y de una falsa subvención para la agricultura de montaña. Ahora que su madre agoniza, uno de los hippies se ha puesto en contacto con ellos para que puedan verla una última vez y se encarguen de los servicios fúnebres.
Un hippie con rastas viene a buscarlos y los lleva hasta la casa. En el camino, Bruno lo provoca, pero el hombre no le contesta. Cuando llegan a la casa, se quedan en un cuarto con su madre agonizante. Janine respira dificultosamente y no es capaz de hablar, aunque está consciente y observa a sus hijos. Michel se queda en silencio, mientras que Bruno se burla de su madre y le dice, con odio, que la cremará -aún si ella quería ser enterrada- y que se llevará sus cenizas para poder orinarlas cuando desee.
Michel abandona la habitación y se abstrae mirando el paisaje durante un lapso de tiempo que no puede precisar. En un momento, un grito lo saca de su estupor y se dirige a toda prisa al cuarto de su madre. Allí, Bruno canta de forma irreverente a grito pelado, y Michel comprueba, repentinamente, que su madre ha muerto.
El médico realiza los trámites del fallecimiento rápidamente, y el servicio fúnebre sugiere que la entierren en Saorge, que es lo más fácil y económico. En principio, Bruno se niega, y aduce que la última voluntad de su madre era ser cremada, pero cuando el empleado fúnebre le dice que en el pueblo no hay incinerador y que entonces deberían realizar todos los trámites pertinentes para enviar el cadáver a Niza y cremarla allí, Bruno abandona su idea y acepta el entierro en el pueblo.
Después del entierro, que se realiza de forma expeditiva, Bruno y Michel viajan juntos hasta Niza. Al separarse en la estación, Bruno dice que se irá a un bar de prostitutas, aunque debido a la medicación no consigue una erección. Michel, por su parte, aborda un tren de regreso a París.
Análisis
En esta sección puede regresarse sobre la idea de novela científica, a la vez que se discuten -dentro de la ficción- algunas características de la novela distópica que aplican luego, en la tercera parte, a la propia novela.
El capítulo 10 está dedicado a una conversación que Bruno y Michel tienen sobre dos hermanos famosos, Julian y Aldous Huxley. Desde el título del capítulo ya se evidencia la intertextualidad -la conexión entre diversos textos de la cultura- con la obra de los dos hermanos Huxley y resaltan los paralelismos entre ellos y los personajes de Houellebecq: Aldous Huxley fue un reconocido pensador y escritor del siglo XX, mientras que su hermano, Julian, fue un importante biólogo y el primer director de la Unesco. Bruno, por su parte, es un profesor de literatura y escritor, mientras que Michel es un científico abocado al estudio de la biología molecular.
Cuando Bruno visita a su hermano después de las vacaciones, compara el mundo en el que vive con la ficción distópica que Aldous Huxley propone en Un mundo feliz, libro publicado en 1932. Esta novela aborda un futuro distópico en el que el hombre ya no conoce las frustraciones de los deseos insatisfechos: la reproducción ya no se realiza por medios de prácticas sexuales, sino en los laboratorios, y a la sociedad se la alienta a vivir una sexualidad libre. Desde el punto de vista de Bruno, la sociedad occidental tiende hacia el modelo que Huxley presentó en su novela:
Un control cada vez más exacto de la procreación, que cualquier día acabará estando completamente disociada del sexo, mientras que la reproducción de la especie human tendrá lugar en un laboratorio, en condiciones de seguridad y fiabilidad genética totales. Por lo tanto, desaparecerán las relaciones familiares, las nociones de paternidad y de filiación. Gracias a los avances farmacéuticos, se eliminarán las diferencias entre las distintas edades de la vida (…) cuando ya no es posible luchar contra el envejecimiento, uno desaparece gracias a una eutanasia libremente consentida. (p. 157)
Este es el mundo ideal para Bruno, quien no lee en la distopía totalitaria de Huxley la degradación de la especie humana sino una evolución deseada hacia una sociedad feliz, de la que han desaparecido los sentimientos violentos y las tragedias:
Hay total libertad sexual, no hay ningún obstáculo para la alegría y el placer. Quedan algunos breves momentos de depresión, de tristeza y de duda; pero se pueden tratar fácilmente con ayuda de fármacos; la química de los antidepresivos y de los ansiolíticos ha hecho considerables progresos (…) Es exactamente el mundo al que aspiramos actualmente, el mundo en el cual desearíamos vivir. (p. 158)
Bruno indica que Huxley fue el primer escritor en comprender que el papel principal en la evolución de la sociedad iba a estar en manos de la biología. Michel concuerda con su hermano, y le habla entonces de Julian Huxley y sus propuestas en Lo que me atrevo a pensar, que Aldous utilizó como base para su novela distópica. En esta obra “están esbozadas todas las ideas sobre el control genético y el perfeccionamiento de las especies, incluida la humana, que su hermano desarrolla en la novela. Todo está presentado sin ambigüedad, como una meta deseable hacia la que deberíamos tender” (p. 159).
Como puede observarse, Michel es un gran conocedor de la obra de los hermanos Huxley y en verdad encuentra en ellas el germen para sus propias ideas científicas. En la tercera parte de la novela, Michel no hará más que poner en práctica las teorías esbozadas por Julian Huxley y desarrollará la clonación humana en el laboratorio, algo que décadas después se convertirá en la práctica dominante en todo el mundo y conllevará la desaparición del ser humano tal cual se lo conoce a finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Como estrategia narrativa, es interesante observar que Houellebecq construye dos personajes hermanos y los hace discutir sus ideas sobre las obras de los hermanos Huxley, para luego proponer en su novela un mundo distópico similar al que Aldous propone en Un mundo feliz. Así, la intertextualidad no se da solo en el plano interno de la narración (en los diálogos que los personajes sostienen sobre la obra de Huxley) sino que es parte estructurante de la novela, que se presenta finalmente como una distopía que remeda aquella de Un mundo feliz.
Otro elemento interesante a destacar en este capítulo y que se relaciona con la novela científica es la discusión que los hermanos tienen sobre su propia sociedad y las predicciones que Huxley plantea para la sociedad humana en su distopía. Como se ha explicado, Bruno encuentra que la sociedad contemporánea en la que vive tiende hacia la realización de la distopía de Un mundo feliz. Sin embargo, Michel hace una lectura más sagaz que pone de manifiesto el error de su hermano, motivado principalmente por su deseo de vivir en una sociedad en la que la satisfacción sexual sea algo inmediato.
Michel indica algo que Huxley no contempló en su novela, que es el problema de la individuación. Mientras que las utopías en general han pronosticado la extinción del deseo y del sufrimiento que este provoca mediante su inmediata satisfacción, Michel indica que la sociedad de consumo en la que viven no busca, en absoluto, aquel horizonte, sino más bien todo lo contrario: la sociedad capitalista occidental se basa en generar el deseo y explotarlo, “en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres” (p. 162). El desarrollo de las primeras décadas del siglo XXI ponen en evidencia, con contundente claridad, que la lectura de Michel supo interpretar la tendencia social mejor que la de Bruno: lejos de aproximarnos a la eliminación del deseo, la sociedad actual se fundamenta en su explotación.
En las semanas que le siguen a esta charla, Bruno frecuenta a su hermano y le cuenta la insatisfacción en la que ha vivido. Además de hablar del matrimonio, los hermanos discuten sobre el concepto de familia y sobre la religión. Como recuerda Michel, Bruno había escrito un texto contradictorio e impublicable sobre la familia, en el que sostenía, al mismo tiempo, la imposibilidad de sostener un matrimonio y de ser fiel, y la necesidad de constituir una familia para superar las frustraciones de la vida. Esta doble lectura de la familia pone de manifiesto, otra vez, la defensa del propio Houellebecq de los roles familiares tradicionales en el paradigma patriarcal. La familia, “chispas de amor en el fondo de la náusea” (p. 183), es una estructura en plena crisis, y es en parte esa crisis la que deja al hombre desamparado. Sin embargo, Bruno indica que “El matrimonio y la fidelidad nos roban actualmente cualquier posibilidad de existencia” (p. 183), lo que evidencia el sufrimiento que le produce su propia contradicción. Él ha tratado de formar una familia, pero la obsesión por el sexo y el deseo de gratificaciones inmediatas le impidieron llevar el matrimonio a buen puerto. En verdad, Bruno no cree en el amor paternal, y considera que los hombres sienten afecto por sus hijos solo como un mecanismo para mantener a sus mujeres cerca y así poder satisfacer sus deseos sexuales con facilidad. Michel, para quien el amor es un sentimiento ajeno, secunda estas ideas.
En verdad, tanto en Las partículas elementales como en otras novelas de Houellebecq, aunque sus personajes son libertinos y fracasados que no logran desarrollar relaciones románticas efectivas, la idea de amor romántico prevalece. Esto es lo que se puede leer como subtexto en las confesiones de Bruno, un deseo subyacente de las estructuras familiares que el amor romántico hace posible. Lo mismo sucede con el matrimonio: es el matrimonio por amor lo que Bruno desea y aquello por lo que siente nostalgia y que preferiría. Así, la doble moral de este personaje típicamente houellebecquiano se hace evidente en estos capítulos: Bruno añora el matrimonio por amor y la familia, al mismo tiempo que solo desea gozar de la liberación sexual que achaca como el principal problema de la sociedad occidental.
Un contrapunto a las ideas sobre el amor que despliega Bruno en estos capítulos es la figura de Annabelle, que vuelve a entrar en juego en la novela cuando Michel se la encuentra en Crécy-en-Brie. Para Annabelle, tanto el amor como la construcción de una familia tienen una importancia superlativa y trascendental:
No he tenido una vida feliz –dijo Annabelle–. Creo que le concedía demasiada importancia al amor. Me entregaba con demasiada facilidad, los hombres me dejaban tirada en cuanto conseguían lo que querían, y yo la pasaba mal. Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados; me hicieron falta años para comprender un hecho tan obvio y tan simple. (p. 235)
En este pasaje, puede observarse la estrecha relación que existe, para Houellebecq, entre el amor y el sufrimiento. La forma de sentir de Annabelle le hace advertir al lector un hecho fundamental: el sufrimiento no es provocado por la ausencia de amor, sino justamente por su existencia y la imposibilidad de representarlo y concretarlo.
A través del personaje de Annabelle se pone de manifiesto, además, la superioridad que tanto Houellebecq como Michel Djerzinski otorgan al género femenino: “no cabía duda de que las mujeres eran mejores que los hombres” (p. 165). Tal como lo plantea Michel, la humanidad se beneficiaría infinitamente de un matriarcado: desde todo punto de vista, un mundo compuesto solo de mujeres sería infinitamente superior; evolucionaría más despacio pero con regularidad, sin retrocesos ni nefastas reincriminaciones, hacía un estado de felicidad común” (p. 166). Más adelante, hacia el final de la novela, el narrador también anuncia, como haciendo efectivo este deseo de Michel, “El futuro será femenino” (p. 315). Con esta frase y con el ideal de crear una especie que no cuente con diferenciaciones sexuales, Houellebecq propone el final definitivo del hombre en un doble juego: tanto para el género como para la especie humana en general.
En relación con el amor, Annabelle puede considerarse como la heroína trágica de la novela; en ella se encarnan todos los valores que deben rescatarse y que se contraponen a los del capitalismo: Annabelle se opone a la idea de éxito, de rendimiento y de productividad; en ella se mantiene el erotismo como una fuerza motriz e incorrupta hasta el final de su vida. En la sociedad occidental regida por el capitalismo, mantener dichos valores implica una derrota: Annabelle se ha dado de lleno contra los muros del sistema, y es en ese sentido que no ha sido feliz: el sistema no le ha permitido la realización de sus ideales, pero así y todo no ha renunciado a ellos. En última instancia, Annabelle se enfrenta a la imposibilidad de comunicar el amor y de construirlo junto a alguien más, y ello deriva en su muerte. No es casual que el cáncer comience en ella por el útero, ni que a lo largo de su vida haya tenido que abortar tres veces.
Mientras que Annabelle y Michel intentan, a sus 40 años, encarar una nueva relación, Bruno y Christiane experimentan las relaciones sexuales con otras parejas y en grandes grupos. La relación de Bruno y Christiane está atravesada por los recuerdos del pasado de Bruno y por las reflexiones en torno al progreso de la sociedad hacia fines del siglo XX.
Bruno recuerda el caso de David di Meola y los asesinatos cometidos por las sectas satanistas, que mezclaban la violencia física y la tortura con la gratificación sexual. En estas conductas extremas, Bruno no ve más que la escalada esperable de los ideales libertarios. De las comunidades hippies a la liberación sexual generalizada de los años 70, las conductas cada vez más narcisistas y liberales son el germen para los asesinos seriales y las sectas de los años 80 y 90. Para Bruno, lo que David di Meola hace no es más que extender y poner en práctica los principios de la libertad individual que Francesco di Meola y su propia madre, Janine, habían puesto en práctica y difundido. La naturaleza cínica de Bruno no duda en ver en estos asesinos el desenlace lógico de la experiencia hippie y, a través de ello, Houellebecq realiza una crítica despiadada a los movimientos libertarios y a la integración de sus ideales a la lógica capitalista.