Las partículas elementales

Las partículas elementales Temas

Las ciencias naturales

Ya desde el título de la novela, las ciencias naturales y el discurso científico se presentan como uno de sus temas principales. Michel Djerzinski es un físico que dirige un grupo de investigación en un instituto de biología molecular. Su visión sobre el mundo está profundamente influida por el método y los discursos científicos, y piensa incluso las relaciones humanas desde una perspectiva científica.

La investigación científica, al final del segundo milenio, está en pleno auge y sus posibilidades parecen infinitas. Desde la perspectiva de Michel Djerzinski, el método científico y el materialismo filosófico que conlleva podrían ser capaces, en el futuro, de ocupar el espacio que las religiones han tenido hasta su época como cohesionadoras de la sociedad. Michel Djerzinski propone que la próxima mutación en la visión del mundo que tiene la sociedad occidental no deberá producirse en el plano de las ideas y las sensibilidades subjetivas, sino en el de la biología y la genética: para evolucionar efectivamente como sociedad, el ser humano debe dejar atrás las limitaciones de la especie y evolucionar hacia una especie genéticamente superior. Esta es la búsqueda a la que se entrega Michel en sus últimos años y que hace posible la clonación de humanos con idéntico material genético.

Además, el estilo de la novela está atravesado por extensos fragmentos de carácter expositivo en los que el narrador explica procesos naturales o teorías científicas recurriendo al vocabulario técnico de la disciplina abordada. Cuando se menciona el trabajo de Michel, el narrador y los personajes recurren a este vocabulario, en el que abundan términos del ámbito de la biología como gametos haploides, corpúsculos de Krause, espacios de Hilbert y quantums de energía, por citar algunos ejemplos representativos.

La religión

La religión es un tema que atraviesa toda la obra de Michel Houellebecq y, por lo tanto, está presente en Las partículas elementales. Michel Djerzinski está particularmente interesado en la religión en su función de estructuradora de la sociedad, y a lo largo de la novela se pregunta si podría sobrevivir una sociedad sin religión. Él es consciente de que la ciencia y el progreso del materialismo que esta conlleva han minado las bases de todas las religiones tradicionales, pero a su vez comprende que todas las sociedades necesitan una religión para vivir. La reflexión final de Michel postula, entonces, la posibilidad de que la ciencia y el materialismo que promueve se conviertan en la religión del futuro, con sus dogmas, sus sacerdotes-científicos y sus cultos.

Las preguntas y las hipótesis de Michel Djerzinski repiten un interrogante común hacia finales del siglo XX, cuando las crisis de las religiones tradicionales se hacen evidentes y el futuro de la religiosidad en sí misma es cuestionado. Michel Houellebecq no es ajeno a estos interrogantes; como él mismo ha dicho, Houellebecq se considera ateo. Sin embargo, de las grandes religiones tradicionales, por la que más afecto manifiesta es por el catolicismo, principalmente por el papel central que tienen la piedad y la compasión en esta religión. Por eso ha defendido abiertamente las posiciones éticas tomadas por el Papa Juan Pablo II en los años 90, que recupera en Las partículas elementales a través del personaje de Bruno, quien escribe un artículo sobre Juan Pablo II en el que postula que el Papa fue el primero en comprender el cambio que se operaba en la sociedad moderna y las necesidades de las nuevas generaciones; de allí su apoyo al uso de anticonceptivos y a una ley por el aborto legal, por ejemplo.

El deseo sexual

El deseo sexual es, a los ojos del narrador y de Bruno, la principal motivación de toda una generación de hombres y mujeres. En las charlas que Bruno y Michel sostienen, ambos manifiestan que el deseo sexual -y la búsqueda de su inmediata satisfacción- es uno de los males de la sociedad occidental, responsable de las grandes frustraciones que sufre la humanidad. A su vez, el deseo sexual (que tiene su base en la necesidad de reproducción inherente a la especie) es la principal causa de la individuación y el egoísmo.

El deseo sexual no satisfecho conduce en el hombre, irremediablemente, a la frustración. Esto es algo que sucede constantemente a Bruno; como lo indica el narrador, "La frustración sexual crea en el hombre una angustia que se manifiesta en una crispación violenta, localizada a nivel del estómago; el esperma parece subir hacia el bajo vientre y lanzar tentáculos hacia el pecho. El órgano mismo está dolorido, siempre caliente, y rezuma un poco" (pp. 131-132). Toda la vida de Bruno se ha convertido en una lucha contra la frustración y el dolor físico que le produce la insatisfacción de sus deseos sexuales.

A partir de la lectura de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Bruno piensa que si pudiera separarse la reproducción del acto sexual, entonces el deseo sexual podría redimensionarse y reinterpretarse dentro de la sociedad occidental, y ello ayudaría a superar la frustración que produce no satisfacerlo. Michel, por el contrario, piensa que el deseo sexual es la base fundante del narcisismo, y que una especie de humanos avanzada no debería estar sexuada. Con esta idea en mente es que Michel se aboca al desarrollo de sus tesis científicas, que luego hacen posible la clonación de humanos.

La familia

Los personajes de Houellebecq, aunque libertinos, suelen manifestar una nostalgia por el amor romántico y el matrimonio por amor como bases de la estructura familiar en las sociedades occidentales. Tanto Bruno como Michel, abandonados por su madre, sufren en carne propia la destrucción de la estructura familiar tradicional como consecuencia del auge de la individuación y de las libertades sexuales que se popularizan en la década de 1970. La unidad familiar perdida y la falta de cariño por parte de los padres producen en Bruno y en Michel una frustración a nivel relacional que es, tanto para el narrador como para los personajes, un síntoma de toda una generación.

En contra de la figura de la madre abandonadora, Houellebecq elogia el rol de las abuelas en la crianza de los niños de su generación; esta idealización de la figura tradicional de la abuela conlleva la idealización de las estructuras familiares tradicionales, en las que las mujeres se encargan de las tareas del hogar y de la crianza de los hijos. La veta moralista de Houellebecq rechaza los ideales individualistas que se extienden en Francia a partir de Mayo del 68 -y que marcan a esas madres que deciden anteponer sus necesidades vitales a la felicidad de sus hijos- y evidencia una añoranza de las estructuras familiares tradicionales con roles de género claramente diferenciados.

El concepto de familia es problematizado también en las conversaciones que Bruno y Michel sostienen en sus vidas adultas. Durante su matrimonio, Bruno había escrito un texto contradictorio sobre la familia, en el que sostenía, al mismo tiempo, la imposibilidad de sostener un matrimonio y de ser fiel, y la necesidad de constituir una familia para superar las frustraciones de la vida. Esta doble lectura de familia evidencia la defensa del propio Houellebecq de los roles familiares tradicionales en el paradigma patriarcal. La familia, “chispas de amor en el fondo de la náusea” (p. 183), es una estructura en plena crisis, y es en parte esa crisis la que deja al hombre desamparado. Sin embargo, y al mismo tiempo, Bruno indica en su artículo que “El matrimonio y la fidelidad nos roban actualmente cualquier posibilidad de existencia” (p. 183), lo que evidencia el sufrimiento que le produce su propia contradicción. Él ha tratado de formar una familia, pero la obsesión por el sexo y el deseo de gratificaciones inmediatas le impidieron llevar el matrimonio a buen puerto.

La infancia

Las infancias de los personajes principales, Bruno y Michel, son revisitadas por medio de la retrospectiva, y en ellas el narrador pretende encontrar elementos que expliquen sus personalidades y sus comportamientos adultos.

Tanto la infancia de Michel como la de Bruno están compuestas de elementos autobiográficos de Houellebecq: el escritor, al igual que Michel, fue abandonado por sus padres y dejado al cuidado de su abuela paterna; el abandono en la primera infancia marcó la sensibilidad del escritor, y a él se debe, en parte, la crítica que realiza a la generación del Mayo Francés y sus ideales libertarios. A su vez, durante su escolarización Houellebecq sufrió los abusos de sus compañeros en el instituto de Meaux, algo que utiliza para construir la infancia de Bruno.

La infancia es el territorio en el que se forja el carácter de las personas; las lecturas que realiza Michel de publicaciones enciclopédicas sobre el planeta Tierra lo marcan y son un pilar fundamental para su futuro como científico. Por otra parte, la literatura que consume determina gradualmente su moral y su forma de interpretar la realidad social de la que forma parte. El poco amor que recibe de su entorno, además, define sus formas de relacionarse afectivamente con otras personas, algo que no podrá revertir durante el resto de su vida.

A su vez, los abusos que sufre Bruno en el instituto lo convierten en el animal omega, el vínculo más débil en la cadena de jerarquías que los niños establecen al igual que muchos otros animales. La inseguridad que se genera en Bruno durante esos años lo acompañará durante toda su vida y será, a ojos del narrador, la principal culpable de sus obsesiones y fracasos sexuales. Así, la infancia de los personajes es un tema que no se desarrolla solo en retrospectiva, cuando el narrador presenta algunos episodios particulares, sino que es revisitada en las reflexiones de Bruno y Michel como una dimensión importante de la vida que no deja de influir sobre sus presentes.

El envejecimiento

El envejecimiento es una preocupación constante de muchos personajes, y especialmente de Bruno y de Christiane. El hermano de Michel está obsesionado con su sexualidad y no ve en el paso del tiempo más que la decadencia de su cuerpo y la reducción de su vida sexual. Envejecer, desde su perspectiva, no entraña ningún aspecto positivo: las esperanzas y los ideales de la juventud mueren lentamente, la degradación del cuerpo intercambia placer por dolor y las limitaciones físicas se vuelven insoportables. El envejecimiento también hace evidente la frustración y la tristeza inherentes a la vida.

El envejecimiento, según Bruno y el narrador, plantea un problema particular a las mujeres que tenían 20 años en torno al Mayo del 68 y que, al llegar a sus 40, el envejecimiento las colocó en una situación complicada:

Formaban parte de una generación que había proclamado la superioridad de la juventud sobre la edad madura -la primera generación que lo había hecho hasta ese extremo-, y no era de extrañar que la generación que viniera detrás las despreciara. El culto al cuerpo que habían contribuido tanto a establecer las llevaba, a medida que se marchitaban, a experimentar una repugnancia cada vez más viva hacia sí mismas. (p. 107)

Este fracaso de la juventud es lo que se muestra en El Espacio de lo Posible, el complejo vacacional en el que Bruno conoce a Christiane, y donde "chocheaban los cuarentones mirándose la polla hecha polvo y los michelines" (p. 108). Christiane tiene una forma particular de observar la vejez en los hombres y en las mujeres. Para ella, las mujeres sufren el envejecimiento mucho más que los hombres. Así lo manifiesta:

Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren por ello. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas. Son víctimas de esta ilusión hasta el final. (p. 141)

Así, el envejecimiento, con sus cambios graduales pero irreversibles, reemplaza, en la generación de Bruno (y de Houellebecq), al sentimiento trágico de la muerte.

La muerte

La muerte es una preocupación y una amenaza constante que atraviesa a todos los personajes de Las partículas elementales. Tal como la plantea el narrador cuando Francesco di Meola, la pareja sexual de Janine y uno de los iniciadores del movimiento hippie, está por morir:

Para el occidental contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la muerte constituye una especie de ruido de fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse a un zumbido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras épocas, el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del Señor; hoy lo constituye la espera de la muerte. (p. 83)

Este ruido de fondo está en la vida de todos los personajes, y algunos sucumben a él, mientras que otros intentan vivir hasta el final. Tanto Annabelle como Christine se suicidan cuando sienten que en sus vidas ya no las aguarda ningún placer. Cuando Christine queda paralítica, Bruno deja de comunicarse con ella, y ella comprende que todo se ha acabado. Annabelle, por su parte, decide suicidarse antes que comenzar el tratamiento de radioterapia para el cáncer, que sabe que la destruirá físicamente y que afectará a toda su familia.

Bruno, por otra parte, observa la muerte desde otra perspectiva. De niño, no parece comprenderla completamente, no manifiesta pesar en el funeral de su abuela y sigue hablando con ella como si estuviera viva durante muchos años, hasta recibirse de profesor. Bruno intenta no pensar en la muerte e intenta vivir: "estaría en la vida hasta el final, hasta el final lucharía con los incidentes y las desgracias de la vida concreta y el debilitamiento del cuerpo. Hasta el último momento pediría un poco más de plazo, un pequeño suplemento de existencia" (p. 121).

La sociedad de consumo occidental

Michel Houllebecq realiza una representación, a través de los avatares de las vidas de Bruno y Michel de la sociedad de consumo capitalista. El neoliberalismo económico y su lógica de mercado determina todos los aspectos de la vida individual y colectiva en las sociedades occidentales, ya sea en el orden de lo económico, de lo sexo-afectivo o de lo intelectual.

La población francesa, de la que Bruno es representativa, está sumida en una falsa apariencia de libertad, aunque en verdad está sometida a relaciones sociales controladas, privatizadas y explotadas por el capitalismo. El cambio en la cultura de consumo que denuncia Houellebecq parece comenzar después de 1945, pero se acelera estrepitosamente a partir de los movimientos sociales de Mayo del 68 y propende -según el narrador- a la destrucción de la sociedad occidental.

Las alusiones a los productos de la cultura que menciona el narrador son, también, una forma de reflejar esta cultura de consumo. Así, Bruno aparece consumiendo pornografía en internet, masturbándose sobre revistas pornográficas o alegrándose por la caída de los precios de las prostitutas en París, mientras que Michel se pasa semanas enteras tirado en la cama mirando televisión y alimentándose de bandejas de comida preparada, compradas en el Monoprix gourmet.

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