Los extraños objetos voladores
Lautaro y María viven en una casa de campo. Una mañana, él descubre un objeto marrón en el cielo. María toma la presencia como una compañía, pero a Lautaro lo perturba. Le atribuye poderes mágicos y, efectivamente, cree comprobar que los tiene cuando, una mañana, despierta y ve en el espejo que le falta media cara. María no ve lo mismo que él, y le asegura que nada cambió en su rostro, pero al intentar tocarse la cara, la mano de Lautaro pasa de largo. El miedo se apodera de él. Deja de compartir con María lo que le sucede: día a día, las cosas a su alrededor desaparecen.
Una mañana decide ir a ver al doctor. Este es un hombre de ciudad que vive hace seis años en el pueblo, bebe coñac todo el día y mantiene una relación clandestina con Alicia, su secretaria. Le dice a Lautaro que no tiene nada y le receta sedantes. Sin embargo, mientras camina de vuelta a casa, todo alrededor de Lautaro comienza a desaparecer, incluido él mismo.
Los juegos
El narrador y Ariadna se encuentran encerrados en el museo abandonado. Afuera, el mundo parece haber dejado de existir. Juegan a traducir leyendas que encuentran en los mármoles y lápidas, hasta que comienzan otro juego diferente, mucho más entretenido: uno de ellos se esconde en el museo y el otro debe buscarlo. Se trata de un juego de mucho erotismo, que culmina en relaciones sexuales apasionadas. Poco a poco, en las persecuciones y los encuentros, van destruyendo las piezas del museo.
Una noche, Ariadna decide que va a esconderse y que, esta vez, no será encontrada. El narrador no le cree, la subestima, se toma su tiempo para comenzar a buscarla. Sin embargo, efectivamente, nunca logra dar con ella y finalmente desespera.
Un cuento para Eurídice
Eurídice y el narrador esperan, encerrados en el museo, la llegada del sol, que todo lo ha quemado afuera. Eurídice le pide constantemente al narrador que la entretenga con historias. Él ha agotado todas las historias de guerra, romance y aventuras de la humanidad; ha agotado inclusive las de su imaginación. Le cuenta historias de fábulos y efímeras, seres imaginarios que protagonizan relatos sin crueldad como los que Eurídice demanda, pero nada consigue. No puede apaciguar la tristeza y la desesperación de su compañera. Pronto, el sol vendrá y lo consumirá todo.
Los refugios
En el museo, Ariadna y el narrador conversan. Él es el cuidador y remodelador del lugar; ella, una actriz doble que se ha refugiado en el museo ante el advenimiento de la revolución o la represión. Afuera, los jóvenes arengan a la rebelión, y las fuerzas represivas hacen lo suyo. Ariadna no puede dormir por los gritos; siente un gran temor.
Cuando los jóvenes se acercan al museo, el narrador los ayuda a colocar la dinamita. Paradójicamente, en lugar de angustiarse, Ariadna se siente por fin aliviada con la llegada de la juventud fervorosa, y puede dormir. Los rebeldes los invitan a participar de la revolución, a unirse a ellos, pero él y Ariadna se quedan en el museo y deciden entregarse a la explosión.