La pampa argentina
En el capítulo 2 de la Primera Parte, donde se cuenta el punto de origen de las dos familias, gran parte de las descripciones remiten al paisaje de la estancia de Julio Madariaga. Los largos kilómetros inhabitados y la convivencia pacífica entre humanos y animales son propios del tropo de la pampa:
[Madariaga] Galopaba por sus campos inmensos, que empezaban a verdear bajo las nuevas lluvias. Había sido de los primeros en convertir las tierras vírgenes en praderas, sustituyendo el pasto natural con la alfalfa. Donde antes vivía un novillo, colocaba ahora tres (p.63-64).
La inmensidad del terreno aparece como un motivo para la necesidad de poblar esas tierras. Julio Madariaga, amo y señor de la estancia argentina, se encarga de poblarla con animales, y también con hijos extramatrimoniales que le sirven como sirvientes.
A su vez, de acuerdo con la opinión de Madariaga, Argentina aparece como una suerte de paraíso en contraposición a Europa, que es el espacio de la guerra. La austeridad y las costumbres rurales son cuestiones que quedan así presentadas como características de una comunidad que, aunque mantenga diferencias, puede convivir en paz.
Los heridos en el campo de batalla
La tendencia naturalista de Blasco Ibáñez se muestra claramente en lo gráfico de las descripciones de las heridas de la infantería alemana en la batalla final en las inmediaciones del castillo de Villeblanche:
[Un soldado] tenía abierto el uniforme sobre el abdomen, mostrando entre los desgarrones de la tela carnes sueltas, azules y rojas, que surgían y se hinchaban con burbujeos de expansión. Otro había quedado sin piernas. [Marcelo] Vio también ojos agrandados por la sorpresa y el dolor, bocas redondas y negras que parecían agitar los labios con un aullido (p.397).
Los horrores que Marcelo Desnoyers presencia lo ponen en contacto directo con la muerte. En medio del fulgor del encuentro, Marcelo debe buscar agua bajo amenaza de un teniente alemán. De un momento a otro, el teniente recibe un disparo que hace que pierda la cabeza. Esta secuencia se le hace inverosímil a Marcelo; "le hizo recordar las fantásticas mutaciones del cinematógrafo" (p.402). La imagen cruda de la muerte en la batalla son imposibles de asimilar en el registro de la realidad.
El kimono rosa de Chichí
Cuando los Desnoyers se asientan en Francia empiezan a destinar su gran fortuna a la compra de bienes materiales. Mientras Marcelo opta por frecuentar subastas y adquirir muebles y adornos antiguos, su hija Chichí ama comprar prendas de ropa para estar a la última moda. Al hacerse con el castillo de Villeblanche, las nuevas posesiones de los Desnoyers van a parar ahí.
Durante el sitio del castillo, los soldados alemanes saquean y hacen uso de todos estos objetos de los Desnoyers. En particular, cuando ya se establece allí el hospital de guerra, a Marcelo le sorprende ver al Conde de Meinbourg vistiendo una prenda de Chichí, descrita aquí con imágenes visuales y táctiles:
Al entrar en el salón [Marcelo] tardó en reconocer a Su Excelencia. Vio a un hombre ante el piano, llevando por toda vestidura una bata japonesa, un kimono femenil de color rosa, con pájaros de oro, perteneciente a su Chichí. En otra ocasión hubiese lanzado una carcajada al contemplar a este guerrero enjuto, huesoso, de ojos crueles, sacando por las mangas sueltas unos brazos nervudos, en una de cuyas muñecas seguía brillando la pulsera de oro. Había tomado el baño y retardaba el momento de recobrar su uniforme, deleitándose con el sedoso contacto de la túnica femenina, igual a sus vestiduras orientales de Berlín.
El contraste entre la crueldad del personaje y la suavidad y sofisticación de sus nuevas vestiduras sorprende a Marcelo, quien ya está completamente despojado de estos bienes.
El castillo de Villeblanche
La transición entre el estilo de vida que lleva la familia Desnoyers en Argentina, tendiente a la austeridad, y la que adoptan en Francia encuentra su punto de quiebre en la adquisición del castillo de Villeblanche. Esta compra, tal como la mudanza, está motivada por la comparación que establece uno de su miembros con la familia Hartrott: en este caso, Marcelo Desnoyers se pregunta "¿Por qué no había de tener su castillo, como los otros?" (p.108). Bajo esta premisa, se hace con el castillo de Villeblache-sur-Marne, "edificado en tiempos de las guerras de religión, mezcla de palacio y fortaleza, con fachada italiana del Renacimiento, sombríos torreones de aguda caperuza y fosos acuáticos, en los que nadaban cisnes." (p.108) La elegancia y los lujos del castillo zanjan una distancia considerable con respecto a la estancia rudimentaria de Madariaga.
El castillo, antes de la guerra, funciona principalmente como almacén de los muebles que Marcelo colecciona. Cuando comienza el conflicto bélico, Marcelo decide instalarse allí para proteger sus pertenencias. Al llegar a Villeblanche, tras un viaje en tren militar desde París, lo cautiva una vez más la belleza de su propiedad:
Nunca le había parecido tan grande y majestuoso su parque como en este atardecer de verano; nunca tan blancos los cisnes que se deslizaban dobles por el reflejo sobre las aguas muertas; nunca tan señorial el edificio, cuya imagen repetía invertida el verde espejo de los fosos (p.273).
La suntuosidad de esta descripción del narrador contrasta con el estado en el que queda el castillo luego de la guerra: "De las habitaciones en ruinas, de las profundidades de las cuevas, de los matorrales del parque, de los establos y garajes incendiados, iban surgiendo hombres verdosos con la cabeza terminada en punta" (p.406).