La guerra
Como buena parte de la literatura universal del siglo XX, Los cuatro jinetes del Apocalipsis tiene como tema principal la guerra. Representa el máximo de los horrores que puede generar la humanidad, un conflicto que se cobra miles de vidas y cambia para siempre la realidad de las personas.
Desde el inicio hasta el final de la novela, la guerra es el tema principal de discusión de todos los personajes, y representa la materialización del conflicto que separa a las dos familias protagónicas, que pertenecen a dos de las naciones enfrentadas en la Primera Guerra Mundial: Francia y Alemania.
Si bien la intención del gobierno francés al encargarle un texto a Blasco Ibáñez era describir la guerra y sus consecuencias, esta ficción pone énfasis en el rol de Alemania como instigadora del desastre. En la voz de Julius Hartrott y en la de Tchernoff, Blasco Ibáñez captura las bases del pensamiento alemán pro-bélico: la defensa de la superioridad de la raza, la noción de la raíz germana de todas las civilizaciones, el culto religioso a los avatares del progreso y la concepción de la guerra “como el estado perfecto del hombre” (p.515). En boca de los alemanes recurre la frase “la guerra es la guerra”, fin y explicación en sí misma, incuestionable y necesaria.
Las secuencias más sangrientas de la novela tienen lugar en el capítulo 5 de la Segunda Parte, “La invasión”, donde, desde el punto de vista de Marcelo Desnoyers, asistimos a una matanza inescrupulosa. Blasco Ibáñez detalla con puntillismo naturalista amputaciones, derrumbamientos y explosiones. En estas descripciones, el autor explota sus propias vivencias y deja cristalizada la monstruosidad del conflicto y la de sus actores.
La nacionalidad
El rasgo más saliente y definitorio de cada uno de los personajes es su origen nacional. El enfrentamiento entre las dos familias protagónicas se establece en función de su identificación con dos países de bandos opuestos. Incluso se los nombra como sus naciones en algunos momentos de la novela: Julio “era Francia que venía a confraternizar con ellos” (p.27), los alemanes, y Marcelo afirma tener “a Alemania metida en casa” (p.246) durante la estadía de Elena. Este uso de la sinécdoque señala una identificación entre los modos de ser de los personajes y sus naciones.
La convivencia de personas de diferentes naciones es una situación que se repite a lo largo de la novela: en el buque, en la estancia y en el edificio de la rue de la Pompe, los intercambios entre ellos suelen abundar en sus posturas con respecto a la guerra.
Además, los tres personajes que comparten nombre (Julio Madariaga, Julio Hartrott y Julio Desnoyers) asumen nacionalidades diferentes a las de sus nacimientos. Julio Madariaga se siente argentino porque defiende que “donde uno se encuentre bien y no corra peligro de que lo maten por cosas que no entiende, allí está su verdadera tierra” (p.80). Julio Hartrott, por su parte, se proclama alemán y transforma su nombre a “Julius” en consecuencia. Julio Desnoyers, por último, termina por unirse al ejército y defender a Francia en el campo de batalla.
Estas tres transformaciones marcan las tres identidades nucleares de la novela: el germen común de los Hartrott y los Desnoyers, y sus respectivas adhesiones. Lógicamente, esta división importa también en términos continentales. Argentina, en el ideario de Julio Madariaga, es un territorio tranquilo, y su hija Luisa retomará esta visión en las páginas finales, cuando le pregunta a su esposo por qué se mudaron de allí. En este esquema, Europa es el escenario de la guerra y sus desastres, en el que se profundiza la hostilidad entre las familias, y América se erige como una suerte de paraíso perdido.
La familia
La familia como institución es un tópico que atraviesa la literatura del siglo XIX. Esta novela, escrita a principios del XX, la pone en un lugar central, en tanto traduce la oposición de la Primera Guerra Mundial a la de dos familias de un mismo origen.
En el discurso de los personajes reside una consideración permanente por los vínculos familiares. A las mujeres de la familia Madariaga les cuesta entender la decisión de Elena de escaparse, e incluso Julio llora su partida. Luisa y Elena siguen juntas aun cuando inicia la guerra, y Chichí y Julio se preocupan mucho el uno por el otro, así como Margarita Laurier sufre cuando su hermano es enviado al frente.
Ocupa un lugar especial dentro de este tema tanto la paternidad como la maternidad. En cuanto al primero, la relación entre Marcelo y Julio Desnoyers es uno de los hilos conductores de la trama. Marcelo tiene una pésima relación con su hijo al comienzo de la novela, pero esta situación se invierte completamente cuando Julio ingresa al ejército. A partir de ese momento, Marcelo siente un gran orgullo, y afirma que se le parece tanto a él como a su suegro. Al final de la novela, comparte con su suegro la resignación por la falta de hijos que podrían “haber prolongado la familia, perpetuando el apellido” (p.516).
La maternidad es un mojón importante en el análisis de los personajes femeninos de la novela. La esterilidad o el no dar luz a hijos varones es un reproche que se le hace hasta a Berta Erckmann y Misiá Petrona. A su vez, Julio Madariaga y su hija, Elena, comparten la necesidad de tener hijos para poblar el territorio, aunque en el caso de Elena esto se asocia con tener hijos varones que puedan luchar por Alemania. La preocupación y la lástima que exhiben Margarita y Chichí por sus parejas son descritas como maternales por el narrador, lo que resulta consecuente teniendo en cuenta que, hacia el final de la novela, ambas están embarazadas.
La religión
La familia Madariaga profesa el cristianismo, y Elena y Luisa siguen los pasos de su padre a este respecto. Son feligresas asiduas a la iglesia para rezar por sus soldados y sus hijos, aunque este no es el caso de Marcelo, que no entiende “cómo puede atender unas oraciones tan contrarias” (p.418).
A este respecto, como adelantábamos en el tema anterior, es menester el análisis de Tchernoff, que apunta una transformación del cristianismo alemán en pos de encontrar una justificación providencial de su supremacía: “El Dios alemán es un reflejo del Estado alemán, que considera la guerra como la primera función de un pueblo y la más noble de las ocupaciones” (p.181). A partir de la designación divina de Alemania como soberana, sus habitantes respaldan todos los medios posibles para que se erija como tal.
Resulta pertinente también señalar que el primer y el último encuentro que se narra de la pareja de Julio y Margarita sucede en los jardines de un templo religioso. Esto genera un efecto paradójico, dado que su religión sería ilegítima a los ojos de Dios, tratándose ella de una mujer casada. El “sacrificio” que contrae al cuidar a su marido representa, en este sentido, una expiación virginal para su personaje.
Asimismo, el grabado que da nombre a la novela representa un pasaje bíblico del libro de Juan. Cuando Tchernoff menciona a los cuatro jinetes, afirma que “Dios se ha dormido, olvidando al mundo” (p.197). Sin embargo, no todos los personajes abandonan su fe: tal como Luisa y Elena, en muchas oportunidades se menciona que hombres y mujeres se entregan al credo en momentos de desesperación.
La civilización
Otro de los tópicos centrales del siglo XIX es la civilización como representación del avance de la modernidad. En concreto, es prácticamente inescindible de su contraparte, la barbarie, como los dos polos entre los que oscila el comportamiento humano.
En la mayor parte de los usos de este concepto en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, los personajes que pertenecen al bando de los Aliados critican la pretendida civilización del pueblo alemán: Marcelo, contemplando los horrores del sitio de su castillo, se pregunta: "¿De qué había servido el llamado progreso? ¿Dónde estaba la civilización?..." (p.371).
Lo que las descripciones descarnadas de la guerra reflejan es que, en el caso de Alemania, la dicotomía se invierte: en defensa de la civilización terminan por imponer la barbarie absoluta. En este sentido, Argensola no duda en tildar de “bárbaro” a Julius después de su discurso.
Esa inversión, según el discurso de Tchernoff, se logra a partir de un proceso de secularización de la sociedad alemana, que deriva en un culto exagerado al gobierno: “ahora el dios de la matanza ha cambiado el nombre y se llama el Estado” (p.179). La defensa de la civilización en términos de un logro que solo se puede conseguir a través de la guerra está presente en el discurso de la mayoría de los personajes alemanes. Así, más allá de lo cruento del conflicto, se valen de la civilización como fin positivo que justifica cualquier medio.
El género
Ser mujer o ser hombre es un dilema que ronda principalmente los pensamientos de los personajes jóvenes de la novela: Margarita, Chichí, Julio Desnoyers y René. A grandes rasgos, el deseo o la resignación de pertenecer a un género o a otro cobra relevancia principalmente en el inicio de la guerra, dado que se configura del lado masculino la posibilidad de ser útil a la patria.
Chichí Desnoyers, desde su juventud, presenta características masculinas. El tiempo que pasa con su abuelo en la estancia le gana el apodo de “peoncito”, y sus hábitos rústicos y varoniles recurren cuando expresa su intención de aniquilar alemanes a sangre fría. Esta personalidad suya contrasta con la de su pareja, René, que no se involucra en la guerra hasta bien entrado el conflicto en Francia. Esta disparidad le genera vergüenza a Chichí, y sus presiones son el principal motivo por el que René se hace teniente.
Margarita, por su parte, también se avergüenza de que Julio no sea soldado, pero ante él muestra alivio por sus privilegios: “¡Qué dicha verte libre de la guerra!” (p.242). Sin embargo, más allá de su inicial superficialidad, asume con convicción su deber de enfermera. Julio acaba por unirse al ejército, también infundido en principio por una intención superficial, pero al tiempo se declara contento de sentirse útil.
Las mujeres, entonces, demuestran una avidez impropia de su género para sus contemporáneos, pero no por eso descuidan sus rasgos maternales y femeniles. El narrador señala que “el Gobierno despreciaba a las mujeres” (p.248), legitimando el reclamo de estos personajes con ansias de participar en el conflicto armado que no encuentran muchas maneras de hacerlo.
La codicia
Las dos familias protagónicas de Los cuatro jinetes del Apocalipsis atraviesan, puntualmente luego de la muerte de Julio Madariaga, una inserción en los círculos de las aristocracias europeas. Los Hartrott, y particularmente Karl, ansían lograr la reivindicación social en Alemania, consagrándose como parte de la burguesía adinerada.
Este pretendido ascenso toma por sorpresa a Marcelo Desnoyers, que por un largo período había sido el sostén económico de los Hartrott. Sobre todo, lo que lo impresiona es la celeridad con la que Karl cambia su modo de ser con respecto a él: “La riqueza borra las manchas del pasado con más rapidez que el tiempo” (p.98). Elena cuenta con lujo de detalles la vida de opulencia que llevan en Berlín, y este es el disparador de la mudanza de los Desnoyers a París.
Ahora bien, Marcelo, más allá de sus críticas a los Hartrott, no demora en cultivar un perfil de rico en París cuando regresa. En particular, su adicción a las compras de muebles antiguos en subastas y la posterior adquisición del castillo se configuran como dos excesos que reflejan su tendencia materialista. Necesita rodearse de sus riquezas, durante la guerra, para sentirse poderoso frente a una realidad angustiante. Su codicia desmesurada deviene en una suerte de hybris: todo se termina para el que una vez quiso dominarlo todo. Para un análisis del símbolo del materialismo de Marcelo, ver "La tina de oro" en la sección “Símbolos, Motivos y Alusiones”.
El amor
El romance entre Julio Desnoyers y Margarita Laurier guía los recorridos de estos dos personajes durante gran parte de la novela. A pesar de que en sus conversaciones se demuestra que los une su carácter superficial y su pretensión de seguir las últimas modas parisinas, no hay dudas de que el amor que sienten el uno por el otro es sincero.
La tragedia que significa su ruptura marca la transformación definitiva del personaje de Julio y, en consecuencia, la aceptación de su padre. A su vez, es imposible desligar la importancia de la guerra en esta separación: la discusión por ser de utilidad es lo que comienza a zanjar diferencias entre ambos. Asimismo, la posterior unión entre Margarita y su exmarido se da en el ejercicio de la labor de ella como enfermera. Ella lo asume y lo declara como un “sacrificio” que no se veía dispuesta a adjudicarse previo al estallido de la guerra, aun cuando el sentimiento que pervive entre estos dos momentos es el de la lástima.
Julio y Margarita conforman la pareja principal, pero la pasión con la que viven su vínculo también está presente en los de Karl y Elena, y Chichí y René. El amor es, en primera instancia, lo que dictamina la separación entre las familias: Elena se escapa de la estancia familiar para estar con Karl. Chichí y René atraviesan conflictos similares a los de Julio y Margarita, pero logran sobreponerse, y su amor garantiza el final optimista de la novela.