Resumen
“Ven a ver lo que yo veo” (p.11), dice el viejo al comienzo del relato. Lautaro, viejo de campo, señala hacia arriba. María, su mujer, se acerca para ver mejor. “No es un pájaro. Otra vez te equivocaste” (Ibíd.), responde María. Sin embargo, un pájaro extraño y marrón se ha instalado en el árbol sobre la casa.
Lautaro creció en el campo. La suya fue una vida llena de privaciones, hambre y trabajo duro. “De joven se había alimentado de tierra, tierra y hierbas, hierbas silvestres” (p.12). María tuvo una vida similar. Ahora, de ancianos, “no tenían nada que hacer, más que comer todo el día y buscarse peleas por ahí” (p.13).
“Qué pájaro más raro —dijo la vieja, al fin” (p.14). Ella nunca había visto algo de eso en el aire. Piensa en el cielo, recuerda lo extraño que fue, en su infancia, el día del eclipse. “Era suficientemente vieja como para recordar esa y muchas cosas más, que en el sótano de la memoria se le iban embalsamando” (p.18).
Uno de esos recuerdos es el del hijo de ambos, Sebastián, quien hace tiempo partió a la gran ciudad, Buenos Aires. Desde ahí, Sebastián apareció alguna que otra vez por el pueblo, y se vio también en el diario. Su foto formaba parte de una noticia sobre un robo y un conflicto gremial. Sebastián fue preso y, al tiempo, volvió al campo. “La ciudad me lo mató” (p.25), dice María. Y explica cómo, al volver, Sebastián no comía. “Llevaba adentro el bicho de la curiosidad que se lo comió” (p.25).
El pájaro, el objeto marrón, continúa sobre la casa. Lautaro sale con una escopeta en la mano y tira al aire. “Has errado” (p.27), dice María. Pero el viejo no erró; “a eso no he de darle con tiros de escopeta. Eso es mágico” (p.27), sentencia.
“María ven a mirarme” (p.35), grita el viejo una de esas mañanas, y agrega: “me falta un pedazo de cara” (Ibíd.). María no ve absolutamente nada, pero el viejo mira absorto el espejo. Su cara está perfectamente partida a la mitad, y una de esas mitades ha desaparecido. Una sola oreja, una sola aleta de la nariz. “Un día el pájaro, otro día la cara” (Ibíd.), piensa. Se toca y, efectivamente, allí no hay nada. La mano pasa de largo y siente el vacío de su media cara desaparecida.
Por las dudas, Lautaro decide pasar el día en el campo. No quiere verse al espejo. No quiere escuchar a su mujer, que dice que está loco. Al volver, ella le cuenta que el pájaro ha estado sobre la casa toda la mañana y toda la tarde. El viejo se va al dormitorio, pero no encuentra allí la cama. Se siente perturbado, pero sin ánimos de decírselo a su esposa. Al rato, María también se dispone a dormir y se quita la ropa. “Se alzó levemente sobre sus pies, se hincó, apoyándose en el aire, y quedó en posición horizontal, perfectamente acostada sobre el aire” (p.46), dice el narrador. Lautaro, angustiado, se va a dormir al sofá.
Así van desapareciendo otras cosas: el tronco del eucalipto sobre el que reposa el pájaro, pero no la copa del árbol; la azada; el almácigo de lechugas. “Esto era nuevo, esto de no saber qué es lo que se va a encontrar o a ver en el momento siguiente” (p.49). Decide, entonces, ir al pueblo. Camina con temor a que sus pantalones lo abandonen en el camino y quedar desnudo; se aferra a ellos. El pájaro, desde arriba, lo sigue.
Análisis
Los museos abandonados se compone de cuatro cuentos. El primero de ellos, sin embargo, podría ser también calificado, por su extensión, como cuento largo o, inclusive, como nouvelle. Además, “Los extraños objetos voladores” posee otras particularidades con respecto al resto. Es el único que tiene como escenario el campo, mientras que los otros tres transcurren dentro de diferentes museos. Tiene, además, a Lautaro y María, una pareja de adultos mayores como personajes principales. A diferencia de las parejas que protagonizan los otros tres relatos, Lautaro y María no mantienen un vínculo erótico, sino que se trata, más bien, de buenos convivientes.
El narrador de "Los extraños objetos voladores" se focaliza alternativamente en María y el viejo Lautaro y, más adelante en el relato, en el personaje del doctor y su secretaria, Alicia. Sobre ellos volveremos en la segunda parte de este análisis. Estos cambios de focalización se dan sin marcas de formato alguno: de repende, por ejemplo, dejamos de ver al objeto marrón desde el punto de vista de María para situarnos en el de Lautaro.
A través del hallazgo de Lautaro, el viejo, y de sus comentarios e intervenciones, se despiertan varios recuerdos y digresiones en María. Si bien este es el único relato que no transcurre en el ámbito del museo, la presencia de este motivo literario, muy propio de Peri Rossi, se encuentra también en “Los extraños objetos voladores” de forma oblicua: María recuerda todo como si ella misma fuera el museo. El narrador, focalizado en ella, insiste en esto, a veces en una aliteración que resulta llamativa: “era tan vieja como para recordar” (p.15), “era lo suficientemente vieja como para recordar” (p.16), “era suficientemente vieja para recordar esa y muchas cosas más, que en el sótano de la memoria se le iban embalsamando” (p.18). Poco a poco, María se constituye como museo de sus propias vivencias embalsamadas. Las atesora, las organiza, las protege del paso del tiempo: “Era lo suficientemente vieja como para vivir con todos esos recuerdos y muchos más adentro, como se vive en una plaza, sacudiendo el polvo de las cosas” (p.25). Esta quizá sea una de las respuestas posibles a por qué este relato, que de antemano no tiene una relación tan directa y literal con el título del libro como los otros tres cuentos, resulta tan parte de él como los demás. Es decir, hay también un museo abandonado en él.
Por todo lo anterior, podemos decir que la memoria es uno de los tópicos privilegiados de este libro. A través de la memoria, que se manifiesta, a su vez, en el motivo del museo, el texto construye un tejido de identidad e historia, tanto cultural como familiar y personal, que da cuenta de una trama paralela a la del hallazgo del objeto marrón en el cielo.
Pero volvamos, por un momento, a este hallazgo. Lautaro mira el cielo y ve una cosa marrón que llama su atención. Como leímos en el resumen, llama inmediatamente a María. Ella es corta de vista y, además, confía poco en el viejo y sus desvaríos. Es importante señalar que el narrador, focalizado en María, dilata el momento en que ella ve efectivamente el pájaro. En su lugar, genera un largo suspenso basándose en estos recuerdos y digresiones que mencionábamos. Ella piensa en cosas del campo, como el polvo, las sequías, las inundaciones. Piensa en la salud del viejo, en su historia y, más adelante, en su propia vista dañada. Recién ahí ve efectivamente el objeto: “Qué pájaro más raro” (p.14) es lo único que atina a decir. Todo el diálogo entre los viejos se ve interrumpido por más recuerdos y digresiones mentales.
En este momento de presentación de los personajes, a pesar de que el hallazgo del supuesto pájaro es importante, lo más relevante no es lo que sucede en el tiempo presente, sino en el interior de los personajes, en el museo de sus respectivas memorias: los recuerdos son como jarrones o esculturas que se contemplan y se van desempolvando. Uno de esos recuerdos, del que más se ocupa el narrador, es el del hijo muerto de ambos, Sebastián. El contenido político siempre se encuentra muy presente en los relatos de Peri Rossi. Toma, en el caso de “Los extraños objetos voladores”, la forma de este joven que, agobiado por el campo, se va a la gran ciudad y se va involucrado en la actividad sindical urbana, considerada, en ese momento, peligrosamente subversiva. Por este motivo, es capturado por las fuerzas represivas, detenido y más adelante devuelto al campo bajo amenaza de muerte.
“La ciudad me lo mató” (p.25), dirá María al final de este recuerdo de la muerte de su hijo. Es consciente de que algo en la ciudad pasó con Sebastián, y que por eso él, al volver, deprimido, no comía. Ella refiere que algo en la ciudad infectó a su hijo a través del “bicho de la curiosidad” (p.25). Ignora, sin embargo, el contexto sociopolítico. El abuso de las fuerzas represivas, la violencia policial, los posibles traumas del encierro quedan por fuera del análisis de María, que ve a la ciudad, desde su desconocimiento e ignorancia, como un ente lejano y malévolo que no puede terminar de comprender.
Con el correr de las páginas, el "pájaro" que sobrevuela la casa va cobrando mayor protagonismo. Cada vez inquieta más a los viejos. Lautaro sale con una escopeta y dispara, a pesar de los reproches de María: el miedo es uno de los sentimientos fundamentales de su personaje, a diferencia del de María, que se mantiene, casi todo el relato, aparentemente indiferente al asunto del ave. La inquietud de Lautaro crece, y le atribuye a la criatura poderes mágicos. De una u otra forma, el objeto altera a ambos. María, por su parte, tiene ahora un entretenimiento: “es como tener compañía” (p.27), dice, y no para de hablarle. Por el contrario, el viejo teme cada vez más: “A mí no me gusta que [el pájaro marrón] me ande mirando” (p.25), confiesa.
La “extraña y mansa forma quieta en el aire” (p.33) es llamada, a lo largo del cuento, de diversas maneras: “Objeto marrón”, “mancha marrón”, “aparato marrón” o “pájaro marrón”. Como podemos ver, es alternadamente una forma, un animal, una cosa; a veces, inclusive, simplemente un color. Su presencia suspendida en el cielo quizá sea la justificación para llamarlo, la más de las veces, "pájaro". Pero es importante retener que la indeterminación con respecto a su origen y verdadera naturaleza se mantiene hasta el final del cuento. Volveremos sobre esto en la segunda parte de este análisis.
Como desarrollamos en la sección “Peri Rossi y la generación del 60 en Uruguay”, este movimiento literario del cual la autora forma parte no encuentra como discordante la relación entre la realidad y la fantasía. La fantasía constituye una exploración novedosa de lo real, que se aleja de la exploración realista, que era la que primaba en Uruguay por aquella época. Persiste en la literatura de Peri Rossi el elemento inseguro, inestable. Los esquemas de previsibilidad de lo real están ausentes y, en su lugar, aparecen estos "objetos marrones", es decir, estos eventos mágicos o incomprensibles racionalmente. Los personajes parecen incorporar estos eventos especiales o inexplicables de un modo particular.
Por un lado, la asimilación del objeto extraño no es total, como en el caso del cuento maravilloso, en el cual la lógica que se maneja es intrínseca al texto y al universo que propone. La lógica tampoco se hace presente, como en la ciencia ficción, a través del discurso racional: las explicaciones, básicamente, no importan. El objeto marrón opera sobre los personajes, existe, es, en el cuento, a través de su efecto en los personajes y sus reacciones. Su naturaleza, las explicaciones que rodean su presencia, se nos escapan y, lo que es más importante, no son buscadas realmente.
El pensamiento mágico, lo fantástico, lo maravilloso o la magia no son ajenos a la literatura de Peri Rossi. La oposición entre pensamiento mágico y racionalidad en “Los extraños objetos voladores” se encarna en dos de sus personajes centrales, el viejo Lautaro y, como veremos más adelante, el doctor. “A eso no he de darle con tiros de escopeta. Eso es mágico” (p.27), dice Lautaro en referencia al pájaro o mancha marrón. Lo racional será insuficiente, tanto para que los personajes puedan digerir los sucesos inexplicables a su alrededor como para que el lector organice lo que lee en un sistema de símbolos y signos cerrado. El viejo pierde parte de su cara. ¿Es esto real? ¿O se trata de una percepción suya, fruto de una alucinación? ¿Tiene o no que ver con la presencia del ave marrón? Las preguntas son inevitables y elementales, ya que propulsan la lectura. Sin embargo, no necesariamente encontrarán una respuesta unívoca. Volveremos sobre esto en la segunda parte del análisis.
Desde el punto de vista formal, resulta particular el uso de Peri Rossi, en su escritura, de diversas técnicas narrativas: la acumulación y la digresión, el fragmento, la inversión de situaciones y roles, la intertextualidad, el tiempo y el espacio adulterados, la ambigüedad y la heterogeneidad de los signos, la metáfora, la alegoría, los símbolos, el metalenguaje, el ludismo, la autorreferencia, la ruptura de la causalidad entre las partes, etc. Hasta ahora, hemos visto en “Los extraños objetos voladores” la utilización de la digresión y el fragmento, bajo la forma de pequeños y grandes recuerdos insertados en la trama. Estas técnicas, que se hacen presentes en diversos relatos, apelan a una poética que defiende la calidad estética y artística como parte imprescindible para expresar y profundizar en la realidad y las inquietudes del individuo. Es decir, nunca el elemento político (Peri Rossi era una militante de izquierda profundamente apasionada) se introduce en el texto en detrimento del recurso poético y la literatura, que no es, jamás, en absoluto, instrumento de la contienda ideológica.