En el momento de su publicación, Los cuatro jinetes del Apocalipsis no logra una circulación masiva en Europa. Esto se debe, en parte, porque es contemporánea a Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, lanzada en 1929. Esta última tiene gran éxito y logra ser traducida a veintiséis idiomas en el mismo año. Por lo tanto, para los lectores europeos de la época, Sin novedad en el frente se erige como la obra antibélica paradigmática, y Los cuatro jinetes del Apocalipsis queda relativamente en el olvido.
Sin embargo, la novela de Blasco Ibáñez se vuelve una sensación sin precedentes en Estados Unidos. Según Publishers Weekly, es el libro más leído en 1919. Dado su éxito, muchas productoras de cine se interesan en convertirla en una película, pero ninguna propuesta parece prometer una adaptación interesante. La guionista cristiana June Mathis asume el compromiso de llevar a cabo el proyecto, y ella elige a Rex Ingram para dirigirla y a un joven Rudolph Valentino para protagonizarla. Valentino no era un actor conocido, y sus rasgos latinos (heredados de padres franceses e italianos) no estaban de moda en Hollywood. A Mathis le interesa particularmente mostrar sus dotes como bailarín, así que incluye una escena especial en la que baila tango, que no estaba en el guion original.
La película de Ingram es considerada hoy la sexta película silente más famosa de la historia. La escena de tango que Mathis decide sumar revitaliza la llegada del género musical en todo el mundo. La figura de Valentino como Latin lover se arraiga en el ideario como el estereotipo de la argentinidad, lo que en su momento no es leído con benevolencia por los críticos de este país.
No obstante, Adolfo Bioy Casares, en Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, de Fernando Sorrentino (1997), analiza que las ropas de los gauchos en el interior de Argentina empiezan a transformarse a partir de interpretaciones como las de Valentino. Es decir, los gauchos auténticos comienzan a copiar la vestimenta de las representaciones de Hollywood, como si la identidad nacional fuera un espejo de lo que los extranjeros perciben de Argentina. Es interesante que Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una novela que tiene a la identidad nacional como cuestión central, promueva, en su versión cinematográfica, esta suerte de juego de metamorfosis a partir de lo que otros dicen que es lo nacional.
La segunda adaptación de esta obra, de 1962, es, en principio, notoriamente menos exitosa que su antecesora. Si bien Vincente Minnelli es ya un director de renombre para entonces, el equipo de producción no cede ante su insistencia de mantener el contexto histórico de la novela original (la Primera Guerra Mundial), y apoya el guion de Robert Ardrey. Esta decisión hace que la película solo guarde algunas similitudes con la novela. El estereotipo del argentino se vale de los mismos tropos que fundan la versión de 1921, aunque dada la trayectoria de Minnelli, los números musicales son coloridos y colectivos. No se reproduce aquí la escena de Julio bailando tango, pero sí ciertas hay secuencias genéricas de argentinos bailando con pañuelos y vestidos de acuerdo al estereotipo del gaucho hollywoodense.